Maelor I

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       Llamas y humo, gritos y gemidos, fuego y sangre. El rostro le brillaba como si fuese un sol en miniatura, y estaba seguro que sus ojos reflejarían en las cuencas violáceas el espectáculo frente a él. Apenas era consciente de su propia persona, solo sabía que llevaba la armadura y que una espada, en su mano derecha, goteaba sangre casi desde el mango hasta la punta, chorreando como si fuesen cascadas escarlatas y negras. El labio inferior le temblaba como el de un viejo con la ventana abierta en mitad de un crudo invierno.

       —Estaban justo donde dijisteis —dijo una voz detrás de él.

       Maelor se giró, lentamente.

       Osbert Hightower sacó la espada de la espalda de un bandido que instantes atrás había gritado y rogado por su vida con las mejillas rojas, tanto como las lágrimas que le corrían por ella. Su armadura de acero brillaba con el resplandor de las llamas.

       Alistair Dayne e Ira de Massey se acercaron a ellos, esquivando cadáveres, o a veces pisándolos. Massey pisó uno, y al escuchar que se quejaba, le incrustó la espada en la parte de la nuca, y luego la sacó. Maelor se fijó en las paredes de llamas que recorrían el campo de batalla, un desfiladero ancho entre paredes de piedra que habían sido besadas por el aliento de los dragones. Buscó a Balryses con la mirada. Su dragón estaba posado grácilmente sobre tierra, con su cuerpo ondulado y esbelto, tanto que su cuello, largo y fino, parecía ser de seda. Con las alas rosadas apoyadas sobre las rocas, se inclinaba levemente hacia un lado, y sus ojos azules se enfocaban en los cadáveres ennegrecidos a su merced, inclinándose con la rapidez propia de una serpiente para comenzar a devorarlo.

      —Maelor... ¿Estás...? —Valarr se acercó.

       Maelor se agachó y vomitó casi sobre los pies de su armadura de un inmaculado color negro. La bilis amarillenta brilló al resplandor de las llamas sobre la espalda de un pobre desgraciado tan carbonizado como los cerdos dejados en los hornos de las cocinas de la Fortaleza Roja. Valarr le sobó el hombro, mientras Ira de Massey soltaba una carcajada.

      —Los cadáveres no se quejarán. Un trabajo impecable. ¿Vamos a comer? El dragón ya ha empezado.

      Maelor, que estaba inclinado, aún con las manos sobre las rodillas y los ojos húmedos, asintió. Se irguió después, y su hermano le dedicó una sonrisa agradable llena de compasión.

       —Es tu primer combate cuerpo a cuerpo, tu primera sangre. Es normal que reacciones así.

      —No, no ha sido por eso.

       Valarr se arrodilló para coger la espada de Maelor por el filo, y se la ofreció con un gesto simple.

       —¿Qué es, pues?

       La realidad de su afección no era el ingente número de cadáveres a su espalda, a su alrededor, no que su dragón se estuviese dando un festín con los despojos. Lo que le pasaba era de índole personal, una quemadura en su pecho que había comenzado a arder cuando un cuervo llegó con el mensaje de que Benjicot Blackwood había partido hacia las Tierras de la Tormenta. Al parecer, su hermano Vaegon había convocado a muchos caballeros, y algunos de ellos pensaron que mejor pagaría la madre por saber el paradero de su hijo que el propio hijo. La reina los hizo azotar en la plaza de su castillo, y Daeron después admitió que Benjicot había sido llamado por su hermano para partir a la guerra en los Peldaños de Piedra.

       Quería que estuviese a salvo, lejos de la guerra y de la muerte, a salvo en su castillo, en el castillo de ambos. Al principio no sabía cuánto le iba a importar el sacrificio que Daeron había hecho por él, pero tras dos semanas en Refugio Estival lo había comprendido. Apenas ojos mirándolo, unas tierras que eran para él, para que hiciese y deshiciese como le gustase. Una tierra donde podía recorrer las praderas a caballo con Benjicot, hacer el amor junto al lago con Benjicot, cenar con él, dormir con él. Era perfecto, un matrimonio en todo menos en el nombre. Dos semanas de puro ensueño, pero la guerra llamó a su puerta, casi se cobraba la vida de un hermano, y ahora Ben había abandonado su paraíso, y Maelor tenía miedo. Mucho miedo.

La Corona de Daenon (Secuela de "Hijos de Valyria")Kde žijí příběhy. Začni objevovat