La princesa en Refugio Estival

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       Daena Targaryen siempre había comprendido la importancia que tenían los colores. El blanco significaba pureza, devoción. Acostumbraba a llevarlo todos los días, decorando su cuerpo con vestidos anchos y recatados que no alzasen su figura, pues los dioses desaprobaban la lascivia en cualquiera de sus aspectos. Sus hennin, capuchas y velos ocultaban su pelo plateado de ojos que no deseaba que la contemplaran, porque solo su familia y quien fuese su esposo tenían derecho a observarla como ella se sintiese más cómoda. El blanco significaba fe, significaba convicción. Hasta su dragón había eclosionado, rompiendo su huevo, brillando ante las llamas, de un color tan crema que parecía más blanco que todos sus vestidos. Semanas llorando, rezando, aguardando. Su fe se había quebrado como un huevo al deslizarse de las manos, pero de noche, cuando soñaba con un castillo oscuro y largos pasillos que la engullían, el sonido seco la despertó. Sonó como un golpe, luego otro. Cuando abrió los ojos, frente a la chimenea encendida, el huevo de dragón se sacudió en su pedestal y las alas membranosas casi transparentes se estiraron a los lados. Era una prueba. La prueba que había pedido, y allí estaba, gruñendo por primera vez, solo para ella.

       Ámbar, dorado y plateado lucían en su cuerpo cuando eran necesarios. El cinturón que lord Gunther era su adorno más importante. Todo ello mostraba que era una princesa, una princesa devota, pero princesa a pesar de todo.

       Sin embargo, luego estaba el negro. Era un color peligroso. Combinado con el rojo mandaban la señal de que pertenecía a la estirpe del dragón, de que el fuego de Aegon corría por sus venas. Era un color de poder, de majestad, un color de guerra incluso. Pero Daena odiaba vestir de negro, porque en solitario, abandonado y sin el rojo eran una señal de dolor, un color que el desconocido tenía a bien ver a través de los ojos lechosos y blancuzcos de aquellos a quienes reclamaba. Un dolor de luto, de pérdida.

       Cuando Aegon murió en Rocadragón, Daena consiguió que toda la corte mostrase el debido luto durante el tiempo religiosamente aceptable, pero después de su conclusión, ella lo siguió llevando, porque lo necesitaba, necesitaba sentir que ese pequeño que no había tenido la oportunidad de dar unas bocanadas de aire y de ver con sus preciosos ojos el mundo que los dioses les habían dado a los mortales, el mundo que su antepasado homónimo había conquistado y Daenon y Daenerys salvado, era recordado. Su hermano mayor destrozado, la familia partida por la sucesión.

       Daena pensó que más desgracias eran imposibles para la familia Targaryen ¿qué habría peor que la muerte de un niño, equiparable siquiera?, pero olvidó la Estrella de Siete Puntas. "Pues ni rico ni pobre deja de ser más que un mero mortal que respira y camina, ya sea con botas cosidas o sandalias de tela rotas por los adoquines, y puesto que son mortales, la senda que recorrerán será ardua, larga, de tormento y dolor", decía el libro de la Vieja.

       Pero entonces despertó de un terrible sueño.

       En la cima de una montaña, un caballero pulía el reverso de su escudo que brillaba como un espejo, y se lanzaba contra un cruel dragón que alzaba las alas y hacía brotar el aliento feroz. El caballero daba muerte al dragón, y su espada se teñía de rojo, pero a lo lejos, otro dragón rugía con ira y dolor, y el caballero, lejos de achantarse, alzó la espada, que como si tuviese grandes alas, graznó, llamando a la muerte.

       Despertó entre gritos, con un sudor tan frío el cual le cubría todo el cuerpo: El cuello, los pechos y el estómago. La cara le ardía, y había llorado lágrimas amargas. Las doncellas fueron las primeras en notarlo. Galazza de Meereen acudió con rapidez y tras consolarla le llevó un té que la calmase. Daena lo tomó a regañadientes, pues sabía que no podría conciliar el sueño esa noche. Su madre llegó horas después junto a Vaegon del funeral de lord Monterys. Durante su ausencia, la Fortaleza Roja había sido purgada de toda influencia de Mil Ojos, y todo sirviente que no fuese de total confianza, había sido reemplazado. Daena siempre mantuvo consigo a su dragón, así como su abuela siempre dormía con una daga bajo la almohada. Con Devoción, se sentía más segura, pero ni siquiera ella pudo salvarla de lo que aconteció después.

La Corona de Daenon (Secuela de "Hijos de Valyria")Where stories live. Discover now