La viuda del dragón

43 1 3
                                    

       ¿Cómo se podía soñar con un hombre y despertarse al lado de otro muy distinto? Arianne podía responder a esa pregunta, pues toda su vida había sido así. Soñaba con su príncipe, apuesto y gallardo, con su barba platina con reflejos rubios, su cicatriz y sus ojos violáceos. En sus sueños él no siempre era joven, no siempre era el guerrero en la cúspide de su gloria que fue en el momento de su muerte. Algunas veces sí, pero otras no. A lo largo de los años lo había visto crecer con ella. Arianne se imaginaba su rostro, más cuadrado y avejentado, curtido por la edad, puede que por alguna guerra que hubiese librado. Ambos siempre estaban acostados en la cama, mirándose el uno al otro. Él pasaba una mano por su hombro, ahuecaba su pecho y lo presionaba, para luego seguir descendiendo, le decía que la quería, que siempre sería bella para él. Esos sueños le dejaban un sabor dulce al despertar, cerrando los otros y girando la cabeza para intentar convertirlos en realidad, aunque solo fuese mientras no viese nada. Pero cuando soñaba con Daenon, joven, igual al último día en que lo tuvo en sus brazos, se despertaba llorando y sentía la necesidad de ser abrazada, de que el hombre que compartía su lecho la penetrase con tanto vigor que el placer y el dolor se juntasen en un éxtasis tan profundo que fuera capaz de hacerle olvidar. Aquellos sueños le anunciaban días difíciles. Aquellos serían días muy difíciles, auguró.

       Caran Santagar estaba sobre ella, Arianne gemía mientras ahuecaba sus firmes nalgas en las manos, animándolo a moverse más rápido, a que la cabalgara, más más. Sentía las gotas de sudor caerle sobre las mejillas y correrle entre los pechos. Por ahí Caran deslizó su húmeda lengua, ascendiendo y luego retrocediendo, envolviendo uno de sus pezones duros y oscuros, pasando la lengua, chupando, mordiendo. Arianne juntó las piernas entre continuos temblores, un cosquilleo que sintió desde su espalda hasta la punta de los dedos de los pies. Apretó aún más las manos y las movió con más brío, instando al joven a reunir todas sus fuerzas para una ronda de acometidas, las más rápidas, duras y placenteras. El característico placer del éxtasis la cubrió, apretó las piernas, las manos, se encorvó hacia arriba con el estómago en alto, acariciando el pubis, el estómago y torso de su amante, con sus pechos aplastados debajo. Su gemido se convirtió en un grito ahogado, ronco y agudo. El muchacho gruñó con fuerza. Las gotas rociaron a Arianne mientras se movía unas cuantas veces más hasta que sintió su esencia dentro, cálida y reconfortante.

       Caran se hizo a un lado y cayó de espaldas sobre la cama.

       Arianne se sintió llena, y olvidó unos felices instantes al hombre que tenía al lado. Nunca lo diría, pero muchas veces pensaba que era él, que su esposo estaba con ella.

       «De joven pensé que nunca amaría, que eso era para las damas tontas del sur, no para Arianne Nymeros Martell, princesa de Dorne. Cuánto me cambiaste, amor mío. Cuánto me enseñaste, cuánto me dijiste sin palabras. Lo suficiente como para querer descansar a tu lado el resto de la eternidad». Si él la amaba, Arianne sabía que no del todo, que Melanthe siempre tendría una parte de él, pero estaba convencida de que la quería, de que Arianne significaba mucho para él, porque le dio los huevos de dragón, el futuro de la dinastía, todo se lo confió a ella, y Arianne había cumplido su parte durante cuarenta y tres años, y lo haría mientras le quedase vida dentro.

       —Espero... espero... uf haber complacido a mi princesa —murmuró Caran, pasándose una mano por la corta melena castaña como la arena de su hogar.

       Arianne hizo bajar una mano por su estómago, sonriendo.

       —La princesa está complacida. Ya te cansarás de mí.

       —¿Cómo podría?

       —Estoy a punto de cumplir sesenta y cinco años. Dentro de otros cinco...

La Corona de Daenon (Secuela de "Hijos de Valyria")Where stories live. Discover now