Daeron III

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       La travesía por el Aguasnegras había sido agitada. La mar turbulenta azotó las cubiertas de la flota mientras navegaban con el viento a barlovento, dificultando la ruta. Los barcos se movían como cascarones, y más de algún noble manchó las egregias vestiduras con el desayuno que habían tomado antes de abandonar la capital. El rey había dado un gran banquete para, según sus palabras, "coger fuerzas para el viaje". «Y todo lo que entre, sale». Lo único que avivaba las emociones por el viaje eran las sombras de los seis dragones que sobrevolaban la flota, trazando círculos, ascendiendo y descendiendo, perdiéndose entre las nubes oscuras, bajas y tormentosas. Cuando por fin avistaron tierra, los cielos tronaron con una canción de jolgorio y alegría, pues los dragones se adelantaron a la flota y comenzaron a sobrevolar el castillo, rodeando sus torres para luego ir descendiendo sobre tierra, en Montedragón. Daeron lo consideró un tanto desconsiderado.

       Su padre había pensado que sería bueno pasar algunos meses en Rocadragón, esperando que Alyssa alumbrase en un lugar más familiar y confortable que la Fortaleza Roja. Recién casados, ella y Maekar erigieron Rocadragón como su hogar durante dos años, como correspondía a su título como herederos al trono. No fue hasta el nacimiento de Visenya que volvieron a la capital, por lo que la esposa de su hermano aceptó la noticia con alborozo. Daeron también estaba contento por abandonar la capital, aunque sospechaba con bastante firmeza de que los motivos del viaje también residían en intentar animar a Vaegon. El más joven de los príncipes había mantenido las últimas semanas una tesitura baja, manteniéndose cabizbajo y decaído, al margen de la mayoría de los asuntos. Sorprendentemente, se había volcado en practicar la esgrima, luchando en el patio de armas con Daeron desde el amanecer hasta la hora del almuerzo. Su preocupación iba en aumento. Esperaba que estar aislado, con solo un puñado de nobles de la corte, en el hogar ancestral de la casa Targaryen, le sirviese para encontrar paz. No se separaba de su amigo Velaryon, y casi todas las tardes visitaba a su amigo Willem. Entrenaban juntos, comían juntos y Daeron se convirtió en maestro de los tres.

       Sí, Rocadragón podía ser la mejor opción.

       Cuando desembarcaron, los habitantes de la isla se reunieron para observar a la familia bajar. La princesa Daena, lady Alyssa, Vaegon y Daeron. En sus ojos brillaba una luz de admiración, casi de veneración. Se arrodillaban a su paso, y les sonreían como si genuinamente los quisiesen allí. Su madre siempre decía que para los habitantes de Rocadragón, los Targaryen eran casi como dioses. Vivían bajo la sombra de Montedragón, acostumbrados a los dragones y su vuelo. Para ellos, vivir en la isla de los señores de Valyria era un honor. Incluso se consideraba que ser elegida por un Targaryen para compartir el lecho era un motivo de orgullo, algo que no se vería de la misma forma en el resto de Poniente, pero Daeron observó a la multitud. No pocas cabelleras plateadas fueron las que divisó.

       Los dos primeros días en Rocadragón transcurrieron de una forma extraña. Daeron no tenía las mismas obligaciones que en la ciudad, así que se despertaba tarde, desayunaba, y salía a practicar con los tres chiquillos que tenía a su cargo. Las tardes las dedicó a cabalgar junto a Saera, que no paraba de echarle carreras enérgicas. «Si al menos tuviese a lady Desmera aquí —una sonrisa iluminó su cara cuando lo pensó —. Si al menos ella estuviese aquí no sentiría las noches tan vacías».

       Su madre no compartía su tristeza, en cambio. Su sonrisa de orgullo se mostraba en cada comida, evento público y encuentro fortuito. Había convencido al rey de que lady Marla se quedase en la capital. Al parecer, lady Desmera necesitaba ayuda para organizar el viaje real que su padre tenía planeado para después del parto de Alyssa. El trayecto era complejo, cargado de una logística enrevesada y tediosa. Itinerario, escolta, séquito, víveres, transporte, alojamiento. Incluía un lío sin tino que la señora de Bastión de Tormentas había sido encargada de preparar y era muy importante, pues sería el primer gran viaje de su padre desde que ascendió al trono, casi tres años atrás. No volvería a ver a su dulce señora hasta casi medio año después, tras el parto. Siete meses. Daeron suspiró. Echaba de menos su cuerpo, sus curvas, la sensual silueta de su espalda entre sus manos, la forma en que se movía sobre él. Se ensimismó tanto que Vaegon le acertó en la cabeza.

La Corona de Daenon (Secuela de "Hijos de Valyria")Where stories live. Discover now