Capítulo cuatro

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Capítulo cuatro: Salvador

Un nuevo día comenzaba, faltaban menos de veinticuatro horas para que Oikawa por fin dejara el nido.
Sin embargo, veinticuatro horas comenzaban a parecer una eternidad cuando se encontraba siendo acechado por los tres hermanos mayores.
Después de haber rechazado de aquella manera la petición de su hermano mayor, los otros dos mayores no dudaron en saltar a defender al "heredero directo" de la fortuna de sus padres.

Por supuesto que a Tōru no le importaba mucho, pero realmente temía que alguno de esos sujetos terminara haciendo una locura y que su única muestra de que la vida aún le tenía piedad le pudiese ser arrebata.
Por esa misma razón las veinticuatro horas de espera pasaron a ser solo cuatro.

Daichi había sido llamado por Tōru rogándole que adelantaran las cosas, el azabache no se negó, aceptó amablemente y para ese momento Oikawa ya se encontraba terminando de empacar las últimas de sus cosas.

— Vaya ¿Tan desesperado por irte de casa estás? — Zentaro apareció apoyado en el marco de la puerta de su habitación. — Pareciera como si nunca te hubieran tratado bien aquí.

La risa sarcástica de su hermano mayor solo provocó que las ganas de desaparecer de sus vidas crecieran más. Tōru terminó de sellar una caja y se puso de pie encarando a su hermano.

— Sabes... Cuándo eres uno de los niños preferidos de papi tienes una percepción distinta del mundo comparada a la de los demás. — El castaño se cruzó de brazos. — Es por esa misma razón que cuando decidas largarte a esa casucha que tanto te disgusta no podrás estar más de medio año ahí afuera antes de volver corriendo a los brazos de mamá pidiendo ayuda porque no sabes enfrentar la vida de un adulto por ti mismo.

"Una victoria total" eso pensó Tōru al ver a su hermano con una expresión deseosa de asesinarle. Claro que no lo haría, incluso siendo el hijo olvidado de la familia, seguía siendo eso, el hijo de aquel par de esposos a los que llamaba padres, por lo que, si alguno de sus hijos iniciaba un problema frente a ellos, no dudarían en intervenir y llamar la atención de quien provocó al otro.

Su hermano mayor termino por retirarse del sitio sin decir una palabra.

— Idiota.

Las llantas de los camiones se detuvieronfrente a aquella enorme construcción, los conductores observaban asombrados eltamaño de la casa y se preguntaban cuál sería la necesidad de un sitio tangrande si los muebles más grandes que traían eran una ...

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Las llantas de los camiones se detuvieronfrente a aquella enorme construcción, los conductores observaban asombrados eltamaño de la casa y se preguntaban cuál sería la necesidad de un sitio tangrande si los muebles más grandes que traían eran una cama y un armario.

Por supuesto que a Oikawa no le importaba lo que pensaran, se encontraba emocionado por poder amueblar su nuevo hogar a su gusto y darse el gusto de disfrutar días completos a solas en aquel sitio.
Tōru se encargó de guiar a los trabajadores indicando en dónde colocar ciertas cosas, la mayoría estando en la enorme habitación que ahora poseía.

Su casa poco a poco obtendría un aspecto más decente, por ahora su principal objetivo era postularse para diversos puestos de trabajo antes de renunciar a su empleo actual.

Cuando todas sus pertenencias terminaron de ser acomodadas, Oikawa se despidió de los trabajadores agradeciendo por su esfuerzo y dándoles la paga por el trabajo.
Observó la puerta principal, era exageradamente enorme, con facilidad podría lograr que un vehículo entrara a su sala de estar.

— Así que tú eres el nuevo vecino del que tanto se habla.

Tōru se giró encontrándose de frente con un hombre de casi su mismo tamaño que le observaba con una expresión seria y de brazos cruzados. Su nariz pudo percibir el fuerte aroma a café que desprendía el cuerpo ajeno.

— Eso creo. — Respondió el castaño. — Mucho gusto, soy Oikawa Tōru.

Estiró su mano cortésmente, la otra persona la aceptó saludándole.

— Lo sé, te conozco. — Oikawa frunció el ceño confundido. — Aquella vez en el gimnasio, Daishō te molestaba.

Tōru llevó una mano a su mentón intentando recordar unos días atrás cuando había tenido un gran conflicto con aquel alfa estúpido que había decido escoger ese día como el perfecto para molestarle.

Algo dentro de su cabeza hizo clic al lograr armar todas las piezas del rompecabezas.

— Oh, te recuerdo. — Asintió el castaño. — Gracias por eso, no era necesario perder el tiempo con ese patán.

— No fue nada, me negaba a permitir que continuara acosando a los omegas del lugar.

Un silencio se apoderó del sitio, el extraño notando como los ojos de Tōru se oscurecían y su mirada bajaba al suelo como si estuviese pensando en algo para nada agradable.

¿Acaso había dicho algo mal?

— Es cierto, no me he presentado. — Tōru salió de su trance mirando nuevamente al hombre. — Me llamo Iwaizumi, Iwaizumi Hajime.

— Un placer, Iwaizumi. — Oikawa retrocedió un par de pasos. — Debo volver adentro, fue un gusto conocerte, vecino.

Iwaizumi asintió antes de girarse y continuar con su camino. Fue entonces que Oikawa frunció el ceño dándose cuenta de que el pelinegro se había tomado la libertad de entrar por aquel gran portón que aseguraba su hogar y que había dejado accidentalmente abierto como si fueran amigos de toda la vida.

— Qué sujeto tan peculiar. — Susurró yendo a cerrar el portón.

El resto de su día Oikawa se la pasó arreglando otros pequeños detalles de la casa, por ejemplo, la cocina.
Daichi le había ayudado a conseguir lo básico para sobrevivir los primeros meses mientras Tōru se acomodaba y conseguía un nuevo empleo para comprar el resto de muebles y objetos que deseara.

El problema en ese momento era la deuda que tenía con el azabache, aunque estaba seguro de que en menos de un año ya habría pagado por absolutamente todo.

De nuevo, Tōru necesitaba que la vida estuviera de su lado a la hora de ir a buscar un empleo, incluso teniendo diversas opciones si no tenía a la suerte de su lado no lograría hacer nada. Por esa misma razón, lo primero que hizo al terminar de arreglar ciertos detalles fue sentarse en su cama y comenzar a preparar su currículum en su laptop.

Tenía que dar la mejor primera impresión el día siguiente cuando fuera a postularse.

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