Capítulo 3. En la cantina.

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Después de que la forense compartiera con los allí presentes sus primeras impresiones, la inspectora y García se alejaron un poco del lugar. Pero se mantuvieron dentro de la caseta para evitar empaparse con la que estaba cayendo afuera. Aunque no estuvieran solos allí, por lo menos se resguardecían de la intensa lluvia.

-García, ¿Qué piensas?- Le preguntó Vanesa a su compañero.

-Mira, Malasaña, vamos a tomar un café y te cuento. ¿Te parece? A estas horas estará abierta la cantina de Pepe.

-Está bien. Cuando acabemos aquí nos vemos allí. Y no me llames por mi segundo apellido, llámame por mi nombre.

-Tú me llamas a mí García y no me quejo.

-Es distinto. No compares.

-Joder, Malasaña es un apellido como pocos, Vanesa.

-Lo sé. Pero llámame por mi nombre.

-Está bien, Vanesa.

Vanesa, además de apellidarse Malasaña, vivía en el Barrio madrileño que llevaba el mismo nombre. Era un barrio muy alternativo, pop y moderno que ofrecía mucha alternativa cultural. Tenía librerías independientes, cafeterías extravagantes y con mucho encanto; teatros, como también vecinos bohemios y a veces algo ruidosos. Era un barrio de Madrid muy concurrido y visitado por los turistas. La inspectora, cuando se independizó, tenía claro que quería vivir en el barrio cuyo nombre era el mismo que el apellido de su madre.

Una vez que Olivia terminó su trabajo con el cadáver, el juez ordenó el levantamiento del mismo y se dispusieron a trasladarlo al servicio de patología para poder comenzar a realizar la autopsia judicial. A Olivia le crecía el trabajo. Pero ella estaba encantada de estar entretenida mientras se encontrara rodeada de cadáveres. Esa era la vida que ella había escogido. Se sentía más cómoda con los muertos que con los vivos. Eso decía mucho de su personalidad retraída, puesto que para la forense estar con gente que apenas conocía le generaba angustia y cierto malestar.

Al rato de haber acabado su trabajo en el bosque, la inspectora y García subieron a sus respectivos coches y se dirigieron a la cantina. Seguía lloviendo como antes, y la inspectora estaba asqueada. Cuando aparcó el coche en una calle próxima a donde estaba la cantina, de repente se le dio por pensar en la preciosa joven que de seguro a esas horas seguiría durmiendo aún en su cama. Sólo esperaba que cuando ella llegara a su casa, la joven ya se hubiera ido. No quería tener que lidiar con ella y terminar echándola de allí. Pero también le vino a la cabeza los preciosos ojos azules de la forense y su espesa melena pelirroja y ondulada, producto de la humedad que había en el ambiente. Era una mujer preciosa, que de seguro sería heterosexual y además estaría casada. Una mujer así no podía estar soltera. En eso estaba pensando Vanesa cuando de repente alguien golpeó el cristal de la puerta del conductor del coche. Era García, que con un movimiento con el brazo le indicó a Vanesa que saliera ya del coche, puesto que García se estaba mojando toda la gabardina con la que se estaba cubriendo la cabeza y su rudo cuerpo.

Vanesa salió del coche rápidamente, y mientras lo cerraba con la llave, se dirigieron corriendo hacia la cantina. Y como lo habían hablado antes, a esas horas se encontraba ya abierta y casi vacía, puesto que había algún camionero o barrendero que había hecho una parada para desayunar temprano antes de empezar o seguir con su jornada laboral.

Entraron a la cantina bastante mojados los dos. Además hacía algo de frío y la noche seguía siendo bastante desagradable. Ya quedaba poco para que amaneciera.

-¿Qué quieres tomar, Vanesa? Y no me pidas nada de alcohol, por favor- Le dijo García a la inspectora, medio en serio medio en broma.

-No, tranquilo, hoy necesito cafeína en mi cuerpo. Mucha de hecho. Tengo aún resaca de ayer. No me vendría nada mal dormir unas diez horas seguidas.

Malasaña I. (5° Historia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora