34.Diosa

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La esfera roja que parpadeaba en el cielo de Zevul durante el tercer crepúsculo estaba inquietando a Amara. Hacía más de una hora que había terminado de arreglarse, pero cuanto más se consumía el día, más se acrecentaba el nudo de su garganta. Había mirado su reflejo veinte veces en el agua, en el espejo de su tocador… pero daba igual cuántas veces lo hiciese que no se sentía preparada.

El vestido se amoldaba bien a su talle. La falda le quedaba más larga de lo supuesto, cosa que agradecía pues así se sentía más tapada, y el corpiño no se ajustaba lo deseable, pero lo había arreglado con un fino cinturón alrededor de su cintura. El hecho de que hubiese pertenecido a Zadquiel no terminaba de hacérsele cómodo. Se sentía extraña y una ladrona bajo las pieles de un cuerpo que no le pertenecía. Se había pasado todo el tiempo ensortijando su melena y acicalándose. No entendía muy bien por qué, pero le apetecía. La seda de su cabello la pulverizó con polvo de zafiros y adornó su esbelto cuello con una gargantilla de oro blanco que Raphael le había regalado para la ocasión. Así no daba la sensación de que llevaba el busto demasiado desnudo. Sus pies los había vestido con unas sandalias también plateadas que se enroscaban a sus tobillos con finas tiras. Lo que más cuidaban los ángeles para este tipo de eventos era el rostro, les gustaba ser extravagantes y ostentosos con el maquillaje. A cada pestaña le había colocado en su extremo una lágrima azul, alternándolas con amatistas. Sus finas cejas las había prolongado con armoniosos tribales que bajaban por sus malares.

Había descubierto que su traje reaccionaba a su calidez corporal. Durante el tiempo que lo tuvo

reposando sobre una percha había permanecido azul, pero tras acostumbrarse al poco calor que transmitía su figura, el tenue deje de luz se había tornado más verdoso y ahora incluso se estaba poniendo violeta.

Lo prefería de esa forma pues las lágrimas de tela caían tan etéreamente que se asemejaban a delgadas láminas de hielo y no quería parecerse a Evanth.

Su corazón se le precipitaba contra el apretado corpiño. Entrelazó sus nudillos, nerviosa, y dio una vuelta sobre sí misma sin ser muy consciente de lo que hacía. Los bajos del vestido se abrieron como una campánula ante la llamada de la luna. Se volvió a acercar al río subterráneo y junto a su radiante reflejo apareció una figura blanca. Amara al principio se quedó perpleja ya que no le reconoció. Después cayó en la cuenta puesto que no era la primera vez que le veía de rubio.

—¿Estás preparada? —le silbó al oído. Un escalofrío agradable recorrió el cuerpo del ángel al sentir su aliento tan próximo.

Amara despegó sus iris del agua para repasar el atuendo de su pareja. Había que reconocer que el blanco le quedaba bastante bien. Caín llevaba un traje bastante formal de pantalones que se estrechaban donde tenían que ajustarse y la parte de arriba decorada con motivos dorados, rojos y azul oscuro. No llevaba hombreras, pero sus espaldas lucían bastante amplias y una delgada cadena colgaba en horizontal.

Aunque se había desprendido de todos sus colgantes y pendientes, sus ojos continuaban enmarcados en negro, ocultos bajo mechones de pelo rubio platino.

—Estás… Pareces un ángel de verdad —fue su veredicto.

—Así fui una vez… Tú estás aún mejor a como te había imaginado estos días.

—¿Estás seguro de que quieres ir allí?

—En realidad te desnudaría aquí mismo, pero después de tanto tiempo podemos aguantarnos unas horas más. ¿Vamos? —le dijo tendiéndole el brazo.

Amara se colocó los guantes de encaje, obligatorios para evitar el contacto directo, y aceptó la invitación. Al principio sus dedos destilaban inseguridad, pero tras el afectuoso apretón ganaron confianza.

Dolce InfernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora