30.Cuenta atrás

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La reluciente armadura reflejaba los primeros rayos matutinos cuando el alba rayaba el horizonte. Amara terminaba de ajustarse los protectores a la vez que trataba de concentrarse y de librarse de los tortuosos pensamientos que la habían impedido conciliar algo de sueño. Extrajo de la vaina una espada de akasha que Raphael había mandado forjar a escondidas de Serafiel para ella. Se vio tentada en rechazarla, pero después reparó en su cometido y la aceptó. La hoja parecía estar hecha de cuarzo transparente y en su interior brillaban pequeñas estelas como luciérnagas. La empuñadura, también transparente con motas de oro y amatistas incrustadas se ajustaba perfectamente a su mano. Dos alas de mariposa sobresalían abiertas justo por debajo de donde quedaban sus dedos. A pesar del cargado ambiente senpalpaba un silencio más denso en el campamento que durante los días anteriores. La mayoría prefería meditar para alinear su energía sagrada. Debido a su estado de concentración no sintió la llegada de Evanth hasta que la voz de ésta la sobresaltó.

—¿Estás nerviosa? —le preguntó el elemental del hielo.

—No tengo miedo —respondió con un tono impersonal más atenta por volver a guardar su espada. Se agachó y comenzó a apretar más fuertemente la hebilla de su bota. Cuando terminó, elevó la cabeza y contempló el atuendo de su compañera. Evanth se veía espectacular enfundada en hielo y cristal.

—¿Te gusta? —presumió ella encantada, girando su cuerpo para que uno de los rayos se fragmentara en pequeños arco-iris—. Es cristal de Miranda. Mi familia se la encargó a la de Nathan para que me la fabricase. Me hubiese gustado que me viera con ella puesta, pero la llama se extinguió antes de que el hielo se derritiese.

Para su sorpresa, Amara se incorporó y volviéndose calmadamente hacia ella abofeteó su mejilla. Evanth se llevó las manos a la zona afectada, con los ojos incrédulos e indignados ante tal atrevimiento y exclamando un gemido.

—La llama sigue latiendo en nuestros corazones —proclamó la joven Amarael con total seriedad. Dicho esto se alejó de allí con paso firme.

Amara buscó a Ancel y a Yael que se encontraban algo apartados. Ellos tampoco lucían muy animados. Destacaban sobre el blanco y el marrón el pañuelo de seda roja que habían atado en torno a sus brazos en señal de luto hacia su infortunado amigo.

Como a Nathan no le gustaba el negro habían optado por el color del fuego para recordarle. Ellos la advirtieron y saludaron con un gesto, pero Amara los ignoró y se apartó de allí. A pesar de las palabras de Caín todavía se sentía culpable.

A los dos jóvenes ángeles les sorprendió esta actitud y tras intercambiar sendas miradas interrogativas se encogieron de hombros. Aquella chica era demasiado extraña como para comprenderla y se había vuelto más intratable desde la muerte de su amigo.

—No deberíamos dejarla sola —expuso Yael.

—Es ella la que ha pasado de nosotros. No podemos hacer nada si nos evita todo el tiempo.

En esto, su conversación fue interrumpida por la incómoda presencia de Haziel quien portaba su armadura verde y azul derrochando presunción.

—Me habían dicho que habías liberado tu esencia, pero ya veo que estaban equivocados —le dijo a Ancel mientras le examinaba de arriba a bajo sin ningún escrúpulo—. Ya me parecía a mí demasiado improbable.

Las imprevisibles plumas de Ancel descansaban como siempre cayendo hacia abajo en una cascada nacarada.

—Conseguí liberarla una vez y puedo volver a hacerlo cuando quiera, pero estoy reservando el espectáculo para el mejor momento —se defendió.

—Lisiel me contó que te veías espectacular —añadió Evanth uniéndose a la conversación con una encantadora sonrisa. Este gesto puso a Yael en sobre alerta.

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