Capítulo 56: El color

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—Vamos, Honey. ¡Arriba! Hace un día precioso. ¡Podríamos ir a la piscina!

Gruñí y me giré en la cama, tratando de ocultar mi cara de los impertinentes rayos de sol que Stella estaba dejando entrar por la fuerza en la habitación apartando las cortinas. A pesar de mi lucha por seguir durmiendo, igual que todas las mañanas de la última semana, la americana me quitó el cobertor de un tirón sin piedad, destemplándome y disipando las brumas del sueño.

Gimoteé como protesta. Pero, obediente, me senté en la cama y miré con melancolía a la luz que entraba por la ventana, aceptando que no podía retrasar por más tiempo mi vuelta a la realidad. Dieciséis horas, me prometí. Podía aguantar despierta otras dieciséis horas y ser una persona normal durante ese tiempo. Luego podría volver a dormir.

Era irónico que actuara igual que cuando me escapé de la academia. Solo quería quedarme en la cama y refugiarme en la inconsciencia del sueño, mantenerme lejos de todo y de todos. Pero Stella no me había dejado caer en la autocompasión más de lo estrictamente necesario. Y en el fondo, se lo agradecía.

Llevaba una semana en la mansión Montessori, durmiendo en un cuarto de invitados y con su completa y total disponibilidad para asegurarse de que no me dejaba caer en la depresión. Mi semana se había reducido a dormir, leer los borradores de Stella y dejar pasar el tiempo en las distracciones que ella me organizaba dentro de la seguridad de aquella mansión.

Las lecturas habían amenizado los días, puesto que la americana de verdad hacía bien tomándose unos años sabáticos para escribir y, honestamente, apreciaba cualquier cosa que me diera algo con lo que distraerme de mis propios pensamientos. Pero estar en aquel lugar, teniendo que vivir bajo el mismo techo que una esquiva Veronica y junto a los recuerdos de mis desafortunadas noches en las fiestas de los Montessori, no había sido tan sencillo. Aunque tampoco tenía otro lugar al que ir; y aún no estaba lista para volver a Londres y enfrentarme a mi familia.

—No me gusta el sol italiano —protesté—. Aquí hace demasiado calor.

Ni siquiera el clima estaba de mi parte. El verano seguía avanzando inexorable hacia su cenit y la temperatura ya no era soportable para una londinense como yo. Al menos el sudor me daba una excusa para ducharme a menudo, ayudándome a aliviar la sensación de esas manos de nuevo en mi piel... obligándome a cambio a ver las marcas que todavía seguían ensuciando mi cuerpo allí donde él había descargado su crueldad.

—No puedes ir a la piscina si hace frío. Ahí está la gracia —me explicó mientras abría el armario que me habían llenado de ropa y me elegía un vestido largo pero ligero. Aquel estampado tan alegre no tenía nada que ver con mi estado de ánimo.

Pero tras un vistazo furtivo al apósito en su frente, no tuve valor para discutir con ella. Estaba herida por mi culpa. Así que si a cambio quería obligarme a estar en traje de baño para empujarme a plantar cara a mis miedos lo haría. Porque se lo debía.

Sin fuerzas, me levanté de la cama y me fui a darme una ducha antes de ponerme el vestido e ir a desayunar. Aquella habitación tenía baño propio y era amplia y de colores claros, con vistas al jardín interior donde estaba la piscina de la que hablaba Stella.

Aún no habíamos hablado de cuánto tiempo iba a quedarme allí, aunque sentía que tras una semana iba siendo hora de ponerme en marcha. Ya estaba abusando de su amistad y en realidad no tenía motivos para seguir retrasando mi vuelta a Londres.

Spencer seguía en la ciudad, pero ella había preferido un hotel bajo el pretexto de poder ponerse a trabajar cuanto antes en el caso. La confesión de Bill... No. De Burke, me recordé. Su confesión y mi propio testimonio bastarían para incriminar a Lane y Clearwater. El problema era Burke.

Palabra de Bruja SilenciadaWhere stories live. Discover now