Extra: Capítulo especial 13.5

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—¿Lo tienes?

Miré a Hugh Evans con simpatía, haciendo mi mejor esfuerzo por ocultar lo desconcertante que me resultaba ese muchacho. Cualquiera que nos viera allí, en la linde de los terrenos, justo al lado del laberinto, creería que estábamos tramando algo. Y por su actitud pensarían que estábamos traficando con drogas.

Y fue precisamente esa actitud la que me hizo sentir tan ridículo cuando saqué del interior de mi chaqueta su paquete. Ansioso, lo abrió allí mismo con prisa por confirmar que el interior ocultaba una enorme y variada bolsa de golosinas.

Lo admito, estaba intrigado. Aunque no necesitaba una excusa para echar un vistazo en sus intenciones. Siempre lo hacía cuando iba a aceptar un encargo, para asegurarme de dónde me estaba metiendo y con quién estaba tratando. Discutir si llamarlo «desconfianza» o «prudencia» quedaría en manos de los que quisieran perder su tiempo en juzgarme.

—¡Es genial! —exclamó entusiasmado—. ¿Cuánto te debo?

—Nada —le contesté con mi sonrisa más profesional.

Su expresión se volvió desconcertada. El joven galés no tenía ni la malicia de mantener cara de póker.

—Pero... son un montón... Y has corrido el riesgo de colarlas aquí, no sé...

Sí, el contrabando más patético de la historia.

—Está bien, Hugh. Solo ha sido un pequeño favor —contesté tomándome la sutil, pero nada casual, confianza de llamarle por su nombre de pila mientras le daba unas palmaditas en el hombro.

Cobrarle las pocas monedas que me habían costado los dulces no cambiaría nada para mí. Pero la gente agradecida, la que está dispuesta a devolverte un favor, es mucho más valiosa. Eso marca la diferencia.

Ante su inseguridad, le di un pequeño empujón.

—Creo haber visto a Lily camino de la biblioteca.

Un segundo antes de enrojecerse por completo, sonríe como un idiota enamorado. Pero luego solo parece incómodo de que sepa para quién son en realidad las golosinas. Como si no estuviera pensando a gritos en la sonrisa de su novia. O la que a todas luces decidirá serlo tras ese pequeño gesto romántico. Un chico dispuesto a regalarte contrabando para hacerte feliz parece una opción razonable como pareja.

Podría haberle ahorrado mucho sufrimiento dejándole saber que Lily llevaba esperando que le pidiera salir desde que se animó a sacarla a bailar en Samhain. Pero él parecía necesitar ese regalo para tener el valor suficiente para lanzarse y, sinceramente, a mí me beneficiaba más de esa forma.

No quiso pensarlo mucho más. Asintió conforme y echó a correr hacia la biblioteca tras farfullar un apresurado agradecimiento. Y yo anoté mentalmente que debía confirmar más tarde que todo hubiera salido bien entre esos dos. Hugh Evans estaba en mi lista de gente a la que prefería controlar teniendo satisfecha que atemorizada. Requería más esfuerzo pero daba menos quebraderos de cabeza a la larga.

Con ese asunto resuelto, me adentré en el laberinto para disfrutar por fin de mi tarde. Caminé apenas un minuto antes de que el camino se abriera para mí llevándome hasta el pequeño claro que consideraba casi mi rincón privado de la academia.

Elyse ya estaba allí, sentada en el césped que debía de estar húmedo y frío por las últimas lluvias, usando el banco de piedra como mesa. La única bruja de la academia que prefería usar un abrigo a hacer un encantamiento para caldear el aire a su alrededor. Hasta ese punto se había rendido con la magia.

—Parece que has empezado sin mí —dije como saludo, en fingido tono de reproche.

Giró la cabeza hacia mí y sus enormes ojos grises me dejaron sin aliento por un segundo. La intensidad con la que brillaba en ellos el entusiasmo al verme llegar me dejaba más débil de lo que querría sentirme nunca.

Palabra de Bruja SilenciadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora