Capítulo 30: El juego (III)

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Correr por un laberinto no es fácil. Ni siquiera puedo decir que me tomé mis minutos de ventaja para tratar de ubicarme o buscar alguna intersección por la que huir en función de si le oía venir por un lugar u otro cuando la pulsera cambiara de color. No, qué va. Había echado a correr como una loca hasta que la pulsera se puso naranja y luego verde; hasta que me dolieron los pies a pesar de la suavidad del césped y tuve que parar, resollando en busca de aliento. Hasta que —sí, efectivamente—, me perdí.

¿Cuánto tiempo debía de llevar corriendo? ¿Habrían pasado ya los diez minutos? Traté de controlar mi respiración y aguzar el oído. Seguramente Vince no corría, estaría siendo mucho más inteligente. Iría despacio esperando a oírme pasar corriendo sin control ni disimulo. Intentaría cazarme como una pantera, agazapado en algún rincón y reservando sus fuerzas...

Debía de ser tonta si podía imaginar tan claramente la estrategia "inteligente" de Vince y no aplicarme el cuento.

Me reí de mí misma y decidí tomar esa segunda vía. Intentar memorizar por dónde iba, vigilar los pasillos antes de entrar para asegurarme de que no estuviera cerca y de que la pulsera no cambiara de color, tratar de no hacer ruido andando, con pasos ligeros y calculados...

Todo muy sencillo hasta que la pulsera se puso naranja y entré en pánico.

Se me escapó un chillido nervioso y eché a correr por donde había venido casi histérica. Y estoy bastante segura de que oí de fondo cómo al italiano le entraba la risa con mi reacción.

Corrí hasta agotarme de nuevo antes de comprobar el color del sensor. Agucé el oído pero no le oía. Aunque en realidad no me había parecido que hubiera echado a correr detrás de mí. Más bien se había quedado riéndose en su pasillo. Sin prisa. O quizás...

Recordé vagamente aquellas tardes de verano en que Nancy había tratado de enseñarme a jugar al ajedrez, explicándome una estrategia tan lenta —y aburrida— que consistía en acorralarte con dos torres. Avanzaba fila tras fila, columna tras columna, hasta que ya no podías salir de la zona asediada. ¿Y si Vincenzo no estaba persiguiéndome porque estaba recorriendo el laberinto buscando sitiarme en una zona concreta? Sería muy propio de él haberse estudiado previamente un mapa de aquel lugar. Le pegaba más diseñar aquel juego como un reto intelectual que como una simple caza del gato al ratón. O más bien como una combinación de ambos.

Si actuaba sin pensar, corriendo de un lado para otro a lo loco, el juego sería tan fácil para él que le resultaría aburrida la victoria. Seguro que esperaba más de mí. A pesar de lo tonta que yo me sentía, él siempre me miraba con ese reconocimiento, valorando una inteligencia que él veía donde nadie más lo hacía. No quería decepcionarle.

Miré la esfera en mi mano brillando como una estrella. Llevaba en la mano mi victoria o mi derrota. Eso jugaba a mi favor, era él quien tenía que venir a por ella.

Tal vez no era más inteligente que él, pero intentaría ser astuta.

Me acerqué a una de las luces que había en el suelo, a los pies de los setos. Con cuidado, coloqué la esfera detrás, disimulando su luz con la del foco. Apenas se notaba que estaba ahí, sobre todo si no sabías lo que estabas buscando. Escondida a plena vista era mejor que en mi mano o... bueno, donde Vince había sugerido que la metiera.

El trato era que debía quitármela, pero no había explicitado que debiera llevarla encima, ¿no? Y en lo que tardaría en sonsacarme dónde la había escondido ya habría acabado el tiempo, seguro. Ya jugaba desde la derrota, así que usaría cualquier truco para ganar igual que haría él en mi lugar.

Me sentí un poco insegura al dejarla ahí, en el suelo, y seguir caminando sin ella. No podía estar segura de que Vince no la viera, era una jugada muy arriesgada... pero sin riesgo no hay victoria. Sobre todo cuando ya lo tienes todo en contra. Valía la pena intentarlo.

Palabra de Bruja SilenciadaWhere stories live. Discover now