Capítulo 24: La sirena

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Dante vino a traerme la comida. Y más tarde la cena. Ambas veces pregunté por Vincenzo y ambas veces me dio la misma respuesta: vendría cuando él quisiera. Y así pasó el domingo, en el que finalmente decidí usar la cama aunque me estuvieran vigilando.

El cansancio se había convertido en desánimo y, poco a poco, este en apatía. Al igual que cuando volví de Wrightswood, dejaba pasar los minutos entre mirar el vacío y dormitar para escapar de mí misma. Al menos dormida no me machacaba constantemente pensando en cómo yo había provocado todo aquello y en cómo era demasiado inútil para arreglarlo por mí misma.

Calculé que debía de ser lunes cuando sentí que el silencio y la soledad me estaban derrumbando por completo. El paso del tiempo se volvía difuso y me dolía la cabeza de tanto dormir, pero aun así seguía acurrucándome bajo las sábanas para volver a refugiarme en la inconsciencia.

Tal vez ese fuera el verdadero plan de Vincenzo: encerrarme para minar mi moral y que confesara voluntariamente sin esfuerzo por su parte. O quizás pretendía debilitarme psicológicamente para poder entrar en mi mente a la fuerza sin tanta dificultad. La sola idea me llenaba de rencor contra el italiano, echando un pulso contra mis demás sentimientos por él.

En un momento en que logré ánimos suficientes para salir de la cama, me puse a mirar los títulos de los elegantes volúmenes que colmaban las estanterías, en busca de algo en inglés con lo que matar el aburrimiento. No era una gran fan de la literatura ni tenía la cabeza centrada para leer, pero era lo único que se me ocurría para mantenerme cuerda. Para mi desesperación, todos estaban en italiano.

Tardé apenas unos minutos en decidir que no me importaba, que necesitaba algo que hacer para no volver a caer en ese oscuro lugar en lo más profundo de mi mente del que era tan difícil salir. Lo que fuera. Así que jugué conmigo misma a tratar de traducir los títulos hasta que uno de los volúmenes del dormitorio me llamó la atención. Racconti classici rezaba el lomo en letras doradas de aquel grueso tomo encuadernado en piel. No sabía de qué podía tratar pero me pareció simplemente bonito. Por suerte, no era un aburrido tomo de temas tediosos como filosofía, historia o derecho. Se trataba de un libro de cuentos con ilustraciones hechas a carboncillo.

A pesar de la diferencia idiomática, por los dibujos podía adivinar qué clase de cuentos populares eran y las imágenes fueron una agradable distracción. Al llegar al cuento de La Sirenita mis ojos se quedaron atrapados en la belleza desoladora de uno de los dibujos. Era el momento en el que la protagonista comprendía que estaba atrapada en un mundo que le era ajeno. Sola, perdida y sin su voz para hacerse entender por el príncipe que amaba.

Acaricié con suavidad la página, sintiendo el vínculo que me unía a ella, comprendiendo en su mismo silencio su dolor

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Acaricié con suavidad la página, sintiendo el vínculo que me unía a ella, comprendiendo en su mismo silencio su dolor. Necesité pasar las páginas, ver su final feliz para tener esperanzas sobre el mío queriendo creer que las similitudes entre ambas podrían llegar hasta ahí. Lo que encontré me heló la sangre. Como si fuera un presagio de mi propio final, descubrí que en aquella versión macabra el príncipe no se quedaba con ella. El silencio era una barrera imposible entre ambos y él se casaba con otra mujer. Al final, la pobre sirena moría y se convertía en un espíritu.

Palabra de Bruja SilenciadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora