Capítulo 18: La belleza de las estrellas

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—Creo que debo regresar a escribir mi testamento

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—Creo que debo regresar a escribir mi testamento... —improvisé deprisa, señalando el interior del negocio, cuando me encontré con la motocicleta aguardando por nosotros en el diminuto estacionamiento.

Sin pensarlo me di la vuelta, dispuesta a regresar a mi área segura porque no me subiría a ella ni por todo el dinero del mundo. No. A duras penas aceptaba subirme a un autobús porque no me quedaban más opciones, pero detestaba lo relacionado a vehículos. El simple sonido de un motor me revolvía el estómago y los recuerdos.

Sin embargo, no logré ir muy lejos porque Nael me sorprendió tomándome de la mano, deteniéndome. Pasé la mirada de la unión a su rostro donde encontré una sonrisa divertida, burlándose de mi rápida huida, creyendo estaba jugando.

—¿Qué pasa? ¿Nunca has subido a una? —curioseó.

—Jamás —declaré, mirándola con desconfianza, como si pudiera morderme.

—¿Te aterra la velocidad? —me preguntó contento, sin entender cómo podía ser tan valiente en algunas cosas y paralizarme en otras. En realidad, le tenía pánico a la muerte, pero no fui capaz de decírselo porque ese capítulo siempre lograba que se atascaran las palabras en mi garganta.

—¿Sabes conducir? —dudé.

—Me gusta creer que sí —concluyó de buen humor—. Llevo conduciéndola desde que hace más de cuatro años —explicó hablando en serio para que volviera a respirar. Me esforcé, obligué a mis pulmones a retener el aire—. Y hasta ahora mi historial está limpio.

—¿Cómo sé que no estás mintiendo? —expuse sin poder callármelo. Es decir, ¿qué tanto debes confiar para poner tu vida en las manos de alguien? Yo creí jamás podría hacerlo.

—Te recuerdo que eres tú quién tiene mi identificación —alegó ganando un punto. Suspiré soltando una risa al notar estaba siendo demasiado extremista, siempre lo era cuando el miedo tomaba el timón—. Esta moto es tal vez lo más valioso que tengo —me compartió en confianza.

Alcé una ceja, ladeé el rostro, estudiándola en todos los ángulos posibles, intentando hallar lo que la hacía especial, pero tras mi fugaz análisis no encontré nada especial. No fue hasta que noté en su mirada un deje de melancolía que comprendí su magia no estaba a la vista de otros.

—Entonces debemos cuidarla —comenté con solemnidad ganándome una de sus brillantes sonrisas—. ¿Se trata de algún regalo? —pregunté pecando de chismosa, deseando dar con la razón. Para mí esa era el motivo más lógico, tratar de preservar algo que te liga a un buen recuerdo.

—No, todo lo contrario —mencionó con una débil sonrisa, confundiéndome—. Fue lo primero que gané con mi propio esfuerzo, cuando creí que no tenía un futuro. Darme cuenta que era capaz de hacer algo por mi cuenta me hizo probar, por primera vez, la libertad de muchas maneras —me contó.

—La libertad... —murmuré.

—Sí —aceptó antes de tenderme un casco—, ¿quieres probar? —me invitó.

Un dulce y encantador dilemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora