Capítulo 4. Definitivamente él no es San Pedro, ni yo un ángel

720 136 410
                                    

No establecí un plan, decidí que improvisaría cuando volviera a verlo

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

No establecí un plan, decidí que improvisaría cuando volviera a verlo. Me emocioné porque según Andy nuestro encuentro no demoraría, solía visitar la cafetería todas las noches. Pero fallé, no hubo pista del chico misterioso durante días. Definitivamente su carrera como vidente terminó antes de comenzar.

Andy, apenado por su desatinada predicción, aseguró que era tan extraña su ausencia que comencé a creer que se trataba de una indirecta del universo que quería salvarlo de mis garras. Con todo el dolor del mundo lo di por perdido.

Y eso duró una hora, porque el caprichoso destino lo puso de nuevo en mi camino justo la noche que me había resignado a olvidarlo. De la nada la puerta se abrió, y al alzar la mirada contemplé como ingresó con aire pensativo, llevando un maletín colgando del brazo y un par de libros que dejó sobre la mesa sin hacer el menor escándalo. Mi corazón se enredó sin entender a qué estábamos jugando.

—Que conste que ya había tirado la toalla —expuse hablándole al cielo.

Sin embargo, no podía rendirme teniendo la oportunidad frente a mí. Solo tenía que hablar con él, un par de frases, con eso bastaría para un inicio... Pero había un pequeñísimo problema que era imposible pasar por alto: Celia.

Celia era la encargada de las mesas, una imponente morena de cabello a media espalda rojo oscuro, tan oscuro como el color que pintaba sus labios donde rara vez se asomaba una sonrisa. Apenas habíamos hablado, aun así cada que se acercaba resonando sus botas de casquillo tenía el impulso de persignarme. Esta noche no puedes darte el lujo de ser una cobarde, me animé sacudiendo la tensión de mis hombros, como si estuviera punto de entrar al ring.

—Hey, Celia —la saludé casual cuando dejó distraída la bandeja sobre la barra. Alzó la mirada confundida, como si se preguntara lo habría imaginado. Para su desgracia era real. Pasé saliva nerviosa al sentir sus ojos negros fijos en mí—. Estaba pensando que has trabajado mucho... —comencé condescendiente. Elevó una ceja—. Quizás necesitas un pequeño descanso. Si quieres yo puedo ayudarte a atender las últimas mesas... —propuse.

—Escucha, rubita —me cortó como si hubiera estado esperando leerme la cartilla desde que llegué. Fruncí las cejas ante el apodo. ¿Rubita?—. No sé qué pretendas, pero no me interesa —respondió de mala gana.

Suspiré ante el desencanto. Siendo víctima de su honestidad asumí que ella valoraría más la sinceridad que cualquier interpretación, por lo que cambié de estrategia.

—Te diré la verdad —me sinceré, suspirando. Me impulsé sobre la barra para que solo ella pudiera escucharme—. ¿Alguna vez has deseado ser la hada madrina de una inolvidable historia de amor...?

—No —escupió sin pensarlo dejándome con las palabras en la boca.

Bien, eso no era el final que esperaba, admití desconcertada cuando me dio la espalda.

Un dulce y encantador dilemaWhere stories live. Discover now