Capítulo 25: Sueños incumplidos

444 96 105
                                    

Hay cosas para las que, por más que se esfuerces, no naces

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Hay cosas para las que, por más que se esfuerces, no naces. En mi caso era la cocina, en serio lo intentaba, pero ni siquiera las clases intensivas de dos grandes cocineros sirvieron para lograr hacer más allá de un sándwich sin incendiar su preciosa cocina. Así que por el bien de todos, mi labor se reducía al control de calidad, mi parte favorita, y al decorado. Confieso que me sentía como una niña de preescolar espolvoreando azúcar glass, pero como la jefe cuando era la primera en probar.

Cubrí con el glaseado el último rol de canela antes de suspirar cansada. Había conseguido que las chicas del club compraran una buena dotación de roles a buen precio, las ganancias en su totalidad se las entregaría a su abuela como un pago por el hospedaje. Dejarían que pasaran algunos días y se calmara las cosas antes de visitar de nuevo la casa de mi tía.

El suspiro llamó la atención de Andy que a mi lado terminaba de limpiar la mesa, me dedicó un vistazo curioso sobre su hombro y aprovechando su atención deslicé mi dedo por el fondo de la mezcla de azúcar antes de tocar la punta de su nariz. Reí traviesa ante su mueca, arrugándola para intentar ver mi desastre. Por si las dudas, temiendo decidiera cobrar venganza, me escondí detrás de su abuela. Ahí estaba segura. Andy entrecerró sus ojos al entender su desventaja.

—A trabajar —me recomendó la mujer, con ese tono que pretendía ser mandón, pero sin llegar a serlo. Asentí obediente antes de rodearla para alcanzar una bolsa de celofán donde los empacaría.

—Tiene don de mando, en una de esas hasta podría dirigir su propia cafetería —opiné conteniendo mis ganas de darle un mordisco a esos suaves panes.

—No te creas, alguna vez lo pensé —confesó entrando en confianza, hasta Andy no disimuló la sorpresa—. Después de trabajar tantos años en una, se aprenden mañas y pensé que en lugar de cocinar para otros sería capaz de manejar la mía.

—¿Por qué no lo hizo? —cuestioné, su rostro se iluminó ante el recuerdo. Apostaba que de haberse arriesgado hubiera sido un éxito.

—Para esas cosas se necesita dinero, dinero que no tenía, no tengo y nunca tendré —resumió, amasando. Resoplé, el mismo mal de todos, cuántos sueños se quedaban a medio camino por no tener suficientes billetes. Yo ya estaría en Miami, vacacionando con el amor de mi vida.

—Bueno, tal vez podría empezar vendiendo a sus conocidas y amigos —mencioné. Los pasos grandes asustan, ir de poco a poco nos hace perder el miedo—. Si se anima, no podría quejarse, tendría en sus filas un par de tremendos ayudantes... —presumí, pero no pude terminar porque se me atoró el listón al hacer el nudo. Bueno, tal vez no tan tremendos.

—No lo niego, pero no, gracias, ya no estoy para esos trotes —se rehusó. Abrí la boca dispuesta a alegar que nunca era tarde, pero ella se me adelantó—. Y no porque no pueda, a estas alturas soy más cuerda que ustedes dos, sino porque no quiero andar trabajando —sentenció—. Quiero dedicarme a mí, hacer algo por mero gusto sin preocuparme por llevar las cuentas y tal vez si Dios me da vida ver a Andy cumplir algunos de sus sueños, abrir su propia pastelería, casarse y formar su familia.

Un dulce y encantador dilemaWhere stories live. Discover now