Capítulo 24: Fantasmas del pasado

414 100 156
                                    

El silencio nos envolvió, sumergiéndonos en pensamientos grises a los que no pude hacerle batalla

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

El silencio nos envolvió, sumergiéndonos en pensamientos grises a los que no pude hacerle batalla. A sabiendas jamás ganaría, permití que un desconcertado Andy asimilara la idea a la par yo me obligaba a reunir fuerzas para no derrumbarme pese a mis deseos de escapar. Una parte de mí solo quería olvidar, la otra reconoció que era injusto haber alborotado la mente de Andy con preguntas sin respuestas. Tomé el valor para mirarlo de reojo, estudiando la emoción que surcaba su rostro. Acabaría con sus dudas, aunque eso me costara despojarme de la armadura que me había mantenido con vida.

—Nací en una familia de maestros, todos se dedicaron a la enseñanza. Mi madre era una profesora maravillosa según sus alumnos, cariñosa y paciente. Incluso los niños conflictivos terminaban enamorándose de ella —comencé con una sonrisa melancólica—. Yo cursé la primaria y secundaria en el mismo colegio donde ejercía, así que pasábamos mucho tiempo juntas. ¿Lo imaginas? Amaba las mañanas donde corríamos porque se nos había hecho tarde y los regreso en las que improvisábamos nuestro propio concierto en el automóvil —le conté riéndome de nuestras locuras, deseando en silencio repetirlo—. Entonces cumplí quince años e ingresé a una preparatoria cercana, donde nuestra rutina siguió manteniendo cierto ritmo. Mis mañanas las pasaba entre libros, chismes de pasillo y juegos sin sentido, y las tardes estaban llenas de sus risas y abrazos. Era tan feliz —acepté, culpándome por no valorarlo. Ojalá hubiera tenido el poder de capturar cada segundo—. Creí que siempre se mantendría así, pero... Una tarde, me quedé después de clases para montar una obra que expondríamos en el taller de redacción y oratoria. Ella volvió a casa sola prometiendo pasaría por mí... —Pasé saliva tensa, empujando el nudo que cortaba como lija mi garganta—. Pero no regresó.

Jamás lo haría. Nunca volvería a ver su sonrisa por el cristal, agitando su mano para desearme un buen día, ni escucharía su voz mientras recorríamos las calles atascadas de tráfico.

—Esperé por horas, llena de miedo, de incertidumbre, hasta que papá apareció... Supe enseguida que algo malo había pasado, porque ella jamás desaparecía de esa forma, pero no imaginé qué tan terrible hasta que me lo contó. De camino a casa un automóvil impactó el nuestro, destrozó por completo el lado del conductor donde viajaba mamá. Ella... Tuvieron que ingresarla a terapia intensiva, después la indujeron al coma —intenté explicarle con una torpeza que nadie creería había escuchado el diagnóstico ciento de veces. Era solo que mucha de las cosas que pasaron durante ese tiempo seguían bloqueadas en mi cabeza.

Lo que mantenía vivo era el eco de mis pasos al correr por ese interminable pasillo, mi súplica desesperada para que me permitieran verla, la forma en que papá intentó contenerme. Era un tornado que deseaba destruir todo a su paso, como yo me sentía por dentro.

—El doctor nos explicó que tenían que valorar el daño, que debíamos tener paciencia —repetí sus palabras con un vacío en el corazón—. Pero ella no mostró ninguna mejoría con los días. El derrame había afectado una zona que no podían operar. No podía reconocerla cuando la vi, Andy, ahí, dormida, llena de tubos, conectada a aparatos, pálida y callada. No se parecía a mi mamá —acepté sintiendo el mismo paralizante dolor que me golpeó cuando pude verla por primera vez tras el accidente—, pero lo era. Debajo de esos moretones estaba la mujer que más amaba en el mundo. Y yo no pensaba abandonarla, como ella jamás lo hizo.

Un dulce y encantador dilemaWhere stories live. Discover now