Capítulo 13: Tratos familiares

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Había días en los que adoraba mi trabajo, llamados de pago, el resto era una lucha entre mis ganas de ser una adulta responsable y empezar un romance con mi cama

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Había días en los que adoraba mi trabajo, llamados de pago, el resto era una lucha entre mis ganas de ser una adulta responsable y empezar un romance con mi cama. Tras varias semanas trabajando sin parar el cansancio empezó a lanzar señales.

Ahogué un bostezo cuando deslumbré la entrada de mi casa, pensando en arrojarme al colchón. Mis pocos minutos libres los ocupaba durmiendo como un oso. Mi jornada me exigía pasar casi todo el día en Dulce Encanto y el domingo, mi única tarde de descanso, la dividía en las clases dominicales y las visitas a mamá Lena en casa de Andy. Estaba feliz, pero también exhausta.

—Ya pensé que no vivías aquí —me saludó animado Silverio saliendo de casa.

No me sorprendió verlo, solía cenar con la familia casi todas las noches. A veces envidiaba él pasara tanto tiempo ahí.

Le dediqué una sonrisa cansada, encogiéndome de hombros. No hablábamos mucho, no por disgusto sino porque solía llegar cuando él iba de salida, pero lo tenía en un buen concepto porque mi prima parecía muy contenta a su lado.

—A veces pienso lo mismo —admití con un deje de diversión—. Creo que debería pagar una cuota por noche como si se tratara de un hotel —mencioné acariciando mi tenso cuello. Necesitaba un masaje.

—Trabajas demasiado —opinó, echando sus manos a los bolsillos.

—No tengo otra opción, debo ahorrar dinero —conté desganada.

Cubrí mi boca ocultando otro indiscreto bostezo, parecía que me tragaría al mundo.

—¿Y eso? ¿Piensas mudarte? —curioseó intrigado por mi determinación, dándole un vistazo a la casa a su espalda sin encontrar algo malo en ella. No hallaría nada, ese era el hogar perfecto, perfecto por un pequeño detalle: no era mío.

—Pues... Sí, ese es mi segundo objetivo —admití un poco abochornada por no saber ordenar de forma inteligente mis prioridades—. Primero voy a comprar mi boleto —sentencié, olvidándome de la vergüenza. Después de cumplir esa meta podría ir escalando a otros más ambiciosas.

—¿Boleto? —repitió, frunciendo las cejas, extrañado.

Reí por su expresión, tampoco lo culpaba.

—Oh, sí, quiero ver a Chayanne. Vendrá en unos meses y he decidido ir a su concierto —resumí, simple, sin entrar en detalles—. Pero de todos modos aún es solo un sueño... —reconocí siendo realista. Silverio no hizo ningún comentario, pareció escucharme atento, sentí que en verdad me estaba prestando atención. No había juicio en su mirada, eso me hizo bajar la guardia—. Tengo solo la mitad y el tiempo en contra —lamenté.

No había logrado reunirlo tan rápido como me hubiera gustado, porque lo poco que ganaba lo dividía entre el dinero que le daba a mi tía por mi estadía en su casa, las copias para estudiar y mis gastos. El resto lo dividía en dos frascos. Aunque últimamente la desesperación me había hecho meter más monedas en el que tenía el nombre del puertorriqueño.

Un dulce y encantador dilemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora