En los pliegues del tiempo, un anciano, con la sombra del pasado pintada en sus ojos, repetía incansablemente que la sonrisa era el bálsamo contra la tristeza más honda. Cada año y cada momento, sus labios murmuraban esta verdad con la esperanza de convencerse de que la vida merecía ser vivida plenamente. Sin embargo, tras esa máscara de optimismo, yacía un hombre que nunca conoció la plenitud de la felicidad.