Él era delgado. Tan delgado como una barita de nardo. Era pequeño y casi siempre la ropa le quedaba holgada. Era como un pequeño colibrí. Lo que no tenia en tamaño lo tenia de explosivo, su ternura y su lenguaje eran una extraña metáfora de la irreverencia y la petulancia. De todas las cosas que el representaba, la que mas me fascinaba era su virtud de transformar las cosas y volverlas cálidas. Todo lo que él tocaba siempre adquiría un aroma a sal, como el mar, incluso si llegaba a acariciarlas con solo sus palabras estas se impregnaban de su esencia. Casi siempre lo que mas amamos es lo que mas nos destruye. -Es como una desafortunada ley de termodinámica- En todo el tiempo que estuve a su lado, un lapso que por cierto me resulto un parpadear, todas estas cosas maravillosas en él se fueron apropiando poco a poco de pequeños fragmentos de mi, y segado por un sentimiento que perduro casi eternamente me deje hundir ante su ausencia.