Pecado con sabor a chocolate...

נכתב על ידי DeBeLassal

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Minerva es una joven llegada hace poco tiempo a la ciudad de Nueva York, con la ilusión de trabajar para uno... עוד

SINOPSIS
PRÓLOGO
CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO TRES
CAPÍTULO CUATRO
CAPÍTULO CINCO
CAPÍTULO SEIS
CAPÍTULO SIETE
CAPÍTULO OCHO
CAPÍTULO NUEVE
CAPÍTULO DIEZ
CAPÍTULO ONCE
CAPÍTULO DOCE
CAPÍTULO TRECE
CAPÍTULO CATORCE
CAPÍTULO QUINCE
CAPÍTULO DIECISEIS
CAPÍTULO DIECISIETE
CAPÍTULO DIECIOCHO
CAPÍTULO DIECINUEVE
CAPÍTULO VEINTE
CAPÍTULO VEINTIUNO (PARTE UNO)
CAPÍTULO VEINIUNO (PARTE DOS)
CAPÍTULO VEINTIDÓS
CAPÍTULO VEINTITRÉS
CAPÍTULO VEINTICUATRO
CAPÍTULO VEINTICINCO
CAPÍTULO VEINTISÉIS
EXTRA ISABELLA
CAPÍTULO VEINTISIETE
CAPÍTULO VEINTIOCHO
CAPÍTULO VEINTINUEVE
CAPÍTULO TREINTA
CAPÍTULO TREINTA Y UNO
CAPÍTULO TREINTA Y DOS
CAPÍTULO TREINTA Y TRES
CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO
CAPÍTULO TREINTA Y CINCO
CAPÍTULO TREINTA Y SEIS
CAPÍTULO TREINTA Y SIETE
CAPÍTULO TREINTA Y OCHO
CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE
CAPÍTULO CUARENTA
CAPÍTULO CUARENTA Y UNO
CAPÍTULO CUARENTA Y DOS
CAPÍTULO CUARENTA Y TRES
CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO
CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO
CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS
CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE
CAPÍTULO CUARENTA Y OCHO
CAPÍTULO CUARENTA Y NUEVE
CAPÍTULO CINCUENTA
EPÍLOGO
AGRADECIMIENTOS Y AVISO IMPORTANTE

CAPÍTULO DOS

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נכתב על ידי DeBeLassal

MALAS PRIMERAS IMPRESIONES 



—¿Y quién diablos eres tú?

La voz de uno de los chefs más reconocidos del mundo suena demandante y aterradora como la mierda por partes iguales. Sin embargo, soy una persona que se caracteriza por mantener la calma en momentos que lo requieren, por lo que haciendo acopio de toda mi paciencia, respondo con firmeza:

—Mi nombre es Minerv...

—No te he preguntado cómo demonios te llamas: he preguntado quién diablos eres tú —me interrumpe.

Me cuesta unos segundos responder, ya que no tengo ni idea de que debería decir por qué claramente no está preguntando mi nombre. Pero antes de que pueda decir esta boca es mía, el cabello rubio platino de Isabella entra en la estancia, llamando la atención de los presentes.

—Ella es el reemplazo de Lilial —dice, a modo de explicación.

—Ella no es el reemplazo de Lilian —dice mi jefe, lanzándole una mirada de reojo para volverlos nuevamente a clavarlos en mi.

—Claro que es el reemplazo de Lilian —refuta Isabella.

—El reemplazo de Lilian, es alguien que yo mismo entreviste, Isabella —responde Greco con dureza. —Y puedo asegurarte que no es esta niña —agrega al final.

—¿No eres tú...? —Pregunta Isabella, mirándome fijamente.

—Yo...yo no... —comienzo diciendo, sin embargo no hay manera en el mundo de que pueda defenderme de lo que hice.

—A mi oficina, ahora —sentencia Greco ante mi balbuceo incoherente.

Suspiro antes de comenzar a caminar detrás de Isabella, que me mira de reojo, aunque no lo hace de manera acusadora y aquello es algo que me sorprende.

Cuando quiero darme cuenta, luego de subir unas cuantas escaleras, me encuentro frente a una enorme puerta de roble oscuro, que son abiertas por Pierce, invitándonos a pasar a Isabella y a mi antes de entrar por último él.

Me adentro en la espaciosa oficina, concentrándome en cualquier cosa que no sea Pierce Greco, por lo que termino analizando lo que hay a mi alrededor, que consiste en un ventanal enorme a mi derecha con vistas a la enorme ciudad de Nueva York, escuchando el bullicio del exterior.

El escritorio parece ser de roble oscuro y brillante, donde tiene algunos documentos desperdigados y un monitor donde se ven las cámaras de seguridad.

De manera inevitable, mis ojos terminan encontrándose con los de mi jefe, que me escrutan con la mezcla exacta entre interés e indiferencia una vez que se deja caer en su asiento de cuero negro.

—Las escucho —dice con sarcasmo, como si todo esto fuera un complot en lugar de un enorme malentendido.

—Es mi culpa —comienza diciendo Isabella. —Ella llegó y siquiera la deje explicarse.

—¿Y por qué demonios hiciste eso, Isabella? —Pregunta él en un siseo molesto.

—No podía encontrar a Katherine por ningún lado, tu no respondías el teléfono y el servicio estaba por comenzar —dice de manera atropellada. —Sabía que el reemplazo llegaría hoy, por lo que di por hecho que sería ella. 

Antes de que Greco pueda abrir la boca, la puerta se abre y una mujer de unos cincuenta años entra por ella.

—¿Qué está pasando? —Pregunta, con el ceño fruncido.

—No lo se, tu dime Katherine —responde Greco con ironía, sus dedos entrelazados entre sí.

—¿Qué haces tú aquí? —Pregunta mirando en mi lugar.

—Yo... —vuelvo a decir, sin embargo vuelven a interrumpirme.

—Estaba reemplazando a Lilial —responde mi jefe o ex jefe por mi.

—¿Cómo? —Pregunta ella, alarmada. —Pero si tenías cita para trabajar de moza —agrega.

—Es que... —intento decir nuevamente.

—Creí que era el reemplazo de Lilian y la mande a la cocina —dice Isabella, por supuesto interrumpiéndome.

—¿Por qué hiciste eso? —Pregunta la mujer alarmada.

—Por que no podía encontrarte por ningún lado —responde la rubia lo obvio, y pareciera como si se contuviera para girar los ojos.

Cuando la mujer clava los ojos en mí, sé que tengo que dar mi versión de los hechos, por lo que armándome de valor, digo:

—Te había comentado por nuestra llamada que tenia experiencia en la cocina por más que concursara para trabajar de moza, creí que tal vez había un mal entendido y que iban a tomarme una prueba en la cocina —agrego al final, con un encogimiento de hombros.

—Isabella, vuelve a tu puesto de trabajo —dice Pierce—, luego hablaré contigo.

La muchacha se queda mirándolo por unos segundos a los ojos, como si quisiera rebatir algo, sin embargo se levanta y dedicándome una mirada que me sabe a disculpa, sale de la oficina.

—Aquí dice que no tienes ningún estudio de cocina —comienza diciendo Greco, mientras mira en su computador, con lo que supongo es mi curriculum—, Minerva Wilson.

Cuando mi nombre sale de sus labios algo dentro de mi se remueve con violencia y tengo que concentrarme en dejar mi rostro sereno para que no se dé cuenta.

—Tengo experiencia en la cocina —me limito a responder.

—¿Con veinticuatro años? —Responde y aquello me suena a burla.

No respondo, sino que lo miro fijamente, dándole a entender que sus insultos irónicos e infantiles no me afectan. En realidad si lo hacen un poco, pero el idiota que iba a ser mi jefe no tiene por que saberlo.

—¿Cómo llegaste aquí? —Pregunta al final, pero esta vez sin embargo está mirando a Katherine.

—Trabajo en el restaurante de unos conocidos míos, me puse en contacto con ellos y tiene buenas recomendaciones, Pierce —comienza diciendo la mujer a mi lado—, la cité yo aquí hoy, sin embargo no llegué a la hora acordada.

—¿Se puede saber por qué? —Pregunta él.

—Sabes por qué —responde ella con simpleza, sin dejar de mirarlo fijamente.

—Hablaremos después, Kathe —dice, a modo de despedida.

«Mierda, me voy a quedar sola con él»

«Mil veces mierda»

Greco suspira con algo parecido al fastidio antes de volver a clavar sus ojos nuevamente en los míos una vez que Katherine sale de la oficina y tengo que contener el impulso de removerme incómoda por su penetrante mirada.

—No eres de por aquí, ¿verdad? —Vuelve a preguntar.

Si bien esa podría tomarse como una inocente pregunta, me suena a ironía por el tono condescendiente y burlón.

«Putos neoyorquinos...»

—Soy de Denver, Colorado —contesto. Y aunque quiero evitarlo, no puedo evitar la molestia en mi voz—. Llegué a Nueva York hace algunos meses.

—Bueno... —murmura él mientras se echa hacia atrás en su sillón de cuero negro, que rechina ante el movimiento mientras se cruza de brazos, sonriendo de medio lado—. No sé cómo serán las cosas del lugar de dónde vienes, pero a mi cocina no entra más que personal autorizado.

—Comprendo —respondo, porque no sé qué otra cosa decir.

—Espero que entienda que en mi equipo solo trabajan los mejores, gente que se ha pasado más de la mitad de su vida entre los fogones, que ha ido a las mejores escuelas de cocina del mundo, personal entrenado y competente —explica como quien se sabe un mantra de memoria—, y por lo que he podido leer en su currículum, apenas ha terminado el instituto.

Mis mejillas se ponen carmesí ante su insulto. Sí, tiene razón, no tengo estudios registrados en ninguna prestigiosa institución de chefs de alta cocina, sin embargo sé cocinar, más de lo que puede llegar a imaginarse. Pero no abro la boca, sino que me mantengo callada, presa de su mirada azulada, que me mantiene inmóvil en mi lugar.

Pierce asiente para sí mismo y se humedece el labio inferior en un gesto pensativo.

—Entiendo que lo hizo porque un superior así lo permitió y teniendo en cuenta que prácticamente recién llegas, me imagino que no está enterada de las normas, pero espero que comprenda que no puede meterse nadie en la cocina sin mi expreso consentimiento. Este restaurante es uno de los mejores que hay en Estados Unidos y me atrevo a decir que uno de los mejores del mundo. Entiende el por qué le estoy diciendo esto, ¿verdad?

—Sí, señor —respondo bajando la mirada y sintiéndome un tanto avergonzada, aunque no sé muy bien por qué—. No volverá a ocurrir.

—Lo siento —agrega, haciendo que levante la mirada con expresión confusa—, no la he tratado de una forma educada y me disculpo por ello —comenta a modo de excusa.

—Es su restaurante, señor. Está bien que preserve sus intereses —respondo junto con un encogimiento de hombros.

—De todas maneras, me disculpo —repite mientras se toca con el dedo índice su labio inferior, haciendo que mis ojos se claven en él.

«Demonios, Minerva: no lo mires así.»

—¿Es todo? —pregunto.

—Es todo —responde poniéndose de pie y dándome paso para que también lo haga. Sin embargo y para mi total sorpresa, Pierce estira su cuerpo y me extiende la mano—. En el caso de que la señora Stone la considere apta, bienvenida a La Truffe Rouge, Minerva.

Mi mano, que es notoriamente pequeña en comparación con la suya, se pierde en el interior de la suya. Su mano es cálida, fuerte y suave, por lo que temo que la mía esté sudada debido al nerviosismo que me causa su presencia.

—Gracias —susurro liberando mi mano, ya que mi jefe parece haberse olvidado de que la sostenía—. Que tenga buena noche —agrego a modo de despedida, antes de darme media vuelta y salir como alma que lleva el diablo de la sofocante oficina.

Una vez que cierro la puerta, termino apoyándome en ella, intentando acompasar mi respiración lentamente. Pero me doy cuenta de las cámaras y como Pierce las miraba, por lo que me apresuro a bajar las escaleras antes de ser descubierta con un colapso hormonal.

La señora Katherine está esperándome ni bien las escaleras terminan, es por eso que al chocar de lleno con ella, me hace una seña y esta vez me dirijo hacia una pequeña oficina en comparación con la de Pierce.

Me pregunta si todavía —a pesar de lo que pasó hace un rato— sigo interesada en el puesto de ayudante de camarera, contestó con un eufórico si, por que vamos, que no puedo perderme esta oportunidad a pesar de las vergüenzas muchas que pase hace un rato.

Katherine me mira fijamente por unos instantes que me resultan incómodos, sin embargo termina suspirando y me dice que debo venir hoy a las siete de la tarde nuevamente, que dependiendo de cómo me maneje en el salón, me contrataran o no.

Cuando salgo de aquella asfixiante oficina, siento que vuelvo a respirar con alivio, mientras me dirijo nuevamente a los cambiadores.

—Lo siento —dice una voz detrás mío, deteniendo mi andar. —Lo siento muchísimo —dice Isabella.

Lleva las manos entrelazadas con un gesto que parece de súplica, mientras sus ojos brillan con vergüenza al igual que sus sonrojadas mejillas.

—No te preocupes, no fue toda la culpa tuya —digo, restándole importancia.

—¿Aún tienes trabajo? —Pregunta, con una mueca de preocupación pintada en todo su rostro.

—Por el momento estaré a prueba —contesto con un encogimiento de hombros.

—Gracias a Dios —suspira ella dramáticamente. —De verdad lo siento.

—No te preocupes, de verdad —digo—. Ahora tengo que cambiarme e irme, tengo turno en la noche.

—Si, lo siento, no te entretendré más —dice, asintiendo y dándose media vuelta con su cola de pelo moviéndose de un lado a otro.

Cuando termino de cambiarme son más de las tres de la tarde y hago oídos sordos a los murmullos de todos los trabajadores que me miran al pasar, como si cada uno de ellos supiera lo que pasó hace un rato y no es como si me sorprendiera, de un momento a otro todos lo sabrían.

El aire caliente da de lleno en mi rostro, haciendo que automáticamente sienta la ropa pegada a mi piel.

El camino a mi auto me resulta agotador y una vez que llego y me dejo caer dentro de él, casi quiero volver a salir, ya que no decido donde hace más, calor si dentro del auto o fuera de él, de todas maneras me obligo a ponerlo en marcha y hacer mi camino a mi departamento, tengo que darme un baño y quitarme el sudor y olor a comida que llevo encima.

Una vez en mi departamento, Pimienta —mi gato— comienza a maullar con desesperación y dramatismo nada más escucharme entrar por la puerta.

—Si, lo sé, lo sé —digo, mientras lo siento restregarse entre mis piernas. —Tu siempre tienes hambre, embaucador —farfullo con cariño.

Él en respuesta solo maúlla más fuerte, como si estuviera dándome la razón y a su vez pidiéndome que me apure.

Una vez que pongo su comida en su plato, me dejo caer en mi cama con cansancio, mientras observo el reloj a lo lejos marcando que faltan quince minutos para las cinco.

Si, mi auto tardo una eternidad en volver a arrancar.

Me obligo a ponerme nuevamente de pie para ir a darme un baño de agua fría que me refresque un poco y que también me despierte, ya que si quiero tener el trabajo en La Truffe Rouge debo dar una buena impresión, o por lo menos una mejor que la que di hoy.

De todas maneras no puedo evitar que una sonrisa de satisfacción se forme en mi rostro, demonios, estuve en la cocina de Pierce Greco, trabaje en ella como si fuera una profesional y ni que hablar de lo caliente que él es.

Una carcajada histérica sale de mi garganta, mientras ahogo un gritito contra la almohada.

Si, así de loca me pone saber que tengo la oportunidad de trabajar con uno de mis ídolos, sin siquiera imaginarme de todo lo que pasará de aquí en adelante. 




***

Hola Lindas Frecitas

Si, aquí un nuevo capítulo... 

La cosa va poco a poco, ¿si? Me gusta que las historias vayan a su ritmo sin apresurar nada. 

¿No aman toda esa tensión?

¿Qué les pareció Pierce?

¿Que les viene pareciendo Minerva?

No se olviden de votar y contarme qué les pareció. 

Gracias por leerme cerecitas. 

Debie 

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