CAPÍTULO VEINTE

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DE VISITAS INESPERADAS Y PENDEJAS 





—Ve a atender, ¿a qué esperas? —Murmura Philipe con su acento bien marcado, sin embargo no puedo reaccionar, no puedo hacer más nada que quedarme allí petrificada. —Minerva... —insiste, dándome un ligero empujón en la espalda para que avance.

En ese momento reacciono y avanzo como si de una autómata se tratara, con la carta en mano, acercándome lentamente a su mesa.

Isabella me larga una mirada extraña y preocupada, seguramente por que debo estar pálida de la impresión, sin embargo niego con la cabeza, haciéndole saber que estoy bien.

O por lo menos eso creo. 

—Minerva va a atenderla —murmura ella, antes de alejarse.

—Hola querida —dice mi comensal con una sonrisa auténtica, que se dibuja en sus facciones arrugadas pero delicadas.

Todo en ella lo es, a pesar de la edad con la que carga.

—¿Qué estás haciendo aquí, Genevieve? —Murmuro, con los dientes apretados.

—Disculpa, ¿nos conocemos? —Dice ella, haciéndose la loca.

—Genevieve, ¿qué demonios estás haciendo aquí? —Insisto, perdiendo un poco la paciencia.

—No maldigas, jovencita —me reprende.

—No estoy maldiciendo, demonios no es una mala palabra —respondo, rodando los ojos.

—Es el contexto en el que usaste la palabra...

—Genevieve... —advierto.

—¿Que? —Pregunta ella, perdiendo un poco también la compostura. —¿Ahora no puedo ver a mi...?

—Shhhhhh —la corto, acercándome para que no pueda decir esas palabras. —No lo digas.

—¿Por qué? —Dice ella, tomándose del pecho y fingiendo que mis palabras la han lastimado. —¿Acaso te avergüenzas? —Pregunta, intentando manipularme.

—Sabes que no es eso —respondo de inmediato, ella sabe que jamás me avergonzaría de ella. —Sabes porque lo estoy pidiendo.

Algo en su mirada se oscurece nada más aquellas palabras salen de mi boca y automáticamente me arrepiento de haberlas dicho, porque ella no se merece este trato que le estoy dando.

—Lo siento —digo de inmediato.

—Está bien, fue un error venir —dice ella, con la mirada cabizbaja. —Será mejor que me vaya.

—No —digo, poniendo una mano en su hombro para evitar que se ponga de pie—, lo siento, ¿vale? Es que me sorprendiste, no esperaba verte aquí.

—Tal vez si me atendieras el teléfono, podría haberte avisado.

—Pero si hablamos anoche —murmuro con indignación.

—Te llame en la mañana.

—Sabías que estaba trabajando y que no podría atenderte —digo, porque la conozco.

Ella aparta la mirada, porque sabe que si me hubiera dicho que vendría, le hubiera dicho que no lo haga y aquello no hace otra cosa más que crear un agujero en mi pecho por lo injusto que es todo esto.

—Es solo que te extrañaba demasiado, mi niña —susurra y tengo que parpadear varias veces para espantar mis propias lágrimas cuando veo como los ojos de ella brillan con tristeza—, se que no debí venir, pero...

Pecado con sabor a chocolate [+21] ©️ LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora