CAPÍTULO CUARENTA Y UNO

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EL AMOR DESPUES DEL AMOR 




Siempre me había gustado ser capaz de reconocer el amor allí por cualquier lugar donde miraba, tanto en la gente que conocía como en la que no conocía; siempre fui una observadora de los gestos, de las actitudes, pero por sobre todas las cosas, de las miradas.

Basta una sola mirada para saber si allí hay amor y no me refiero solo al amor en sí romántico, porque hay muchísimos tipos de amor:

El de la familia, los amigos, las parejas..., etc.

Asique si, supe que esa era Alyssa nada más ver la manera en la que miraba a Pierce y si, también la manera en la que él la miraba a ella, aunque intentaba disimular.

Pero si tengo que ser sincera conmigo misma, no me enoje.

¿Dolió? Si, dolió, un montón, pero no me enoje, no podía, ¿sabes porque? Porque soy una persona que siempre va a celebrar el amor.

Siempre.

Y tal vez pienses que soy un poco masoquista, pero yo, Minerva, no podía ser egoísta, porque a pesar de todo, el amor era algo que solía ansiar, quería sentirme así de nuevo.

Porque si, por más que todo con mi primer y único novio se haya enfermado de la manera en que lo hizo, eso no quiere decir que no hayamos sido dos chicos que aprendieron a amar juntos, que recorrieron un camino desde muy pronta edad, que se convirtieron prácticamente en uno sin siquiera poder evitarlo, porque el amor de Harold, en un principio, fue de esos que lees en los libros, fue una especie de amor arrasador.

Después de haber perdido mi virginidad con él, tarde dos días en volver a la escuela, dos días en los cuales no había recibido ninguna llamada suya nunca.

Y cuando regrese, me encontré con que él pasaba de mi, pero si algo nos había pasado siempre a los dos, fue que no había manera en el mundo de ocultar lo que nuestras miradas decían y la de él, al igual que la mía, estaba destrozada.

Es por eso que no entendí muy bien porque se había alejado, porque no se me acercaba, porque no se disculpaba conmigo después de todo.

No fue sino hasta una semana después, cuando mis ojeras eran, al igual que las de él, profundas:


—Ann... —había susurrado en mi dirección.

Con miedo.

Con pena.

Con dolor.

Lo ignoré, por supuesto, porque yo también tenia miedo y pena y dolor.

—Ann... —insistió, viéndome agarrar los libros de mi casillero para la última clase del día.

Me giré a mirarlo, porque quería que dijera lo que tenia que decir, quería que por fin me dejara, que terminara lo que había empezado aquella fatídica noche en mi cuarto.

Quería ser libre de estar atada a él, quería atravesar mi dolor en paz, quería que terminara.

—¿Qué? —Pregunté, mordiéndome con fuerza el interior de la mejilla.

Tanto que hasta me hice sangre, porque aquello era lo único que podía distraerme de las lágrimas, de la angustia que sentía en el pecho y que no me dejaba respirar.

—Lo siento —susurró y podría haber jurado que sus ojos brillaban como nunca antes los había visto brillar. —Lo siento tanto.

—Yo también lo siento —respondí después de un rato en silencio en el que solo nos habíamos quedado observandonos.

Pecado con sabor a chocolate [+21] ©️ LIBRO 1Where stories live. Discover now