Sueños de Cristal

By LunnaDF

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HISTORIA PUBLICADA POR NOVA CASA EDITORIAL - SEPTIEMBRE 2017 Se dice que todos tenemos un ángel de la guarda... More

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Booktrailer
Sinopsis
*** Puntos de Venta ***
Epígrafe
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Epílogo

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By LunnaDF

Elisa sintió paz, como si de pronto todo el dolor, el cansancio, el terror que hacía solo unos momentos la habían invadido por completo, simplemente se disiparan. Como si un viento fresco y suave se llevara todo a su paso. Su cuerpo se sentía liviano y tranquilo. Abrió lentamente los ojos para intentar acostumbrarlos a la blancura extrema que le rodeaba. No sabía dónde estaba ni qué había sucedido. Lo último que recordaba era la intensa mirada de Caliel rogándole que aguantara un poco más.

—¿Caliel? —susurró apenas y se movió con sigilo intentando buscar hacia los lados.

No había nada. No había nadie. Todo era blanco, luminoso, pacífico y silencioso. De pronto el corazón de Elisa se empezó a acelerar de solo pensar que se había separado de aquel ser que lo había acompañado toda su vida. Se levantó de golpe sin pensar en nada más que en encontrarlo y se puso a corretear sin rumbo fijo gritando su nombre.

—Caliel... ¡Caliel!

Elisa sintió el eco de su propia voz repitiendo ese nombre un sinfín de veces y sin saber cuánto había pasado desde que había llegado a ese sitio, se dejó caer rendida sobre sus rodillas.

El suelo era de arena suave, como la de la playa pero al igual que todo a su alrededor, era blanco. Clavó sus dedos tomando un puñado entre sus manos y dejando que los pequeños y finos granos se derramaran por los costados. Brillaban ante la claridad del lugar como si fueran pequeños cristales tornasolados ante la luz. Levantó la vista buscando una salida, un camino, un horizonte, una señal, pero no había nada. Estaba inmersa en una blancura intensa e infinita.

Se levantó de nuevo para caminar e intentar encontrar alguna respuesta y a medida que fue dando tímidos pasos, oyó clara la voz de Caliel.

«Volaría hasta el infierno si fuera necesario».

—¿Caliel? —buscó el sitio desde donde provenía la voz pero solo escuchó el eco repitiendo la frase hasta apagarse. Siguió caminando mientras las lágrimas comenzaban a descender suavemente por sus mejillas empapando su rostro.

«No te soltaré jamás».

La voz de Caliel volvió a sonar clara y firme como si estuviera a su lado. Por un instante Elisa pensó que quizás había perdido la posibilidad de verlo pero que él seguía allí. O tal vez estaba soñando. Tal vez era uno de esos sueños donde ella se encontraba sola y luego lo llamaba y él ingresaba en su ayuda.

—¡Caliel! —intentó de nuevo sin éxito y entonces se dejó caer de nuevo en el suelo, rendida, agobiada, agotada. No físicamente, ya que de alguna extraña manera el cansancio se le había pasado, sino anímicamente, era como si su alma le pesara, como si le costara seguir cargando con el peso de su espíritu.

Volvió a tomar un puñado de esa arena blanca entre sus manos y la levantó para dejarla caer y ver esas partículas luminosas. Tenían reflejos violetas, lo que le recordó los ojos de Caliel cuando era su ángel. Aquella mirada que tan extraña le había resultado cuando era solo una niña pero que rápidamente se convirtió en su faro, su guía, en su luz.

Se preguntó si acaso había sido castigada y condenada a vagar por ese desierto pacífico debido a que se había enamorado de su ángel de la guarda y suspiró recostándose por completo en el suelo. De pronto el cielo blanco fue tornándose gris y una nube oscura se posó sobre ella. Elisa se alteró sintiendo ansiedad, temor, incertidumbre, pero entonces la nube grisácea fue mostrándole escenas de su vida, como si se tratara de un televisor y ella estuviera viendo un programa.

Reconoció momentos de su infancia, desde su nacimiento hasta el momento en que comenzó a ser capaz de ver a Caliel, lo veía a su lado, sonriendo, cuidándola, protegiéndola. Sus lágrimas volvieron a caer como si de una represa abierta se tratara pero ella no intentaba contenerlas. Su mente vagaba a la idea de vivir una eternidad sin él y aquello le parecía mucho más doloroso que cualquier cosa que hubiera experimentado.

Elisa se sintió extraña, nunca antes había estado sola, nunca antes había experimentado el estar por su cuenta. Caliel siempre había estado allí y temía no poder continuar sin él. Observó su propia imagen creciendo en aquella nube que proyectaba su vida y le recordaba los momentos más importantes de ella. Recordó a su padre abrazándola y lloró aún más, a su madre sufriendo la partida de su padre y la vez que le dijo que cuando encontrara el amor no lo dejara pasar y se lo dijera cada vez que podía.

Un calor se extendió a lo largo de su pecho. Era como si con solo pensar en él, el miedo y la tensión se disiparan. Se vio a sí misma atravesar la oscuridad a su lado y admitir que lo amaba. Sí, lo amaba; lo amaba como se lo había dicho y mucho más. No podía ni siquiera imaginarse cómo saldría adelante sin él, sin embargo en la última escena antes de que la película de su vida acabara, se vio a sí misma herida y con los ojos abiertos, vidriosos, sin vida, mientras Caliel sollozaba y la abrazaba atrayéndola hacia sí. Luego de eso la nube se volvió blanca mientras Elisa se preguntó a sí misma si acaso estaría muerta.

—¿Papá?¿Mamá? —preguntó sintiendo una punzada de esperanza.

Una vez había oído que cuando alguien moría los familiares que habían muerto primero esperaban al alma para ayudarla a cruzar al otro lado. ¿Dónde estaban sus padres? Si ella estaba muerta, ¿no debían estar por allí, aguardando por ella?

Nadie respondió.

Elisa siguió caminando hasta que de pronto su cuerpo chocó de lleno contra algo. Era como una pared, una invisible y fría. Elisa tanteó aquello que parecía una especie de ventanal de vidrio, que la separaba del otro lado. Observó a través del cristal y de pronto al otro lado comenzó a distinguir algunas figuras. Parecía ser la estructura de una ciudad en ruinas. Había personas, imágenes de una guerra que al principio Elisa no pudo entender. Luego vio a gente sufriendo, gritando como si alguien invisible los estuviera torturando mientras se retorcían de dolor y de angustia.

El escenario iba rotando a cada rato, vio personas robando sitios y golpeándose los unos a los otros, vio niños llorando asustados, madres desesperadas intentando esconder a sus hijos, vio gente enferma muriendo en las calles, humos tóxicos inundando el aire. Vio la tierra temblar en distintas zonas, reconoció monumentos mundiales haciéndose añicos como si fueran piezas de dominó cayendo uno sobre el otro. Vio ciudades enteras extinguirse mientras el suelo se abría cuando otras eran tragadas por olas gigantes. Vio volcanes quemando todo a su paso y vientos tan fuertes que hacían volar ciudades enteras con sus casas, sus autos y su gente.

Elisa sintió miedo, angustia, temor y desesperanza cuando entendió que estaba viendo la tierra, que estaba siendo testigo de lo que en ese mismo instante estaba sucediendo en el mundo que solía ser su casa. Y todo sucedía solo al otro lado de ese muro transparente que la separaba de esa horrible realidad.

Gritó y lloró aún más, se arrodilló en la arena blanca y clamó misericordia mientras intentaba romper el cristal con sus manos. No podía seguir viendo a esa gente sufrir así, a esa gente morir así. Golpeó el cristal una vez tras otra queriendo atravesarlo y ayudar a ese niño cuyo cuerpo acababa de caer al suelo luego de una explosión. Quería ayudar a esa madre que intentaba huir con su bebé en brazos. No sabía qué hacer para evitarlo, no sabía por qué ella estaba allí en ese sitio pacífico y completamente impersonal observando cómo del otro lado su especie se extinguía, como si estuviera viendo una película de terror en el cine ella sola.

—¿Dónde estoy? ¿Qué sucede? —gritó tomando su cabeza entre sus manos. Sentía que se volvería loca.

¿Estaba acaso en el cielo? ¿Había muerto? ¿Estaba viva? ¿Era un sueño? ¿Era eso el infierno? Quizá no había fuego allí como siempre le habían dicho, sino el castigo de la soledad eterna.

Un fuerte viento se levantó envolviéndola y levantándola por los aires. Por el contrario a lo que hubiera creído, la sensación no le dio miedo, sino paz. Era como si ese viento le susurrara al oído que descansara, era como si le prometiera un final feliz que a esas alturas ya no esperaba.

«No pierdas la fe».

Como un susurro en medio del viento esa frase se fue repitiendo como un eco una y otra vez pero con las voces de las personas que alguna vez fueron importante en su vida: su abuela, su madre, su padre, Careli, Caliel...

Elisa empezó a respirar con calma, tranquila, y sintió que el sueño la invadía. Solo quería dormir, descansar, relajarse y olvidarse de todo por un rato. Se vio envuelta por una sensación extrema de paz y pronto fue absorbida por ella por completo.

Cuando despertó, se encontró en el mismo sitio. Se levantó y buscó aquella pared invisible y volvió a sentirla. Sin embargo al otro lado nada se observaba ya. Suspiró, al menos aquella agonía había acabado.

De pronto la risa de unos niños llamó su atención. Era un pequeño de unos ocho años corriendo tras una niña de dos coletas y cabello oscuro. Una pequeña casa notablemente acogedora empezó a formarse del otro lado, aparecieron árboles flores, y aves. Elisa sonrió, ese sitio se veía bello, mágico, hermoso. De pronto la puerta de la casa se abrió y ella reconoció al instante el cuerpo que de allí salía. Era Caliel, tan luminoso como antes, con su cabello algo más largo, una sonrisa bella y sus ojos brillando.

—¡Caliel! —gritó Elisa desesperada. Necesitaba que la viera, que viniera por ella.

Pero nada sucedió. El ángel sonrió al mirar a los niños corriendo y los llamó de una manera que Elisa no pudo escuchar. Los tres sonreían y hablaban algo que desde donde Elisa estaba no era capaz de oír. Caliel alzó a la pequeña en sus brazos y la besó en la frente mientras sonreía con el niño que le contaba algo. Elisa entendió que Caliel hizo señas para que los niños ingresaran a la casa y luego se dispuso a ingresar él.

—¡No, Caliel! ¡Espera!

El ángel se detuvo y se volteó, Elisa estaba segura de que la había oído así que volvió a insistir.

—¡Caliel! ¡Aquí! ¡Soy Elisa! —insistió.

Entonces vio la silueta de una mujer desde dentro de la casa abrazar a Caliel, él estaba de espaldas así que Elisa no pudo ver quien era. De pronto la imagen se congeló allí mismo, nada más se movió y tanto la casa como Caliel se convirtieron en estatuas que iban perdiendo su color e iban quedando transparentes como si fueran imágenes de hielo.

—Caliel —susurró Elisa dándose por vencida—. No te vayas, espera.

Y todo se desvaneció.

Elisa se dejó caer de nuevo en la arena sintiendo un enorme peso en su pecho. Primero la pesadilla, luego el sueño y ese cristal que no podía atravesar. Lo había entendido, eso era su sanción, ver el sufrimiento del mundo y la felicidad de Caliel a través de ese cristal que no le dejaba ser parte de aquello. Ese era su propio infierno, no poder ayudar a quienes necesitaban y no poder ser parte de la vida de su ángel. Ese sería su castigo, tener que vivir esa eternidad como si viviera en un sueño... Un sueño que solo podía ver a través de un cristal.

Sollozó en silencio mientras esperaba que las imágenes volvieran a formarse al otro lado del vidrio para volver a inundarse de sufrimiento y aflicción. Cerró los ojos y aspiró para llenarse de fuerzas para la siguiente escena. No supo cuánto tiempo pasó pero un par de voces que conocía la empezaron a llamar.

—Elisa... ¡Elisa! —Era su mamá.

—Chiquita, despierta... estamos aquí. —Era su papá.

—Debes atravesar, Elisa... debes cruzar. —Llamaba de nuevo su mamá.

Elisa abrió los ojos y siguió el sonido de sus voces. Estaban al otro lado del cristal. Intentó cruzarlo, buscar un espacio, pero no lo halló.

—¡No puedo! —sollozó.

—Sí puedes —la alentó su padre.

Entonces Elisa negó secándose las lágrimas. Su madre colocó la palma de su mano sobre aquel frío material y Elisa hizo lo mismo, sintiendo como ese sitio se disolvía y ese material transparente desaparecía. Su madre sonrió y Elisa entendió que podría.

—No pierdas la fe —dijo su padre.

Elisa comenzó a palpar la superficie que aún la separaba de ellos y entendió que se disolvía cada vez que pensaba en lo mucho que quería abrazarlos. Y entonces pensó en Caliel, en esa figura suya que vio en el sueño anterior y quiso estar allí, para buscarlo, para decirle que lo amaba... para abrazarlo.

En su pecho se concentró una sensación tan grande de intenso amor y una certeza de que él estaba allí al otro lado del cristal, que al tocar una vez más aquella superficie, todo desapareció. Y Elisa sintió paz, alivio, amor y alegría.

—¡Vamos, te están esperando! —dijo su madre haciéndole un gesto para que se acercara. Ella lo hizo y entonces sus padres la abrazaron.

—¿Esto es el cielo? —inquirió, a lo que su madre asintió.

—Hay muchas cosas que debes entender —añadió su padre.

—Yo solo quiero ver a Caliel —pidió la muchacha ahora plenamente segura de que él estaba allí.

—Todo a su tiempo, Elisa —dijo su padre—. Vamos, por aquí. —Señaló una especie de túnel que apareció ante ellos. Una luz intensa brillaba al otro lado del túnel y Elisa supo que debía ir, esa luz la llamaba, la buscaba, la necesitaba...

Esa luz era paz, era felicidad. Esa luz era amor.

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