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Elisa caminaba por delante de Caliel llevándolo de la mano y abriéndose paso entre escombros y personas que iban corriendo desesperadas de un lado al otro. Estaba asustada, no sabía para dónde ir, ni siquiera podía reconocer dónde se encontraban, todo lo que ella conocía había cambiado de un segundo al otro, de hecho todo en su vida estaba así mismo como su ciudad: destruida.

Caliel iba observando absorto ese caos que reinaba en la ciudad, la gente corría, gritaba, lloraba, había personas heridas, algunas ayudaban y otras simplemente pasaban de largo intentando salvaguardar sus propias vidas.

—¿Qué sucede? —cuestionó a Elisa deteniéndose en medio de lo que hasta hacía pocos días era una plaza.

—Hubo un terremoto, debemos buscar un refugio, Caliel. No podemos detenernos, no es seguro, pueden haber más réplicas —explicó la chica estirando un poco de la mano del joven para que volviera a caminar. Caliel la siguió sin terminar de entender pero volviendo a sentir esa especie de angustia que apretaba en su pecho.

Elisa se detuvo frente a un sitio de donde entraban y salían personas, era una escuela que según le habían dicho unos bomberos —que estaban trabajando en los escombros de un edificio hacía unas cuadras atrás—, estaba siendo utilizada como refugio temporal. Allí hallarían alimento y agua y podrían descansar.

La ciudad estaba prácticamente a oscuras y una sensación desagradable de frío se colaba hasta los huesos. Pero no se trataba del clima, puesto que estaba caluroso, se trataba de algo mucho más intenso y que Elisa no sabía explicar muy bien aunque no era la primera vez que lo sentía, pasaba siempre que tenía esas pesadillas en las que las sombras oscuras intentaban hacerle daño.

—Vamos a entrar aquí un rato —le dijo a Caliel—. Necesito pensar qué podemos hacer y me siento demasiado cansada, no puedo seguir caminando. Además... aquí podremos comer algo —explicó preguntándose si su ex guardián ahora comería como una persona normal.

Cuando ingresaron al sitio se encontraron con más desolación y desesperación, el lugar estaba lleno de mujeres intentando proteger a sus pequeños, ancianos, algunos heridos y niños pequeños que correteaban sin entender, en su inocencia, el peligro al cual estaban expuestos.

Elisa estiró a Caliel hacia una esquina que estaba más alejada de donde se concentraba la mayor cantidad de gente, una mujer que recorría el sitio repartiendo agua y pan, se acercó a ellos para darles unas mantas y algo de comer. Elisa agradeció y Caliel observó aquello con curiosidad. La muchacha extendió las mantas en el suelo y luego de sentarse le pasó a Caliel un pedazo del pan y algo del agua. Caliel observó aquello sin saber qué era o qué hacer con eso.

—Come —dijo la muchacha y se llevó un trozo a la boca—. Necesitamos recuperar energías.

Caliel la imitó y luego de tragar el primer bocado sintió como si un espacio se abriera en su estómago y necesitara llenarlo con más de eso, un sonido salió de su interior. Elisa sonrió al ver su rostro asustado.

—Tienes hambre, es solo eso... come más —dijo dándole toda su ración y recordando cuando su ángel guardaba tanta curiosidad sobre los procesos biológicos de los seres humanos.

—Pero, ¿y tú? —preguntó el chico.

—No te preocupes, estoy algo nerviosa y así no puedo comer —afirmó.

Elisa se distrajo unos segundos observando a las personas del lugar mientras Caliel comía. De pronto sintió una mirada clavarse en su espalda, se volteó con disimulo para ver de dónde venía aquella sensación y vio a un anciano observándolos tras unas gruesas gafas. El hombre tenía un aparato cuadrado y pequeño muy cerca del oído, Elisa lo reconoció al instante, era una radio antigua, su padre tenía una que había pertenecido a su abuelo y que solía utilizar de vez en cuando. Ese hombre estaba oyendo noticias o algo así, pensó, y tuvo ganas de acercarse a él y preguntarle si sabía algo del mundo exterior, pues toda la tecnología moderna había colapsado en el terremoto y estaban incomunicados. Entonces sintió de nuevo la mirada del hombre sobre ella y para que dejara de verla lo miró a los ojos. Algo en aquel anciano le recordó a alguien que ya había visto alguna vez, pero, ¿quién podía ser?

Sueños de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora