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Elisa decidió encender la televisión para enterarse de lo que estaba sucediendo y de paso cortar esos sentimientos que fluían dentro de ella alterando todo su ser. Para su sorpresa todos los canales habían interrumpido sus programas cotidianos y estaban transmitiendo prácticamente lo mismo: La ciudad estaba fuera de control. Aparentemente y según lo que relataba el corresponsal, todo había iniciado en la fábrica donde trabajaba el padre de Elisa, pero al mismo tiempo empezaron a haber incidentes de diversas índoles en otros sitios de la ciudad.

A Elisa todo aquello le pareció sacado de alguna película de acción o algo similar, no era normal tanto caos y descontrol. El corresponsal decía que la policía no podía con todo y que los destrozos y heridos aumentaban a cada instante, mencionó que incluso había rumores de que ya se contaban algunos fallecidos, pero que ellos aún no tenían ninguna lista oficial de aquello. El corazón de Elisa dio un brinco ante esa noticia, ella no podía asimilar que aquello estuviera sucediendo en su tranquila ciudad, donde de chica solía salir a jugar en la plaza o a pasear en su bici con su mejor amiga Careli —la única que había tenido en toda su vida— que hacía dos años había tenido que viajar a Colombia por motivos laborales de su padre.

Elisa volteó a mirar a Caliel quien se encontraba concentrado observando la calle por la ventana. Intuía que él sabía más de lo que le decía y que ni siquiera necesitaba mirar las noticias para saber lo que estaba sucediendo. El sonido de la puerta principal abriéndose y cerrándose llamó su atención, Elisa caminó hacia la entrada y observó a su madre ingresar asustada.

—Pensé que no llegaría nunca, todas las avenidas están cerradas tuve que venir caminando y la ciudad está completamente paralizada —comentó jadeante. Elisa la abrazó notando que su madre estaba realmente atemorizada. Le ayudó a sacarse el abrigo y luego la acompañó hasta el comedor para que tomara un vaso de agua e intentara calmarse.

—¿Papá está en la fábrica? —preguntó Elisa, a lo que su madre solo asintió.

Caliel siguió observando por la ventana intentando percibir la magnitud de los hechos, pero le bastó ver la expresión de Aniel al ingresar tras de Ana para entender que las cosas iban peor de lo que imaginaba. Cuando las mujeres se dispusieron a hablar en la calma del comedor, ellos se alejaron para conversar.

—Es el principio, todo sucederá muy rápido —añadió Aniel con tono melancólico.

—¿El principio? —preguntó Caliel, no queriendo confirmar sus sospechas.

—El principio del fin. Las ciudades perderán el control, la gente se sublevará, ya no habrá paz y ningún sitio será seguro... En algunos países serán guerras, en otros enfermedades, en algunos sitios habrá catástrofes naturales. Todo se irá dando al mismo tiempo y en todo el mundo. —Caliel observaba atónito aquello que Aniel recitaba como si fuera una profecía—. Ya no queda mucho tiempo, Caliel...

—¿Cómo lo sabes? —preguntó.

—Porque así es como las antiguas leyendas angelicales predecían que sucedería —susurró Aniel como si alguien pudiera oírlos.

Caliel sabía que entre los ángeles guardianes había leyendas que hablaban sobre el fin de los tiempos y especulaban sobre cuándo sucederían. También se decía que existían algunas profecías que pronosticaban que no todo estaba perdido. Sin embargo él nunca le había dado importancia a esas cosas, los ángeles de las primeras jerarquías no creían en ellas y decían que era cosa de los guardianes que se dejaban llevar por los pensamientos humanos de tanto estar cerca de ellos.

—¡Jamás pensé que sería testigo de esto mientras aún estuviera en servicio! —exclamó Aniel sacándolo de sus pensamientos. Y en eso sí estuvo de acuerdo.

Sueños de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora