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Esa misma noche los sueños de Elisa estuvieron asediados por aterradoras imágenes que la perturbaban y le impedían descansar. Revivía el asesinato de aquel hombre una y otra vez en su mente, pero la escena del homicidio que había presenciado, cambiaba. En vez de marcharse al terminar con su crimen, los asesinos la localizaban tratando de esconderse en el callejón y corrían tras ella mientras que Elisa intentaba huir corriendo a toda velocidad. No importaba que sus muslos y pantorrillas ardieran tratando de llegar a un lugar seguro, los hombres parecían acercarse cada vez más. Elisa sabía que era imposible huir de ellos a menos que recibiera ayuda de su ángel, pero Caliel no se hallaba a su lado. Estaba sola.

—¡Ayuda, por favor! —imploraba en voz alta. Pero las calles se mantenían desiertas y su guardián no aparecía por ninguna parte.

De repente, cuando Elisa miraba por encima de su hombro para asegurarse de estar agrandando la distancia entre aquellos hombres y ella, las figuras se evaporaban, se convertían en... humo, y reían de una manera que le erizaba la piel. No se veían por ningún lado, pero Elisa sentía que estaban en todas partes.

—Deja de huir y todo será menos doloroso —siseó una de las sombras. Se había materializado justo a su lado. No tenía boca, no había hablado. Había sido un pensamiento que resonó dentro de la cabeza de Elisa.

De alguna manera, ella sabía que esas cosas eran demonios. Detuvo bruscamente su carrera y se llevó una mano al cuello en busca de su dije.

«Es una pesadilla», pensó al no encontrarlo. «¿Qué me dijo Caliel de las pesadillas?»

Elisa recordaba vagamente que su ángel le había dicho algo respecto a invocarlo cuando sintiera el mal acechando cerca, pero no podía evocar los detalles, no con el miedo que sentía en aquellos instantes.

—¿Elisa?

Escuchó la voz de Caliel a lo lejos. Y solo él llamándola por su nombre fue suficiente para recordar.

«Si te vuelven a atacar en sueños intenta llamarme con fuerza».

Varios seres incorpóreos se reunieron a su alrededor, haciendo que tragara con dificultad. Sentía la piel cubierta por una fina película de sudor, pero aun así tenía frío.

—Ayúdame, Caliel —susurró cuando uno de los seres sonrió mostrando miles de dientes como navajas.

—Elisa...

—¡Caliel, ayúdame por favor! —imploró retrocediendo. Atravesó a una de aquellas ánimas y cientos de emociones negativas se clavaron en ella durante aquel segundo.

—Elisa, no puedo... Tienes que... ¡Es peligroso...!

La voz de su ángel fue distorsionándose, impidiéndole entender lo que trataba de transmitirle, hasta que ya no lo escuchó más. Estaba ella completamente sola.

—No puede protegerte —dijo una tenebrosa voz tras ella. La fetidez que alcanzó su nariz hizo que una arcada se abriera paso por su cuerpo—. Estás sola, humana... Al igual que todos los demás. Dios y sus hijos los han abandonado.

Una risa colectiva llenó al espacio a su alrededor y Elisa sintió como si una espina de duda se clavara en su corazón.

De cierta manera... tenían razón. Si no, ¿no hubiera hecho algo el ángel guardián del hombre del callejón para impedir que acabaran con su vida? ¿No habría hecho algo Dios ya para acabar con la maldad del mundo, con el sufrimiento de los inocentes? ¿No hubiera entrado Caliel a su sueño para salvarla como había prometido?

«Estoy sola».

—Elisa...

La voz de Caliel volvió a sonar dentro de su cabeza. En algún momento mientras pensaba en lo que decían los demonios, había bajado la vista a sus pies. Observó cómo estos comenzaban a vibrar muy despacio. Elevó su mano, movió sus dedos y se dio cuenta de que estos también vibraban.

Sueños de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora