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Durante horas Elisa estuvo sentada junto a su madre sin despegar la mirada del televisor. En el noticiero local estaban pasando los nombres de la gente que se encontraba dentro de la empresa al momento del incendio. Algunos salían como perdidos, otros como heridos derivados a los hospitales, y por último, la lista que más temían, de los fallecidos.

Ambas mujeres tenían las manos unidas y se las estrujaban con miedo, ansiedad y desesperación. Estaba acabando con sus nervios el no saber nada del hombre que ambas amaban, su padre y esposo. Entre más tiempo transcurría sin tener noticias de él, sin visualizar su nombre en alguna de las listas, más fuerte se arraigaba el pánico en sus corazones.

Al parecer, el fuego había sido intencionado. Algunas personas con maldad en su corazón habían premeditado todo aquello y habían esperado el momento indicado para actuar. Mientras la gente que continuaba trabajando ahí era reunida y las puertas de la empresa eran cerradas... ellos habían visto una oportunidad y la habían tomado. El incendio se había iniciado en una de las oficinas vacías del piso inferior y, debido al material y la pintura con la que estaba fabricado y decorado el edificio, el fuego no había tardado en propagarse.

Las imágenes que destellaban en la pantalla del televisor eran dolorosas y preocupantes. Hombres y mujeres malheridos siendo llevados en camillas, así como algunos cuerpos sin vida. Bomberos corriendo de aquí para allá, policías tratando de mantener la calma y el orden... y en el fondo, gente curiosa o preocupada. Elisa envidió por un momento a aquellos de pie en espera de noticias. Ella y su madre habían tratado de salir en varias ocasiones con rumbo a la empresa incendiada, pero las calles estaban cerradas por lo que no podían ir en auto y el transporte público tenía días sin prestar servicios a causa del caos que últimamente azotaba a la ciudad. Ir caminando tampoco había sido una alternativa, ya que el lugar quedaba demasiado lejos y no deseaban exponerse a más peligro. Así que, al final, lo único que habían podido hacer era rezar y esperar.

Caliel estaba junto a Elisa en un intento por infundirle algo de paz y consuelo. Le preocupaba el verla tan descompuesta, y aunque los ángeles eran criaturas empáticas, no podía imaginarse el desasosiego que debía estar pasando su protegida. La incertidumbre de no saber si su padre vivía todavía o si su alma había tomado un rumbo nuevo, si sufría o estaba bien, en paz.

Elisa podía sentir a su madre temblando a su lado, podía escuchar los sollozos que luchaba por reprimir. Podía palpar su angustia. Si algo sentía Elisa en aquel momento además de miedo, era impotencia. Por no poder salir y buscar a su padre en los hospitales, por no poder regresar el tiempo y prevenir aquel incendio, por no poder cambiar de lugar con él, por no poder darle consuelo a su madre y hacerla sentir mejor.

Lo único que pudo hacer, fue ir a la cocina a preparar algo de comer mientras su mamá no despegaba la vista de la pantalla.

—Oh Dios —escuchó que exclamaba su madre.

De inmediato dejó el plato sobre el cual iba a comenzar a hacer los emparedados y corrió a la sala, donde su madre estaba de pie con las manos cubriéndose la boca y los ojos llenos de lágrimas. Y fue ahí, cuando Elisa giró su rostro hacia el televisor, que entendió la reacción de su madre. El nombre de su padre salía al fin en la pantalla, después de horas esperando alguna noticia de él. Estaba ahí, frente a sus ojos, entre los nombres de varias personas más.

Se encontraba en la lista de fallecidos.

Al principio Elisa no sabía cómo reaccionar. El nombre de su padre estaba ahí. Jorge Aldama. Inconfundible. Pero debía haber un error. Alguien había cometido una equivocación, porque no podía ser que su padre estuviera muerto. No. Él le había prometido que se verían pronto y él no podía romper su promesa, ¿cierto? Tal vez simplemente estaba teniendo otra pesadilla, porque simplemente... aquello no podía ser real.

Sueños de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora