Sueños de Cristal

By LunnaDF

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HISTORIA PUBLICADA POR NOVA CASA EDITORIAL - SEPTIEMBRE 2017 Se dice que todos tenemos un ángel de la guarda... More

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Booktrailer
Sinopsis
*** Puntos de Venta ***
Epígrafe
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Epílogo

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By LunnaDF

Caliel se encontró en un sitio sin colores, no había cielo ni tierra, no había nada, todo era blanco. No entendía en dónde se encontraban, ya que aquellas pesadillas a donde solía ingresar tras el llamado de Elisa solían ser siempre en algún sitio que ella había visitado o algún lugar tenebroso. Ella estaba parada de espaldas a él y lo llamaba, pero no había nadie acosándola, no había sombras, no había miedo, no había absolutamente nada, solo ellos dos y mucha... paz. A Caliel ese sitio le recordó al cielo.

—Caliel —volvió a llamarlo la chica.

—¿Elisa? —preguntó con timidez y la muchacha se giró al oírlo. Lo miró unos instantes y luego sonrió, su sonrisa irradiaba una luz que parecía llenar de una sensación cálida todo el sitio. Elisa corrió hacia él y lo abrazó sin más rodeando sus brazos en el cuello del ángel.

—Te estaba esperando —susurró muy cerca de él.

—¿Qué estamos haciendo acá? —preguntó Caliel para ver si ella le daba alguna respuesta que le indicara lo que estaba sucediendo.

La verdad es que ya había recorrido mentalmente todos los libros sobre los sueños de los humanos que había leído alguna vez, pero en ninguno se hablaba de que los ángeles pudieran ser absorbidos dentro de un sueño de ese estilo. Caliel se encontraba alerta y observaba alrededor, la única respuesta era que posiblemente las sombras atacaran en cualquier momento y por eso había ingresado allí.

—¿Por qué estás tan tenso? —preguntó Elisa bajando los brazos y acariciando los del ángel. Una leve sensación de cosquilleo alteró a Caliel.

¿Qué era eso?

—Yo... ¿alguien te ha atacado aquí? —preguntó el ángel.

—No, aquí nadie me ataca. Este es nuestro sitio, ¿no lo recuerdas? —inquirió la muchacha frunciendo el ceño.

—No —dijo Caliel experimentando una especie de temor hacia lo desconocido que estaba viviendo, además todo lo que se había enterado recién no ayudaba demasiado.

—Ya vinimos aquí antes, Caliel —explicó Elisa sonriendo mientras enroscaba su mano izquierda con la del ángel y con la derecha acariciaba sus cabellos, Caliel volvió a sentir el cosquilleo donde sus manos se rozaban y una especie de tirón en su cabeza.

—Yo... lo siento, no lo recuerdo... Y, ¿a qué venimos aquí? —quiso saber el ángel.

—Pues... a que yo te enseñe todo sobre... ser humano, ya sabes —dijo Elisa sintiendo un rubor instalarse en sus mejillas.

—Ah...

Caliel no supo qué decir al respecto. Esa respuesta en vez de darle algo de información lo descolocó aún más.

—La vez anterior tú dijiste que un día en este sitio iniciaríamos de cero, ¿vas a explicarme qué significa eso? —cuestionó Elisa mirándolo con ojos curiosos.

—¿Yo dije eso? —preguntó Caliel completamente perdido—. Yo, pues... creo que no sé de qué hablas, Elisa.

—Bien, te quieres hacer rogar... no importa, ya me dirás. Por cierto, ¿tampoco te acuerdas de esto? —dijo Elisa y sin que Caliel lo viera venir, la muchacha se paró en puntillas y acercó sus labios a los del ángel.

Caliel abrió grandes los ojos sin entender qué hacía la muchacha. Había visto aquello un sin fin de veces en la tierra, en las calles, en la televisión, en la casa de Elisa cuando aún vivía su padre e incluso había visto a Elisa hacerlo con algunos chicos con los que salió. Sabía que se trataba de un beso, uno muy especial para los humanos, que en sus rituales de amores lo reservaban normalmente para quienes eran pareja... o algo así.

Estuvo a punto de alejar a Elisa cuando ella se encaramó más a él, enroscó de nuevo sus brazos al cuello del ángel y siguió ahondando en el beso. Caliel sintió como si miles de estrellas se posaran en sus labios y desde allí un calor completamente desconocido fue bajando a todo su cuerpo. La sensación era tan hermosa e intensa que decidió que no quería alejarse de allí y por el contrario, empezó a imitar los movimientos que Elisa hacía. Solo unos minutos después, Caliel pudo experimentar por primera vez distintas sensaciones a lo largo de todo su cuerpo. Ya no se trataba de su piel fría y tersa como un cristal, sino que se había vuelto suave y cálida como la de un ser humano, la mano de Elisa lo hacía sentir algo en cada lugar donde se posaba.

La chica se fue alejando poco a poco y entonces una sonrisa llena de luz volvió a decorar sus labios.

—¿Qué sucede? —le preguntó—. ¿Te has olvidado de esto también? —inquirió.

—¿Ya habíamos hecho esto antes? —cuestionó Caliel que aún no lograba superar el mar de sensaciones que ondeaba a lo largo de todo su cuerpo.

—Sí, varias veces. Dijiste que era lo mejor que te había sucedido alguna vez y que no querías dejar de hacerlo nunca. Es feo que no lo recuerdes, Caliel. La primera vez que lo hicimos dijiste que podías sentir como un humano —bufó Elisa como si estuviera enfadada.

—Es que... puedo sentir como uno —dijo Caliel ahora observándose las manos—. Cuando te toco, ¿me sientes como si fuera una persona cualquiera? —preguntó colocando sus dos manos en los brazos de la chica.

—No... nunca podría sentirte como si fueras una persona cualquiera. Cuando me tocas... haces que sienta cosas completamente nuevas, intensas... demasiado fuertes —dijo ella estremeciéndose—. Ya habíamos hablado de eso también —añadió.

—¿Te molestaría recordármelo? —preguntó Caliel

—La primera vez que nos tomamos de la mano, una especie de calor recorrió todo mi ser. Es como si me llenara de una luz. Cada vez que me tocas lo siento así —explicó la muchacha—. No sé si es porque eres un ángel o porque... eres especial para mí, el caso es que nunca lo había sentido con alguien.

—¿Y yo? ¿Te hablé antes de lo que siento? —preguntó y Elisa frunció el entrecejo consternada.

¿Por qué se estaba mostrando tan extraño?

—Sí, dijiste que todo era nuevo pero que por fin podías sentir el calor de mi piel, el sabor de mis besos, la textura de mis cabellos —dijo Elisa dándose vuelta y quedando de espaldas.

—¿Estamos en un sueño, Elisa? —preguntó Caliel perdiendo ya la noción de la realidad.

—Sí... y hemos estado en esta clase de sueños ya varias veces, Caliel —añadió la chica—, pero tú siempre lo recordabas todo.

—Lo siento —se disculpó el ángel—. Me gusta... cómo se siente todo —afirmó.

—A mí me gusta besarte —dijo Elisa volteandose y acercándose de nuevo—. ¿Podemos dejar de hablar? En un rato tendré que despertar —añadió.

Aquello le pareció más extraño a Caliel. La chica sabía que estaba soñando, tenía plena consciencia de ello y eso era muy raro. No pudo pensar más porque Elisa volvió a acercarse y a besarlo y esta vez él quiso seguir con eso.

El calor que emanaba los labios de Elisa, más la sensación de humedad del interior de su boca lo hicieron desear que aquello nunca acabara. Era algo que lo hacía sentir tan pleno como cuando estaba en el cielo. Sus manos se recorrieron mutuamente expandiendo ese calor a lo largo de todo su ser y Caliel fue consciente de un pequeño y rítmico repiqueteo que parecía un pequeño tambor sonando a toda velocidad en su pecho, pero, ¿cómo podría estar sucediendo eso si él no tenía un corazón? Al menos no como el de los humanos.

Una estruendosa música comenzó a escucharse en todo el sitio, Caliel lo reconoció de inmediato: era el despertador de Elisa, lo que indicaba que el sueño acabaría en cualquier momento. No pasaron ni dos segundos para que la misma fuerza que lo había absorbido dentro del sueño, lo expulsara fuera, y el ángel se vio a sí mismo caer de lleno al suelo de la habitación de la chica pero ya no sentía nada. Era de nuevo él, no había dolor, ni frío, ni calor, ni la tersa piel de Elisa bajo sus dedos, ni la suavidad de sus labios posándose sobre los suyos. Se levantó lo más rápido que pudo y se colocó en su sitio de siempre al tiempo que la muchacha abría los ojos.

—Hola —lo saludó y un tono rosado se instaló en sus mejillas. Caliel ya lo había visto antes y ahora lo entendía, ella le había dicho que había soñado con ellos haciendo cosas de humanos.

—Hola... —respondió con temor. No sabía aún qué había sucedido y no tenía idea si ella lo recordaba.

—Iré al baño un rato —se excusó la muchacha y Caliel asintió.

Durante ese momento Caliel solo pudo pensar en lo sucedido, pero al mismo tiempo las palabras de Galizur retumbaban en su mente. Sabía que muy pronto debería elegir, sabía que el tiempo se agotaba y debía dejar a Elisa para seguir las órdenes de sus superiores; si no lo hacía, perdería su divinidad.

Pensó de nuevo en aquel extraño sueño y en cómo por primera vez había sentido algo muy parecido a lo que probablemente era ser un humano. Si él optaba por desobedecer, se convertiría en uno, pero no de la forma en que en realidad le hubiera gustado. No solo no podría defender a Elisa pues perdería todos sus poderes divinos, sino que además, tampoco sería capaz de sentir ni experimentar ninguna clase de sensación. Sería un hombre solo en apariencia, y aunque los demás pudieran sentir su piel cálida al tocarlo, él se seguiría sintiendo como si fuera de cristal, seguiría teniendo la piel fría y rígida como la de los ángeles y... seguiría sin tener corazón. Al perder su condición divina también perdería la capacidad de amar y por tanto —y más aún en aquellas épocas— estaría expuesto a ser corrompido por el mal. Además, olvidaría todo, ya que los ángeles borrarían de su mente los conocimientos y nociones sobre el mundo celestial, de esa manera también olvidaría a Elisa, y su propósito de quedarse en la tierra para defenderla y protegerla ya no tendría sentido alguno.

¿Por qué no podía ser más sencillo? ¿Por qué simplemente no podía quedarse a su lado como ángel para poder protegerla del mal que amenazaba con llegar a la humanidad? ¿Cómo podría hacer para guardar los recuerdos y los sentimientos que tenía por ella antes de decidir desobedecer, de manera que cuando perdiera su divinidad pudiera recordarla y quedarse a su lado? ¿Cómo le explicaría a Elisa lo que estaba sucediendo?

La muchacha salió del baño sonriendo y sin decir palabras tomó un peine para desenredar sus cabellos. Caliel sintió las estrellas tintinear en sus manos, en sus dedos, los mismos que segundos antes habían acariciado ese cabello en aquel sueño. No podía dejarla a su suerte, no quería hacerlo.

Elisa salió de la habitación y fue a la cocina donde encontró a su madre horneando algo. Caliel se alteró porque allí ya no estaba Aniel, lo supo en el instante en que entraron, su madre había perdido ese halo de luz que solo podían ver los seres espirituales y que protegía a los humanos. Ahora cualquier espíritu podría fácilmente poseerla, atormentarla, hacerle daño. La muchacha vio la consternación en el rostro de su guardián y esperó a que su madre saliera de la cocina.

—¿Pasa algo? —inquirió mientras comía un trozo aún caliente del pastel que Ana acababa de desmoldar.

—No —dijo Caliel sin saber cómo explicarle todo lo que había sucedido en tan poco tiempo. Las cosas nunca sucedían así de rápido y menos en tiempos celestiales, estos eran incluso más lentos que los tiempos humanos. Sin embargo, la ausencia de Aniel solo pronosticaba una cosa, ya todo estaba dicho y el mal ya estaba mucho más cerca. Los ángeles se estaban yendo, el mundo quedaba indefenso.

—Te noto... extraño —dijo Elisa tomando la mano de Caliel entre las suyas, el ángel se estremeció al sentir un leve hormigueo, era como si algo se hubiera despertado en él tras ese sueño, ¿o era solo su imaginación?

Caliel sintió que ya no tenía demasiado tiempo para pensarlo y que en el fondo siempre supo cuál sería su decisión. Recordó una promesa que había hecho alguna vez: «No te soltaré jamás», y supo que ahí estaba su respuesta. Cerró los ojos para pensar en que el momento había llegado, debía contarle a Elisa lo que haría y explicarle lo que pasaría cuando diera el paso, debían idear una forma para que él cuando perdiera su divinidad no se olvidara de ella y de su propósito, protegerla.

—Te quiero, ¿sabes? —La voz cantarina de Elisa diciéndole aquello de forma tan inocente y completamente ajena a todo lo que en realidad estaba por suceder, lo hizo sonreír. Una sensación de que ella valía la pena y los riesgos lo inundó y las palabras de Galizur aparecieron en su mente: «De todos modos a veces hay que correr riesgos, ¿no crees?»

—Lo sé... y yo también te quiero, Elisa... pero tenemos que hablar —zanjó con seguridad y la chica levantó las cejas en señal de sorpresa.

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