Perfect Blood: Lo que ocultan...

By LennScritt

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P-A-U-S-A-D-A Un secreto puede desequilibrar los cimientos de una familia; una mentira, independiente de lo q... More

Prefacio
Dedicatoria
Epígrafe
ANTES DE LEER & REPARTO
Capítulo 1
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8-1
Capítulo 8-2
Capítulo 9
Capítulo 10
Visión

Capítulo 2

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By LennScritt

Clarissa Van Houdret

Bellezas con ruedas, eso eran los coches de mi familia. Coches costosos, todos del mismo color azul oscuro que podría pasar por negro, bestias silenciosas y hermosas, eso era lo que mi padre compraba cada que compraba un coche. Pero, por Nyx, era obvio que podía hacerlo cuando quisiera, porque el dinero se le amontonaba desde mucho antes de mi nacimiento.

¡Eran vampiros! Habían tenido una eternidad para hacerse una fortuna como ninguna, y con ella podrían comprar bellezas como ese Porsche de Luis, ese que había sido el que me acerco al instituto ese primer día de la que sería una caótica semana.

— ¿A qué hora sales? —preguntó Luis apenas me bajé del Porsche. Sus ojos de un imposible verde esmeralda, ocultos tras lentillas que intentaban imitar el jade de los míos, y cubiertos también con lentes de sol que de seguro le dificultaban al menos un poco la visión.

¿Quién podría ver con tantos cristales? Solo Luis, y yo no podía estar completamente segura de ello.

— Algo después de las 13:30 ¿Por? —respondí, porque no era algo que él supiera, pues Milosh solía llevarme y recogerme, también solía desviarse hacía bibliotecas solo por cumplir mis caprichos, o restaurantes y lugares que fueran de mi agrado.

Por eso nunca solíamos llegar a las horas correspondientes a casa.

— Nada. Nos vemos luego, Clar. —me corrió, así sin más, tirando mi bolsa de seguro sin medir su fuerza. Casi me caí, pero logré evitarlo, agradeciendo a Nyx llevar un vestido fresco y zapatillas deportivas en vez de tacos.

Rió, antes de volver a poner en marcha el coche y conducir hasta desaparecer por las ruidosas calles de Manhattan, dejándome allí, en frente del instituto del que posiblemente no me graduaría. Y dejándome con un mal sabor en

Luego de que Luis se marchase, me dirigí a las aburridas clases que me esperaban en esa jornada.

Entre al gran edificio sin gana alguna más con la pesada obligación que me había auto-impuesto años atrás. Me había prometido que terminaría la escuela, que me graduaría, aun cuando estaba retrasada por unos cuantos años, y que intentaría salir siendo una de las mejores de mi clase. Para cumplir con esa promesa, evite cualquier contacto con el resto de los humanos en el instituto, para mi bien y el de ellos, pues les podría poner en peligro si les acercaba a mis hermanos y mi corazón sufriría si me tocaba mudarme de nuevo y dejaba a mis amistades atrás. Ya había pasado antes.

Los grises pasillos llenos de adolescentes menores me engulleron rápidamente y sin compasión alguna, por lo que me dirigí a mi casillero, a penas dispuesta a ir y cumplir con mi obligación de recibir clases.

...

Me senté en la única mesa compartida que estaba completamente vacía a espera de que ingresara el profesor que impartiría la primera clase de un lunes por la mañana: Sociales.

Los minutos pasaban con pereza y, como yo también tenía bastante de esa, puse ambos brazos sobre la madera de la mesa y mi cabeza sobre los mismos, quedando así en una posición que me era cómoda y cerré los ojos, esperando que con tales acciones la energía que no había recuperado tras más de 14 horas de sueño, volviese a mí. No lo hizo.

En realidad, ni siquiera tuvo la oportunidad de intentar volver. Alguien movió la silla de la mesa compartida que había sido diseñada para que dos personas hicieran el vago intento de estudiar en ellas. Me erguí. A mi lado se había sentado nada más y nada menos que Adam Wolk, uno de los únicos dos vampiros con los que me había topado dentro del instituto.

En alguna ocasión entre los casi dos años que llevaba asistiendo sin molestia alguna a ese centro educativo, perdido entre la élite y las personas comunes de Manhattan, fui casi el almuerzo de Adam, el supuesto mayor en la pareja que llegue a creer eran hermanos.

Él me había interceptado mientras iba al baño, habiendo pedido permiso para dolor de clase, si mal no recordaba, en el horario de clases del segundo bloque.

Mi olor lo había llamado, puesto que mi sangre era bastante llamativa al ser la sangre perfecta.

Pude haber muerto en esa ocasión, pero gracias a mí entrenamiento, al simple hecho de ir siempre armada hasta los dientes, encontré la forma de salir ilesa, haciendo también que él jurara que no le tocaría jamás, que no se acercaría a mí y su teñida hermana, mucho menos.

Hasta ese momento había cumplido, él solía evitar las clases en las que coincidamos y yo podía relajarme sin preocuparme de nada que no fuera aprobar y que en algún momento a él se le ocurriera la grandísima idea de ir a contarle al Príncipe de la Noche sobre mi existencia.

— ¿Qué haces acá? —Pregunté saliendo de mi estupor.

Suspiró, antes de responder con toda la frialdad posible.

— Vengo a estudiar ¿Qué más esperaba? — Adam tenía su mirada fija en el frente, por lo que no me miro en ningún momento. Hice una mueca.

Uy, ¿había respeto allí?, ¿solemnidad?, ¿sinceridad?

—Sé que vienes a estudiar, lo que no sé es qué diablos haces sentado a MI lado, en MI mesa, en medio de una de MIS clases.

Ups, que buena era yo siendo directa, dramática y escandalosa.

—No voy a intentar morderle, si es lo que le aterra, cazadora. —respondió, todavía sin mirarme. Y claro estaba que lo agradecería.

Adam, como decía llamarse en tal momento, era alguien que con su sola presencia me hacía sentir el peso de muchos años, de conocimiento y saber, por lo que, por un lado me hacía desconfiar de su motivo para estar en un instituto, y también me hacía sentir incómoda.

Creía, en ese entonces, que si él me dirigía la mirada, vería más de lo que quise o querría saber jamás.

—Entonces bien. Ni se te ocurra hacerme reprobar o volverte un lastre para mí en mis clases. —El chico asintió sin decir nada. Calladito se ve más bonito y, si eso era cierto, el chico entonces era tan hermoso como una deidad, ya que ni siquiera en medio de una evaluación, horas más tarde, abrió la boca.

Tampoco lo hizo en las siguientes clases que compartimos.

...

— ¡Fórmense! — gritó la profesora de deportes apenas entró al aula de clases. No nos dirigió una segunda mirada y sonó su silbato, lo que provocó un fuerte dolor de cabeza en mí. — ¡Os quiero a todos, con vuestro uniforme deportivo, en el patio en 5 minutos!

Y salió.

Todos los jóvenes de mi clase, incluido el vampiro, salieron con prisas del aula, yo siendo la única excepción en tal ocasión. Los vestuarios de la escuela no eran muy grandes y sabía que tardaría un montón en lograr cambiarme si iba allí y, la profesora, no era de esas que daba cariñitos, por lo que solo me esperarían varias vueltas demás a la cancha si llegaba de última.

Me cerciore de que no quedase nadie rezagado ni mucho menos en el pasillo antes de comenzar a cambiarme de ropa. Saque los tirantes de mi vestido azul de mi cuerpo y lo deje caer a través del mismo, quedando así en ropa interior. El uniforme de deporte, que consistía en un short corto y una franela sin mangas de color amarillo, pero a mí no me gustaba y yo usaba algo menos llamativo y que era permitido por el insti.

Apenas estuve lista, cogí mis cosas y salí corriendo del aula. El patio era la estancia más grande de todo el instituto, una cancha de fútbol gigante y varias áreas de ejercicio. No se parecía en nada a ningún otro instituto en el que había estado anteriormente y eso me gustaba.

—Es la primera en llegar, señorita...— no me sorprendió el que la profesora no recordase mi nombre, yo no era una chica muy parlanchina y hacía hasta lo imposible para pasar desapercibida hasta para los propios directivos.

— Van Houdret, Clarissa Van Houdret. — la maestra no dijo nada, solo asintió y volvió a sumirse en la lectura y revisión de la lista de estudiantes que tenía entre manos. Me senté en el suelo, sabía que iba para largo la espera de todos los jóvenes que eran parte de mi curso.

Mis compañeros de clase fueron llegando en pequeños grupos, la profesora, al ver que no llegaban rápido, puso mala cara.

Mala cara, malas noticias. Al menos yo no me quedaría fuera cual fuese lo que ella diría.

— ¡Estirad y dadle veinte vueltas a la cancha! ¡Si os detenéis, una vez que hayan comenzado a correr, haré que doblen la cantidad de vueltas!

Me puse de pie y comencé mi calentamiento. Sabía exactamente lo que debía hacer, después de todo, eran cosas que se habían vuelto de lo más comunes para mi desde el momento en que me volví cazadora. No, desde antes. Desde que entrenaba para ser una cazadora.

— ¡Muy bien, Van Houdret! ¡Sigan el ejemplo de su compañera!

Y se pasó toda la clase diciendo eso, al menos hasta que, en algún momento de la misma, una mágica patada voladora terminó en el rostro de Elena, mi desgraciada compañera de curso.

Aunque el día no estuvo perdido luego de eso, solo me fui con una pequeña advertencia y una sonrisa en los labios. Yo no quería ser un ejemplo a seguir.

Y tampoco debía serlo, todavía no era el momento.

...

Al finalizar la jornada de clases, Milosh no se apareció por el instituto por segunda vez en toda la historia. Luis llegó a tiempo con su Porsche azul mate, del mismo color que todo coche que mi padre había comprado desde que yo tenía memoria.

Desde que había vuelto con mi familia, a la edad de siete años, había desarrollado un estrecho y cercano lazo con Luis, incluso más fuerte que el que tendría alguna vez con Milosh. Samuel era harina de otro costal, jamás no habíamos llevado muy bien, a decir verdad, nuestra relación se basaba en: el intentaba matarme y yo le dejaba estacado. El ciclo se repetía bastante, pero nada más que eso.

— ¿Cómo te ha ido? —preguntó el gemelo cuando me subí al coche.

— Deberías dejar de ser tan cotilla, Luis. —sonrió mirándome antes de poner el coche en marcha. Nos movíamos a través de las calles de Manhattan con la rapidez digna de un morrocoy, por lo que podía detallar a profundidad cada cosa y persona que se atravesaba en mi visión.

— Y tú de ser tan amargada. Si sabes que igualmente me contaras, ¿Por qué te haces la imposible?

— Porque no tendría gracia si te lo dijese a buenas primeras. —respondí con una gigante sonrisa en mi rostro, todavía mirando hacia las personas que caminaban de un lado a otro por las calles, los coches que nos pasaban sin esfuerzo alguno y los edificios que de seguro yacerían en su lugar durante diez o veinte años, pero cuando terminase este siglo ya no permanecerían allí.

— Eres única.

— Lo sé.

— Egocéntrica.

— Tonto.

— Enana.

— No soy enana, es que tú eres demasiado alto ¡y los tuyos igual!

— ¡Por eso mismo eres una enana, Clar! —río. El sonido, brillante y alegre, era algo que, aun cuando lo escuchaba bastante seguido, no me acostumbraba a él, se metía en mi mente y me dejaba bastante más atontada de lo normal. Lo mismo pasaba con la risa de Milosh, más ese era un secreto que intentaría llevar a mi tumba.

Sacudí mi cabeza evitando que tal sonido se adueñara de mi y procedí a contarle cada una de mis hazañas del día en el instituto. Lo que terminó en algunas charlas estúpidas y sin sentido alguno, las cuales nos hicieron compañía hasta el momento en que llegamos a la casa, donde nuestra familia, nos esperaba nos esperaba casi al completo.

O, mejor dicho, donde su familia nos esperaba al completo.

...

Toda la semana transcurrió de igual manera, me despertaba todos los días a las 5 am, al sentir una especie de presencia extraña en mi habitación, pero al abrir los ojos me encontraba solamente con el techo gris, casi negro, oscurecido por la falta de iluminación a esas horas de la mañana. Luego de despertarme a raíz de la extraña presencia no/presente me quedaba viendo el techo, pensando siempre lo extraño que era el hecho de que Milosh no estaba en casa para hacerme la vida imposible.

Pero, por muy imbécil que fuera el rubio, me hacía falta. Mucha falta.

Con las clases me fue igual, todas las materias eran igual de aburridas como lo habían sido en el pasado y eso no cambiaría ni porque Nyx así lo quisiera. El jueves había sido el día más interesante de esa semana y solo porque me había encontrado con alguien inesperado bastante cerca de la casa, mas no había contado nada a nadie para evitar que se preocuparan por mí, me hacía falta Milosh, ya que él era quien siempre me acompañaba en mis salidas, para evitar situaciones como en la que justamente me había metido y la que planeaba ocultar. Porque para idiota buscadme a mi, porque hasta les ganó a Milosh, Samuel y Luis juntos.

Un inesperado ser se había pasado por el parque que yo solía visitar cada tarde sin falta alguna.

— ¿Sabes dónde está Milosh? —pregunté a Luis el viernes al mediodía, cuando ya habían pasado varios días sin saber de Milosh.

— ¿Por qué la pregunta?

—Por nada, solo me extraña el que no esté en casa, el que no insista en ser quien me lleve o busque del instituto.

Pasaron segundos en los que nada más que mi respiración se escuchó en el coche, puesto que él no necesitaba respirar y no lo estaba haciendo, posiblemente para evitar la tentación que suponía mi olor para él.

El auto se puso en marcha, incorporándose al tráfico de las calles de Manhattan, y me di por vencida, ya que era más que seguro de que no recibiría respuesta alguna sobre el paradero del único Van Houdret con cabello rubio a parte de mi madre, por parte de Luis.

Editado
Mar, 30/03/2021

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