Capítulo 6

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Luis Van Houdret

En ese momento, podía venir y decir las diferencias entre la sangre de Clarissa, y la sangre de cualquier otro mortal.

Aunque el sabor fuera prácticamente el mismo, su olor era mucho más atractivo y era mucho más satisfactoria que cualquiera.

Un sorbo podría equivaler a un litro de sangre común. El primer sorbo que di, me lleno de energía, aunque sentía que de tanto preocuparme por una cosa y la otra, está menguaría con rapidez hasta consumirse.

Y en nada ayudaba lo que recién había visto, eso que había llegado a mi mente mientras Clarissa estaba perdida en el éxtasis de mi mordida y yo en el placer que su sangre me proveía.

Esa visión en nada me ayudaría, más que en agravar mi pesar y mis ganas de salir corriendo con Clarissa en brazos y perderme en algún lugar donde no nos conocieran, donde nadie más que ella y yo supiéramos lo que éramos.

Pero eso en nada nos convenía, solo la expondría a más peligro y podría terminar matándola si mis suposiciones a raíz de la visión, eran ciertas. Si escapaba con ella en brazos, jamás sabría la certeza de las mismas hasta que fuera demasiado tarde y, tanto ella como yo y los otros implicados, termináramos tan muertos como, yo que sé, ¿Mahoma? ¿Hitler?

Aprovechando mis renovadas energías, recorrí la casa donde ya no viviriamos mas, todo en busca de un poco de calma y también haciendo un reconocimiento que era verdaderamente innecesario, puesto que toda nuestra familia había partido ya hace mucho, mi vida siendo prueba de ello, y ya sabía perfectamente que, la persona de la que estábamos huyendo en vano, no nos alcanzaría allí. De seguro ni siquiera pasaría por esa casa una vez Clarissa y yo nos marcháramos de ella.

Para cuando llegué al coche, Clarissa estaba sumida en un sueño bastante profundo. No era para menos, había extraído de su sangre, mínimo necesitaría descansar un rato en busca de reponer sus fuerzas, esas que desde antes ya eran mínimas, por su alimentación tan poco cuidada y las noches de sueño demasiado cortas que había tenido.

Nos puse en marcha hacia nuestro destino, la casa que me había visto nacer en medio de un parto bastante sangriento y caótico, en el que mi madre, según contaba Lucien, mi padre, nunca dejó de maldecir hasta a la mismísima Nyx, solo porque dos pequeños inmortales no se decidían quién saldría primero de su cuerpo y no se lo pensaban mucho antes de liarla dentro de su cuerpo.

No es como si yo me creyera tal cuento. Podía creer lo de que había nacido en esa casa, bien, pero no podía imaginarme una situación en la que Claudia Van Houdret fuera lo suficiente, yo que sé, ¿Mortal? ¿Sensible?

Incluso, cuando padre contó tal supuesta verdad, se sentía un airecillo a mentira.

Si en todo el siglo que tengo de vida, no me he creído tal cuento, no lo haría en ese momento, mientras estaba encerrado en un coche, llevando a mí hermana a la cual nunca había visto como tal hacia el lugar donde supuestamente debería resguardarse de un Príncipe que nos encontraría de seguro tan rápido como si hubiéramos dejado un camino de migajas para él.

Comenzar a creer en lo que mis padres contaban, era como ponerme una pegatina que dijera Idiota, con todas sus letras, en medio de la frente.

Sería ponerme una soga al cuello, la misma que podía salvarme de ahogarme entre verdades, y no haría nada menos que ahorcarme con sus infinitos cientos de mentiras entretejidas, tan tensas y bien armadas hasta formar el fuerte hilo que nos unía a todos los Van Houdret como familia.

Ojalá ese hilo se rompiera y, mientras más rápido, mejor.

Conducía a una velocidad que hacía peligrar la integridad de la vida de Clary, todo mientras divagaba entre mis pensamientos, en medio de la noche mientras usaba las incómodas lentillas que no me había tomado el tiempo de quitar y que también hacían un poco menos perfecta mi vista.

Perfect Blood: Lo que ocultan los CaídosWhere stories live. Discover now