Capítulo 3

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Clarissa Van Houdret

Sin ya esperar respuesta alguna de su parte, y aburrida de ver todos los días las mismas calles y los cientos de personas que en ellas vivían, caminaban y demás, me dispuse a observar minuciosamente a mi hermano.

Detallé desde la punta de sus cabellos negros esos que, al igual que los míos, ni recibiendo la luz directa del sol, llegaban a tener un reflejo claro.

Habían en el mundo, personas que decían que el cabello negro natural no existía, pero nuestros cabellos contradecían tal creencia, así como los ojos de Elizabeth, o Lizzie, hacían quedar mal a los que decían que los ojos negros no existían tampoco, y aún quienes los portaban era personas ciegas.

Lizzie podía ver tan bien como el resto de los inmortales de nuestra familia, así que, o los humanos estaban equivocados sin remedio, o la vista y coloración de los iris de mi hermana solo se debía a su condición de inmortal.

En fin, Luis iba de nuevo con sus mejores pantalones negros que habían tanta clase como estaban fuera de moda, y su camisa de botones vino que siempre tenía.

Bueno, no es que siempre llevase la misma camisa, es que tenía decenas de camisas del mismo tono, con el mismo corte y tan planchadas e impolutas que no importaría jamás si solo se pusiera tales camisas.

Pero al menos no lo hacía, porque solía intercalar con camisas grises o negras, del mismo corte y toda esa parafelnia. Y, como siempre, se veía genial.

Pasado un rato, cuando ya estábamos en una de las vías principales, Luis puso mala cara, mirando el volante puesto estábamos atrapados a causa del tráfico pesado, posiblemente un accidente y demás cosas.

No entendí el porqué de su amargo gesto, ese que duró sólo unos segundos pues luego volteó su rostro hacia mi, desapareciendo toda amargura de él.

Más no volvió a ser el Luis juguetón por un rato, la amargura, tristeza y cualquier cosa que hubiera pasado por su expresión sin yo darme completa cuenta, solo fueron suplantados por una seriedad a la que debería ya haberme acostumbrado en el rostro del pelinegro pero que todavía me incomodaba ver.

— Está en casa de Alair.

¿Qué? ¿Quién?

— ¿Quién? ¿De qué hablas?

— De Milosh, Clarissa. Milosh está en casa de Alair, porque tú ibas a matarlo. —una mueca de dolor por su parte.

Ah, a ello se refería.

Milosh estaba en casa del abuelo, porque...

— Tiene que ver con mi amenaza del lunes, ¿cierto? Yo... yo no iba completamente en serio, solo... solo necesitaba marcar una distancia entre ustedes y yo, evitar ponerme en peligro.

— ¿En peligro? ¡El único que llegó a estar en peligro de muerte, es Milosh! —levantó la voz, no tanto como para que fuera un grito, pero sí suficiente para preocuparme e incomodarme. — Samuel vio su muerte. Su confirmación hizo que yo también la viera, su sangre manchando el suelo, tus manos siendo las culpables y...

— No sigas. —le interrumpí, pues una ligera incomodidad en el pecho, a la altura de mi corazón me atacó, quizá a causa de sus palabras.

Cuando dejó de hablar, cualquier dolor se volvió inexistente, pero no me puse a pensar en tal suceso, simplemente no pude y no lo logré, porque mi hermano volvió a hablar.

— ¿Cuál fue el motivo, Clarissa? —de nuevo había seriedad más que cualquier cosa en sus palabras, no dolor, no sorpresa, no cariño. Solo seriedad.

Perfect Blood: Lo que ocultan los CaídosWhere stories live. Discover now