Capítulo 9

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Narrador omnisciente

Ella solo sentía la impetuosa necesidad de mantener a su hermano en sus tierras, junto a ella, alejándolo de lo que se cocía en su mente y le pondría en peligro luego.

Ella era una simple inmortal, y quería proteger a la única persona en la que creía de verdad poder confiar.

Adrien, su hermano, era la única persona en su mundo que era como ella, sincero, que carecía de maldiciones y solo poseía supuestas bendiciones, puesto que ya tenían suficiente castigo con el simple hecho de haber sido engendrados en el vientre de Lilith y haber sobrevivido a la locura de su difunta madre.

Eso pensaba Graziella, puesto que estaba consciente de que su marido, compañero y amante, no era alguien de fiar. Theodore era el portador de la Envidia, el que el supiera lo que su hermano planease y, para colmo, apoyase eso, no le producía ningún buen presentimiento.

Tampoco la situación con los lobos le daba buena espina.

Todo eso había sido tan... repentino, que a ella no le cuadraba. Los lobos justo cuando ella se había decidido citar a su hermano para contarle sobre su estado... La aparición del mensajero, un purasangre excepcional cuya presencia en el mundo de los conscientes era un suceso que rara vez ocurría desde que Theodore asumió el mando... Nada de eso le inspiraba confianza, ninguno de esos acontecimientos podrían ser la más mínima casualidad.

Y ella lo sabía.

Se paseaba por la inmensa mansión, la misma donde había decidió acoger a los sobrevivientes de su clan, tanto purasangres como mestizos, tanto caídos como vampiros, desde que se habían visto obligados a recluirse.

Aun viviendo con una treintena de personas, no se topó con nadie. El silencio en la propiedad era terrorífico, peligroso y no parecía ser, tampoco, una mera casualidad. En esa mansión, entre los treinta y dos miembros del clan de la Envidia de los Caídos, había dos infantes.

Dos pequeños mestizos que juntos no sumaban ni nueve años de edad. Dos criaturas que, entre sus juegos, nunca permitían un momento de calma en ese lugar.

Todo comenzó a darle vueltas. Tenía... tenía que ver a su hermano, al príncipe, y evitar que él fuera tras ella. Pero no podía, ya le había interrumpido una vez y ella, por muy hija de su madre que fuera, no era inmune a los castigos que su hermano pudiera darle.

Sintió que el suelo comenzó a temblar bajo sus pies.

Una sangre perfecta. ¿Cuándo dejarían de aparecer?

Una de ellas había llevado a sus padres a la muerte, ¿no? Ellas eran las mensajeras y el castigo, las portadoras de la destrucción según lo decían las profecías escritas por Lujuria, profecías que habían sido profesadas por los mismísimos labios de las sangre perfectas cuando estas estaban a nada de la muerte.

Ella las había leído antes. Una vez y otra, mientras eran plasmadas y luego de ello. Cada siglo una nueva, así había sido hasta el siglo XVIII, hasta ese siglo ella les había seguido el pie, porque luego de ello Lujuria desapareció.

Un espeso líquido comenzó a quemar desde su estómago y ascender por su garganta. Tuvo una arcada, la cual logró contener mientras se aferraba a una pared del pasillo por el que iba.

¿Dónde está él? ¿Había escrito alguna otra de las profecías que solo él y a quien se le decían podían escuchar?

Se recostó en la pared. Su cabeza comenzó a doler de nuevo.

¿Dónde estaba el librito a medias diario que ella había leído?

No pudo contener una nueva arcada cuando ésta le sobrevino.

Se dejó ir, cerrando sus ojos, lo último que vio fue el rojo en el suelo sobre el que cayó. Se habría asqueado de caer sobre su propio vómito si tan siquiera la situación fuera otra y no esa.

Graziella Flighliero había sido envenenada, pero despertaría días después, sobre una cama de una habitación perteneciente a la mansión en Rumanía que Arel, en otras palabras Pereza, había comenzado a usar como su hogar aun cuando esta pertenecía a Soberbia.

Pero en eso no había problema, ¿cierto? Los muertos no podían ir a reclamar nada. Y el clan de la Soberbia de los Caídos estaba más que extinto, ¿no?

Tal y como lo habría estado Grace, Graziella o Grazia, de no ser por Arel.

Porque su hermano fue el primero en encontrarla, pero fue Arel quien decidió salvarle la vida a ella y a la criatura que crecía en su vientre.

Ese debió ser su final, porque la sangre de lobo para los suyos era mortal.

Y bien lo tenía merecido, según pensó ella. Había sido su error entrometerse en los asuntos de su hermano.

De igual forma su preocupación por él no desapareció luego de que despertó.

—¡Oh, ya has despertado, querida flor!

—¿Dónde y cómo está Adrián, Arel? —preguntó ella mientras se incorporaba adolorida, sedienta y agotada hasta el infinito.

Arel rió, sentándose frente a ella, sobre las floreadas sábanas que cubrían parte de Graziella y la cama.

—¿Acabas de despertar, luego de que te intentaron asesinar y te preocupas por él? —No permitió que Grazia le respondiera ni dijera nada—. Tente más aprecio a ti misma, a tus hijos.

Graziella no noto el plural, e ignoró perfectamente lo que Arel decía.

Algo estaba mal y ella lo sentía. Sentía la muerte enroscarse como una serpiente sobre su cuello.

—¿Dónde y cómo está mi hermano, Pereza?

—Su Alteza está en perfectas condiciones, más desconozco su paradero actual.

No, no, no. Algo andaba mal, mal, mal de verdad.

¿Qué decían las profecías de las sangre perfectas?

...

Nota de autora

No tengo mucho que decir, más que pediros disculpas por no actualizar antes y, por sobre todo, agradeceros por los 5K de lecturas, esos a los que PBLQOLC llegó hace poco.

En esa misma onda, porque esta tarada anda de celebración, os muestro un dibujito, que hice en Picrew, de Graziella, mejor conocida como Grace o Grazia, Flighliero de Iri:

En esa misma onda, porque esta tarada anda de celebración, os muestro un dibujito, que hice en Picrew, de Graziella, mejor conocida como Grace o Grazia, Flighliero de Iri:

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Ci vediamo dopo, Caiditos.

Perfect Blood: Lo que ocultan los CaídosWhere stories live. Discover now