Sin ver atrás ✔ (EN LIBRERÍAS)

By CMStrongville

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Está historia se encuentra publicada con Nova Casa Editorial. --- Kara tiene un pasado del que no se siente m... More

Publicación con editorial
SINOPSIS
_EPÍGRAFE_
PRÓLOGO
01 [Inédito]
02 [Inédito]
03 [Editado]
04 [Editado]
05 [Editado]
06 [Editado]
07 [Editado]
08 [Editado]
09 [Editado]
10 [Editado]
11 [Editado]
12 [Editado]
14 [Editado]
15 [Editado]
16 [Editado]
17 [Editado]
18 [Editado]
18 [Plus]
19 [Editado]
20 [Editado]
21 [Editado]
22 [Editado]
23 [Editado]
24 [Editado]
25 [Editado]
26 [Editado]
27 [Editado]
28 [Editado]
29 [Editado]
30 [Editado]
31 [Editado]
32 [Editado]
33 [Editado]
Epílogo
EXTRA

13 [Editado]

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By CMStrongville

KARA

Cuando salí del trabajo mi cabeza palpitaba.

Había sido un día demasiado movido, clientela en abundancia inundó el lugar y yo no pude hacer nada más que renunciar a mi hora de comida. Aunque igual no había tenido nada que comer, por lo que no lamentaba mucho la distracción de mi estómago molesto.

Lo bueno había sido que por fin recibí mi paga y, junto con las propinas del día, tenía para poder abastecer mi despensa con comida decente. No era la primera vez que pasaba días de hambre, pero era la primera vez que me afectaba tanto. La última vez había estado sumida en una horrible depresión después de lo que había sucedido y lo que menos había querido era comer, sobrevivir, seguir adelante. Solo quería dormir para que el dolor cesara; quería tener un accidente y perder la memoria o, en el mejor de los casos, dejar de respirar. Y eso que solo había tenido diecinueve años.

«Tienes toda una vida por delante», solía decirme la gente; sin embargo, ellos no sabían. No sufrían en carne propia lo que yo, y eso solo me hacía querer mandarlos a la mierda. A ellos, a Beck, a mis padres, a la vida. Todo. Quería mandar todo a la mierda y solo rendirme, pero eso solo les habría dado la razón a mis progenitores, y mi orgullo y terquedad no me lo permitieron. Luché bastante por salir del profundo hoyo en el que había estado metida, y casi cuatro años después de todo el drama, ahí estaba; una sonrisa falsa pintada en mi rostro y la mirada brillante de nuevo.

Cualquier rastro de la niña rota que había sido estaba escondido en un oscuro y lejano lugar dentro de mi mente, muy bien guardado. No pensaba dejar que esa oscuridad volviera algún día para absorberme. De lo que había sido solo me habían quedado lecciones; moralejas aprendidas y una madurez con la que solo un espíritu con mil heridas de batalla contaba. Yo era un alma vieja en un cuerpo joven, aunque a veces salía a flote toda esa basura que me encantaba escupir.

No siempre pasaba, había aprendido a controlarlo; solo cuando me sentía amenazada de nuevo, cuando pensaba que podía ser herida una vez más, era entonces cuando mis defensas se activaban. ¿Qué mejor defensa que el ataque? Sin embargo, en esos últimos años solamente una persona había logrado que saliera a la luz la niña tonta y asustada que había sido.

Me subí al auto cuando la noche ya estaba cayendo, y me dirigí al supermercado a comprar todo lo necesario para llenar mis estantes y el refrigerador. Hice cálculos mentales para apartar el dinero de la universidad y la renta, y luego me gasté casi todo lo demás en alimentos. Una vez que llegué a mi departamento y subí todas las bolsas de víveres, me dispuse a comer. Encendí mi reproductor de música, Centuries de FOB comenzando a sonar, y yo bailé alrededor de la cocina sacando los ingredientes necesarios, encendiendo la estufa y cantando; todo al mismo tiempo.

Estaba preparando un poco de pasta cuando escuché por sobre la música que tocaban la puerta. Me pregunté quién podría ser a las nueve de la noche. No era muy tarde, pero tampoco tan temprano como para recibir visitas, menos unas inesperadas, así que me tomé mi tiempo pidiendo que, quien sea que fuera, se rindiera y diera media vuelta para dejarme comer en paz. Quería disfrutar de la primera comida decente que tendría en casi dos días.

Cuando escuché que continuaban tocando, apagué la música. Me serví una considerable porción en el plato y apreté los dientes al escuchar que volvían a golpear. La única manera en la que podía librarme de esa persona era despachándola de inmediato, por lo que fui a abrir la puerta. Cuanto antes se fuera, podría disfrutar la pasta que olía tan bien.

—Espero que tengas hambre —dijo Owen antes de pasar a mi lado sin permiso, como si fuera el dueño del lugar.

Me di la vuelta con la boca abierta y vi que llevaba una bolsa marrón en una mano y una caja de pizza en la otra. La bolsa tenía una mancha oscura en el fondo y supuse que era grasa. Arrugué mi nariz con disgusto.

—Uh... —No sabía qué decir ante su repentina presencia llenándolo todo—. Yo... ¿Sí? De hecho, estaba a punto de comer —le señalé el plato servido sobre mi pequeña mesa y él se le quedó viendo un par de segundos antes de pestañear y encogerse de hombros.

—Solo quería asegurarme de que comieras algo, pero ya vi que interrumpo. ¿Deseas que me vaya? —Sus ojos no emitían censura ni reproche, pero igualmente no lo quería cerca de mí. Siempre que nos encontrábamos próximos, mi cerebro y mi boca parecían desconectarse y yo terminaba diciendo cosas de las que me arrepentía. No sabía por qué su cercanía me hacía actuar de manera tan cruel, pero era mejor evitarlo. No quería más cargas en mi conciencia.

—La verdad es que sí —confesé en un susurro. Una punzada se clavó en mis entrañas al verlo parpadear herido, confundido, pero la ignoré. Owen solo se quedó ahí, de pie, viéndome durante lo que pareció una eternidad, pero luego sus ojos se desviaron a la mesa y asintió.

—Bien. —Dejó la bolsa marrón sobre mi mesa—. Esto... lo traje para ti, espero que... Uh, que sea de tu agrado. Que te guste —confesó, luego pasó caminando a mi lado.

Sabía que se estaba marchando. Sabía que era mejor que lo hiciera. Sabía que no era una buena idea que estuviéramos juntos más tiempo del necesario..., pero, después de todo, él había ido a llevarme comida. Se había preocupado por mí cuando no tenía el deber de hacerlo. Parecía querer hacer las cosas menos tensas entre nosotros... y yo no lo estaba ayudando.

La puerta se abrió.

—Espera —dije en voz baja, dándole la espalda, antes de poder detenerme. Hice una mueca cuando no escuché la puerta cerrarse y suspiré. Aún no se había ido—. Quédate mejor —pedí.

Casi pude escuchar su confusión e incomodidad. Casi reí, pero me encontraba igual de confundida que él por mi repentino cambio de opinión y no lo hice. Durante algunos segundos lo único que pude escuchar fueron los latidos de mi corazón golpeando en mis oídos. Mi respiración era un poco errática y mis dedos se habían curvado ansiosos formando un puño.

Me volví para encararlo y me encontré con su mirada indecisa.

—No quiero incomodarte —susurró. Me obligué a sonreír para tranquilizarlo.

—No lo haces —mentí. Claro que me incomodaba, aunque todavía no podía distinguir por completo el porqué. ¿Era por el pasado que teníamos? ¿Ese que nos seguía persiguiendo? ¿O era porque me hacía sentir pequeña y miserable?

El que estuviera tratando de llevarse bien conmigo me hacía sentir peor de lo que lo habría hecho el que siguiera teniéndome rencor. Prefería sus ataques, sus represalias en venganza, a sus sonrisas sinceras. Solo hacía que la consciencia me remordiera más.

Tal vez esa era su venganza, mi castigo.

Sonriendo me acerqué hasta él y le quité la caja de pizza de las manos para posarla sobre la oscura superficie de la mesa. Volví a mirarlo y me encontré con sus ojos clavados en la caja de pizza, por lo que me atreví a tomarlo de la mano y halarlo hasta obligarlo a sentarse en una de las sillas. Puse un plato frente a él y yo me senté al otro lado, justo delante de su mirada escrutadora. Sin mediar ninguna palabra, me puse a comer lo que había preparado unos minutos atrás.

Él no dijo nada cuando se sirvió, ni yo tampoco. Solo comimos en un extraño, pero nada incómodo silencio. Intercambiábamos miradas de vez en cuando, miradas que decían muchas cosas, y lentamente la tensión fue creciendo de nuevo entre nosotros. Pero... esta tensión, era una completamente diferente a la que solía envolvernos. No era del tipo «quiero sacarte los ojos». Más bien algo así como ignorar el elefante rosa en la habitación, el tema que no queríamos tocar: el pasado. Queríamos pasarlo por alto, por lo menos yo quería hacerlo, pero no sabía cómo lograrlo. Necesitaba disculparme primero, pero un simple gracias no serviría para purgarme de la culpa ni para que él lo olvidara todo.

Cuando terminamos de comer, Owen se puso de pie y llevó su plato al fregadero para lavarlo. El sonido del agua corriendo me relajó, como siempre lo hacía, y me encontré sonriendo sin ninguna razón aparente. Recordé todos esos días en la playa con mi familia, cuando todo parecía ser perfecto. Cuando era feliz mientras jugaba entre las olas y no tenía ninguna preocupación. Cuando me sumergía en la piscina y cualquier pensamiento malo desaparecía de mi mente, solo dejándome a mí. Solo yo y nadie más que yo.

—Creo que ya me voy —la voz de Owen me trajo de regreso al presente, y solo por dos segundos quise llorar al recordar aquellos tiempos donde todo había sido fácil. Donde nunca había pasado hambre ni frío ni me había hundido en la peor de las depresiones. Sacudí la cabeza y le mostré una sonrisa que no llegó a mis ojos.

—Está bien.

—Gracias por... dejarme comer aquí.

—No, al contrario. Gracias a ti por preocuparte —dije con sinceridad. Él sonrió de lado y mi estómago cayó en picada.

—No es nada. —Su voz salió en poco más que un susurro y acomodó las manos dentro de los bolsillos de sus pantalones—. Supongo que nos veremos mañana en clases.

Reí abiertamente y Owen frunció el ceño confundido, lo que me hizo reír más.

—Mañana es sábado, Owen. No hay clases.

Su ceño se relajó y me sonrió mostrando todos sus dientes blancos.

—Oh, qué tonto. Lo siento.

—No importa, todos nos equivocamos —solté restándole importancia con un ademán de mi mano. Su mirada sobre mí era intensa, y entonces lo que dije caló poco a poco en mi interior.

—Tienes razón, todos lo hacemos —susurró. Sabía que se refería a aquella época y todos los errores que cometí, pero por alguna razón no me sentía atacada.

—Pero la mayoría de las veces aprendemos de nuestros errores, ¿no crees? —inquirí. Él asintió con una sonrisa triste.

—Lo creo. —Miró por sobre su hombro hacia la puerta y carraspeó—. Creo que ya es tarde, debería dejarte descansar.

—Como quieras —dije encogiéndome de hombros—. De igual manera mañana no trabajo ni nada, por lo que me despierto hasta tarde.

—Igual yo —informó. Parecía no querer irse y yo no quería que se fuera. No quería quedarme sola con los pensamientos y recuerdos que me torturaban todas las noches cuando el silencio me rodeaba.

Cuando hizo amago de irse, me puse de pie causando que mi silla chillara por el arrastre.

—¿Quieres ver una película? —pregunté. Casi de inmediato me quise golpear.

¿No había pensado poco tiempo antes que lo mejor era que no pasáramos mucho tiempo juntos? ¿Entonces por qué le había preguntado aquello?

No lo sabía con precisión, pero sí sabía que no quería que me dejara sola.

Giró de nuevo sobre sus talones y escrutó mi rostro con sus ojos serios. Vi sus hombros relajarse. Una de las esquinas de su boca se arqueó hacia arriba.

—Claro. ¿Qué tienes en mente?

—Uh... —Recordé que yo tenía un par de películas románticas, pero dudaba de que él quisiera ver algo así—. ¿Tienes tú algo bueno? Yo tengo... películas de chicas. No sé si prefieres traer algo mejor.

No tuve que preguntarle dos veces. En cuanto terminé la oración él ya estaba saliendo por la puerta tras decirme que volvería rápido. Alrededor de tres minutos después, regresó con varias bolsas de palomitas y un montón de películas de acción, de zombis o ciencia ficción. Una llamada Insidious llamó mi atención.

—Es de terror —me advirtió una vez que le dije que esa estaría bien.

—Puedo verla. —Levanté mi barbilla, orgullosa y él rodó los ojos.

—Como quieras.

La pusimos en el reproductor, nos sentamos en mi sofá y cuarenta minutos después yo ya estaba tapándome los ojos y los oídos; mi cuerpo estaba pegado a su costado y podía sentirlo vibrar de risa.

—¿Quieres que la cambie? —cuestionó divertido.

—Sí, por favor. En lo que tú pongas otra yo iré por palomitas.

—De acuerdo.

Fui a la cocina de nuevo y puse a preparar las botanas, una sonrisa pintada en mi rostro. Me la estaba pasando muy bien con Owen, algo que nunca hubiera imaginado, y agradecía el no estar perdida en la oscuridad con mis culpas y remordimientos.

Cuando regresé, Owen estaba viendo los cortos del principio.

—¿Y ahora que veremos? —pregunté sentándome a su lado.

El Transportador. ¿Alguna vez la has visto? Es de acción. —Negué con la cabeza y elevé mi mirada a la suya.

Estábamos demasiado cerca, tanto así que su aliento soplaba sobre mi mejilla. Aspiré el suave olor de la mantequilla y bajé mi mirada a su boca llena. Me pregunté cómo sería besarlo. ¿Serían sus besos suaves y dulces o duros y exigentes? ¿Serían un punto intermedio? ¿Qué sabor tendrían sus labios? Sentí el calor trepándose por mi cuello y agradecí en silencio que estuviera oscuro alrededor. En la penumbra pude ver su garganta moverse al pasar saliva y volví a elevar mi mirada a sus ojos. No podía decirlo a ciencia cierta, pero parecían estar clavados en mis labios.

—Kara...

—¿Sí?

Mi voz era un susurro. Me incliné un poco más hacia adelante y mis párpados comenzaron a cerrarse. Su aliento bailó sobre mis labios.

—La película ya comenzó —susurró. Sus palabras fueron como una cuerda que me jaló de regreso a la realidad, como una cubeta de agua fría.

Me separé de él.

—Oh, cierto.

Me senté lo más alejada posible sin que pareciera que lo evitaba y comencé a ver la televisión; la vergüenza de haberme visto necesitada, casi sobre él, todavía a flor de piel. Arriesgué una mirada en su dirección y vi que una de sus comisuras estaba levantada en una sonrisa satisfecha. Entrecerré mis ojos hacia él.

¿Se estaba burlando de mi actitud?

Como si escuchara mis pensamientos, se giró a verme y su sonrisa se amplió. No parecía burlón, más bien... complacido. Era un gesto tan sincero, tan contagioso, que muy pronto me encontré devolviéndolo. Era difícil tratar de estar molesta cuando no me había sentido tan bien desde... Bueno, desde hacía mucho tiempo atrás. Regresé mi mirada al televisor y seguí viendo la película, la sonrisa nunca borrándose de mi rostro; parecía querer quedarse ahí. No sé cuándo pasó, pero de repente, con la cálida compañía de Owen, me encontré cayendo profundo en un sueño tranquilo.

Esta vez sin gritos desgarradores, llantos lastimosos ni cuerpos sin vida atormentándome en mis sueños.


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