Tres meses

By JoanaMarcus

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TERCER LIBRO Jack Ross y el compromiso nunca se habían llevado bien. Cosa que, siendo sinceros, le había faci... More

Nota :D
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24 - Final

Capítulo 21

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By JoanaMarcus

Frené el coche bruscamente, todavía medio perdido, y me quedé mirando la casa que tenía delante.

Sinceramente, no estaba muy seguro de qué hacía ahí. O de qué pretendía ganar entrando. Pero... por algún motivo... aquí estaba.

Salí del coche con una extraña sensación de ansiedad creciéndome por el cuerpo que solo había sentido unos meses atrás, al volver de Francia. Me froté la sien con una mano, dolorido, y llamé al timbre de la casa de forma bastante impaciente.

Apenas habían pasado unos segundos cuando una chica que no había visto en mi vida abrió la puerta y me miró con cierta sorpresa.

—¿Dónde está Vivian? —pregunté directamente.

Ella dudó visiblemente antes de apartarse y señalar las escaleras. Me dirigí a ellas sin dudarlo y las subí en unas pocas zancadas, evitando deliberadamente a la gente que intentó detenerme para decirme algo de la estúpida película. Si eran amigos de Vivian, seguro que me conocían. Y ahora mismo no estaba preparado para una conversación sobre nada.

Abrí la puerta del fondo, la grande, y vi que Vivian estaba rodeada de amigos, sentada en una bañera de hidromasaje grande y redonda. Tenía una copa en la mano y el pelo atado para que no se le mojara. 

Casi al instante en que entré en la habitación, ella levantó la cabeza y su mirada se iluminó al verme.

—¡Ross! —exclamó alegremente—. ¡No sabía que fueras a venir! ¿Por qué no te metes con nosotros en...?

—Necesito hablar contigo.

Mi tono de voz hizo que su expresión cambiara a una más seria. Especialmente cuando hizo un gesto a sus amigos, que se apresuraron a salir de la bañera como corderitos y dejarnos solos, cerrando la puerta.

Cuando lo hicieron, ella me indicó con un gesto que me metiera en el agua con ella.

—Puedes meterte en ropa interior —sugirió al ver que iba completamente vestido.

—No, gracias.

—También puedes meterte sin ropa —sonrió.

Intenté no ponerle mala cara, pero no lo conseguí.

—No estoy de humor, Vivian.

—¿Qué te pasa? Ven aquí.

Suspiré y me acerqué al borde de la bañera, sentándome ahí. Ella me sonrió, apoyándose con los brazos a mi lado para mirarme.

—¿Algún problema con la película nueva? —sugirió.

Sí, había firmado un contrato para una película nueva. Y sí, ya se lo había dicho a todo el mundo. Pero no, ese no era precisamente el motivo de mi enfado.

—No es eso.

—¿Algún problema con esa chica? —enarcó una ceja, mirándome.

No me gustó mucho cómo pronunció esa chica, pero me limité a suspirar.

—Algo así.

—¿Quieres hablar de ello?

—No, la verdad es que no.

Hubo un momento de silencio en que le dediqué una mirada significativa. Ella me sonrió, como si entendiera lo que quería decirle, y se puso de pie.

Creo que la intención era que mirara su bikini —seguramente carísimo— pero la verdad es que no podía estar más descentrado. 

En mi cabeza no había lugar para bikinis caros, o chicas rubias explosivas. Solo para una chica de ojos castaños brillantes... besando a mi hermano.

Vivian se envolvió en una toalla y me dio su copa, que acepté con una mueca de confusión.

—Creo que la necesitas más que yo —me explicó.

Puse una mueca, mirándola, y dudé visiblemente antes de llevármela a los labios y casi terminármela de un trago.

Vivian sonrió y me hizo un gesto para que la siguiera.

—No tengo mucho material —me avisó—. En las fiestas se termina muy rápido... ya sabes cómo van estas cosas.

—Mhm —murmuré.

Ella se detuvo en otra de las puertas del pasillo y la abrió, dejándome pasar primero. Me quedé plantado en medio de su habitación, incómodo, mientras ella se sentaba en su cama y abría uno de los cajones de su mesita de noche. Sonrió ampliamente y dejó cuatro bolsitas blancas y pequeñas sobre la cama, para mí.

—¿Cuántas quieres?

En realidad, sabía que yo mismo había insinuado que las quería, pero ahora que las veía...

Solo imaginarme la expresión decepcionada de Jen, de Will o de mi madre... no. Mierda. ¿Qué estaba haciendo?

Di un paso atrás inconscientemente.

—No —mascullé—. Es... yo no...

—Vamos —enarcó una ceja—, ¿a qué has venido si no es por esto?

—No debería...

—Como quieras —me interrumpió.

Se me secó la garganta cuando vi que abría una de las bolsitas y ponía parte de su contenido sobre la mesita de noche, empezando a colocarlo en forma de raya. Me quedé mirándola fijamente, con la cabeza zumbándome, mientras me sonreía.

—Joey ya me dijo algo de que te habías desintoxicado —comentó, poniendo los ojos en blanco—. Me dijo que debería hacer lo mismo, pero... esto es demasiado divertido como para dejarlo.

No dije nada. Fui incapaz. Especialmente cuando ella se tapó un agujero de la nariz con un dedo y se inclinó para inhalar con el otro hasta que la mesita quedó limpia de nuevo. Cuando levantó la cabeza y la echó hacia atrás, sorbiendo por la nariz, sentí que me escocía mi propia nariz y me cosquilleaban los dedos.

Vivian me dedicó una sonrisita radiante cuando se puso de pie otra vez e hizo un ademán de esconder de nuevo todo lo que le quedaba.

Y yo hablé sin pensar.

—¡Espera!

Ella se detuvo de golpe y me sonrió de nuevo.

—¿Sí, Ross?

—Dame... una. Solo una.

Me entraron ganas de vomitar solo al imaginarme lo que pasaría si me veía alguien. Pero no pude evitarlo. Era más fuerte que yo.

Vivian me guiñó un ojo cuando me dio una de las bolsitas, que yo apreté entre los dedos.

—Sabía que no eras tan aburrido —comentó.

Aparté la mirada y la metí en mi bolsillo.

—Venga —sonrió y me sujetó del brazo—, vamos a pasarlo bien, como en los viejos tiempos.

No sé por qué, pero me dejé arrastrar por ella.

Sinceramente, no tengo muchos recuerdos alegres de esa noche.

Recuerdo a Vivian bailando e intentando que yo también bailara, aunque me negué. Recuerdo mucho alcohol. Muchísimo. Y también recuerdo la cantidad de veces que pensé en abrir esa bolsita, pero la cara de preocupación de Jen que me imaginaba me detenía en seco y hacía que volviera a esconderla.

Cuando volví a ser consciente de la situación, estaba tumbado en la cama de la habitación de invitados de Vivian completamente solo. La luz entraba por las ventanas. Era de día. Y... Dios, cómo me dolía la cabeza. Y tenía mucha sed.

Aliviado, comprobé que la bolsita de mi bolsillo seguía intacta y la dejé en la mesita antes de ponerme de pie y bajar torpemente a la cocina, donde me llené varios vasos de agua. Nunca parecía suficiente.

—Oh, no.

Me di la vuelta, sorprendido, y vi que Dimitri, el chófer de Vivian, estaba ahí de pie mirándome como si fuera un animal salvaje y, si no se movía, para mí sería como si no existiera.

Sinceramente, no sé qué se esperaba, pero yo solo volví a darme la vuelta y a centrarme en mi vaso.

—Hola —murmuré con voz arrastrada.

Él se quedó en silencio unos segundos, pasmado.

—¿Hola? ¿Ya está? —preguntó—. ¿No habrá historias eternas sobre su exnovia?

—No, Dorian.

Él pareció extrañamente decepcionado cuando me miró unos segundos más, como si se hubiera acostumbrado a mis historias.

—¿Quiere que lo lleve a algún lado? —preguntó al final.

—No puedo. Tengo el coche por aquí.

—Yo se lo llevaré a casa, señor Ross.

Lo consideré un momento, pero... no quería volver a casa. No quería enfrentarme a la situación.

—¿Tienes hambre? —pregunté.

Un rato más tarde, estábamos los dos sentados en la hamburgueseria-barra-cafetería a la que siempre me llevaba mi abuela de pequeño. Y a la que había ido con Jen un año antes, cuando la había encontrado en su habitación con todas sus cosas destrozadas.

Dylan estaba sentado al otro lado de la mesa, mirando la carta. Parecía encantado con que lo invitara a comer. Y la verdad es que se lo había ganado. El pobre hombre nunca me pedía nada a cambio de escuchar mis monólogos eternos y llevarme a todas partes.

Debería contratarlo.

Casi me había dormido cuando una camarera pelirroja muy guapa —ese detalle Jen no necesitaba saberlo, ejem— se acercó a nosotros con una libreta en la mano.

—Bienvenidos —nos saludó, preparándose para escribir—, ¿ya saben lo que van a pedir o necesitan más tiempo?

Dimitri, que todavía miraba la carta como si fuera a descubrir el secreto de su vida en ella, no dijo nada. Suspiré y se la quité, dándosela a la camarera.

—¿Qué nos recomiendas?

—Casi todo el mundo que viene a comer se pide una hamburguesa completa —me aseguró, señalando a su alrededor.

Y era cierto. Era lo que tenía casi todo el mundo.

—Pues... eso mismo para los dos —concluí—. Y agua, por favor. Mucha agua. Te lo suplico.

Ella sonrió, recogió las cartas y se volvió a la barra. Cuando vi que Dorian lo seguía con la mirada, sonreí un poco y le chasqueé los dedos delante de la cara.

—¡Que estás casado! ¿Te parece bonito mirarle el culo a las camareras, Dominic?

Él se puso rojo como un tomate.

—Bueno... no... eh... en realidad estoy divorciado.

—Pero si me dijiste que vives con tu mujer.

—Bueno, estamos divorciados pero vivimos en la misma casa. No hay presupuesto para dos casas.

Suspiré y miré de reojo a la camarera, que hablaba con un tipo con bandana que supuse que sería el cocinero.

—Tranquilo, no se lo diré a nadie —le aseguré con una sonrisita—. ¿Quieres que le pida el número por ti?

—¿Eh? ¡No!

—¿Por qué no?

—¡Porque debe tener unos... veinte años, como mucho!

—Vamos, la esperanza es lo último que se pierde, Dorian.

—¡Que me llamo...!

Se cortó a sí mismo, enrojeciendo, cuando la pelirroja se acercó a nosotros y nos dejó el agua que le había pedido en medio de la mesa. Nos dedicó una sonrisa un poco extrañada cuando notó que ambos la mirábamos demasiado fijamente.

—Espera —la detuve, para el horror de Dimitri.

Ella me miró, esperando que le pidiera algo más.

—¿Sí? —preguntó al ver que no decía nada.

Dorian me dio una patadita por debajo de la mesa a modo de advertencia, pero yo lo ignoré y me giré hacia la pelirroja.

—¿Cómo te llamas? —pregunté con una sonrisita encantadora.

Ella levantó las cejas casi al mismo tiempo que Dylan intentaba desaparecer del mundo escondiéndose detrás de su vaso de agua, avergonzado.

—Amara —me dijo ella finalmente.

—Ooooh, ese es un nombre muy bonito —le aseguré.

—Gracias —me dijo, extrañada—. ¿Algo más?

—En realidad, sí, Amara, verás...

—Eh... prefiero Mara —me aseguró enseguida—. Solo un pesado me llama Amara.

—Mara —corregí con una sonrisita—, verás... nos preguntábamos si tienes pareja.

Ella levantó una ceja y sonrió, medio divertida.

—No está muy claro —dijo finalmente.

—Bueno... si no la tienes... podrías darle a mi amigo tú número, ¿no crees? Es una buena persona. Y un excelente conductor. Nunca tendrás sitios a los que no puedas ir.

Ella sonrió y me dio la sensación de que miraba un poco por encima de su hombro, pero lo ignoré mientras Dorian enrojecía cada vez más.

—Bueno, ¿nos das tu número, Mara?

Ella se quedó mirándome un momento antes de intentar ocultar una sonrisita divertida.

—Sinceramente, no creo que pueda.

—¿Por qué no? ¿No te gusta Dimitri?

—Parece muy simpático —me aseguró, divertida—, pero creo que a mi amigo, el del fondo, el que os está matando a los dos con la mirada ahora mismo... no le gustará mucho que le dé mi número.

Dejé de sonreír al instante para girarme hacia el tipo que estaba sentado en una de las mesas del fondo con una chica que se parecía bastante a él. 

Y sí, nos estaba matando con la mirada.

A ver, siendo realistas... ese tío entrenaba. Se le notaba. Seguro que era boxeador o algo así. 

¡Podría convertirnos en puré a los dos sin pensarlo!

Sí, mejor olvidarnos de la camarera y seguir viviendo sin un boxeador cabreado detrás de nosotros.

—Ah —sonreí como un angelito—, bueno, en ese caso... ejem... ¿por qué no le invitas a un café de nuestra parte? El café de la amistad. Y recuérdale que las amistades son pacíficas, ¿eh?

—Claro —sonrió ella, divertida—. Un placer, chicos.

El pobre Dorian pareció volver a la vida cuando la chica se alejó y yo empecé a reírme de su cara de horror.

Al menos, el rato que estuve con él me olvidé de todo lo que había pasado la noche anterior. Y de que había estado ignorando los mensajes y llamadas de Jen, que seguro que me mataría en cuanto apareciera por casa.

A Will si le respondí, y sonaba cabreado con que no hubiera dicho nada en toda la noche. 

¡Incluso me insultó! 

¡El maldito Willy Wonka me insultó!

¿Y qué te dijo?

¡Me llamó idiota! ¡Idiota! ¿Te lo puedes creer?

Oooooh, pobrecito...

¿No se suponía que yo era el enfadado? ¡¿Por qué todo el mundo me insultaba?!

Yo también lo haría.

De alguna forma, terminé otra vez en casa de Vivian esa noche, aunque a ella ni siquiera la vi. Había demasiada gente. Y volví a emborracharme. 

Eso sí, no tomé nada que no fuera alcohol. Me negaba a hacerlo. Por enfadado que estuviera. No podía hacer eso. No después de todos esos meses de mierda

Aunque me muriera de ganas.

Ya era más de medianoche cuando salí al patio delantero de la casa tambaleándome y con ganas de vomitar. Uf, demasiado alcohol...

—¿Alguien ha visto a Dimitri? —pregunté a un grupo aleatorio que estaba por el jardín.

—¿A quién?

—¡A Dominic!

—¿Se llama Dominic o Dimitri?

—¡SE LLAMA DORIAN!

Se miraron entre ellos, confusos, y yo me alejé enfadado por su ignorancia. 

La gente era estúpida.

Después de casi media hora buscando, por fin encontré a Dylan. Estaba sentado en su coche tranquilamente escuchando la radio y leyendo un libro. Casi le dio un infarto cuando me puse a aporrear su ventanilla como un loco.

—¡Doriaaaaaaaaan! —pegué la nariz a su ventanilla—. ¿Es que nunca tienes vacaciones?

—¿Eh...? 

—Venga, llévame a casa, por favor. Tengo que contarte el último drama de mi vida.

Él suspiró pesadamente y bajó del coche para ayudarme a sentarme en el asiento de atrás sin matarme. Y, claro, cumplí con mi parte y le conté todos los cotilleos de mi relación por el camino. Él no parecía especialmente interesado, de hecho, canturreaba la canción de la radio, pero me daba igual. Lo único que quería era poder parlotear sin parar.

—Gracias, Dimitri —sonreí al bajar de su coche.

—Señor Ross... —suspiró—, es Daniel.

—Pues eso. Dylan.

—Repita conmigo: Da...

—Da...

—...ni...

—...ni...

—...el.

—...el.

—Daniel —finalizó él.

—Dorian —finalicé yo.

Al final, debió rendirse, porque tras ayudarme a entrar en el edificio se fue sin decir nada más. Subí en el ascensor, buscando mis llaves torpemente. ¿Por qué demonios tenía tantos bolsillos? ¡Si nunca guardaba nada!

Tuve que detenerme por el pasillo porque la cartera me salió volando cuando le di la vuelta al bolsillo, pero al final conseguí entrar en casa.

Mientras estaba jugueteando con las llaves e intentando no matarme mientras cerraba la puerta, levanté la cabeza inconscientemente y casi me dio un infarto cuando vi a Jen, irritada y de brazos cruzados, mirándome fijamente.

Oh, oh, la matriarca está enfadada.

—Hey —me dijo, muy seca.

Dudé visiblemente, sin saber si debería ser frío o alegre.

—Hey —dije al final.

Y solo con esa estúpida palabrita ya supo lo que no quería que supiera.

—¿Has bebido? —preguntó en voz baja, acercándose.

¿Jen hablando en voz baja y acercándose?

Hora de salir corriendo.

Bueno... quizá lo habría hecho si no supiera que me caería al suelo nada más dar un paso.

—Depende —canturreé.

—¿Que depende? ¿De qué?

—De a lo que te refieras —le pinché la nariz con un dedo—. No he bebido agua.

No pude evitar sonreír cuando vi que me fruncía el ceño, enfadada. 

¿Por qué Jen, cuando se enfadaba, era tan tierna? ¿No debería darme miedo?

—¿Eso te hace gracia? —preguntó, cabreada.

Ajaaaá... volvía a llevar los pantaloncitos. 

Aunque estos eran nuevos. Mhm... no estaban mal. Nada mal.

—¿El qué? —pregunté distraídamente.

—¿Se te han olvidado estos meses, Jack?

Aunque... no sé cuáles me gustaban más. Igual podría comprarle unos pantaloncitos con katanas ensangrentadas. 

Oh, eso sí que sería una fantasía húmeda.

—¿Qué meses? —intenté centrarme en lo que decía, pero no podía. Ya estaba sumido en mis fantasías.

—¡Los que te pasaste encerrado en una habitación! ¿Se te ha olvidado lo mal que lo pasaste?

—Si no recuerdo mal, uno de esos meses fue prácticamente todo hacerlo... así que tampoco fue tan malo.

Oh, podríamos estar así todos los meses. De todos los años. No me importaría.

Pasé por su lado, dispuesto a empezar ahora mismo, pero me detuve en la entrada del pasillo cuando vi que ella no se había movido y solo me miraba, claramente molesta.

—Bueno —murmuré señalando la puerta de nuestra habitación—, venga, vamos.

Pero solo siguió mirándome como si quisiera darme un puñetazo destructor.

—¿A qué esperas? —pregunté, confuso.

—¿A qué...? —frunció el ceño aún más—. ¿Dónde vas?

—A la habitación.

—¿A qué?

—¡A hacer las paces! Venga, vamos.

Por su cara, supe que no había elegido las palabras adecuadas.

De hecho, diría que me estaba jugando la vida, porque nunca me había mirado de esa forma tan enfadada.

Oh, esa noche iba a terminar llevándome un puñetazo.

—¿Estás bromeando? —espetó—. ¿Te crees que así se arreglan las cosas?

—No sé si se suelen arreglar así, pero seguro que es la mejor forma.

—¿La mejor...? ¡Jack, estás borracho!

—No seas exagerada, no he bebido tanto.

Probablemente sí había bebido tanto, pero eso no lo admitiría.

—¡Me da igual! —me dijo, indignada—. ¡Me dijiste que no volverías a hacerlo!

—Y tú me dijiste que no volveríamos a guardar secretos el uno con el otro —le guiñé un ojo—. Ya estamos en paz, Mushu.

—¡No me llames Mushu ahora!

Es que era difícil no hacerlo. Se había puesto roja con el enfado.

—Nunca dejas que te llame así —protesté como si fuera el mayor drama de mi vida, deteniéndome delante de ella—. Ni estando enfadados, ni estando contentos...

Ella parpadeó, sorprendida, cuando la atrapé de las caderas sin previo aviso. No pude resistirme. Siempre que pasaba unas horas sin ver a Jen sentía que mis ganas de encerrarme con ella en nuestra habitación se intensificaban. Y si sumabas eso a ir borracho... bueno, simplemente no podía resistirme.

Me incliné y, pese a que quería besarla en los labios, me limité a recorrerle la orea con la punta de la nariz y darle un beso justo debajo, haciendo que ella se estremeciera. Mhm...

—¿Seguro que no quieres ir a hacer las paces? —insinué con una sonrisita.

—Jack, estás borracho —repitió.

—Y tú tienes un culo espectacular.

Bajé las manos a su culo de dimensiones perfectamente insuficientes y ella enrojeció cuando lo apreté con las manos. Sonreí ampliamente, encantado con la reacción.

—Jack... —me advirtió, sin embargo.

—Venga, Michelle, no seas aburrida.

—No, para.

Me sorprendió la firmeza con que dijo eso último. Ya ni siquiera sonreía.

La solté, sorprendido, y ella se alejó de mí, enfadada.

—¿Qué? —pregunté, confuso por su reacción.

—¿Qué? —repitió, mirándome como si me hubiera vuelto loco—. ¡No he sabido nada de ti desde anoche!

—¿Y qué?

—¿Qué...? ¿Te crees que ha sido agradable para mí?

—Ahora estoy aquí, ¿no?

—¡No es eso, Jack!

—¿Por qué siempre tienes que complicarlo todo? —suspiré y me dejé caer perezosamente en el sofá.

Cuando vi que no tenía ninguna intención de sentarse conmigo, resoplé ruidosamente.

—¿Qué? —repetí.

—¿Eso es lo que vas a hacer siempre que tengamos un problema? ¿Irte corriendo?

—¡No me fui corriendo!

¡Me fui caminando!

Eso es verdad.

¡Por fi te pones de mi parte, conciencia!

—Sí, lo hiciste —me dijo Jen—. Lo haces continuamente. En cuanto tenemos un problema, te vas y desapareces, me evitas... y... y luego vuelves esperando que ignoremos que lo has hecho.

—No estaba evitándote —mentí descaradamente. Claro que lo hacía.

—¿Ah, no? ¿Y por qué no me respondías a las llamadas? ¿O a los mensajes?

Suspiré y eché la cabeza hacia atrás. Esto no estaba yendo como lo había planeado.

—Estoy demasiado bebido como para hablar de esto. Y tú demasiado enfadada.

—Igual si no hubieras bebido no estaría enfadada, Jack.

—¿Y qué más te da si bebo o no? No eres mi madre.

—¡No, soy tu prometida! —me espetó, enfadada—. ¿O ya se te había olvidado?

—¿Cómo voy a olvidarme de eso? —me enfurruñé.

—¡No lo sé, Jack, dímelo tú!

—¡Es que no sé qué demonios quieres que te diga!

—¡No quiero que digas nada! ¡Quiero que, si tenemos un problema, te quedes a hablarlo conmigo para que podamos arreglarlo, no que te vayas corriendo!

—¿Y de qué querías que hablara? ¿Del hecho de que besaste a mi hermano?

Ella respiró hondo, intentando calmarse antes de hablarme.

—No fue así. Y lo sabes.

—Oh, ¿lo sé? ¿En serio? ¿Te molestaste en explicármelo? Porque yo no recuerdo que me contaras muchos detalles.

—¿Y qué demonios querías que te contara?

—¡Que mi maldito hermano te besó, Jennifer!

—¡No fue como tú crees! —me aseguró, frustrada—. ¡No es... no significó nada! ¡Solo fue un beso!

—¡Igual que lo mío con Vivian solo fue un beso, justo después de que me dejaras tirado como a un imbécil! ¡Y cuando te lo conté te pusiste histérica!

—¡No es lo mismo!

—¿Y por qué demonios no es lo mismo? ¿Porque tú estabas conmigo y yo no estaba contigo cuando lo hice?

—¡Yo no besé a Mike, Jack!

—¡Igual que Lana no lo hizo! ¡O la otra! ¡Siempre es todo culpa de Mike pero, de alguna forma, siempre termináis acostándoos con él!

Ella apretó los labios, claramente furiosa. Y algo decepcionada.

—¿Eso es lo que te crees? ¿Que iba a acostarme con él?

No, no lo creía. 

Sinceramente, no lo hacía.

—No es eso —murmuré.

—Sí, sí lo es. Es lo que acabas de decir.

—No quería decirlo así, ¿vale?

—Pues es como te ha salido —masculló ella—. ¿Esa es toda la confianza que tienes en mí? ¿Te crees que no te dije nada porque quería hacer algo con él? ¿Después de todo lo que hemos pasado juntos?

—Jen, no...

—¡Cállate! ¡Lo que pasó fue que Mike me besó, me aparté y luego se disculpó porque se arrepentía de haberlo hecho! ¡Eso es todo! ¡No hubo más intenciones! ¡Ni siquiera intentó volver a acercarse a mí! ¡O yo a él!

No supe qué decirle. Una parte de mí no se esperaba que se cabreara tanto.

Y creo que eso, que no dijera nada, fue lo que terminó de enfadarla.

—¿Sabes qué? —alcanzó una mantita y casi me la tiró a la cara—. Creo que tienes razón. Has bebido demasiado como para hablar de esto. Mejor recupérate aquí solo esta noche.

Observé cómo se marchaba y supe que no quería dejar las cosas así. Dejé la manta a un lado y me puse de pie, decidido, pero esa decisión desapareció cuando vi que se daba la vuelta. Sus ojos centelleaban, furiosos.

—¿Qué? —pregunté, entre confuso y asustado.

—¿Dónde pasaste la noche ayer?

Oh, oh.

Intenté decir algo, pero me había quedado completamente en blanco. Y solo fui capaz de quedarme mirándola como un idiota.

—¿O con quién? —corrigió, dando un paso hacia mí. Le temblaba la voz.

—No pasó nada —le aseguré en voz baja.

—¿Que no...? —se detuvo de golpe y se volvió pálida—. ¿Has pasado la maldita noche con Vivian?

Ojalá pudiera decirle que no. Ojalá pudiera hacer que dejara de mirarme de esa forma.

Pero... no podía mentirle en eso.

—No pasó nada —murmuré—. Solo... no sabía dónde ir...

—¡Podrías haber venido aquí! ¡Podrías haber ido a casa de tu abuela, o de tu madre! ¡Podrías haber ido a un maldito hotel si hubieras querido! ¡Tú mismo elegiste ir a casa de esa chica sabiendo perfectamente lo que siente por ti!

La verdad es que la razón por la que había ido con Vivian había sido la bolsita que había dejado en su casa, pero no podía decirle eso a Jen. Me mataría.

—No siento nada por Vivian, Jen —le aseguré otra vez.

—¡No, claro, pero en cuanto discutimos lo primero que haces es ir a su casa a dormir!

—¡Te estoy diciendo que no pasó nada!

—¡Me da igual! ¿Cómo te sentirías si yo te dijera que he ido a dormir a casa de Monty? ¿O de alguien con quien me hubiera besado antes? ¿Te calmaría mucho que te dijera que no pasó malditamente nada?

—Jen... —intenté acercarme a ella.

Ella dio un respingo hacia atrás, furiosa.

—¡No, no me toques! ¡Vete a la mierda, Jack! ¡O vete a dormir con tu nueva novia, porque te aseguro que conmigo no vas a dormir!

Y se marchó, furiosa, hacia nuestra habitación. Ni siquiera había reaccionado cuando se encerró en ella de un portazo que, milagrosamente, no hizo que el dichoso bebé se pusiera a lloriquear.

Suspiré y me dejé caer en el sofá otra vez. Tuve la tentación de ir con Jen, pero sabía que me mataría si lo intentaba.

Al final, me quedé dormido en el sofá.

***

Bueno, no estaba muy seguro de qué había pasado el día anterior, pero... la conclusión era que había hecho las paces sentado en el cuarto de baño con Jen encima y habíamos descubierto que Jay Jay no estaba en camino.

Un día... interesante, sí.

En ese momento estaba sentado en el suelo con Jane —también conocida como el pequeño monstruíto— fingiendo que me asustaba cada vez que ella hacía sonar uno de sus juguetes, cosa que parecía divertirla profundamente.

De hecho, ¿por qué solo le divertían las desgracias ajenas?

Esa cría era maligna.

Me encanta.

Ah, y los demás estaban sentado en los sofás y el sillón. Naya y Jen, concretamente, estaban mirando el portátil. Estaban buscando no sé qué sobre la boda.

No entendía a qué venía tanta complicación. Solo era una boda. ¡Y yo solo estaba interesado en la noche que la seguiría!

Jane, al darse cuenta de que no le estaba haciendo el caso que se merecía, casi me dio un mini-puñetazo en la nariz, muy indignada.

—¡Perdón! —dije, dando un respingo—. Tienes el mal carácter de tu madre, ¿eh?

Ella solo me miró sin comprender, esperando indignada a que me asustara porque acababa de encender un juguete. Al final, no me quedó más remedio que hacerlo y pareció quedarse contenta de nuevo.

—¿Y esta? —exclamó Naya de pronto—. ¡Es perfecta!

—Boda temática —leyó Jen con un tono que casi hizo que empezara a reírme.

—¡Sería genial! ¡Podrías hacerla con temática de Disney! Yo soy Cenicienta.

—Sue es el enano Gruñón —sonreí maliciosamente.

Ella se limitó a amenazarme con tirarme el libro mientras la niña se reía felizmente. 

¿Veis como era maligna?

Bueno, si hacíamos disfraces, yo tenía claro que iba a obligar a Will a vestirse de Willy Wonka y a Jane de Umpa Lumpa.

—¡Y tú podrías ser Bella! —exclamó Naya.

—Entonces —Will me miró, divertido—, Ross es la bestia.

—A ver, es un poco bruto —Naya se encogió de hombros.

—Gracias, amiga mía —ironicé.

—¡No lo decía para ofenderte, pero es que quedaría genial!

—Lo siento, Naya —dijo Jen con una mueca—, pero no lo veo. No creo que sea mi boda ideal.

—Ni la mía —aseguré en voz baja.

Mientras seguían discutiendo, yo levanté del suelo a la umpa lumpa y me la senté en el regazo. Ella empezó a reírse cuando le puse una cara rara.

Vaya, cuidar niños era más gratificante de lo que parecía.

¡Yo también quería uno!

E-es decir... dentro de un tiempo... y eso...

—Como le diga a mi madre que va a tener que disfrazarse en mi boda, Naya —escuché decir a Jen de fondo—, va a matarme delante de todos los invitados vestida de señora Potts.

—Menudo giro argumental tendría el cuento —murmuró Sue.

—¿Y por qué te complicas la vida? —preguntó Will, confuso—. Haz una boda normal. La ceremonia en una iglesia y el banquete en un restaurante. Y ya está.

—¿Una boda tradicional? —empecé a reírme—. ¿Quién demonios quiere eso hoy en d...?

Me callé de golpe cuando Will me dio una patada disimulada y señaló a Jen con la cabeza, que me miraba con los ojos entrecerrados en clara señal de advertencia.

—A parte de mí, claro —añadí enseguida—. Suena perfecta. Maravillosa. Es el sueño de mi vida.

—Jack —Jen cerró los ojos un momento—, no me estás ayudando mucho.

—¿Cómo que no? ¡Estoy distrayendo al monstruíto!

Jane me sonrió ampliamente. Siempre que hacía eso se le achinaban los ojos claros —herencia de Naya— y su piel oscura —herencia de Will— destacaba todavía más.

Oh, esa niña iba a ser preciosa cuando creciera. Will iba a tener que preparar una buena mirada amenazadora para espantar a posibles candidatos y candidatas.

Oh, no, ¿y si yo tenía a una niña?

Oooooh, no... ¿y si tenía una niña con el culo perfecto de Jen?

¡¿Cuántos pretendientes tendría?!

No, no iba a permitir que se trajera a idiotas a casa. De eso nada.

Ya me estaba agobiando y ni siquiera estaba en camin...

—Sabes que también es tu boda, ¿no? —me dijo Jen, devolviéndome a la realidad.

—Sí, gracias por recordármelo. A veces, se me olvida.

—¡Si te acordaras bien, estarías aquí sentado aportando ideas en lugar de dejármelo todo a mí!

—Eso, eso —Naya asintió fervientemente con la cabeza a su lado.

Miré a Jen y suspiré.

—A mí me da igual cómo sea la boda, Jen. Lo único que me importa es casarme contigo.

Hubo un momento de silencio en que vi cómo las comisuras de sus labios luchaban por no curvarse en una sonrisita cursi, pero nos distrajimos todos cuando empezamos a escuchar soniditos dramáticos a su lado.

—Es que eso ha sido muy bonito —lloriqueó Naya dramáticamente, sorbiéndose la nariz.

—Qué cursis sois todos —Sue puso los ojos en blanco.

Will, al ver que todo esto no iba a llegar a nada si no se ponía al mando, apagó la televisión y se giró hacia nosotros.

—A ver...

—Silencio —exclamé, divertido—, que se pare el mundo. La voz de la razón está a punto de pronunciarse.

—Oh, cállate —y se giró hacia Jen—. ¿Por qué te molestas en organizarla tú? Ahora hay gente que lo hace por ti.

—Pero... eso es carísimo.

—Querida —Sue enarcó una ceja—, tu prometido es rico.

Todos se giraron hacia mí, que estaba todavía jugando con Jane pero me detuve un momento para centrarme.

—Ah, sí. Es verdad. Soy rico.

—Bueno, es su dinero —Jen pareció muy incómoda—. No puedo decidir en qué lo gasta y en qué no.

—Pero ahora también va a ser tu dinero —le recordé—. Bienvenida al mundo de los ricos.

—Pero... ¿tú cuánto dinero tienes? —me preguntó Naya sin poder contenerse.

—Ni idea —confesé, y volví a centrarme en Jane.

Ni idea —Sue suspiró—. Yo quiero ser así de rica.

—A ver, tampoco es tan importante, solo es una cifra.

Miré a Jen, que seguía pareciendo algo incómoda. No quería que se sintiera incómoda. Y menos por nuestra boda.

—¿Quieres contratar a alguien que la organice? —pregunté.

—Eh... no lo sé.

—Si quieres, solo tienes que pedirme la tarjeta.

—¿Y si yo quiero comprarme algo? —sugirió Naya con una sonrisita.

—Lo siento, pero creo que tú no eres mi prometida.

—¡Pero lo gastaría mejor que Jenna!

—Y yo —sonrió Sue—. Si necesitas a alguien que lo derroche, ya sabes dónde acudir.

Lo peor es que sabía que, aunque le diera mi tarjeta a Jen, ella no la tocaría. Ni para emergencias. Era muy testaruda.

—Antes de contratar a alguien, si es que lo contratamos... —Jen me miró—, deberíamos tener una idea de cómo queremos que sea la boda, ¿no?

—¿De cuántas formas puede ser? —casi me estaba aburriendo solo de pensarlo.

—Jack, no solo es la forma, sino el lugar, y los invitados, y la comida, y la decoración, y la...

—Vale, vale —suspiré—. Lo pillo. Son muchas cosas. ¿No podemos hacerlo en casa de mi madre? Invitamos a veinte personas, compramos una tarta en el supermercado y...

Me callé cuando el cojín de Naya me dio en la cara y Jane empezó a reírse felizmente.

—¡No seas cutre! —me dijo, enfurruñada—. ¡Eres rico, más te vale hacer una boda a la altura para que las fotos sean perfectas!

¿También había que buscar un fotógrafo? Uf...

—Naya —Will sonrió, divertido—, cuenta hasta diez.

¿Qué demonios le había dado con decirle a la gente que contara hasta diez?

La discusión siguió y, después de que Will pidiera la opinión de Jen, sentí que un escalofrío de alarma me recorría al cuerpo al ver su expresión avergonzada.

Oh, no. Yo no iba a vestirme de Bestia para mi boda. Ni de coña.

—Dime que no has reconsiderado lo de la fiesta con temática de Disney, por favor.

—No es eso. Y estamos hablando del lugar.

—¿Y qué tienes pensado? —preguntó Naya.

—Bueno... suena un poco... mhm... raro. Pero...

—Esto se pone interesante —Sue incluso cerró el libro para poder centrarse mejor.

—Pero... —continuó Jen, enrojeciendo—, siempre me ha gustado la idea de casarme en la playa.

Parpadeé, sorprendido, y miré a Jane, que parecía tan sorprendida como yo.

Aunque sospecho que ella realmente no estaba sorprendida, solo pensaba en sus cosas felizmente.

—¿En la playa? —repetí, confuso.

—Sí... lo sé. Suena un poco raro...

—Admito que no esperaba eso.

—Lo sé. Solo es una idea —enrojeció aún más—. Si no te gusta, no tenemos que...

—¿Por qué en la playa? —Sue puso una mueca de confusión.

—Porque... no lo sé. La idea de una boda taaaan formal no me gusta. Es como... que en la playa podríamos estar más relajados. Y es mucho más cómodo en cuanto a vestuario, ¿no? Casi no hace falta ni llevar zapatos.

Sinceramente, me daba igual lo de la playa, pero me encantó la forma en que la mirada de Jen se iluminó al hablar de ella.

Así que interrumpí a Naya sin siquiera escuchar lo que decía.

—Me encanta —le sonreí a Jen—. No se hable más. Una boda playera. A lo hippie.

Hubo un momento de silencio en que ella me devolvió la sonrisa, solo interrumpido cuando Will suspiró.

—Bueno —sonrió—, ahora solo falta toooodo lo demás. Enhorabuena.

—Gracias por tanta positividad, Will —ironicé.

—De nada. Bueno, esta es una conversación muy interesante, pero ya va siendo hora del baño de cierta señorita.

Jane iluminó su expresión con una gran sonrisa cuando vio que Will se acercaba y empezó a estirar los bracitos, emocionada. Will podía considerarse el padre del año, la verdad.

La pobre Naya, en cambio... bueno, no es que tuvieran la mejor relación del mundo.

A Jane le gustaba ponerle mala cara o ignorarla, Naya lloriqueaba y Jane se reía. No. No era una relación muy sana.

Me fui a sentar al lado de Jen en cuanto se fueron, pasándole un brazo por encima de los hombros y asomándome a la pantalla del portátil. Estaba mirando fotos de bodas en la playa.

—¿Estás seguro de que te gusta esto? —preguntó, dubitativa—. No quiero obligarte a hacerlo. Es decir... también es tu boda.

Cuando decía esas cosas, me daba la sensación de que a Jen le habían dicho demasiadas veces en su vida que su opinión no era tan válida como las demás.

Ojalá pudiera convencerla de que la suya era mi opinión prioritaria.

—A mí me da igual cómo sea, ya te lo he dicho.

—Vamos, Jack. Seguro que tienes una idea de cómo te gustaría que fuera. Es imposible que no la tengas.

—Si fuera por mí, nos iríamos ahora mismo al ayuntamiento, firmaríamos un papelito y ya estaríamos oficialmente casados y felices como perdices.

Ella soltó una risita y me empujó el hombro, divertida.

—Qué poco romántico eres.

—Aunque, claro, pensándolo mejor...

Cuando notó cómo lo insinuaba, me entrecerró los ojos.

—¿Qué?

—...si hacemos una boda normal —sonreí maliciosamente— querrá decir que también tendremos una noche de bodas.

Ella tardó unos segundos en entenderlo, pero cuando lo hizo enrojeció de pies a cabeza.

—Y luna de miel, claro —añadí—. Y ya te digo yo que sé cómo la pasaremos.

Jen enrojeció todavía más, pero la conocía. Y sabía que la idea le gustaba tanto como a mí.

Justo cuando pareció que iba a decir algo, Sue cerró su libro de golpe y se puso de pie con una mueca de asco.

Sinceramente, ni me acordaba de que estuviera ahí sentada.

—Bueno —concluyó, mirándonos—, tras tantas muestras de amor, ha llegado el momento de que vaya a vomitar al cubo de basura de mi habitación. O a lanzarme por la ventana, no sé. Depende del frío que haga.

Se fue por el pasillo murmurando algo de qué sola estoy antes de encerrarse en su habitación, dándome la oportunidad perfecta para cerrarle el portátil a Jen y tirar de ella hacia mí.

—¡Oye, estaba mirando eso! —protestó.

—Venga, ahora estamos los dos solitos... podríamos hacer algo más interesante que mirar fotos.

—¿Puedes dejar de pensar en eso, pervertido?

—¿Teniéndote tan cerca? No lo creo.

—¡Jack! —empezó a reírse.

—¡Llevamos un mes peleados! ¡Tengo mis necesidades!

—¿Un...? ¡Solo estuvimos peleados unos pocos días! ¡Y eso fue hace dos semanas.

—Pues a mí me pareció un mes.

Tiré de ella hasta acomodarla encima de mí, a lo que me sonrió maliciosamente.

—¿Dónde quieres ir de luna de miel? —preguntó, como si intentara adivinarlo.

—Tú te encargas de la boda, ¿no? Pues yo me encargo de la luna de miel.

Y le iba a encantar. Me aseguraría de ello.

En todos los aspectos posibles, ¿eh?

—Pero... —empezó.

—...y eso es todo lo que sabrás del tema —concluí con una sonrisa.

—¡Tengo derecho a saberlo!

—Y lo sabrás cuando tengamos que ir. No seas tan impaciente, querida Michelle.

—¡No me llames...!

La besé antes de que empezara a protestar y ella sonrió bajo mis labios cuando me rodeé a mí mismo la cintura con sus tobillos.

Ajá, por fin empezaba la fiesta.

—¿Qué? —preguntó cuando vio que me separaba un poco.

—Nada —me puse de pie, sujetándola del culo con una sonrisita perversa y yendo a la habitación—. Vamos a trasladar esta bonita estampa familiar a la habitación antes de que vuelva Sue a cortarnos el rollo.


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