El rey [Hunhan] TERMINADA

Par ohnocturnal

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❝El rey ha muerto, la corona debe pasar a un heredero, el trono no puede permanecer mucho tiempo vacío pero s... Plus

'El Rey'
1. El augurio de la tormenta
2. La garza abre sus alas
3. Al pie de los cerezos
4. Secreto con la Luna
5. Dos clases distintas de calor
6. Una revelación en punto del arrebol
7. Una invitación que amenaza los límites
8. Secretos que se esconden entre libros
9. El día que se convirtió en luz
10. Tratos que parecen chantajes
11. El valor de una manzana
12. Uno con el viento... y algo más
13. La confesión de un hombre
14. Susurros en las caballerizas
15. Veneno de un ave ponzoñosa
16. Los mitos del tigre y el dragón
17. Lo que ocurrió en la cabalgata
18. Capturen al ladrón
20. Jaque a la garza
21. Lo que Kyuhyun descubrió
22. Arrojar luz al pasado
23. Cuando los caminos se separan
24. La coronación de dos grandes reyes
Agradecimientos
𝐋𝐢𝐛𝐫𝐨 𝟐 | "𝐋𝐚 𝐂𝐨𝐫𝐨𝐧𝐚"

19. Tras despedirse, una confesión

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Par ohnocturnal

La luna había elegido ocultarse tras las nubes y ni una sola estrella parecía haberse rebelado a mostrarse sin el satélite en el cielo así que aquella, era una noche fría y oscura de finales de noviembre, perfecta para esconder la vergüenza de un hombre humillado a quién ni el título de príncipe parecía librar de la etiqueta de ladrón. Dando una mirada al palacio a sus espaldas, Ten se recordó que había prometido no llorar, suficiente tenía con marcharse tras haber sido acusado injustamente y no pensaba perder el orgullo y la dignidad que aún le quedaban.

No había nadie en la entrada para despedirle, ni guardias ni personal del palacio, mucho menos el príncipe o alguno de sus amigos, dolía saber que la única persona acompañándole era el chofer asignado para llevarlo al aeropuerto pero, de alguna forma extraña, Ten prefería que fuese de esa forma, al menos, ser valiente era sencillo si se estaba solo. Miró una vez más el palacio y recordó las esperanzas y sueños con que había llegado (siempre le había gustado SeHun y mientras pudo quedarse, creyó haber estado haciendo algo bien con su alteza) antes de decirles adiós.

— ¡Ten, espera! ¡Ten! — lo llamaron, a nada de subir al auto para salir del patio. No había necesidad de preguntarse quién sería la persona pidiendo por él y aunque hasta ese momento prefería marcharse sin encontrarse con nadie, el tailandés no pudo evitar girarse para ver a LuHan corriendo hacia él, tan apurado que golpeó su cuerpo con fuerza en el momento en que se lanzó a abrazarlo.

— ¿Q-Qué estás haciendo aquí? — le preguntó Ten, al oído, sintiéndose temblar bajo sus brazos que lo aferraban con fuerza. Le costaba respirar tras haber corrido pero eso no mermaba ni un poco sus deseos por estrecharlo contra sí y no dejarle ir.

— No podía dejar que te fueras, no así, no de esta forma — le respondió LuHan, apartándose un poco para verlo a los ojos — Yo sé lo que vi en tu habitación pero sé también que no importando las pruebas, tú no eres un ladrón. Sé que tu corazón es tan puro como tu sangre y sé, malditamente sé que si te hubiera dejado ir sin decirlo, no habría sido un verdadero amigo para ti.

Sus palabras iban acompañadas de la fuerza de sus dedos sosteniendo sus hombros y el peso de su mirada, tan firme y poderosa que parecía como si el aro dorado que rodeaba el iris de sus ojos se incendiara. Había sinceridad, fuerza y tanto, tanto cariño que Ten no pudo más. Las fuerzas con que se había armado para resistir hasta estar en el avión lo abandonaron, su rostro cayó a la altura del pecho de LuHan mientras el llanto lo opacaba todo, igual que el sonido de sus sollozos. El rubio le sostuvo sin pensarlo, lo abrazo todavía más fuerte y le acunó entre sus brazos hasta que se tranquilizó.

— Un príncipe no debe llorar, alteza. Por favor, no deje que el llanto arruine su hermoso rostro — le dijo, pasando los dedos por sus mejillas — Es imposible pedirte que te quedes pero, Ten, si te marchas esta noche, quiero que lo hagas como haría un rey. Quizás soy cruel por mencionarlo justo ahora pero no puedo evitarlo, estoy seguro que de no ser por esto... tú...

— No, no me mientas, LuHan. Si eres mi amigo, no me dejes ir creyendo una mentira — le pidió el tailandés — Sabía que me engañaba al imaginar que el príncipe me elegiría... Nunca tuve su atención de la forma en que lo deseaba, sus ojos jamás me miraron con tanta intensidad y sus sonrisas, joder, jamás podría provocarle tanta alegría como la que tú le brindas con solo entrar a la habitación. ¿Y tú lo sabes, no? ¿Sabes que él te ama como un hombre ama a otro, verdad?

— Lo sé — aceptó Luhan sin atreverse a mentir — Yo... Yo también lo amo, Ten. Perdón sí parece que lo arrebaté de tus brazos, tú... Eres un príncipe y yo... Jamás mereceré amar a SeHun...

— ¿Es en serio? ¿Me dices eso después de llamarle por su nombre? — se burló Ten y le pegó con el dedo en la nariz — Para empezar, no me arrebataste nada. Él nunca fue mío y ahora entiendo, que jamás lo habría sido. En segundo lugar... No seas tonto, LuHan, no te niegues a entregar el corazón cuando su alteza ya ha puesto el suyo en tus manos, no te prives de encontrar la felicidad por pensar en tu hermana porque créeme, ella no pensaría en ti estando en tu lugar.

No había algo que LuHan pudiera decirle justo en ese momento para agradecerle sus palabras así que hizo lo único que podía hacer y lo abrazó. Tardaron bastante más en separarse luego de eso y como Ten corría el riesgo de perder su vuelo en ese momento si no se marchaba ya, no tuvieron de otra más que despedirse con la promesa de reunirse nuevamente cuando se presentara la oportunidad, no dudaban que la tendrían y en secreto, el tailandés esperaba que cuando eso pasara su corazón hubiese dejado ir completamente al príncipe SeHun y su amigo ostentara entonces la corona de rey. Tenía claro algo, LuHan había nacido para ocupar esa silla.

[...]

La noticia de la partida del príncipe Ten fue tratada con la máxima discreción, no se hizo mención alguna del episodio con las joyas ni se ofrecieron declaraciones que dieran a entender lo que resultaba obvio: el príncipe no creía adecuado al tailandés para ser su pareja y sin interés en su persona, no había tenido más remedio que hacerle volver a su hogar. Irene no parecía contenta porque se recordara a Ten de tan buena forma pero le consolaba darse cuenta que la trampa que había armado había conseguido no sólo echarlo del palacio sino arrebatarle el cariño que su alteza le profesaba en silencio.

BaekHyun era otro que estaba de mal humor y el objeto de su ira no eran otros más que el capitán de la guardia (quién hubiera acusado con su mirada y tono de voz a uno de sus amigos), la señorita Joo Hyun (la culpable principal de que Ten se hubiera marchado) y aunque fuese algo injusto, el príncipe SeHun, juez y verdugo en el caso contra el tailandés. No parecía dispuesto a controlar su genio así que pronto quedó claro que estaba molesto. La princesa podía vivir sin preocuparse por el ánimo de BaekHyun y aunque el príncipe ya se había disculpado y recibido una mala mirada, había alguien en el palacio que no podía vivir sabiendo enfadado al principito.

— Vamos, no seas malo, Baek. Mira su carita, pareciera que en cualquier momento se tira a llorar porque le estés ignorando, ¿de verdad no piensas hablarle? — preguntó LuHan, colgado de su brazo, mitad burlón y mitad enternecido por la apariencia del Capitán, a quien parecían estar torturando. Su amigo se giró discretamente para verle pero apenas lo hizo se volvió y sonrió con maldad.

— Sólo unos días más, he decido mantener mis votos de silencio en honor a Ten y si el príncipe se ganó una semana de mi desprecio, es justo que ese gigante tan atractivo tenga lo mismo. Ahora que lo pienso, debería hacerte ley del hielo también a ti, ¿verdad?

— ¿Y yo que he hecho para ganarme el castigo, además de ser hermano de Irene, claro? — se preguntó el rubio con una mueca tan graciosa que hizo reír a su amigo.

— Para empezar, no me dijiste que irías a despedir a Ten esa noche para ir contigo, no pude verlo una última vez y ahora tendré que esperarme a que te coronen para poder reencontrarme con toda la Élite — murmuró, bajito pero audible a oídos de LuHan. Sus palabras consiguieron paralizar a su amigo quien se había puesto pálido como el papel y parecía a punto de entrar en schok. BaekHyun disfrutó su reacción y no hizo amago de ayudarle a componerse hasta que ingresaron en lo profundo del invernadero y se hallaron sentados en una banca tras las plantas de zarzamora.

— ¿C-Cómo... cómo lo supiste?

— Pues tonto no soy, obvio — sonrió BaekHyun — He pasado suficiente tiempo con ustedes como para darme cuenta y admito que, en parte por eso, animé todas esas veces en que nos reuníamos los cuatro para jugar y quise estar presente en una de sus prácticas de equitación. Creo que es obvio que ambos están enamorados por la forma en que se miran y como se sonríen, esta también el hecho de que se dice que el príncipe tiene atenciones contigo que nadie más ha gozado. No me sorprende pero si me molesta, claro. Yo siempre fui honesto contigo y te comenté desde un principio que él no me interesaba pero tú... Jamás me dijiste que te gustara y soy algo así como tú mejor amigo, ¿o no?

— Eres mi mejor amigo, no hay duda de eso — aseguró LuHan — Yo... siento si no he sabido corresponder a tu honestidad, la verdad es que hay varias cosas que no te he dicho y...

— Pues dímelas ahora, tiempo tenemos y el gigante precioso que está allá afuera no va a dejar que nadie nos interrumpe o espíe nuestra conversación — le dijo Baek y sonrió.

Se lo confesó todo entonces, desde el secreto de su nacimiento, lo que sentía por el príncipe y la razón por la que ni él ni SeHun podían simplemente decidir estar juntos. A su amigo no le agradó, como a él tampoco lo hacía, saber que sólo por no tener sangre real, su felicidad y la del príncipe se hallaban en la cuerda floja pero le emocionó escuchar que su alteza había prometido buscar la forma de que estuvieran juntos. No se desanimó ni cuando LuHan mencionó que el tiempo para encontrar aquella solución se estaba agotando y en su lugar, sujetó sus manos con fuerza y las llevó directamente a su corazón.

— Dicen que los Byun descendemos del fénix y que nuestra sangre como nuestro corazón son tan ardientes como las llamas que consumen al ave antes de morir, si es verdad, te juro con la intensidad del fuego que vive en mí que no importa lo que tenga que hacer, permaneceré en este palacio hasta el último segundo, no dejaré que el príncipe se vea obligado a elegir a tu hermana y si fracasara, si tú no pudieses estar con tu alma gemela, yo...

— Byun BaekHyun, no te atrevas a poner el amor que sientes por el Capitán en esa promesa, no puedes privarte de amarlo sólo porque yo no pueda amar a mi príncipe y... — la sonrisa pícara de BaekHyun lo hizo callar y sonrojarse porque había llamado a SeHun como suyo sin haberse dado cuenta.

— Si tú no pudieses estar con tu príncipe, yo llamaría a la guerra sólo para arrebatarle la corona, alterar la estúpida ley y escribir que, príncipe o mendigo, las estrellas me han susurrado que sólo un hombre de nombre LuHan puede atarse eternamente al príncipe Oh SeHun — completó BaekHyun, al continuar y terminó sellando aquella promesa con una fuerte abrazo a su amigo, quien agradecía tener a alguien a su lado con quien hablar libremente de lo que sentía por SeHun y más aún, de quién era en realidad.

[...]

Shanghái, capital del Reino de China

La arquitectura, la cultura, el idioma, el misticismo, la forma de gobierno e incluso la forma de ver el amor parecían ser completamente distintos a todo cuánto el conocía y con razón, pues se hallaba en una tierra completamente diferente a la que le había visto nacer, crecer y a la que esperaba, le viese perecer. Era, sin embargo, tan fascinante como todo lo que componía a Corea así que Kyuhyun no se sentía desgraciado por estudiar y perseguir cuantas historias pudiesen relacionarse a lo que buscaba porque, además, nada parecía tan impresionante como el misterio que intentaba resolver.

Había detalles, piezas que faltaban en su inmenso rompecabezas pero si todo cuanto había investigado era real y el final del camino se hallaba justamente en aquel lugar... No podía creer que el reino de China hubiese pasando tanto tiempo viviendo sin conocer aquel secreto, una realidad que podría significar la dicha o la desgracia del pueblo entero. Era imposible aplazarlo por más tiempo así que el consejero se armó de valor y terminó internándose en las profundidades sagradas de aquel precioso templo donde, le habían asegurado, encontraría a la persona que tanto había buscado. 

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