✓ DAMA DE PLATA ⎯⎯ ʟᴇɢᴏʟᴀꜱ

Galing kay OrdinaryRue

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𝗹𝗲𝗴𝗼𝗹𝗮𝘀 𝗳𝗮𝗻𝗳𝗶𝗰𝘁𝗶𝗼𝗻 [TERMINADA] Silwen era la última de su linaje sobre la Tierra Media. Desc... Higit pa

Dama de Plata
Gráficos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
epílogo

Capítulo 12

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Galing kay OrdinaryRue

Cuando la pequeña de mejillas pecosas terminó de entonar la última frase de la canción, Silwen se encontraba hechizada por esta. Cada palabra había surgido de sus labios con tanto dolor, que su corazón quiso sollozar.

— Es hermosa... —murmuró notando como las lágrimas empapaban sus labios.

— ¡Oh mi señora, lo lamento! —dijo Lera inquieta al verla llorar. Su hermano también estaba entristecido y se aferraba a la cintura de la guerrera con mucha fuerza ocultando su rostro— No pretendía apenaros, pues esta era la canción de Elwglîr.

— No, tranquila. —retiró con ambas manos la salada agua que surcaba su piel— Ahora comprendo porque esta flor no puede arrancarse. —acarició suavemente sus bellos pétalos azules, eran intrincados y formaban una delicada enredadera en su tallo— Y nace de la pena pero... —rozó ahora la mejilla de la niña, que había comenzado a aguar sus ojos— también del amor.

— Sois la primera elfa que conozco. —sus mofletes se encendieron por la vergüenza— Pero estoy segura de que también sois la más dulce. —dejó de tocar sus trenzas nerviosamente y se lanzó a los brazos de Silwen, ansiando su afecto. Esta pronto se encontró rodeada por ambos hermanos, uno se sostenía de su cintura y la mayor, se aferraba a su cuello estrellándose contra su pecho.

Silwen se encontró abrumada por tanta cercanía, por tanto gesto que irradiaba desmesuradamente afecto y ternura. Quiso llorar de felicidad, y así lo hizo, pues jamás se había sentido tan querida. No entendía como en unos pocos minutos, su corazón había albergado más amor que el escaso recibido en sus largos años.

— Pero por favor... no lloréis más, mi señora. —susurró conmovida la pequeña y la elfa colocó una mano sobre su cabello siguiendo la dirección de una de sus trenzas.

— Lo intentaré. —Silwen le dedicó una sincera sonrisa que la niña devolvió al instante.

— ¿Puedo sostener ahora vuestra daga? —preguntó con inocencia el muchacho saliendo de su escondite bajo su armadura. La picardía en sus ojos hizo carcajear a la elfa.

— No, eres demasiado joven aún. —observó con ternura el puchero disgustado del niño— Quizás en unos años. —revolvió el pelo de este, que rápidamente se apresuró a arreglarlo con sus manos embarradas, provocando con ello la risa de su hermana.

Una presencia desconocida hizo que ambos niños se tensaran al instante. Silwen se alzó, palmeando sus pantalones impregnados de tierra y se volvió para ver el rostro de quien tenía tan inquietos a ambos pequeños. Sonrió al encontrar la figura de Legolas, denotando una abrumadora seguridad cruzado de brazos con su rostro impasible. Eron se ocultó tras la espalda de Silwen, pues a diferencia de ella, este elfo le infundia cierto temor.

— Tranquilos, es amigo mio. —calmó a ambos, cohibidos ante la imponente presencia del elfo. Pues los rubios cabellos de él, relucían ante las primeras luces del día, creando una distintiva aura a su alrededor. 

La seguridad de Legolas flaqueó al escuchar la palabra "amigo" salir de los labios de ella. No sabía si estar agradecido o sentirse apenado.

Boe ammen mened (Debemos irnos) —dijo con los brazos aún cruzados y la vista fija en el niño oculto tras ella. Sus cejas estaban fruncidas y su labio formaba una perfecta línea recta. Silwen observó detrás del elfo, encontrándose con que Gimli, Aragorn, Éomer y Gandalf, ya preparaban los caballos para partir. Suspiró algo apenada por dejar a los niños que acababa de conocer, quizás en un futuro podría encontrarse con ellos nuevamente. Pero aquello era una posibilidad demasiado remota. 

— De acuerdo, dadme un momento. —pidió con la mirada gacha.

— No te retrases demasiado, wendê telpë. —puso una mano sobre el hombro de ella y dejó que sus labios se curvaran ligeramente, regalándole una pequeña sonrisa que Silwen guardó en su memoria como un valioso tesoro.

— No lo haré cunn nîn.

Legolas se alejó hasta su fiel montura y comenzó a asegurar sus pertenencias bajo la atenta mirada de Aragorn, quien sonreía con complicidad.

— ¿Qué hace? —cuestionó con curiosidad el enano, mirando en la lejanía como Silwen hablaba con dos niños del pueblo.

— Está siendo ella misma, por fin. —Gandalf encendió su pipa aprovechando los pocos minutos que quedaba antes de emprender de nuevo la marcha. Legolas se giró para admirar de nuevo aquella tierna imagen, que osó interrumpir anteriormente, encontrándose con que Silwen desenfundaba su daga y la hoja de esta brillaba con una luz irreal. Oyó la estruendosa risa del niño que intentaba alcanzar el arma, pero la elfa era mucho más rápida por lo que se lo impedía volviéndola a enfundar. Silwen sonreía con orgullo por poder provocar las sinceras carcajadas de unos niños.

— Por el martillo de Aulë... —murmuró Gimli entre dientes— sigo sin entender como pudo soportar tantos años en Mordor. Una oscuridad como la de Sauron, haría flaquear hasta al más firme guerrero.

— Es fuerte. —dijeron al unísono Éomer y Legolas, mirándose ambos de reojo algo sorprendidos.

Muchas leguas fueron necesarias para alcanza al fin el Folde Este. Al día siguiente los viajeros se separarían, para emprender unos un incierto viaje a las montañas y otros, serían los encargados de reunir las tropas antes de la batalla. Cayó la noche, y ante la lejanía del pueblo más cercano, tuvieron que asentarse al amparo de una alta colina.

La fogata iluminaba los rostros de todos los presentes. Silwen y Legolas eran los únicos que mantenían un rostro sereno tras el exhausto viaje. Gandalf fumaba de su pipa, entremezclando su humo con el del fuego frente a ellos.

— ¿Qué es lo que estáis comiendo, cunn nîn? —la vanyar se situaba en la parte opuesta de la hoguera, observando como Legolas retiraba un pequeño trozo de algo semejante a un pan de su bolsa.

— ¡Oh, no! —se quejó Gimli, quien tenía entre sus manos un sabroso asado.

— ¿Qué, qué pasa? —dijo preocupada por su reacción. Pero la respuesta del enano se vio interrumpida por la dulce voz del elfo.

— Te diré lo que es, si dejas de tratarme de usted. —una mueca de picardía se dibujó en su rostro. Aragorn sonrió de manera disimulada. Ante el silencio de Silwen, que se encontraba algo reticente a aceptar su petición, pues tan solo había llegado a tutear con confianza a Éomer, Legolas insistió sin quitar la sonrisa— Somos aliados, encargados de desarmar las defensas enemigas. —jugueteó con el trozo de pan, pegándole un pequeño un mordisco— Si no nos referimos ahora como iguales ¿cuándo lo haremos, wendê telpë? —dijo con la mirada fija en ella. Sus últimas palabras estaban plagadas de un tono más cercano e íntimo, como si entre aquel fuego que los separaba, no existiera nadie más.

— Lo intentaré. —murmuró apretando sus nudillos, sin romper la conexión de sus miradas. Legolas rodeó la hoguera con paso lento, para terminar sentándose a su lado. Partió un pequeño trozo y se lo extendió.

— Es pan élfico. —sus orbes azules reflejaban el hermoso fuego de la fogata— Tan solo un bocado es capaz de saciarte. —Silwen aceptó el trozo y lo observó con cierto recelo.

— Imposible. —soltó con el ceño fruncido, pasando el diminuto pedazo entre sus dedos. Gimli y Éomer rieron ante su desconfianza.

— Será capaz de saciarte... —se mofó el enano degustando salvajemente su carne— Pero donde esté un buen asado, ¡que se quiten esas dichosas lembas!

La comisura del labio de Silwen se curvó ligeramente, pues tampoco quería parecer descortés ante el ofrecimiento de aquel pan. Legolas la observó con admiración, deleitándose con el brillo de sus ojos, que irradiaban una calma que conseguía sosegarlo. 

— ¿Estáis seguro de que esto conseguirá saciar mi apetito? —dudó. Silwen observó la molestia en los ojos del sindar, lo que la hizo sonreír con dulzura— Perdón, ¿estás seguro de que conseguirá saciarme, Legolas? —se refirió a él por primera vez con su nombre, de forma directa y cercana. Acortando aquella invisible distancia que los había separado durante el camino. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Legolas y asintió con convicción. Ella dio su primer bocado en aquel pan, era dulce y agradable, pues su sabor se asemejaba al de una galleta. Se deleitó con él, bajo la atenta mirada de todos, expectantes a su reacción— Está... —vaciló divertida, retirando las migajas de su boca— delicioso. —sonrío de forma radiante, encandilando al indefenso elfo que la había observado con paciencia. Legolas estiró su espalda, orgulloso por haberla complacido— Pero Legolas... —frunció ella su ceño, haciendo que él abandonara su altivo semblante— tengo más hambre. —soltó con burla alzando sus brazos. Todos estallaron en risas menos el sindar, que la observó atónito.

Recuerdos que no deseaba, invadían cada noche sus sueños. Tornando su mente de pesadillas reales, pues las había vivido en carne propia no hace mucho tiempo.

— Deslumbrante, mi vanyar...—la voz de Sauron se hizo paso a través de ella. Silwen contemplaba con desagrado, el fuego y la lava emanar del volcán a sus pies. Frente a ella, la forja daba forma a una nueva arma, una que ella debía empuñar. El vidrio de obsidiana, nacido de la última erupción de Orodruin, moldeaba la hoja. Negro, opaco, que infundía terror a quien posara sus ojo sobre ella. Comenzó a enfriarse, pero antes que que alcanzara su máximo esplendor, uno de los orcos se acercó hasta sostener con violencia la muñeca de la elfa. Silwen quiso resistirse, pero este poseía una descomunal fuerza que la obligó a desistir de su desesperado intento. Con el filo romo de su hacha, rasgó la suave piel de Silwen. De la palma de su mano, empezó a emanar una brillante y roja sangre. Con su brazo forzado a estar sobre la oscura hoja, la primera gota cayó sobre esta. Su sangre se entremezcló, brotando lentamente de forma irremediable. Ella estaba siendo participe de un atroz acontecimiento que no deseaba. El líquido rojizo burbujeó al entrar en contacto con el candente material— Lo he visto, Silwen, tu albergaras mi oscuridad—cuando ninguna gota más de su sangre, se derramó sobre la obsidiana, la empuñadura se unió con la hoja. El arma estaba al fin completa. El orco que la había mantenido a su merced, le dejó caer la espada, alcanzándola ella en el aire. Silwen contempló con horror la forjada arma. Negra y oscura como el alma de su captor. Nacida del fuego del Monte del Destino, emanaba la vileza de su tierra. Apretó sus manos, haciendo gotear nuevamente la sangre. Ahora un invisible hilo la condenaba a aquella hoja.

— Ella reforzará tu poder, pero también será tu perdición si te niegas a la verdad. —resonó la voz infame de Sauron en su cabeza. Tronando como una tormenta que buscaba doblegarla.

— ¿Qué verdad? —escupió entredientes mirando a su alrededor, las escarpadas laderas y la ceniza que impregnaba el aire.

— Tu destino fue tejido tiempo atrás, no debes negarte a lo que siempre ha crecido en ti. —sus palabras carecían de sentido para ella, pues jamás se sintió guiada por el destino. A pesar de las cadenas que la ataban a aquella infame tierra, Silwen se consideraba la hacedora de su propio camino, ella y no otro, era quien guiaba sus actos. Sauron percibió la ira de ella, la rabia almacenada en su corazón por tanto tiempo— No debes negarte, no puedes hacerlo... —demandó en un sombrío susurro. Silwen chasqueó su lengua alzando su rostro con seguridad.

— Quizás mi hermano no haya resistido a vuestros engaños, mermasteis su mente con veneno, hasta que no quedó nada de él más que un siervo ignorante. Ignorante de los crueles actos que dirigís en vuestro nombre ¡estáis cegado por la ambición, carecéis de moral alguna! Pero... —Silwen cerró sus ojos con fuerza, sosteniendo el aire en sus pulmones a mí no han conseguido embaucarme. —lanzó la espada al suelo en un acto lleno de rabia y rechazo— Yo, Silwen, soy la última de mi linaje sobre la Tierra Media —rugió con orgullo— ¡y me niego a mancillar mi historia con tus ambiciosos propósitos!

— ¡No existe vida más allá de mis órdenes, elfa! Tan solo encontrarás muerte si sigues negándote.  —el grito de Sauron fue ensordecedor, cientos de cuchillas que se incrustaban en su mente, provocaron que cayera de rodillas al suelo cubriendo sus orejas con desesperación. El mismísimo fuego bailó bajo su piel, calando en su sangre, la oscuridad. Silwen estiró sus manos frente a ella, alcanzando a ver como estas, se tornaban grisáceas, y donde sus venas, se imbuían en una asfixiante negrura.

— ¡¿Qué me está pasando?! —gritó hacia ninguna parte, entre aquellas escabrosas paredes que la encerraban con la única iluminación de la lava bajo sus pies— ¡Detente! —rogó desesperada ante aquel sufrimiento, que golpeaba su pecho desde dentro. Padeciendo como mil filos, atravesaban su alma por cada costado. Experimentando una inimaginable tortura que provocó sus rápidos sollozos. El llanto se mezclaba con sus gemidos de dolor, gruñendo súplicas incomprensibles. Con sus labios sangrantes, herida provocada por ella misma incapaz de encontrar otra forma de dejar escapar su rabia, notó como algo dentro de ella huía de entre sus dedos, cayendo finalmente al suelo en un jadeo implorante— Por favor...

— Sostén la espada, mi vanyar. Seregmor es tu vitalidad a partir de ahora, pues "la oscuridad de la sangre" será lo que guíe tus actos. Así fue forjado en tu destino. —Silwen hizo caso al instante y con las escasas fuerzas que le restaban, estiró sus dedos hacia la espada que yacía en el suelo— Ella es tu fortaleza. —cuando sus dedos rodearon la empuñadura del arma, el aire que la había abandonado, volvió a inundar sus pulmones. Y la vida, que creía escurrirse de entre sus dedos, invadió de nuevo su frágil cuerpo— Desobedecerme significa perecer. Tu inmortalidad depende ahora de Seregmor. —ella observó como el negro de sus manos, desaparecía volviendo a la normal palidez de su piel, pero las tétricas sombras, se mantenían dominando cada ápice de su interior no visible. Seregmor hacía honor a su nombre, pues la oscuridad ahora jamás abandonaría su sangre.— Errar es morir Silwen, no olvides a quien debes tu lealtad. —sentenció causando un silencio sepulcral.

Su corazón se desbocó, cuando su mente se vio golpeada por tan nefasto recuerdo. Unos brazos la agitaron intentando despertarla. Silwen abrió sus ojos, con la respiración caótica, experimentando estar al mismísimo borde de la muerte. Desenvainó la daga de Ingwë de su cintura, colocando el frío acero sobre el cuello de quien aún no lograba reconocer. La hoja resplandeció ante su tacto, iluminando el rostro desencajado de Legolas. Sus movimientos habían sido tan impulsivos y acelerados que el sindar no alcanzó a reaccionar a tiempo. Ella se quedó estática, perdida aún en su pesadilla, con la voz de Sauron dominando su mente. 

— Silwen. —intentó hacerla reaccionar susurrando su nombre con afecto. Los ojos de ella, se encontraban vacíos, viendo algo más allá del rostro de Legolas. Quizás su mente aún albergaba la siniestra imagen de Mordor. El sudor empapaba su sien, pegando mechones cenicientos en su piel— Ni si an gi nathad (estoy aquí para ayudarte)— él soltó los hombros de ella, y apartó con lentitud la hoja que rozaba su cuello. Su movimiento fue seguido bajo la desconcertante mirada de Silwen, que finalmente dejó caer el brazo que sostenía la daga a un lado. Intentó respirar con normalidad, subiendo y bajando su pecho descontrolado. Bajo las palmas de sus manos, se enredó la humedecida hierba entre sus dedos. Sus orbes, se perdieron nuevamente, pero esta vez en las abundantes estrellas del cielo sobre su cabeza. Legolas se dejó caer a su lado, dobló una de sus piernas y se apoyó en esta sin perder de vista a Silwen— Gritabas en sueños... —susurró con suavidad, temiendo alterarla de alguna forma. Legolas miró a su alrededor, por suerte tan solo Aragorn quien estaba de guardia y él, habían presenciado el horror sufrido por Silwen.

— Estaba muriendo... —dijo para si misma en un hilo de voz tan apagado, que hizo que Legolas girara de inmediato su rostro hacia ella. No supo que responder, y terminó por tumbarse en el pasto para observar las estrellas junto a ella. Aquel momento, le hizo recordar la noche que estuvieron juntos en Minas Tirith hasta el amanecer. Pero en esta situación, el ambiente estaba cargado de pesar y nostalgia, distaba mucho de su primera noche juntos.

— No moriste. —susurró. Ella giró el rostro, hasta vislumbrar su perfil tenuemente iluminado por la Luna y como su lacia cabellera rubia, caía junto al pasto de forma elegante. Negó con su cabeza aunque él no la estuviera mirando.

— Si lo hice cunn nîn, parte de mi murió aquel día. —confesó con su voz temblando aún por el miedo.

Legolas rozó su mano con la de ella, mientras las verdes briznas cosquilleaban bajo la piel de ambos. Él cerró sus ojos, sintiendo su corazón palpitar fuertemente contra su pecho. Cuando reunió el suficiente valor, entrelazó sus dedos con los de ella. Y de nuevo, estuvo expectante de su rechazo, pero este jamás llegó. Legolas deleitó a su alma con aquel simple acto.

— Entonces haré que esa parte de ti renazca. —afianzó el agarre de sus manos, acariciando con la yema de sus dedos la piel de ella, la miró directamente a los ojos antes de volver a hablar— Gweston, wendê telpë nîn. (te lo prometo, mi dama de plata) —juró observando los grises orbes de Silwen. Estos le atravesaban con tanta fuerza, que toda aquella coraza que creía albergar, cayó dejándolo expuesto ante ella.

Silwen fue la primera en entregarse al sueño, a pesar del atormentante recuerdo que la había invadido. Pero no pudo oponerse, pues la seguridad que le transmitía tener a Legolas a su lado, le hizo alcanzar una absoluta calma. Bajó su guardia, como nunca creyó que podría hacer. Legolas a su lado, seguía manteniendo sus manos entrelazadas, como si temiera que al soltarla, la pesadilla pudiera alcanzarla de nuevo. Como si con tan solo unir sus dedos, pudiera protegerla de ella misma. Su promesa iba más allá de hacerla renacer, juraría también defenderla, hasta en sus sueños donde él no podía alcanzarla. Para Legolas, la inocencia de Silwen al dormir, emanaba más pureza y brillo que las estrellas que salpicaban el cielo. Sus mechones blanquecinos, se esparcían por el pasto dejando grabado en sus ojos, un eterno recuerdo. Acarició con su mano libre un mechón de Silwen que caía sobre su rostro. Lo colocó tras su oreja lentamente, rozando con la punta de sus dedos su piel e inevitablemente su cicatriz. Se detuvo varios segundos en esta, mortificado ante la idea de que alguien quisiera dañarla. Siguió la línea de la herida con su yema, ansiando sellar no solo esa cicatriz, sino también las que albergaba dentro de ella de forma invisible. Terminó hasta tocar su ceja, que se partía levemente por el corte. Para él, Silwen portaba la alma más transparente que jamás había visto. Una inocencia inquebrantable a pesar de su pasado, lo que la infundía de más valor y fortaleza. Suspiró abrumado por sus propios pensamientos. Tan sinceros que le hacían estremecer. Su corazón, nunca había palpitado con tanta intensidad y su mente, jamás había estado más cegada ante la presencia de alguien. Sabía perfectamente lo que sentía, a pesar de nunca haberlo sufrido de manera tan apasionada, de una forma tan real. Hasta el punto de sentirse morir cuando sus ojos no alcanzaban a verla, a caer en que el viento, ya no acariciaba su rostro, sino su hechizante y dulce aroma. Ni el agua más pura le saciaba, sino el sonido de la voz de ella. Había perdido el norte y ni los Valar alcanzarían ahora a arrancar ese deseo de su corazón. Era consciente de sus sentimientos y estos mismos le aterraban.

— Legolas. —le llamó en un susurro Aragorn. El nombrado apartó la vista de la elfa, para observar a su amigo frente a él. El hombre fue a hablar de nuevo, pues estaba agotado de su guardia y ansiaba descansar, cuando Legolas le interrumpió.

— ¿Qué me pasa Aragorn? —cuestionó con la voz ahogada, tornando sus ojos de nuevo hacia ella, hacia el motivo de sus suspiros. Aragorn se sorprendió por sus palabras, pues el elfo no acostumbraba a hablar de sus sentimientos con facilidad— Escasos han sido los días en los que ha estado presente en mi vida, entonces... ¿por qué mi corazón ve ahora imposible estar sin ella? Por Eru... —murmuró acariciando la cicatriz de Silwen— Creo que he perdido la cabeza mellon nîn.

gracias por leer <3 los votos y los comentarios bonitos animan mucho —

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