Tres meses

By JoanaMarcus

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TERCER LIBRO Jack Ross y el compromiso nunca se habían llevado bien. Cosa que, siendo sinceros, le había faci... More

Nota :D
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24 - Final

Capítulo 19

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By JoanaMarcus


El gif es un poco malvado peeeero también es la dura verdad JAJAJA

Por cierto, sigo viva je,je... perdón por tardar tanto en actualizar *sonrisa de angelito*

Bueno ya aprovecho y os digo (porque vi que había bastantes dudas al respecto) que sí habrá capítulos de lo que sucedió tras el final de Después de diciembre, de hecho ahora habrá unos cuantos saltos temporales en los capítulos para llegar a ello.

Pero bueno, a lo que os interesa... a leer :D


Bueno... nunca creí que diría esto, pero anoche había tenido que rescatar a Jen de la policía.

Sí. Lo habéis leído bien.

Lo último que me esperaba cuando fui a buscarla fue encontrármela lanzando cosas a un maldito coche patrulla... CON EL MALDITO POLICÍA DENTRO DE ÉL.

¿No podía esperarse, al menos, a que se fuera?

Ahora, por la mañana, seguía tranquilamente dormida a mi lado, con la mejilla aplastada contra la almohada, la boca entreabierta y el pelo desparramado por todas partes. Murmuró algo en sueños y sonreí un poco, divertido.

Sin embargo, me giré hacia la puerta cuando escuché voces ahogadas al otro lado. Parecían Will y Naya. Y sonaban como si estuvieran discutiendo. Oh, oh.

Me aparté con cuidado de Jen, que se había abrazado a mí de brazos y piernas en sueños, y ella se quedó aferrada a mi almohada cuando salí al pasillo con el ceño un poco fruncido.

Efectivamente, esos dos estaban discutiendo mientras Mike y Sue los miraban como si de un partido de tenis se tratara.

—¡No me entiendes! —le espetó Naya, dejando bruscamente un plato en la encimera.

Will cerró un momento los ojos, invocando paciencia.

—Te entiendo perfectamente, Naya —dijo al final con voz calmada.

—¡No, no lo haces! ¡Estoy... aterrada con esto!

—Bueno, y yo también —Will le frunció el ceño—. No eres la única que va a tener que hacerse cargo de ese bebé, ¿sabes?

—Pues a veces lo parece.

—¿Y qué quieres que haga? ¿Entrar en pánico todo el rato?

—¡No hablarme como si el hecho de que esté asustada fuera una tontería!

—Naya, yo no he hecho eso.

—Sí, sí lo has hecho. Y actúas tan... no lo sé...

—Alguno de los dos debería mantener la calma, ¿no crees?

Uuuuh, Willy Wonka estaba cabreado.

Naya y él se mataron con la mirada y yo me acerqué al taburete vacío, algo incómodo.

—Buenos días —les dije, intentando cortar el tenso silencio.

—Serán para ti —bromeó Mike.

Miré a Will. Él preparaba su desayuno con el ceño fruncido, irritado. Naya hacía lo mismo en el extremo opuesto de la cocina.

En realidad, los había visto discutiendo cientos de veces. Y con mucha más intensidad. Naya era una de las pocas personas que conocía capaces de alterar a Will con tanta facilidad.

Incluso una vez habían terminado lanzándose la cena el uno al otro mientras yo los miraba fijamente, comiendo mi platito intacto.

La cosa es que ellos se peleaban y a los cinco minutos volvían a estar apretujados el uno con el otro como si nada hubiera pasado.

Y seguro que eso es lo que iba a pasar.

—¿La criminal peligrosa todavía duerme? —me preguntó Sue, divertida.

—Qué graciosa —ironicé.

Y, como si la hubiéramos invocado, escuché la vocecita de recién despierta de Jen.

—Buenos días —murmuró, y solo por su voz ya estaba claro el nivel de resaca que tenía.

—Buenos días, bella durmiente —le sonreí, mirándola—. Menuda cara.

—La resaca es bonita, ¿eh? —bromeó Will, que pareció relajarse un poco con el cambio de tema.

—Oh, callaos —suspiró dramáticamente—. No lo entiendo. No bebí tanto.

Sí, definitivamente lo había hecho.

Pero sospechaba que si lo decía iba a volarme algo a la cabeza, así que opté por callarme.

Chico listo.

Gracias, conciencia.

Dejé que se sentara en mi taburete y ella casi se desplomó sobre la barra.

—¿Tienes hambre? —le preguntó Will.

—No, por favor —le hizo un gesto, como si no quisiera oír hablar de comida—. Necesito agua o creo que moriré de deshidratación.

Ella apuró el vaso de agua con cierta desesperación y yo empecé mi pasatiempo favorito: meterme un poco con ella. Con cuidado, claro. No quería que me diera uno de sus puñetazos destructores.

—Bueno —interrumpió Naya de pronto—, ¿podemos seguir con el tema de antes?

¿El de la discusión? Bueno, sería entretenido.

—¿Y cuál era? —preguntó Sue.

—¡Mi fiesta!

Ah, así que por eso discutían.

Naya puso una mueca.

—¿Es que ya se os había olvidado?

—¿Qué fiesta? —preguntó Jen en voz baja.

Naya ahogó un grito y la miró como si acabara de cometer la peor de las traiciones.

—¡Mi baby shower!

Intenté no reírme con la cara de confusión absoluta de Jen.

—Tú... ¿qué?

—Su fiesta premamá —aclaró Sue.

—¿Premamá? —Mike miró a Will—. ¿Y tú qué? ¿No eres prepapá?

Cuando vi las miradas tensas que se echaba la parejita, casi le lancé una tostada al idiota de Mike.

—Yo tengo bastante claro que tengo un papel secundario en todo esto —dijo Will al final.

—Ese es mi chico —bromeó Naya, que pareció relajarse bastante—. Lo que me lleva a que espero que a nadie se le haya olvidado, porque os recuerdo a todos que en estas fiestas se llevan regalos.

Hizo una pausa y miró fijamente a Jen.

—Y no miro a nadie —añadió en tono amenazante.

—¿Eh? —murmuró Jen, dubitativa.

—Has comprado algo, ¿no?

—Eso no se pregunta —le dijo Will al ver la cara de pánico de mi pobre novia.

—¡Hay confianza, puedo preguntarlo! —sonrió Naya ampliamente.

Realmente sospechaba que ella no creía que Jen no hubiera comprado nada, simplemente quería saber qué era. Naya no sabía esperar. No tenía paciencia.

—Yo... —empezó Jen.

Y estaba cien por cien seguro de que no había comprado nada, claro.

Menos mal que ahí estaba yo para salvar el día.

Creído.

Y con razón.

—Sí, lo ha hecho —dije por ella—. Cálmate, premamá.

Jen se giró hacia mí mientras Naya se marchaba felizmente y sonreí al ver su cara de estupefacción. Está claro que me siguió al salón, intentando disimular lo sorprendida que estaba.

—¿Por qué le has dicho que tenía un regalo? —preguntó en voz baja, de pie delante de mí.

Yo miré mi móvil. Mi madre me había mandado un mensaje preguntándome si podía ir a ayudarla con no sé qué después de una entrevista que tenía ese día.

Por cierto, ahora iba a todas las entrevistas. Básicamente porque Jen me obligaba.

Joey, mi manager, estaba encantada.

—Se te había olvidado la fiesta, ¿no? —la miré, divertido—. Eres un desastre.

—¡Pero... no sé qué se compra en estos casos!

Bueno, estaba seguro de que mi regalo les iba a gustar.

Dejé el móvil a un lado y me centré en una distracción mucho mejor, que era la dueña de mis pantaloncitos favoritos.

Jen dejó que tirara de ella hasta que la tuve sentada en mi regazo.

—¿Tu hermana no hizo una fiesta de esas cuando estaba embarazada? —pregunté, curioso.

—¿Mi hermana? Si se escondía como si fuera un vampiro del sol para que nadie le viera la tripa de embarazada.

—Bueno, estás de suerte. Yo ya tengo algo para ellos. Solo tienes que decir que es de parte de los dos.

Ella entrecerró los ojos, curiosa.

—¿Y qué es?

—Eso no te lo voy a decir.

—¿Por qué no? —puso un mohín.

—Porque es un regalo.

—¡Pero no es para mí!

Mierda, ¿por qué era tan difícil decirle que no? Con lo fácil que era decírselo a los demás...

—No quiero que Will y Naya se enteren antes de tiempo —aclaré.

—¿Yo...? ¿Qué...? ¿Qué insinuas?

—No lo insinúo. Lo digo directamente. Eres una bocazas.

Ella abrió mucho los ojos, completa y absolutamente ofendida.

—¡Sé guardar secretos!

—Te desmoronas bajo presión —le aseguré—. Si Naya empezara a interrogarte, terminarías diciéndolo.

—¡No es verdad!

Y ya se estaba desmoronando bajo presión.

—Ya lo creo que lo es —sonreí.

***
—Gracias, Dorian.

El pobre conductor de Vivian suspiró, casi estampando la cabeza contra el volante.

—Sigo siendo Daniel, señor —aclaró lentamente—. Como las dos últimas veces que nos vimos.

—Pues eso, Dylan —sonreí ampliamente—. Oye, si algún día necesito un conductor, pensaré en ti.

—Por favor, no —escuché que suplicaba en voz baja.

Joey, que estaba sentada a mi lado hablando por teléfono, lo apartó un momento para mirarme.

—Recuerda que mañana nos vamos de viaje —me dijo—. Con todo el equipo.

—Ajá —murmuré—. A mi novia le va a encantar.

—Lo va a entender —me aseguró, y volvió a lo suyo.

Tiré del cuello de la camisa cuando bajé del coche delante de la casa de mis padres. Me aseguré de que el ostentoso coche de mi padre no estuviera antes de avanzar hacia la entrada. Volví a tirarme del cuello de la camisa, incómodo.

Odiaba llevar ropa así. ¿Por qué demonios no podía usar sudaderas? ¡A todo el mundo le gustaban las sudaderas!

A mí me gustan.

¿Lo ves?

Propongo normalizar llevar sudaderas en eventos formales.

Yo lo apoyaría. Y también apoyaría quemar todas mis camisas absurdamente incómodas. Y con Joey mirando.

Llamé al timbre y apenas unos segundos más tarde me quedé algo descolocado al ver a mi abuela abriéndome la puerta en lugar de mi madre.

—Jack —me saludó, y parecía algo tensa.

Oh, no. Si mi abuela no me llamaba Jackie es que había pasado algo muy, muy malo.

Me quedé mirándola unos segundos, confuso.

—¿Qué pasa?

—Entra.

Oh, oh.

La miré de nuevo, dubitativo, antes de entrar en casa. Ella me siguió hacia el salón y pude notar cómo irradiaba irritación, aunque no entendí muy bien el por qué.

Mi madre estaba sentada en uno de los sofás con aspecto algo tenso y enseguida me di cuenta de que había algo raro ahí dentro, en el salón.

Bueno, más bien era lo que no había.

—¿Dónde están las cosas de papá? —pregunté, confuso.

Mi madre tragó saliva antes de echar una ojeada a mi abuela, que seguía detrás de mí con los brazos cruzados.

—¿Y bien? —insistí.

—¿Teníais pensado contarme en algún momento la clase de persona que era mi hijo? —preguntó mi abuela en voz baja.

Me quedé mirándola unos instantes antes de girarme inconscientemente hacia mi madre, que enrojeció un poco.

—He tenido que contárselo —dijo al final—. Para que entendiera por qué vamos a divorciarnos.

Tardé unos segundos, pero finalmente mi cerebro encajó la noticia y di un paso atrás, pasamado.

—¿Vas... a divorciarte de él? —pregunté en voz baja, perplejo.

Mamá asintió. Yo seguí mirándola con los ojos muy abiertos.

—Pero... ¿qué...?

—Después de la cena del otro día... sentí que no podía más —ella sacudió la cabeza—. Le dije que ya no podía seguir viviendo así. Y que necesitaba alejarme de él. Y alejaros de él.

No sabía qué decir. Ella se puso de pie y respiró hondo.

—En realidad, lo he querido hacer durante mucho tiempo —admitió en voz baja—. Desde que tu hermano y tú erais muy pequeños. Pero... me daba miedo. Tu padre me amenazó demasiadas veces con reclamar vuestra custodia completa y arruinarnos la vida si me la daban a mí. Y no sabía qué hacer.

No me sorprendía en absoluto, pero seguía sin saber qué decirle. Ella suspiró y me puso una mano en el brazo.

—Le pedí el divorcio hace unos meses, pero tú estabas... bueno... rehabilitándote... no quería añadir más preocupaciones a tu vida. Al menos, hasta que estuvieras mejor.

—¿Y vas a hacerlo? —pregunté finalmente, algo dudoso—. ¿Ha aceptado divorciarse... sin más?

—No, claro que no. He tenido que ponerle una demanda de divorcio. Pero tengo una abogada bastante buena. Ha tenido que solicitar una orden de alejamiento porque no dejaba de volver para amenazarme.

» Y me ha dicho que lo más seguro es que me quede con las dos casas, esta y la del lago, y una buena indemnización, aunque... bueno, yo no sé qué haré con tanto espacio. Y todos los gastos que supone. Seguramente tenga que vender la casa del lago. Será una pena. Sé que te encantaba esa casa.

—Mamá, si necesitas dinero...

—No necesito dinero —me aseguró, y puso una mueca—. Lo que necesito es alejarme de ese hombre. Y alejarlo de vuestra vida. Lo siento mucho, Jack. Debí hacerlo hace mucho tiempo. Tenías razón. Siento haber tardado tanto.

Entreabrí la boca para decir algo, pero volví a cerrarla, perplejo. Seguía resultando difícil creer que mi madre hubiera sido lo suficientemente valiente como para hacer algo así.

La abuela Agnes se aclaró ruidosamente la garganta, atrayendo nuestra atención. Seguía con los brazos cruzados.

—¿Es que a nadie se le ocurrió decirme nada de todo esto en todos estos años? —preguntó, molesta.

—No era tan fácil, abuela —le aseguré.

—Sí que lo era —me dijo, irritada—. Abuela, papá es un maltratador de mierda y un imbécil. ¿Ves qué fácil?

—Pero es tu hijo —aclaró mamá, dubitativa—. Pensé que aunque te lo dijera... no te lo creerías.

La abuela suspiró y se sentó en el sofá, quedándose en silencio unos segundos.

—Sí, sí me lo hubiera creído —aseguró—. Su padre era igual. Pero Jack nunca se comportó así conmigo. O delante de mí. Pensé que había salido mejor que su padre, pero... parece que no.

La verdad es que yo no recordaba mucho de mi abuelo. Había muerto cuando yo era muy pequeño.

Ahora, casi me alegraba de no acordarme demasiado de él.

—Yo... no lo sabía —le dijo mamá en voz baja, perpleja.

—Y yo no sabía lo tuyo, querida —murmuró mi abuela, enarcando una ceja—. Supongo que ambas estábamos avergonzadas. O que nos daba miedo admitirlo. Es curioso, ¿por qué siempre le da miedo a la víctima? Debería dárselo al maltratador.

Mi madre sonrió un poco, casi de alivio.

—Bueno —dijo finalmente, bastante más relajada, tratando de parecer completamente serena—, él se marchó de aquí hace un mes. Se llevó sus cosas al día siguiente. No he vuelto a hablar con él. Si te llama, Jackie...

—Hace tiempo que no respondo a sus llamadas —le aseguré en voz baja.

Mamá puso una mueca, pero asintió con la cabeza.

—En fin —dijo al final—, y ahora que hemos hablado de todos estos temas tan desagradables... ¿nadie tiene nada bueno que contar?

—Will y Naya tienen una fiesta de esas para bebés esta noche —murmuré.

Por la forma en que ambas sonrieron al instante, supe que había acertado con el cambio de tema.

—¿En serio? —mamá aumentó su sonrisa—. ¿Jennifer y tú les haréis algún regalo?

—Ejem... sí, bueno...

Ellas intercambiaron una mirada cuando yo empecé a jugar con el estúpido cuello de mi camisa, nervioso.

—¿Qué? —preguntó mamá.

—Voy a regalarles mi piso —aclaré.

Ambas se quedaron mirándome como si me hubiera vuelto loco.

—¿Eh? —mamá parpadeó, perpleja—. Pero... ¿y dónde vivirás tú?

—Donde he vivido hasta ahora, mamá. Supongo que no me echarán en cuanto les de los papeles —bromeé.

—Pero... ¿no es un poco excesivo, Jackie? —preguntó la abuela—. Es decir, no podría pedir unos vecinos mejores, pero... ¿regalarles un piso? ¿No es demasiado?

—Créeme, se lo debo a ambos. Especialmente a Will. Siempre está ahí cuando lo necesito. Y ahora es él quien necesita algo. Ha estado buscando pisos durante estos meses. Ya no necesitará seguir buscando.

—¿Y qué hay de ti y Jennifer? —preguntó mamá.

—Y Mike —aclaró la abuela.

—Si ellos se mudan juntos, Mike no irá con ellos —le aseguró mamá.

—Ya lo creo que lo hará.

—Bueno, no lo sé —respondí a la primera pregunta, confuso—. Algo se me ocurrirá. Pero la verdad es que prefiero vivir en una casa con jardín que en un piso.

—¿Para cuando tengáis hijitos vosotros dos? —insinuó mamá, burlona

—Uf —puse mala cara—, no. Olvídate de niños hasta dentro de diez años.

Hice una pausa, dudando.

—Si es que alguna vez los tenemos, claro.

Me quedé hablando con ellas un rato más y ayudé a mamá a colocar algunos cuadros grandes por las paredes, sustituyendo los huecos vacíos que habían quedado después de que mi padre se llevara sus cosas.

Ah, y mi abuela empezó a beber vino mientras me daba órdenes sobre cómo hacerlo, claro.

Mi madre se limitaba a reírse y a intentar ayudarme.

Me gustó verla riendo. Me daba la sensación de que la había visto reír muy pocas veces en toda mi vida.

Al terminar, nos quedamos los tres mirando el resultado final con los cuadros caseros y coloridos de mi madre en lugar de las obras caras y grises de mi padre.

Sinceramente, esa casa nunca me había parecido tan acogedora como me lo pareció ese día.

***

—Bueno, ha sido una fiesta interesante —comenté.

Jen acababa de ponerse el pijama. Se metió en la cama a mi lado, apagó la luz y me miró.

—Especialmente la parte en la que regalabas un maldito piso —murmuró, negando con la cabeza.

—Siento no habértelo dicho antes. Quería verte la cara.

Y había valido la pena, créeme. Esa cara de estupefacción absoluta no tenía precio.

—No tenías por qué decírmelo. Es tu casa, no la mía —apoyó la cabeza en una mano, mirándome—. Pero... ¿has pensado en la parte en que esa niña crece y esta habitación sea para ella?

—Es decir, la parte en que nos echan.

Ella sonrió, divertida.

—Sí, bueno, más o menos.

Esperaba que la hija de Will y Naya no se lo pasara tan bien en esa habitación como me lo había pasado yo, la verdad.

—Ya te lo dije, no quiero vivir siempre en un piso —murmuré—. Quiero una casa con jardín.

Y... lago.

Espera... ¿y si...? ¿Y si hablaba con mi madre sobre la ca...?

Jen interrumpió mi línea de pensamientos al resoplar.

—Sí, y yo quiero ser millonaria —masculló.

Sacudí la cabeza, divertido.

—No te preocupes de eso ahora. ¿Qué tal te ha ido con tu hermano?

Estaba pasando unos días por aquí por trabajo o no sé qué. Ayer había cenado con nosotros y, para el fastidio de Jen —y sospecho que el de Mike—, había estado ligando todo el rato con nuestra pequeña Sue.

—Bien, como siempre —se acercó un poco más a mí, pensativa—. En realidad, me ha preguntado si quiero ir con él a casa. A pasar una semana con mis padres y mis hermanos.

—¿Y quieres?

—Sí... —pareció un poco avergonzada al admitirlo—. La verdad es que no estaría mal.

—Pues no hay más que hablar —sonreí ampliamente.

—¿Quieres venir conmigo? —preguntó, ilusionada.

Yo me aclaré la garganta, algo nervioso, cuando recordé lo que había hablado esa tarde con Joey y los actores principales de la película. Entre ellos, Vivian.

Mierda, esperaba que Jen no se cabreara.

—¿Qué? —preguntó al ver mi cara.

—Tengo que hablar contigo de algo —aclaré.

—Jack, si me lo dices así, harás que entre en pánico.

Sonreí, un poco tenso.

—¿Te acuerdas de que te he dicho que hoy tenía una reunión importante con Joey?

—Sí... —murmuró, algo asustada.

—Pues... esa reunión también era con mis productores —sí, ya tenía dos—. Quieren que compense mi ausencia de tanto tiempo yendo a varios festivales de cine.

Ella frunció un poco el ceño, sin comprenderlo.

—Vale... —murmuró, confusa—, ¿y no quieres ir?

—No puedo decir que no —y si pudiera lo haría, seguro—. La cosa es que... voy a estar tres semanas fuera.

Viva el tres.

¿Eh?

Nada, nada...

—¿Tres... semanas? —preguntó, sorprendida.

—Es menos tiempo del que parece —le aseguré.

—No es... es decir... —carraspeó—. No me malinterpretes, me alegro mucho por ti, pero... ¿por qué tanto tiempo?

—Porque cada festival dura dos días. Y tengo que ir de un lado a otro. Y los vuelos no son cortos. En fin, sé que es un poco precipitado, pero tendría que irme mañana por la tarde y...

—¡¿Mañana por la tarde?! —dio un respingo.

Sonreí como un angelito.

—Sí.

—¿Y me lo dices ahora?

—No quería decírtelo delante de todos los demás.

—P-pero... ¿te vas mañana y te lo dicen hoy?

—Así van estas cosas —me encogí de hombros.

Ella dudó, pasándose una mano por el pelo para apartarse el mechón de siempre antes de volver a mirarme y entrecerrar los ojos.

Por supuesto, tardó dos segundos en ver que ocultaba otro detalle.

—¿Y qué más?

Maldita fuera Jen y su capacidad de leerme tan bien.

—El reparto estará con nosotros —aclaré.

Ella tragó saliva, incómoda.

—Es decir, que Vivian estará contigo —concluyó.

—No solo Vivian. El resto del reparto también.

—El resto del reparto no babea cada vez que te ve, Jack.

Bueno, a lo mejor sí.

Siempre positivo, así me gusta.

—No me gusta Vivian —aclaré.

—Pero a ella sí le gustas —me dijo, incómoda.

—¿Y qué?

—Que es... tan... es demasiadas cosas buenas.

—¿Sabes lo que no es? Mi novia.

Jen dudó, agachando la mirada por unos instantes. Ya había empezado a asustarme cuando volvió a mirarme, esta vez con media sonrisa.

—Entonces, supongo que yo iré a casa de mis padres.

Sinceramente, yo hubiera preferido irme con ella. Siempre prefería irme con ella donde fuera.

Pero no quería arriesgarme a que Joey cortara mis partes nobles. Les tenía bastante cariño.

—Tres semanas no son nada —le pasé un brazo por la espalda para acercármela—. Y pienso llamarte cada día.

—¿Cada día? Tampoco hace fal...

—Cada día.

—Vale, papá —bromeó.

—Esa palabrita en una cama tiene demasiadas connotaciones sexuales como para usarla tan a la ligera, Michelle.

Empezó a reírse, divertida.

—¿Quieres dormir en el suelo, Jackie?

Sonreí, encantado, y me incliné sobre ella para poder besarla. Jen me acunó la cara con las manos casi al instante.

Oh, esas tres semanas sin esto iban a ser más eternas de lo planeado.

Justo cuando el beso empezaba a ponerse interesante, me distraje al notar que Jen se tensaba. Levanté la cabeza y vi que Mike estaba ahí plantado con una almohada y una mueca de cachorrito.

—¿Qué? —pregunté, molesto.

¡Estaba interrumpiendo un gran momento, el último en unas cuantas semanas!

—Me sentía solito en el salón —me dijo, abrazando su almohada.

—Pues ve a molestar a Sue.

—¿Quieres que muera?

—No hagas que responda a eso.

Y, claro, Mike fue a por un objetivo mucho más fácil.

Es decir, Jen.

—Mi novia acaba de serme infiel y me siento taaaaan solito en ese salón vacío y oscuro —dio un paso hacia nosotros—. Y en ese sofá, tan grande para una sola persona y tan...

—¿Qué quieres, Mike? —preguntó Jen directamente.

Sonrió al instante.

—¿Puedo dormir con vosotros?

Preferiría dormir con un tigre hambriento.

—No —le dije enseguida—. De eso nada.

—¿Y por qué no?

—¡Porque estábamos ocupados!

—Bueno, podéis hacer vuestras guarradas en un lado de la cama. Yo os daré la espalda en el otro. Incluso puedo ponerme auriculares.

—Sí, claro, y cuando terminemos aplaudes.

—Si eso os gusta... yo no juzgo.

Me separé de Jen, molesto. Y más molesto me puse cuando vi que ella parecía divertida.

—Venga —le dije a Mike—. Vete a dormir.

—¿En serio me vais a mandar solito al salón? —protestó—. ¿Qué clase de hermano eres tú?

—Uno que no te ha matado pero todavía está a tiempo de hacerlo, así que vete a dormir de una vez.

—Jack —me dijo Jen de pronto—, ¿qué más da? Que se quede por una noche. No es para tanto.

La miré al instante como si le acabara de salir una segunda cabeza.

—¿Eh? —¿se había vuelto loca o qué?

—Vamos, está triste.

—¡Yo sí que estoy triste por no poder dormir con mi novia!

—Venga, no seas amargado —canturreó Mike.

No me quedó más remedio que apartarme cuando —literalmente— se lanzó sobre la cama entre nosotros dos.

En mi cabeza, lo asesiné de cien formas distintas... pero por fuera solo lo miré mal.

—Oye, pues es muy cómoda —me dijo felizmente antes de girarse hacia Jen—. ¿Qué se siente al tener por fin al hermano guapo a tu lado?

Jen entró en modo pánico cuando vio que mis ganas de asesinarlo aumentaban, así que se apresuró a aclararse la garganta.

—Venga, Mike, duérmete.

—Es que ahora no tengo sueño. ¿Contamos historias de miedo?

—¿Quieres que te cuente la del chico que perdió la paciencia y asesinó a su hermano mayor? —mascullé.

—No, no suena interesante —se giró hacia Jen de nuevo—. ¿Quieres que te abrace un ratito, cuñadita?

—¿Quieres morir, Mike? —espeté.

Cuando Jen vio que íbamos a empezar a discutir, puso los ojos en blanco y se giró, dándonos la espalda.

Un buen rato más tarde, estaba mirando el techo de mal humor. ¿Por qué teníamos a mi maldito hermano metido en la cama con nosotros? ¡Podríamos estar haciendo cosas mucho mejores que oír sus ronquidos!

Miré de reojo a Jen y vi que estaba sonriendo.

—¿Qué he hecho mal en la vida para tener que aguantar esto? —pregunté.

—Habla en voz baja —susurró.

—Oh, sí, no sea que se despierte el bebé de metro ochenta que tenemos en medio.

Jen sonrió y le subió la manta de Mike hasta su barbilla. Él seguía roncando.

—Mi última noche aquí y tengo que pasarla con el señorito en mi cama —protesté.

—Tenemos todas las noches para pasarlas juntos, Jack.

—Y aún así no parecen suficientes.

—Mañana te vas por la tarde —me recordó, estirando la mano por encima de Mike para acariciarme la mejilla—. Podemos pasar el día juntos.

—Vas a arrepentirte de decir eso —le aseguré, entrecerrando los ojos—. Porque voy a estar todo el día pegado a ti.

—Uf. Suena horrible.

Le besé la mano y ella me sonrió antes de darse la vuelta para acomodarse y quedarse dormida, cosa que consiguió en unos pocos segundos.

Jen siempre se quedaba dormida al instante. No lo entendía. Yo tardaba siempre más de media hora y...

—Oye, tú.

Di un respingo cuando noté un manotazo en la mejilla y bajé la mirada hacia Mike, que me observaba con los ojos entrecerrados.

—¿Qué...? —fruncí el ceño, bajando la voz—. ¿Estabas despierto?

—Sí.

—¿Lo has estado todo el tiempo?

—Sí.

—¿Y por qué demonios roncabas?

—Porque me hacía el dormido para escuchar a escondidas.

—Ah, muy bien. ¿Quieres un premio? ¿Una patada en el culo, por ejemplo?

—Relájate, hermanito. Es que tenía curiosidad por ver si os poníais a hacer guarradas. Para unirme a la fiesta.

—Qué asco, Mike, somos hermanos.

—¿Y dónde está escrito que eso esté mal?

—No lo sé. Busca en la parte de incesto.

—Bah —dejó el tema, como si le aburriera—. ¿Podemos hablar del hecho de que has regalado este piso a esos dos antes que a mí, que soy tu querido hermano mayor? ¿Se puede saber por qué a mí no me tratas así de bien?

—Mike, no me obligues a decir cosas que no te van a gustar.

—Bueno, solo digo que si tienes más cosas que regalar... aquí estoy yo dispuesto a recibirlas. Si es una casita mejor, ¿eh?

—No tengo más casas, y tampoco te las regalaría —torcí el gesto—. ¿Es que nunca has pensado en ponerte a trabajar o algo así?

—Yo trabajo, tengo mi banda —frunció el ceño.

—¿Y cuánto dinero ganas con eso?

—Nada —enrojeció—. ¡Pero en las bares en los que tocamos siempre nos invitan a una bebida!

—Mike... —suspiré.

—Esto es una inversión —aclaró, señalándose— Algún día me convertiré en un cantante famoso y seré yo quien te acoja en mi casa. Con mi cuñadita y los quinientos hijos insoportables que tendréis.

—¿Por qué demonios todo el mundo asume que tendremos hijos?

—Bueno, si no los tenéis, siempre podéis adoptarme como a un hijito —se puso una mano en el corazón—. Yo estoy dispuesto a sacrificarme por una buena causa.

—Claro, eres la víctima de todo esto.

—Exacto.

Hubo un momento de silencio y me di cuenta de que estaba sonriendo.

Yo. Sonriendo. A mi hermano.

¡Yo sonriendo a Mike!

Puse una mueca al instante, a lo que él enarcó una ceja.

—¿Tanto te cuesta ser simpático conmigo, Jackie? —bromeó—. ¿Tengo que pedirle a la agente Susie que te psicoanalice?

—No, gracias.

—Yo siempre te sonrío porque soy un buen hermano —protestó.

Y, pese a que normalmente mi primer impulso hubiera sido hacer alguna broma o ponerme irónico, lo que me salió en ese momento fue volver a sonreír, cosa que descolocó visiblemente a mi hermano.

—Sí, tienes razón —murmuré.

Él abrió mucho los ojos.

—¿Eh?

—Que tienes razón —insistí—. Siempre soy un capullo contigo porque... bueno, por lo que hacías hace unos años con mis novias. Una parte de mí esperaba que intentaras hacerlo con Jen. Por eso siempre estoy tan a la defensiva contigo.

Hubo un momento de silencio. Mike pareció querer decir algo, pero al final no dijo nada.

—Es decir... sé que eso fue hace años —seguí, incómodo—. No debería seguir torturándote con el tema. Tienes razón. Has cambiado. Lo siento.

Te aseguro que jamás había visto a mi hermano perplejo.

Pero, en ese momento, lo parecía.

—Yo... —empezó.

—A ver, tú tampoco ayudas mucho cuando te pones a apretujarte contra Jen o a decir lo guapa que es, o a hacer comentarios de sus tetas —le puse mala cara—. Comprenderás que me moleste un poco teniendo en cuenta nuestros antecedentes.

—Yo... —repitió, pero tampoco pareció saber cómo seguir.

—Pero Jen es distinta, no es como mis otras novias, ¿sabes? No es una novia con la que quiera pasarlo bien por un tiempo. Quiero estar con ella el resto de mi vida, ¿lo entiendes? —suspiré—. Creo que por eso me daba tanto miedo que intentaras algo con ella.

»Pero no lo has hecho. De hecho... tengo la ligera impresión de que entre tú y Sue hay algo, ¿no?

Puso una mueca.

—¿Eh? No —me aseguró en voz baja.

—¿No te gusta Sue? —pregunté, sorprendido.

Él negó con la cabeza con expresión incómoda y extraña.

—Bueno —concluí—, pues eso. Que siento haberte juzgado tan rápido. No te lo merecías. Aunque voy a seguir haciéndote bromas crueles, ¿eh? De eso no te librarás tan fácilmente.

Mike no dijo nada cuando yo me acomodé mejor en la cama para dormirme, pero noté que seguía mirándome con esa expresión extraña.

—Por cierto, mañana me voy por tres semanas —añadí—. Intenta no matarte mientras no esté. No querría perdérmelo.

—Lo intentaré —murmuró, y su tono de voz sonaba extrañamente ausente de diversión.

Decidí pasarlo por alto y cerré los ojos, dándole la espalda.


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