Cuatro de agosto © [MEMORIAS...

Galing kay EstLeRue

42.9K 4.4K 2.4K

[GANADORA DE LOS WATTYS 2021] El zoológico de Saint James, en Nueva York, abre sus puertas a todos los jóvene... Higit pa

Daniel Avery (18)
Lena Higgins (24)
George Monroe (38)
Tyler Shrike (18)
David Bike (18)
Lara Benson (17)
Grace Stevens (27)
Mía Ramírez (17)
Noah Walker (19)
Richard Cole (45)
Jeremiah Sawyers (18)
Lista de fallecidos
Disculpas públicas

Lauren Jones (20)

4K 414 261
Galing kay EstLeRue

<<Otra vez tarde. Mierda, mierda, mierda>>.

Deberían estudiar este síndrome mío, digo yo. No es posible que una persona normal sea tan patológicamente impuntual.

A duras penas trato de calzarme una de las zapatillas y beber un vaso de leche al mismo tiempo. Doy gracias a que estoy sola en el primer piso de la casa y nadie es testigo de mi acto circense.

Noah va a matarme. ¿Quién me manda a prometer cosas que no sé si puedo cumplir? "Sí, mañana llegaré temprano, ¿no me crees?". No, no me creyó, y tenía razones para no hacerlo.

Ni una ducha rápida he podido darme. Me siento asquerosa. Seré impuntual, pero no sucia. Descuidada, pero no al extremo. Una completa cerda, pero una cerda decente. En fin, es tarde. Me he vestido y he desayunado como he podido. Si la suerte está de mi lado hoy, no habrá tráfico.

Luego de haberme cepillado los dientes en más o menos treinta segundos, me dirijo a la puerta haciendo mi clásico recuento mental de cosas que puedo estar olvidando. ¿Llaves? Listo. ¿Billetera? Listo. ¿Teléfono? Aquí. Lista o no, ya es hora de irme.

Salgo a la calle. El día ya está iluminado por completo. Si hubiera salido temprano de casa aún estaría algo nublado, pero dada la hora el sol resplandece y el calor es no tan desagradable. Agradezco por eso, porque el calor excesivo a veces me ocasiona problemas que en este momento de verdad no necesito.

A pesar de todo siento que he olvidado algo. Trato de repasar una y otra vez mi lista imaginaria, pero el elemento faltante no aparece ahí. Me frustraría si esto no fuera algo que me pasa todo el tiempo. A estas alturas de mi vida yo ya estoy acostumbrada. Resignación.

Al subir al autobús busco automáticamente los asientos del fondo, que gracias a un pequeño favor del destino están vacíos. Esos me gustan mucho, porque nadie me mira. Podría pararme de cabeza sobre el asiento y, a menos que el autobús diera un sendo frenazo, nadie lo notaría.

Rebusco en los bolsillos de mi polera. Hey, los audífonos podrían ser el objeto misterioso que estoy olvidando.

Pero no, no son, están en mi bolsillo tan enredados como siempre. Suspiro tratando de deducir cuánto tardaré en desenredarlos por completo.

Miro a mi alrededor mientras mis dedos intentan ordenar el desbarajuste de cables. Siempre ha habido dos tipos de autobuses en mi experiencia como pasajera. Los que parecen salidos de Rápidos y Furiosos, y los que son más bien del tipo viejita—en—andador. Siendo estas las circunstancias, necesito los de la primera clase. Pero no, el chofer parece estar disfrutando del último día de su vida. Se detiene a cada esquina con toda la paciencia del universo para mirar esa piedra, o el cartel de la parada de autobuses, o al lindo perrito orinando en ese árbol.

Yo no le diría autobús viejita-en-andador. Más le quedaría chofer-hippie-naturalista.

Hubiera llegado a mi destino en veinte minutos si la vida fuera justa. Pero llego en cuarenta. El doble. Perfecto.

Saludo a George, el jefe de seguridad. Camino rápido hacia el aviario, hacia mi puesto, hacia donde me debe estar esperando Noah con los brazos cruzados y mirándome con los ojos entrecerrados. Creo que puedo adivinar ya desde este momento su expresión de "te-lo-dije". Esa expresión es bastante frecuente cuando se trata de mí.

Hubiera corrido, pero soy asmática. Esa ha sido siempre mi limitación.

—¡Ya llegué! —anuncio en cuanto avisto a Noah barriendo la entrada del aviario.

Él se da la vuelta y me mira como si yo no tuviera remedio. Suspira y sonríe.

—Buenos días, Lauren —saluda.

Me pongo de puntillas y le doy un beso en la mejilla. Se lo hubiera dado en la boca, pero siento que no me lo merezco por el momento.

Danny y David están ya dentro de la jaula, así que corro a saludarlos.

—Chicos —digo, haciendo un choque de puños con cada uno.

—Lauren —dice David.

—Hola —sonríe Danny.

Sospecho que está tan particularmente feliz por algo relacionado con Dave. Ellos creen que no lo sabe nadie, pero a leguas se nota que se traen algo entre ellos. A Dave tal vez no, pero sí a Dan. A él la chispa del amor se le escurre por los poros.

Vuelvo con Noah luego de haber saludado a los chicos.

—¿Qué pasó ahora? —me dice, enarcando una ceja.

—Te juro que no lo sé —respondo con sinceridad.

No lo sé. En realidad, no es que siempre despierte tan tarde, solo que la hora se va. Pero hoy sí me levanté tan tarde que dudé por unos minutos del lugar en el que me encontraba. Todo se confabuló para que me retrasara todavía más y más. El destino no quería que saliera. Pero, en fin, lo bueno es que al final salí de todos modos.

—Bueno, es sábado, habrá niños y mucha gente —me dice—. ¿Me ayudas a alimentarlos?

—De acuerdo.

Cargo una bolsa de semillas y lo sigo hacia la primera jaula.

Cuando supimos de este puesto quisimos venir a preguntar de inmediato. Hubiéramos elegido los mandriles o leones, pero de haber una complicación y tener que salir corriendo, yo no podría hacerlo y lo más seguro es que Noah me defendería, y saldría lastimado, y entonces yo nunca más me lo perdonaría.

Las aves no son peligrosas. Sí, a veces pican, pero por lo general son agradables. Es decir, nunca te vas a ver obligado a correr a pesar de tu asma para escapar de un ataque de ellas (o al menos eso espero). Además, quería estar con Noah, y a él le gustan mucho las aves.

Él solo está aquí por el verano. Luego volverá a la universidad y yo me quedaré aquí. Noah tiene diecinueve años y un futuro brillante. Yo tengo veinte y... pues... tengo un perro. Se llama Berry.

No es que no quiera ir a la universidad. Por supuesto que quiero ir para tener un futuro cuando menos decente, y sobre todo cada vez que alguien me mira condescendientemente al enterarse de que mi novio (menor que yo, por cierto) va a la universidad mientras yo me quedo en casa ganando dinero por cuidar niños, barrer jardines y jugando con el perro.

Pero mis padres aún no están listos para que yo me vaya. En primer lugar, por mi condición, se supone que no podría mantenerle el paso al resto de personas como cualquiera. Eso los tendría preocupados. No quiero más preocupaciones para ellos.

En segundo lugar: si yo me voy, ¿quién cuidará de ellos? No tengo hermanos, y si los tuviera, yo sé que no estarían con ellos como yo lo estoy. Me parece que estoy mejor aquí por ahora.

Noah y yo alimentamos a las aves bastante rápido. Los visitantes comienzan a llegar, pero es turno de Dan y Dave, así que ellos deben recibir a todo mundo. Mientras tanto, Noah y yo jugamos damas chinas. Él siempre me gana en eso, pero nunca me ha podido ganar jugando Monopoly.

A veces, cuando todavía estábamos en la escuela, Noah iba a mi casa y nos pasábamos la tarde jugando Monopoly con mi padre. Yo me volvía millonaria una y otra vez y los dejaba quebrados.

<<Esta niña será una gran negociante cuando sea grande>> decía papá siempre.

Espero que "grande" quiera decir tener treinta o treinta y cinco años. Si no, estoy un poco arruinada.

Exactamente a la una de la tarde tenemos el cambio de turno. Eso significa que David y Daniel pueden salir a almorzar mientras nosotros tomamos su lugar.

Almorzar, sí claro. Verán, no estoy segura de que vendan comida para humanos en el depósito del aviario.

A Noah seguro ni se le ha ocurrido, pero yo tengo ojos. Les he visto entrar y salir al cabo de un rato más contentos que al inicio. Así que a veces, si es que puedo, voy y les canto a las aves. Es un truco que casi nadie conoce. Si les cantas y las miras a los ojos a veces puedes lograr que traten de imitarte.

Y entonces chillan y chillan y chillan y el sonido de adentro queda sofocado. Pan comido.

Era necesario que alguien les hiciera el favor. Una vez escuché su ruido. No los volví a ver de la misma forma.

—¿Quieres ir por papas? —me pregunta Noah, rodeando mis hombros con su brazo.

—¿No debemos ir ya a la jaula? —pregunto.

—No llegará nadie como en veinte minutos, todavía hay tiempo —sonríe.

Odio esa sonrisa. Manipula mi cerebro.

—Está bien —acepto.

Noah tiene razón. A esta hora la mayoría de la gente se encuentra almorzando en alguna de las cafeterías o pequeños restaurantes del zoológico, por lo que suele haber una especie de tiempo muerto para nosotros. Dudo que pase algo si nos desaparecemos por diez minutos. Además, esas papas sí se me antojan.

Caminamos hacia la tienda. Tengo el recuerdo vago de que cuando apenas nos empezábamos a habituar al lugar no podíamos encontrarla. Eso hasta que nos dimos cuenta de que el aviario es, precisamente, el lugar con la vista más privilegiada de todo el zoológico. Ya que está ubicado a un nivel más alto que el resto de los ambientes, desde ahí se puede ver todo lo demás. De hecho, en la puerta debería haber un cartel que diga algo así como "¿No encuentras a las jirafas? ¡Visita el aviario!".

—Estás muy callada hoy, ¿no crees? —me dice.

¿Lo estoy?

Supongo. A veces mi mente se pone ruidosa y olvido hablar.

—Lo siento.

—¿Por qué?

—Por... ¿estar callada?

Me da un beso en la coronilla.

—Incluso muerta serías la mejor —me dice.

Rubor interno.

—Necesitas un gato —le digo, no sé por qué.

—¿Ah sí?

—Sí, así es —afirmo—. Él y Berry se llevarían muy bien. Tal vez Berry se lo comería.

—¿Y por qué yo querría un gato muerto?

—No está bien discriminar.

—Me disculpo.

A veces me pregunto qué se siente tener una conversación de novios normales.

—¿Te casas conmigo?

Mi corazón da un saltito como si alguien le hubiera dado un susto por la espalda. Mi mundo se paraliza por un microsegundo, pero luego miro a Noah y él se ríe.

—Es chiste —carcajea.

—Eso pensé —suspiro.

Seguimos caminando. Noah también tenía razón cuando dijo que este día de la semana en particular viene mucha gente a visitar (suele tener razón muy seguido últimamente). Mientras más nos acercamos a la tienda, más se oyen las voces chillonas de los niños pidiendo golosinas.

—O tal vez no —farfulla.

Río un poco... pero luego me detengo, al notar que esta vez él no se está riendo conmigo.

Lo miro. No, no se ríe. Está muy ruborizado.

—¿Noah? —insto.

—Bueno, yo... —titubea, riendo con nerviosismo entre palabras— no se supone que sería así. Se suponía que llegarías temprano y sería frente a las aves y... y... yo...

Hurga en su bolsillo y extrae de él una cajita minúscula forrada de rojo.

Todos los procesos de mi cuerpo se han detenido otra vez, solo que ahora la sensación se prolonga por más tiempo. Siento que me hiperventilo, pero no lo demuestro. Sé que eso a Noah le aterra. Está aterrado en suficiente medida en este momento como para preocuparlo por otra cosa.

—Quería hacerlo antes de irme otra vez —susurra.

Es un chiste. Tiene que decirme que es un chiste. Puede decirlo ahora o en unos segundos, pero tiene que decirlo. Es una broma, ¿no? De seguro hay un insecto adentro, o un chocolate, o algo que diga "te lo creíste". Es una broma, Noah es tan gracioso...

—Vamos —sonrío, incrédula—. ¿En serio?

Me sonríe de vuelta con el rostro tan enrojecido que parece como si hubiera estado expuesto al sol por un buen rato. Pero no es la sonrisa de alguien que se esté riendo por haberle jugado a otra persona una broma.

—Cásate conmigo, Lauren —balbucea, y enrojece aún más, si eso es posible.

Mi sonrisa desaparece por un instante, pero luego se vuelve a ensanchar. Por tercera vez trato de convencerme de que es una broma.

Le arrebato la caja de la mano con delicadeza y la abro. Siento que el mundo entero se traga mi cuerpo.

Una bonita argolla plateada brilla con el sol refulgente de fin de semana.

—Bueno —traga saliva—. Es... como... más o menos... algo simbólico... ¿no?

—¿Qué?

—Sí, algo así como "te regalo este anillo, te quiero".

—Lauren, yo quiero casarme contigo.

Lo ha dicho por tercera vez y ya siento que no respiro. La garganta se me está cerrando. Necesito mi inhalador para calmarme un poco.

<<Vamos, resiste... hazlo por Noah>>.

Sí, hazlo por Noah, por el idiota de diecinueve años que virtualmente te está proponiendo matrimonio.

—¿Es en serio? —pregunto.

Asiente.

—Noah, no puedes estar hablando en serio.

—¿Por qué no?

—Oh, ¿por dónde empiezo? —trato de no levantar demasiado la voz, pero me cuesta—. Vas a la universidad, casi no nos vemos en el año, no conozco a tus amigos, somos jóvenes aún, vamos, tienes diecinueve malditos...

—¿Vas a empezar otra vez con eso? —me interrumpe.

—Sí. Sí, porque no sé si te das cuenta de lo que estás diciendo.

—Claro que me doy cuenta —insiste—. ¿Crees que vendría así como así a decirte una cosa como esta sin haberlo pensado antes? Te amo, Lauren. Llevamos juntos tanto tiempo que ya ni me acuerdo cómo era la vida cuando no estabas. Te he visto crecer, y tú a mí, nuestras familias ya son como una sola, ¿qué hay de extraño en lo que te estoy pidiendo?

No sé a qué se debe la humedad de mis ojos hasta que me doy cuenta de que estoy a punto de llorar.

—Eres muy joven, no lo entiendes —mascullo.

—¡Tengo diecinueve! —me dice, con una sonrisa frustrada—. Lauren, soy mayor de edad y creo que...

—Y yo soy mayor que tú —continúo.

—¡Por un año!

—Un año y seis meses.

—¡La diferencia no es tanta, es...!

—Sí lo es, y siempre lo ha sido.

Noah y yo somos novios desde que yo tenía quince años y él tenía trece. De esos amores de colegio que parecen de lo más comunes, solo que lo nuestro fue... distinto. Todos a nuestro alrededor se separaban y nosotros seguíamos juntos. Se prolongó a tal punto que pasamos de ser algo ordinario a algo insólito.

A lo que voy es que en esos momentos el escaso año y medio que llevábamos de diferencia era muy notorio, pero no era un problema. De hecho, era un tema con el que solíamos bromear bastante. Noah y yo siempre hemos sido algo así como almas gemelas (que suena cursi, ya sé, pero así es, ¿si no qué otra explicación para ser tan perfectamente compatibles el uno con el otro?), así que bromeamos casi con cada cosa existente en el universo, pero más con nuestras edades. Nombra un chiste sobre diferencia de edad, sea el que sea, ya lo hemos hecho. El tema fue divertido en un inicio.

Pero dieciocho meses son lo que son.

Noah es lindo y siempre lo ha sido. Siempre amable, alegre, divertido, vivaz, atento, particular. Sin embargo 1) es hombre y 2) es menor.

Esto no debería suponer un problema, y tal vez no lo haría si el primer factor fuera irrelevante. Los hombres maduran mucho más lento que las mujeres.

No voy a empezar con debates ni nada, sé que cada persona es distinta y que no es bueno encasillar a las personas por ninguna característica, pero en este caso me estoy basando en un factor biológico que encaja a la perfección con él. Ver a Noah crecer fue como ver una versión mía de dieciocho meses menos, solo que con la mitad de la madurez. A veces fue difícil tratarnos entre nosotros... y aun así llevamos cinco años juntos.

Ahora: a Noah le gusta soñar. Siempre fue un soñador, un idealista, y la mayoría del tiempo eso no está tan mal.

Pero está fantaseando ahora, y es la más descabellada de las fantasías.

—Sí, sé que de niños se notaba... pero ahora ya casi no, somos adultos, y...

—Noah, estoy a punto de cumplir veintiuno y tú ni siquiera llegas a los veinte. ¡Escucha lo que estás diciendo! ¡Apenas empiezas tu carrera, yo ni siquiera he empezado, por favor, piensa!

—No tengo nada qué pensar —dice—. Solo necesito que me aceptes, ¿sí?

—Noah, no —sentencio.

Me mira y estudia mi rostro con incredulidad. Descubro cierto desconcierto inocente en su expresión y me siento cruel por ello.

Nos detenemos justo en la gran tienda. A nuestro alrededor pululan por lo menos dos decenas de niños instruidos por su maestra, quien lleva un silbato colgando del cuello como si estuviera a punto de dar una función de cachorros domesticados.

Harry y Lena, los que atienden, están un poco atareados tratando de satisfacer las exigencias de los pequeños infantes. Lena está completamente concentrada, pero Harry, como siempre, no lo está. Está más concentrado en mirar a la chica y dudo mucho que lo que esté haciendo sea admirar el diseño floral del bolsillo trasero de sus jeans.

—Lauren —Noah llama mi atención.

Podría decir que me he perdido, pero en realidad esa fue una reacción involuntaria que era voluntaria en un principio. Yo solía esquivar la mirada de Noah a propósito y concentrarme en los detalles de mi alrededor para no decirle nada hiriente cuando peleábamos siendo más jóvenes. Conforme fui creciendo ya no necesité hacer eso, pero no pude dejarlo, se había vuelto una característica inherente en mí.

—Noah... somos jóvenes —sollozo—. ¿Crees que podemos casarnos ahora? Claro que no podemos. No es que no quiera... por ahora no, no estoy lista para eso, y tampoco tú.

—Yo sí estoy listo —contradice, con la voz tan quebrada como la mía.

—No, no lo estás.

—Lauren, no puedo seguir así. No te veo, no sé de ti, solo tengo dos meses al año para poder estar contigo cuando antes tenía todo el tiempo del mundo. Quiero... necesito saber que seguiré teniéndote conmigo. Necesito pensar que no encontrarás a alguien y...

—Espera —lo interrumpo—. ¿Estás haciendo esto para asegurarte de que no nos separemos cuando vuelvas a la universidad?

—No, yo...

—¡Uno no se casa por inseguridad! —exclamo.

Se hace el silencio. No quiero ver a mi alrededor. Sé que todos, absolutamente todos, grandes y chicos, están mirándome.

—Uno no usa el matrimonio como una atadura "por si acaso". Luego te quejas cuando te digo que debes madurar.

No hay nada de falso en lo que he dicho. Pero lo he lastimado y lo sé, aunque de nada servirá decirle que no ha sido mi intención.

—Yo solo te...

El suelo se remece. El suelo, las paredes, los vidrios, vitrinas, escaparates, y el ambiente queda inundado por el ruido estridente de una magnífica y grotesca explosión.

Los niños chillan. La maestra los acoge y todos forman un gran círculo a su alrededor aferrándose unos a otros. Los cachorros estaban amaestrados, después de todo.

La maestra en este momento me evoca a una gran águila cubriendo con sus gigantescas alas a sus veinte polluelos. Es una imagen majestuosa y aturdidora.

Lena y Harry se agachan y esconden detrás del escaparate, plan obligatorio en caso de emergencia. Noah y yo nos vamos de forma automática al suelo.

Una vez que el impacto inicial se ha disipado, me animo a levantar la vista tratando de averiguar si ha sido un terremoto.

No ha podido serlo. Ha venido de afuera y eso lo sé.

—¡Puerta principal! —grita un guardia.

Acto seguido veo a todo el personal de seguridad corriendo a la puerta principal, dejando atrás un ambiente de inquietud y suspenso.

Nadie hace nada por unos segundos.

—¿Están todos bien? —es la voz de Lena.

La maestra le responde afirmativamente. El plan de capacitación nos decía que alguien debía levantarse a preguntar, el primero que se atreviera. Tenía que ir preguntando desde la persona que se encontraba más cerca a la que estaba más lejos. Eso significa que primero debió preguntarle a Harry, pero a lo mejor no le interesa cómo se encuentra, y, para ser francos, al resto tampoco.

—¿Noah y Lauren? —prosigue Lena.

—Bien —confirma Noah.

—¿Señor?

No sé a quién se refiere Lena hasta que reparo en el tipo que está agazapado junto a nosotros. No le veo la cara. Lleva puesta una boina gris y una bufanda negra muy larga y gruesa. Levanta el pulgar en señal afirmativa, el pulgar de una mano enguantada.

Ese tipo parece un esquimal. O por lo menos parece recién salido de cualquiera de los dos polos. Si no hiciera un calor infernal y no fuera un lindo día de verano, no me parecería extraño.

Todos nos levantamos poco a poco. Las cosas parecen volver a una lenta normalidad.

—¿Estás bien? —me pregunta Noah.

Respiro con dificultad que antes. Sin embargo, asiento con la cabeza.

—¿Sabe en dónde se encuentra el aviario?

Al voltear me doy cuenta de que el tipo de nuestro lado está ahora frente al mostrador hablándole a Lena.

—¿Cómo dice?

—El aviario, quisiera saber en dónde está.

Esa voz es muy de barítono como para pertenecerle a alguien demasiado mayor.

—Señor, ¿se encuentra bien? Debo preguntar porque...

—El aviario. En dónde está.

—Señor, podemos...

—¡El maldito aviario! —ruge el tipo.

Es ahí cuando saca el arma de su bolsillo y dispara al techo arrancándole a todo el mundo un grito de la garganta. Se me cae el alma a los pies cuando el arma cambia su trayectoria y apunta directamente a la frente de Lena.

—El aviario. Ahora —dice.

Lena tiene una expresión impasible en el rostro. Las lágrimas se deslizan por sus mejillas a toda velocidad y traga saliva.

—¡Dime en dónde está antes de que te vuele la maldita cabeza!

—En línea recta a la derecha hasta llegar a la casa de los reptiles —dice Lena con la voz más oscura que le he escuchado—. Justo a la izquierda.

—Bien —gruñe el hombre.

Todos continuamos estáticos. Todos menos Harry.

—¡Hijo de...! —antes de poder completar su frase se abalanza sobre la espalda del extraño, que ya se hallaba retirándose.

En menos de treinta segundos recibe un golpe en la nuca con la misma pistola que nos mantiene a todos bajo este perturbador hechizo y cae al suelo hecho peso muerto. Ya no sé ni siquiera qué es lo que deberíamos hacer todos, pero sí sé que por ahora mantenernos quietos es nuestra mejor opción.

Aunque al parecer Noah no está de acuerdo con eso.

Harry no lleva ni diez segundos en el suelo cuando Noah se levanta de mi lado y se dirige al hombre.

Estoy a punto de gritar, pero eso solo empeoraría las cosas. Noah empuja al hombre y forcejean. Parece una de esas películas en las que sabes que en cualquier momento se escapará un disparo, pero nunca se escapa.

Noah recibe un golpe con la pistola en la mejilla y desde aquí puedo ver cómo se le escurre la sangre por la cara. Sin ver da un manotazo a la cabeza del desconocido y se desliza fuera de él la boina dejando resplandecer al sol una mata brillante de rizos cobrizos.

Quiero que termine y, como si ambos me hubieran leído la mente, Noah recibe un empujón y cae al suelo de espaldas.

La quietud invade todo el lugar. Espero dos, tres, cuatro, diez segundos a que venga George, o alguien de seguridad. Alguien tiene que venir. Alguien. Ahora.

Nadie viene.

Noah se arrastra hacia mí. Pasa un rato para darme cuenta de que en realidad nadie va a llegar.

—¿Lauren? —me pregunta.

Miro a mi alrededor. Los niños lloran de forma compulsiva y entrecortada. La maestra tiene los ojos hinchados, enrojecidos y muy irritados. Lena está agazapada sobre Harry hablándole en voz alta y con los dedos detrás de su oreja verificando su pulso.

Estoy pensando levantarme del suelo cuando un doloroso aguijón se me clava en el corazón.

Ese hombre se dirige al aviario. El aviario, en el que aún están Dave y Danny, sin idea de nada.

Abro la boca para gritar, pero la garganta se me ha cerrado de manera definitiva. Ni un átomo de oxígeno entra por mi tráquea.

—¿Lauren? —chilla Noah—. ¡Lauren!

Me ahogo, y tanteo histéricamente en mis bolsillos. Solo en este punto del día recuerdo lo que olvidé.

He olvidado mi inhalador. 

Ipagpatuloy ang Pagbabasa

Magugustuhan mo rin

392 72 13
Una chica que decía no creer en el amor y que todos los hombres son unos mentirosos e infieles de acuerdo a sus experiencias amorosas y decepcionante...
1.2K 164 8
Objetivo; promocionar historias gratuitamente, Pero sobre todo alimentar la esperanza de que algún día puedan lograr sus objetivos como escritores.
164 69 15
Cuando escribo, mil ideas o fragmentos son dejados ahí, sin seguirlos ni completarlos. Este libro recopila mis fragmentos, ideas breves o microrrela...
5K 254 21
Amor enfermo