LA PRIMERA VEZ

Af AnaMikeyla

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La vida está llena de primeras veces. Algunas maravillosas, otras buenas, y unas quizá no tanto. Capri lo sab... Mere

LA PRIMERA VEZ
•Book trailer•
Prólogo.
Uno.
Dos.
Tres.
Cuatro.
Cinco
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Doce
Trece.
Catorce
Quince
Dieciséis
Diecisiete
Dieciocho.
Diecinueve
Veinte
Veintiuno
Veintidos
Veintitres
Veinticuatro
Veinticinco
Veintiséis
Veintisiete
Veintiocho
Veintinueve
Treinta
Treinta y uno.
Epílogo • Te amo una, dos, tres y mil veces.
e x t r a: La Carta
e x t r a: Promesa
Aviso: Secuela.

Seis

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Af AnaMikeyla

•El garage•
Capri

Una nueva mañana que pudo llegar a ser perfecta, con la luz brillante del sol atravesando la ventana, los pájaros deleitándonos con su dulce canto, el delicioso desayuno, enamorarme y vivir feliz por siempre en un castillo y así, la historia llegaba a su fin. Pero no. No lo fue, y mi triste realidad dio inicio al levantarme de la cama cuando dieron las siete de la mañana. Mi cuerpo decidió hacerme una mala y retorcida jugada.

—Rayos —musité.

Las blancas sábanas que cubrían el blanco colchón de la blanca habitación, estaban manchadas, al igual que mi blanco pijama, de un desagradable color carmesí. Parecía una escena del crimen en el que la víctima, lastimosamente, había quedado con vida; y esa víctima era yo. Mi periodo llegó, después de ocho largos meses. Simplemente, no podía creerlo. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que sentí la furia de la maldición sangrienta y debía hacerlo cuando estaba intentando disfrutar de mi vida. ¿Qué hice para merecer tanto castigo? No estaba preparada para ello, y no tuve más remedio que tomar una ducha, así como usar papel, mucho papel sobre mi ropa interior. No solía tener el periodo de manera regular, pero cuando pasaba, ¡Dios todopoderoso! Me desangraba por completo.

Deshice la cama y formé una gran bola de sábanas entre mis manos, para bajar con ellas corriendo hacia el cuarto de lavado. Era un accidente, pero quería y debía encargarme de ello.

—Jabón, jabón, jabón... —decía mientras lo buscaba—. Oh, aquí estás, amiguito. ¿Y tu compañero el cloro? ¿Lo has visto? Necesito de sus servicios con mucha urgencia, ¿crees que puedas ayudarme?

Sí, ya me estaba volviendo loca. La falta de hierro debido a tanta pérdida de sangre quizá me hacía delirar. Afortunadamente, solo era la que se desprendía de mi útero defec-tuoso, que si fuera del resto del cuerpo, no sé qué sería de mí.

—La verdad, niña, es que dudo mucho que el jabón pueda ayudarte. Sin embargo, yo tengo la solución perfecta para ti.

Ensanché la mirada, esto no podía ser real. ¿Cómo era posible que siempre llegara en uno de mis momentos vergon-zosos?, ¿qué acaso no tenía decencia? Podría fingir simplemente no ver mis raras manías y seguirse de largo, ¡pero no lo hacía! Me restregaba en la cara su presencia.

— ¿Qué haces aquí?

—La pregunta aquí, Caprichos, es ¿qué haces tú en la lavandería, a estas horas, hablándole al jabón? —Alzó una de sus cejas mientras su mano sostenía el cloro.

Suspiré y tomé el galón antes de ir a depositar un poco en la lavadora.

—Gracias y, bueno, como es algo evidente, estoy lavando.

— ¿Por qué a estas horas? —curioseó de brazos cruzados, recargándose sobre la secadora a mi lado y dándole una mordida a la manzana que su chaqueta guardó por un momento.

— ¿Tú qué haces aquí a estas horas? —contraataqué.

—Yo te pregunté primero, merezco la respuesta antes.

Me señaló con su dedo libre, sin descruzar por completo los brazos.

—Vine a lavar mis sábanas.

Él guardó silencio un par de segundos, como si meditara mi respuesta. Una sonrisa burlona apareció cuando por fin un pensamiento hizo «clic» en su mente.

—No me digas que te orinaste en la cama.

Mi ceño se frunció inmediatamente en un salvaje movimiento de desapruebo.

—Por supuesto que no, Alek.

— ¿Entonces? —inquirió, alzando nuevamente una de sus cejas y su cabeza se inclinó hacia la derecha.

—En efecto, tuve un accidente, pero no fue ese.

Su mirada mostró terror después de escucharme.

—Mi periodo —aclaré—. Mi periodo llegó sin previo aviso, entonces, todo quedó rojo... ya sabes.

Pecaba de sincera, lo sé.

—Qué desagradable eres, niña.

— ¿Desagradable? Es algo normal y natural en las mujeres, no tiene por qué ser desagradable. En realidad, es algo que deberían normalizar, debería dejar de ser un tabú, incluso, el gobierno debería brindarnos los productos de forma gratuita, porque... —interrumpió mi discurso descaradamente.

—Es sangre saliendo de tu vagina. Por supuesto que es desagradable —defendió—. Aunque, tu propuesta suena interesante. Haz una revolución feminista y puedo asegurar que lo logran.

Suspiré mientras mis mejillas cobraban color.

—Bien, realmente no quiero hablar sobre la menstruación contigo. —Cerré la tapa de la lavadora y presioné su botón de inicio—. Por tanto, si me permites, necesito ir al super-mercado.

— ¿Para qué?

Su relajada postura, junto a esa tapa de cloro que lanzaba y cachaba una y otra vez, de alguna manera llamaba mi atención.

—Debo comprar esas cosas de mujeres que son un privilegio porque aún no las dan de manera gratuita, para ese problema de mujeres del que inmaduramente no quieres hablar.

—En realidad, Caprichos, tú dijiste que no querías hablarlo. Yo solamente expresé mi desagrado y apoyo hacia tu campaña revolucionaria. —Terminó con un guiño.

Suspiré y al sacar el aire, mis mejillas se inflaron.

—Bien, tienes razón.

—Lo sé, lo sé. —Mostró la palma de su mano y apenas cerró sus ojos un segundo mientras agachaba un poco la cabeza—. Anda, yo te llevo.

— ¿Tú?

Su mirada viajó de un lado a otro con cautela y terminó frunciendo el ceño en mi dirección.

—Creo que fui yo el que dijo eso, ¿o ves a alguien más por aquí?... —Me miró con incredulidad—. El jabón y el cloro no cuentan, niña.

— ¿Tienes auto? —inquirí pronto.

Una media sonrisa apareció en su rostro y caminó fuera del cuarto de lavado con gracia. Observando cómo desaparecía, torcí el gesto y partí tras él con los labios sellados. Caminé con escasa diferencia a su lado, hasta que el garaje quedó frente a nosotros y deslizó la puerta hacia arriba de un tirón, haciéndome quedar boquiabierta cuando destapó aquel auto.

— ¿Es tuyo?

Alek se encogió de hombros y chasqueó la lengua.

— ¿Te gusta? No me respondas, yo estoy enamorado.

Sonreí, acercándome al coche para delinearlo con el dedo índice, admirando los pequeños detalles que poseía.

—Es lindo, ¿qué modelo es?

—Es un Porsche carrera del 96' —soltó, mirando el auto con orgullo—. Tiene 210 caballos de fuerza; es un tesoro mundial.

La promoción que le hizo a su auto me causó gracia, e intenté no reír muy fuerte para no ofenderle. Él se veía real-mente orgulloso de él, y no era para menos.

—Me gusta, especialmente porque es blanco.

— ¿Qué importa el color? —Frunció el ceño mientras abría la puerta y entraba a él.

Asomé la cabeza por la ventana del asiento del copiloto previo a mi respuesta:

—Es mi color favorito.

Aún confundido, negó.

— ¿A quién rayos le gusta el color blanco? Es insípido.

Sonreí gloriosa. No me molestaba aceptarlo.

—A mí, Capri Balí.

Abrió su boca como si fuese a decir algo pero pronto la cerró, fijó su azulada mirada hacia el frente y negó una vez más.

—No puedo creer que te llames así, ¿qué mierda tenían tus padres en la cabeza cuando te registraron? —bufó—. ¿Ser una isla italiana no les bastó?

—Bueno, tú te llamas Aleksanteri. No sé de qué te estás burlando, amigo. —Subí al auto usando una encantadora sonrisa—. ¿Podríamos partir? Creo que el papel pronto dejará de surtir efecto y... —Observé a mis lados—. Tus asientos se mancharán por y para siempre.

— ¿Papel? ¿De qué estás habla...? Oh, carajo.

Y ese ya tan familiar rostro de repugnancia apareció en él. Solté una jugosa carcajada que, honestamente, disfruté a lo grande.

—Anda, no quiero otro accidente, por favor.

Él suspiró con fuerza mientras giraba la llave para encender el auto y mascullar:

—Caprichosa y nauseabunda.

No demoramos en llegar al supermercado, en realidad, era un pueblo chico y todo se encontraba a escasos minutos de distancia. Bajamos juntos y entramos. Alek estiró sus largos brazos para saludar al muchacho que atendía en la registradora.

— ¡Tornado!

— ¡Alek!

Oh, él le respondió de la misma manera. Me detuve detrás del rubio mientras chocaban puños con una amplia sonrisa, mostrando sus dientes.

— ¿Qué te trae por acá? No te venderé cerveza a esta hora.

—En primer lugar, idiota, soy legal y puedo comprar cerveza a la hora que me plazca, y en segundo, no vengo por cerveza. Buscamos tampones.

Aaaaah. ¿Qué le sucedía? Mi rostro se convirtió en un jugoso tomate en cuestión de segundos y sentí sobre mí la mirada burlona del chico desconocido. ¡Qué bochornoso! Que él lo supiera era una cosa, ¿pero desconocidos? Había un par de señores por allá que giraron la vista en nuestra dirección.

—Tercer pasillo a la derecha —dijo antes de ver a Alek—. Te salvaste de un embarazo, eh.

—Imbécil —masculló en respuesta y golpeó su brazo.

Avergonzada, con ganas de estrellar mi cabeza contra el suelo y que apareciese en el infierno, caminé hacia el pasillo señalado donde encontré una gran variedad de toallas y tampones; me dirigí a éstos últimos. Apreté mis labios y comencé a buscar por marcas... jamás había usado tampones, esta sería la primera vez y todo porque estaba en mi lista de primeras veces.

— ¿Ya? —Alek apareció al inicio del pasillo.

—Mm, no. Intento escoger los mejores.

Él bufó, ya a mi lado, después de atravesar el pasillo con agilidad.

—Todos son iguales, elige el que tenga más y sea económico.

—Las cosas no funcionan así —aclaré, concentrada en leer las especificaciones que señalaban las cajas.

El rubio torció el gesto, se cruzó de brazos y recargó su espalda contra el estante.

— ¿Hasta para escoger tampones serás caprichosa?

Pausé mi acción, suspiré y viajé mis ojos hacia él, pero para mi mala suerte, lo que obtuve fue su azulada mirada sobre la mía. Un extraño sentimiento me invadió, se apreció diferente; podría jurar que sus ojos intentaban decirme algo... quedé en silencio. Los nervios iban apareciendo lentamente y yo realmente me encontraba confundida. ¿Qué significaba esto?

—Niña, no quiero ser pesado o algo parecido, pero deberías apresurarte. Tu querida falda amarilla, ya no es más amarilla.

Mis ojos se abrieron a tope, y por instinto, giré el medio torso. ¡Dios bendito! El papel ya había dado su mayor esfuerzo conmigo. ¿Por qué tanta crueldad en mi contra este día?

—Aiñ, ¡¿por qué a mí?! —chillé en secreto, apretando los puños, los ojos, y dando un fuerte pisotón sobre el suelo.

Él rio. Le miré molesta, pero no tardé en deshacer aquel semblante en mi rostro cuando en cámara lenta observé cómo se quitaba su chaqueta. Respiré hondo mientras él se acercaba para pasar su prenda alrededor de mi cintura. Mientras lo hacía, sus claros luceros no dejaron de mirar mis oscuros; una especie de hipnotismo se sentía y, sinceramente, comenzaba a parecerme un problema. Su mirada era diferente, más que profunda, era compleja.

—Listo.

Sus palabras y la sonrisa a labios cerrados que esbozó mientras sus ojos se enchinaban, me hicieron salir del pequeño trance en el que me vi inmersa algunos segundos.

—Gra-gracias, Alek.

🐌

De pie frente al gigantesco espejo del baño y con un pequeño tampón en mis manos, intentaba descifrar el tan famoso ¿ahora qué? que experimentaba. Saqué aire ruidosamente por la boca y lavé mis manos antes de regresar a la misma posición.

— ¿Cómo se supone que debo hacer esto? —solté, mirando confusa hacia mis alrededores, intentando buscar alguna cosa imaginaria porque realmente lo que necesitaba estaba en mi mano derecha: el tampón.

—Tranquila, Capri, tú puedes...

Me eché porras y, en realidad, resultó no ser tan difícil. Más tardé en mentalizarme que en introducir ese pequeño objeto dentro de mí.

Por primera vez, después de un bochornoso y extraño día, en el que la mirada de aquel sujeto de ojos soñadores, cabellos rebeldes y risa reconfortante, causó en mí un extraño sentir... usé un tampón.

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