Cuando los ángeles merecen mo...

By tormentadelluvia

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Mi único propósito es informar sobre el trastorno bipolar, las pérdidas de personas muy cercanas y la depresi... More

Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 38
Capítulo 39
El final

Capítulo 37

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By tormentadelluvia

Viernes 13 de Diciembre, 2013


Me di cuenta tiempo después de que jamás iba a ir a un psicólogo, o cualquier profesión que se encargase de hacerme olvidar de cosas traumáticas en mi vida. Nadie te puede hacer olvidar de nada, las heridas nunca se curan. Las heridas se cauterizan y cicatrizan, pero ellas siguen allí, te duelen, y puede que en cualquier momento se vuelvan a abrir.

El verano había comenzado su curso. El calor sofocante se me hacía insoportable, el sudor recorriendo mi piel me daba la sensación de tener suciedad cubriendo todo mi cuerpo. Pero aquel día me estaba acostumbrando poco a poco a los intensos rayos del sol. Me recogí el cabello en una alta coleta y me coloqué una gorra azul en la cabeza. Caminé a paso ligero por las calles infestadas de gente apresurada que se detenía para ver las vidrieras de las tiendas de ropa. No levanté la vista, porque no quería que la gente me reconociese y me dijera palabras que no podrían devolverme lo que había perdido.

La gorra me tapaba la mitad de la cara, así que no tenía que usar mi cabello con aquel calor irritante. Tenía en cuenta de que apenas era mediodía.

Cuando llegué a la casa de Jesse, toqué dos veces la puerta.

Me quedé absorbiendo el silencio de aquella parte del barrio, porque no había mucha gente allí que le apeteciera salir. Todos los que vivían en el barrio eran ancianos jubilados o empresarios que nunca pisaban el suelo de sus casas lujosas.

Se me hacía extraña tanta espera. Yo iba a visitarlo a su casa de vez en cuando, al igual que él a la mía.

Insistí, tocando la puerta otra vez con mi puño. Ni siquiera los rasguños de Marley en la puerta me avisaban que Jesse estaba acercándose. Me asomé en unas de las ventanas delanteras que daban hacia la entrada de la casa, pero las persianas estaban bajas. Rodeé la casa, con los oídos agudizados para detectar cualquier sonido. De pronto, sospeché un montón de cosas.

A Jesse le podría haber ocurrido algo, o simplemente no estaba en casa. Pero no me fui de allí. Busqué en las macetas de la entrada por alguna llave, o debajo de la alfombra. Pero allí no había nada.

Miré el piso de arriba. La ventana estaba abierta. Miré alrededor, en busca de algo que me ayudara a llegar hasta allí arriba. 

Había un árbol.

Recuerdo que me quedé varios minutos, paralizada por un momento por todos los recuerdos vertiginosos que me agolparon en la cabeza. Fue como un balde de agua fría, porque todo lo que recordaba de los árboles era a mí misma trepándose por las ramas en las noches frías, para poder ver a Clementine dormir o intentar hacerlo. Todavía podía oír sus risas y sus sollozos en mi mente.

Tragué saliva y subí rápido entre las ramas. Se me hacía extraño, porque había perdido la práctica. Trepar era otra de las cosas que a mí más me gustaban. Cuando íbamos de vacaciones a las montañas o a los cañones, yo trepaba incluso a grandes kilómetros de altura. Yo me sentía libre cuando trepaba, cuando veía todo el mundo debajo de mis pies y el aire azotándome la cara. Yo sabía muchos trucos sobre trepar; como usar la fuerza de tus piernas para subir y tus manos para sostenerte.

Cuando llegué hasta arriba, tenía a pocos metros la ventana abierta de la casa de Jesse. Me estiré todo lo que pude, enredando mis piernas contra una rama gruesa y sosteniéndome del borde de la ventana para impulsarme hacia adelante. Al soltarme, mis piernas impactaron con fuerza contra la pared de granito. Lancé un gemido de dolor, pero me metí torpemente dentro. Parpadeé varias veces, para que mis ojos se acostumbraran a la tenue luz de la casa. Aunque todo parecía demasiado silencioso, había un desorden reciente y algunas cosas cambiadas de su lugar. Era la habitación de Jesse, recordé. Él era cuidadosamente ordenado.

Caminé con pasos lentos por la casa. Se me hirvió la sangre cuando tuve un pensamiento fugaz sobre alguien reteniendo a Jesse, secuestrándolo dentro de su propia casa para conseguir dinero. En los últimos días se habían producido más robos de lo usual, así que no era de extrañarse.

Mientras inspeccionaba, me imaginé a Jake tramando algo parecido. Pero él no podía, porque estaba en la cárcel.

Bajé las escaleras del piso superior hasta el inferior. Revisé el baño, el living, y por último, la cocina.

Allí fue cuando comencé a escuchar los gañidos lastimosos de Marley. Abrí la puerta de golpe, con el corazón en la boca.

Y sentí alivio. Y luego temor.

Jesse estaba tirado en el suelo, con restos de vidrio y sangre rodeándolo. Él estaba sentado, con las palmas abiertas. Luchaba por ponerse de pie, pero se quejaba cuando sus heridas rozaban el borde de la mesa y se tropezaba con los vidrios en el suelo. Marley sollozaba, lamiendo las manos de Jesse con desesperación. Se ponía a su lado, erguido, para ayudarlo a ponerse de pie pero Jesse estaba llorando con fuerza.

Corrí hacia él gritando su nombre. Le hice saber que yo estaba allí.

—Jesse —susurré después.

El rostro de él se contrajo por su llanto comprimido. Estiró sus manos para tocar mi rostro pero las alejó cuando sus heridas tocaron mi piel. Soltó un gemido lastimoso, casi como Marley y yo lo ayudé a levantarse.

—Tranquilo —le dije—. Estoy aquí.

Lo hice sentar en el sofá del living. Marley sollozaba, queriendo curar a su dueño con una angustia que me golpeaba a mí también. Pero mantuve mi calma, como lo había hecho toda mi vida frente a este tipo de situaciones.

—Lo siento —lloró—. Me tropecé con mis propios pies y me caí con el vaso en la mano.

Se echó a llorar aún más.

—Soy torpe, soy tan torpe —dijo con la voz quebrada—. Incluso ahora no puedo ver, definitivamente. No puedo verte ni aquí —se señaló a los ojos y luego abrió sus palmas heridas—. Ni aquí.

Me temblaron los labios por pura impotencia. Todavía no podía creer que una persona como él no pudiese ver nada, Jesse no se merecía esto. Él se merecía ver el sol, las nubes, las aves volando en el cielo. Los rostros de las personas al caminar, las pestañas sueltas, los ojos, una muchacha desnuda o una película épica.

Me incliné por puro impulso para besarle la mejilla.

—Te amo —susurré—. Te amo exactamente cómo eres.

Yo pude decirlo en ese momento, realmente. Decir aquellas palabras, incluso me parecieron más extrañas de lo que hubiera podido imaginar. Era como probar una comida nueva, y resulta que el sabor era extraño pero armoniosamente agradable. Siempre deseé el momento que pudiera decir algo como eso, y que realmente lo sintiera dentro de mí. Yo amaba a Jesse. De una manera extraña. Lo amaba por su inseguridad, por su forma de pensar, la manera que él hacía que todo lo que me rodeaba se volviera estúpido a excepción de él. Yo lo amaba, ahora puedo decirlo. Lo amo. Puede que esto sea muy poco creíble para muchos, pero demasiado real para mí. Yo había pasado muchos momentos increíbles con él, incluso momentos que no detallé en estas páginas. Porque yo me las he guardado para mí misma, en mi corazón.

Jesse era atractivo, con una estructura física normal, un muchacho respetuoso, bueno, inseguro, dubitativo y muchas cosas más. También él estaba ciego, pero, ¿y qué? 

¿Por qué al estar ciego tiene que cambiar muchas cosas?

No me importa. Porque aunque él no puede verme con sus ojos, él puede verme. Puede verme con su boca, con sus manos, con su piel. Puede verme con los sonidos, con las sensaciones. Hay muchas maneras de ver, no sólo con los ojos.


Recuerdo que Jesse había dejado de llorar. Sus lentes negros reflejaban mi propio rostro. Me veía tan tonta, embobada. «Enamorada», decía mi mente. ¿Enamorada? Yo jamás me había imaginado enamorada de alguien.

Y allí estaba.

—¿Quieres creerlo? —susurré, acariciando su cabello—. Quiero por una vez en la vida saber que tú me crees cuando te digo esto.

—Brenda...

Lo besé. Lo besé en la boca, en la barbilla, en sus mejillas. Lo besé en el centro de sus cejas y toda la línea de su mandíbula hasta su cuello. Le quité los lentes de su rostro, arrojándolos a la alfombra del suelo. Él cerró sus ojos y yo se los besé. Yo quería demostrarle con eso lo que yo sentía, lo que yo no podía demostrar cada minuto que pasaba con él. Yo era una persona distanciada y reservada muchas veces, pero había momentos en el que yo lo besaba y le mostraba todo el cariño que sentía.

Quería que él lo supiera, y jamás dudara.

—Te amo —susurró, jadeando—. Te amo tanto...

Lo callé con un beso. Su boca siempre era suave y tibia contra la mía. Podía sentir su lengua y sus manos heridas intentando rodear mi cuerpo.

—Ven —le dije con calma—. Ven aquí.

Lo guié por las escaleras con cuidado, hasta su habitación. Su mano estaba sudando contra la mía. Lo toqué donde su piel no estaba herida. Lo llevé hasta su habitación y lo senté en la cama con cuidado.

Agarré unas cuantas gasas y desinfectante para las heridas. Me arrodillé para poder estar a la altura de sus manos. Veía cómo todos sus músculos estaban tensos, nerviosos. Tragaba saliva, la nuez de Adán en su garganta subiendo y bajando con violencia. Sonreí para mis adentros y desinfecté sus heridas. Ni siquiera se quejó cuando lo hice. Con las gasas, rodeé algunas yemas heridas y parte de las palmas de sus manos. Cuando hube terminado, me quedé un rato en silencio.

—Gracias —murmuró.

Me quité la musculosa.

—¿Qué... qué estás haciendo? —dijo en un hilo de voz.

Le di un suave empujoncito hacia atrás. Su espalda golpeó contra la cama. Me subí a su regazo y me senté. Jesse abrió la boca para decir algo, pero agarré sus manos. Apoyé sus manos contra mis mejillas con suavidad, para que sus heridas no dolieran. Con lentitud, arrastré sus manos por mi cuello hasta mis pechos. Jesse jadeó. Por la sorpresa, tal vez. O porque jamás había tocado allí a una chica. O porque no se lo esperaba. O porque yo tenía un sujetador incómodo que me ajustaba demasiado.

Me incliné para besarlo, y dejé que sus manos tímidas me tocaran el vientre.

Podía sentir todo el calor del clima golpeándome el cuerpo, mezclándose con las sensaciones que estaba sintiendo en aquel momento.

Estiré mis manos, para abrirle la camisa que llevaba puesta. Tuve que luchar por hacerlo, porque sentía la necesidad de arrancársela prácticamente del cuerpo. Jesse apretó los labios.

—Yo no soy...

Su torso desnudo, con el brillo del sudor me hizo admirar su cuerpo con los ojos y las manos. Él olía tan bien, incluso en los días más calurosos del verano.

Jesse no era musculoso. No era un Brad Pitt. Él era esbelto, pero con figura en su cuerpo. Era hermoso a su manera, de una manera que me resultaba relativamente atractiva.

—Hermoso —susurré.

Hice que sus manos me recorrieran todo el cuerpo.

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