HENNA©

By Sarah_Mey

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COMPLETA #1 en ciencia ficción #1 en alfa #1 en young #1 en acción #1 en licantropos #1 en peligro #3 en... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14.1
Capítulo 14.2
Capítulo 15
Capítulo 16 / NARRA K
Capítulo 17.1
Capítulo 17.2
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20.1
Capítulo 20.2
Capítulo 20.3
Capítulo 21.1
Capítulo 21.2
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27.1
Capítulo 27.2
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33.1
Capítulo 33.2
Capítulo 34.1
Capítulo 34.2
Capítulo 35/Narra K
Capítulo 36.1
Capítulo 36.2
Capítulo 37.1
Capítulo 37.2
Capítulo 38/NARRA K <3
Capítulo 39.1
Capítulo 39.2
Capítulo 40.1
Capítulo 40.2
Capítulo 41.1
Capítulo 41.2
Capítulo 42.1
Capítulo 42.2
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo Final
NOTA DE AUTORA
Nota de autora 2

Capítulo 6

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By Sarah_Mey

Las horas se me han pasado lentísimas. Estoy entrando en mi habitación ante la atenta mirada de muchos sirvientes y guardias reales que bajan la vista pero que estoy segura de que me observan con toda su atención. El encuentro con Kievan ha hecho que olvide casi por completo al joven príncipe al que le he pegado un puñetazo. ¡Ay Dios Malbak! Aún sigo sin asimilar que le pegase un puñetazo, pero su comentario también estuvo totalmente fuera de lugar. Y su actitud. Todo en él estaba mal. Para él tan sólo soy un objeto. Aún me duele el dedo gordo del golpe que le dí, y una parte de mi se alegra de ello. Ojalá que a él le haya dolido la mitad que a mi. Al menos, estoy segura de que he herido su ego.

Prefiero no pensar en nada más salvo en que mi padre subirá probablemente las escaleras que conducen a mi habitación en cuestión de unos minutos. En cuanto que se entere de que he regresado. Él nunca ha empleado el castigo físico conmigo, pero estoy segura de que sus gritos van a escucharse por todo el palacio. Lo espero paciente sentada en la cama y me relaja que los guardias me asegurasen nada más entrar que el príncipe Harald salió de palacio hace ya unas dos horas.

Unos pasos resuenan tan fuertes y rápidos por el pasillo que me hacen estar convencida de que se trata de mi padre.

—¡Henna Danáe Darkstone!

Cuando los padres dicen los nombres completos, las cosas suelen ir mal. Espero paciente a que entre y me lo encuentro con el rostro crispado por la rabia.

—¡¿Sabes la deshonra que has causado en esta casa?!

No respondo y me muerdo la lengua hasta lo que creo que son cuarenta minutos más tarde, cuando por fin se calma y deja de gritarme. Ahora es cuando suele ponerse en modo padre preocupado.

—No sé qué voy a hacer contigo. De verdad, parece que no tienes remedio ni creo que vayas a tenerlo nunca.

Eso último es nuevo. Eso de que no voy a tener nunca remedio. Y vaya, me duelen sus palabras. Es como si estuviese rindiéndose conmigo. Debería de enfadarme, pero creo que ya se lo he hecho pasar lo bastantemente mal y adoro a mi padre con toda mi alma.

—Lo siento, padre. —le digo acercándome a él y abrazándolo.

Él suspira pero acaba por devolverme el abrazo.

—Estoy muy decepcionado, pensaba que a este pretendiente ibas a decirle que sí. Jamás pensé que fueses a humillarlo.

Quizá debería de contarle lo que el príncipe me dijo antes de que le pegase, pero con el buen corazón que tiene mi padre estoy convencida de que tan sólo servirá para enfadarlo aún más. Además, mi padre ya es un hombre mayor y no quiero causarle más disgustos ni más preocupaciones. Asiento en su pecho y lo aprieto con más fuerza.

Él me da una palmada en la espalda indicándome que me aleje y así lo hago. Nos quedamos mirándonos y acaba por suspirar, exasperado.

—Prométeme que a tu próximo pretendiente al menos vas a darle la oportunidad de conocerlo. No puedo evadir más a las demás casas reales. Si fuese por ellos te habrías casado con quince años y ya tendrías a dos o tres pequeños corriendo a tu alrededor.

Trago saliva. Sé que muchas otras princesas han corrido esa misma suerte. Un escalofrío me recorre al pensar en abandonar a mi padre y en tener hijos con alguien que tan sólo me ve como eso, un artefacto reproductivo.

—Dime hija mía, ¿acaso no quieres darme nietos?

La pregunta no me pilla por sorpresa, pero aún así abro los ojos como platos. Sabía que mi padre llevaba tiempo preguntándose eso, y que sus deseos de ampliar nuestra pequeña familia son enormes, y que sería el mejor abuelo del mundo y vendría a verme muchísimas veces. Y sí, en los años que corren por culpa de la presión de la sociedad son raras las mujeres que no quieren tener hijos, y al igual que las mujeres solteras, las hay y sufren en sus carnes el repudio de la sociedad. Hay veces que me gustaría vivir sola en una de las dos lunas del cielo.

—Claro que quiero ser madre, padre. —le respondo con cariño, sin querer enfadarlo—. Es sólo que no con cualquiera. Ya sabes lo que le prometí a madre.

Él cierra los ojos y asiente. En parte es tan comprensivo conmigo porque él estaba delante cuando mi madre me hizo hacerle esa promesa. Cuanto más mayor me hago, más soy consciente del regalo que me dio la reina. Me dio la libertad al ser esa su última voluntad. Y no hay un día que no se lo agradezca y me muera de ganas de poder ir al templo de los dioses a decírselo. En mi cultura, cuando mueres vas a Hiurake, el templo sagrado en el que se encuentran los hijos de los tres dioses. Mi padre aún tiene los ojos cerrados. Yo vuelvo a abrazarlo porque sé lo mal que lo pasa cada vez que hablo de madre.

—Creo que no vas a conocer a nadie si mantienes tu corazón cerrado mi pequeña. Todos los hombres que dejo que vengan a pedir tu mano son buenos hombres.

Reprimo un bufido. Creo que su intuición y reconocimiento de hombres buenos ha fallado con Harald. El canto de los grillos entra por la ventana de mis aposentos y me centro en ello unos segundos. Asiento con la cabeza y respiro suavemente. Los ojos azules de mi padre me atraviesan.

—Ya sabes que no voy a dejar que te cases con alguien como Lewis o como Steir.

Lewis es un hombre de cincuenta, con barriga cervecera, calvo y con una cicatriz en el rostro. Steir es otro hombre de la misma edad, calvo y sin varios dientes. Ambos son de la realeza. Le sonrío.

—Aún no entiendo como dejaste que esos dos hombres me pretendiesen, padre.

Él me devuelve la sonrisa. Si al menos fuesen inteligentes, lo entendería, pero no es el caso de ninguno de ellos.

—Eran miembros de las casas reales de Northem y de Noctarlia. No podía negarles la oportunidad, y de hecho, estaba intrigado por ver como los rechazabas. Cada día tus dotes para el rechazo me sorprenden más hija mía.

Rio por la forma en la que lo dice, porque en cierto modo mezcla el abatimiento con la diversión de esa manera en la que solo un padre entregado a su familia puede hacerlo.

—¿Te sorprendí?

Él asiente y suelta una carcajada suave.

—No tanto como hoy, mi princesa.

Mi padre se percata de que hay algo que me estoy callando y acuna mi mejilla con una mano obligándome a mirarlo.

—¿Qué va mal? —insta.

Veo como su barba grisácea está comenzando a crecer y me quedo un instante mirando el ángulo de su barbilla. Tiene un pequeño corte que me indica que de nuevo el señor Mirt, barbero real, ha vuelto a cortarlo. De hecho, es un hombre mayor que ya comienza a tener problemas de visión, pero es una de las pocas personas que mi padre considera como un amigo, así que aunque reciba cortes, sigue pidiéndole a él que lo afeite. Según mi padre, el apoyo en una amistad no es una cosa negociable.

Noto la garganta seca cuando le respondo.

—¿Es cierto que Harald te ofreció una gran cantidad de dinero por mi mano?

Mi padre parece sorprendido e incluso lo escucho coger aire con fuerza y mantenerlo en sus labios.

—¿Cómo sabes eso?

El aire sale de sus labios.

—Me lo dijo él. —confieso ahorrándole todo lo demás que pasó entre Harald y yo.

Lo veo apretar los labios y ladearlos hacia la derecha.

—Esa familia a la larga va a darnos problemas.

Las palabras de mi padre hacen que eleve ambas cejas. Podría decirle que ya lo ha hecho, pero me mantengo callada.

—No sé de donde diablos han sacado tanto dinero, pero no lo quiero.

—¿Tanto dinero era lo que te ofrecía?

Lo veo asentir con la cabeza y acto seguido hacer una negación.

—No importa cuánto dinero sea. No voy a obligarte. Además, nadie hace tanto dinero sin ganarse enemigos en el camino. Harald ha de estar en el punto de mira de personas peligrosas. No te quiero a su lado cuando lo encuentren.

Me siento reconfortada al escucharlo. Pasa una mano por mi hombro y me atrae para darme un beso en la mejilla. Mi padre nunca se mostrará cariñoso conmigo delante de nadie, pero cuando estamos a solas y no tiene que demostrar que es un rey poderoso, rey de reyes, se permite darme algún que otro abrazo o incluso un beso en la mejilla o en la frente. ¿He dicho ya que quiero con locura a este hombre?

—¿Crees que vamos a poder recuperar nuestra economía sin recurrir a las demás casas reales o a tener que casarme?

Lo escucho suspirar y el aire choca con suavidad en mi frente.

—Espero que sí. —me dirige una mirada condescendiente y vuelve a negar con la cabeza—. Ve a dormir princesa, y trata de no pelearte también con la almohada.

Río y muevo la cabeza en señal de afirmación. Él se aleja unos pasos para salir de la estancia y las palabras salen solas de mi boca:

—Durante toda la tarde pensé que ibas a aceptar su propuesta.

Mi padre se gira y se queda quieto y serio. Su porte el de alguien noble y solemne. La tela de su túnica de terciopelo violeta cayendo como si fuese una cascada hasta sus pies. La modesta corona de oro, brillando en su frente. Sus ojos cansados y su piel algo más blanca que de costumbre.

—Yo también me lo planteé durante gran parte del día. No sé cómo lo hace, pero Harald tiene una capacidad de persuasión admirable, al igual que la tiene su padre.

Lo veo sonreírme con tristeza y no puedo evitar arrepentirme por lo mal que lo ha tenido que pasar en mi ausencia. Este día tampoco ha sido fácil para él.

—Siento haberte dado un disgusto –me disculpo cuando él se dirige ya a la arcada de la puerta.

Mi padre suspira.

—El único disgusto realmente grave que puedes darme es no ser feliz.

Y dicho eso sale de mi habitación y me deja con el corazón lleno de amor y agradecimiento hacia él. Me cambio de ropa y cierro la ventana. Antes de correr las cortinas un leve reflejo llama mi atención y me hace contener el aliento.

Fuera, los grillos han dejado de cantar, y es algo extraño porque siempre lo hacen durante toda la noche. En su lugar, el viento ruge, pero no es lo único que se escucha. Su rugido se mezcla con el aullido de lobos en mitad de la noche. Las dos lunas llenas brillan en el cielo y un escalofrío me recorre. No es normal que se escuchen tantos aullidos por esta zona. De hecho, raramente se escucha alguno.

Los vellos se me ponen de punta y me aseguro de poner el seguro de las ventanas. A pesar de que no veo nada, sigo con la terrible sensación de que alguien me está observando. Me abrazo a mi misma y corro las cortinas. Sólo es mi imaginación. Es imposible que alguien esté merodeando por ahí fuera y que ningún guardia lo haya visto. Además, estoy en el castillo y rodeada por una alta muralla que a mi parecer es infranqueable. Estoy a salvo. Todo va bien.

Es curioso que trate de convencerme a mi misma de que estoy a salvo cuando estoy rodeada de guardias que por cuestiones de honor darían la vida para protegerme. Dirijo una mirada rápida a la pequeña librería que tengo en la pared de al lado de la puerta. Si me acerco a ella puedo oler una mezcla perfecta de deliciosos aromas. ¿De dónde vienen? De mis marcapáginas, que son flores o pétalos de flores que voy metiendo en las páginas favoritas de los libros.

Me acuesto en la cama con una camisa blanca de lino y me tapo con las sábanas. Me encanta sentir la suavidad de la almohada y el olor a limpio que desprende justo antes de dormir. Tengo que reconocer que estoy algo inquieta y que me cuesta coger el sueño. Cuando por fin lo hago, unos ojos oscuros se cuelan en ellos y ponen mis hormonas patas arriba. Y esa sonrisa sardónica da vueltas por algún recoveco de mi mente mientras me agito en sueños, totalmente ajena a que alguien ha entrado en mi habitación y me observa mientras duermo.

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