Cuando los ángeles merecen mo...

By tormentadelluvia

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Mi único propósito es informar sobre el trastorno bipolar, las pérdidas de personas muy cercanas y la depresi... More

Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
El final

Capítulo 34

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By tormentadelluvia

Cuando abrí los ojos, al principio vi una bata blanca. Luego un cuerpo alto y fornido, con una seria cara de concentración. Era un doctor. Luego vi frente a él, a mi madre y a mi padre poniéndose de pie. Él estaba diciendo cosas, estaba diciendo muchas cosas. Aquella escena parecía repetitiva; era como si hubiéramos ido años atrás, en el pasado, para volver a los centenares horas de espera en el hospital para aguardar respuestas sobre el estado de Clementine. Siempre decían que su estado era delicado, pero que volvería a recuperarse. Otras veces decían que ella estaba en perfecto estado, pero que debíamos de tener más cuidado la próxima vez. Entonces luego venían las recetas, las píldoras, la cantidad de pastillas que ella debía ingerir. Cuándo debía tomarlas, controlar que ella las tomara en el momento adecuado y bajo un horario estricto. Si ella no las tomaba, o fingía que lo hacía, que era lo más probable, todo volvería a ocurrir.

El trastorno bipolar es controlado, pero no hay cura para ella. La razón por la cual Clementine sufría de este tipo de fases, era porque ella nos engañaba a nosotros, hacía como que tomaba las pastillas que le habían recetado. Muchas veces si las tomaba, los efectos secundarios la volvían loca, ella odiaba los efectos secundarios. Clementine odiaba ser dependiente de unas pastillas.

Vi cómo los músculos de mis padres se relajaban gracias a las palabras del médico. Me puse de pie de un salto. Jonny se sobresaltó, adormilado, y miró hacia mí con sus ojos inyectados en sangre por el sueño.

—Su estado es muy delicado —había escuchado decir mientras me acercaba—. Pudimos detener la hemorragia, pero hay probabilidades de que esto vuelva a ocurrir.

—¿Quiere decir que ella puede sufrir otro derrame cerebral? —espetó mi padre.

—Es probable —contestó el médico, sin ensimismarse bajo el tono de mi padre. Supe que él estaba demasiado acostumbrado a este tipo de situaciones. Me preguntaba cómo se sentiría dar noticias como estas a familiares preocupados sin llegar a ponerse en lugar del otro.

—Oh dios mío —sollozó mi madre, cubriéndose el rostro con las manos. Su cabeza se apoyó en el hombro de mi padre, y él la abrazó de lado, mirando al médico con una mirada de impotencia. Como si él tuviese la culpa.

El médico alzó los ojos hacia mí. No podía moverme del lugar, hasta me daba vergüenza de acercarme a mis padres y consolarlos. En los ojos del doctor brilló una clase de curiosidad y reconocimiento.

—¿Tú eres Brenda? —preguntó.

Mi corazón saltó. Mis padres, por primera vez en toda la noche, dirigieron sus miradas hacia mí.

—Sí —me limité a responder. Titubeé.

—Ella no ha dejado de pronunciar tu nombre —dijo y añadió—: Incluso con sus dificultades para hablar.

Me quedé observando al médico por unos segundos que me parecieron siglos. Él hizo un ademán de sonreír, como si estuviera conmovido por eso. Asintió, les dijo una última cosa a mis padres y se marchó.

Tuve un destello de la imagen de Clementine, balbuceando mi nombre.

—Ella lo sabe. —La voz de Jonny en mi oído me estremeció—. Ella sabe que estás aquí, que siempre estuviste para ella. No se ha ido completamente. Incluso si no puede demostrarlo, le has dado un regalo extraordinario.

Me tragué las lágrimas. Cerré los ojos.

—Sé que debe de significar mucho para ella.


***

Jonny había ido a comprar un poco de café y unas galletas con chispas de chocolate. Comimos en silencio, en medio del pasillo, porque no queríamos movernos de allí. No sabiendo que el médico volvería para informarnos sobre el estado de Clementine en cualquier momento.

—Mira quién viene —anunció Jonny.

Cuando alcé la vista, todo pareció iluminarse un poco más.

—¡Jesse! —grité y me abalancé hacia él. Lo envolví con mis brazos.

—Jesucristo —murmuró en mi oído, abrazándome con fuerza—. Pensé que nunca llegaría. ¿Te encuentras bien?

—Viniste —dije, para evadir su pregunta. Él se dio cuenta.

Se apartó un poco de mí, tocando mis mejillas con delicadeza. Sus manos estaban tibias.

—Aquí —dijo Jonny, haciendo un saludo de manos con Jesse—. Me alegro de que hayas venido.

Jesse ladeó una sonrisa con tristeza.

—Lo sé. Gracias, amigo.

Jonny asintió. Y luego se dio cuenta de que él no lo estaba viendo. Se encogió de hombros.

Me resultó extraña la naturalidad sobre cómo se comportaban entre ellos.

—Siéntate —le dije a Jesse, acomodándolo a mi lado.

—¿Y tus... y tus padres?

—Se fueron un momento al baño. Ya regresarán.

—¿Siguen enfadados contigo?

—Actúan como si yo no existiera.

—No hay mucha diferencia ahora —respondió Jonny con amargura—. Siempre ha sido así.

—Lo sé —respondí—. De cualquier forma, no es eso lo que me importa ahora.

Jesse me dio un apretón con su mano.

—Todo va a salir bien —murmuró Jesse. No se le daba bien hacer eso, pero su intención valía la pena. Le devolví el apretón.

—Eso espero —confesé.

—Cuando todo esto termine —dijo Jonny—, quiero que le des unos cuantos azotes a Brenda por haberte engañado todo este tiempo.

Jesse asintió, con una expresión enfadada.

—¿Tienes que decir esto justo ahora? —mascullé entre dientes.

—Esto es serio, Brenda —dijo Jesse, sus labios como una fina línea—. Dijiste que comías. Incluso hacías los ruidos de los cubiertos. ¿Por qué hiciste eso?

—No quiero hablar sobre eso en este momento —respondí y aparté la vista.

—Jesse me da permiso de azotarte ese pequeño culo que tienes, ¿verdad, Jesse?

—No.

—Bien. Pero lo haré de todos modos.

—¿Pueden callarse? —dije.

Y lo hicieron.


Cerré los ojos, intentando respirar hondo. Podía sentir cómo todo a lo que había temido se había hecho realidad. Abrí los ojos, justo en el momento en el que mis padres volvían a sentarse en sus asientos. Mi madre fue la primera en mirarme a los ojos.

—Gracias por haberla encontrado —susurró, con un nudo en la garganta. Tragó saliva, con sus labios temblorosos. Mi padre estaba conteniendo las lágrimas, con sus manos envueltas en puños.

Yo no sabía cómo interpretar aquel comentario.

—Fue nuestra culpa —dijo, por sorpresa tanto como para mí como para mi madre—. Siempre ha sido nuestra culpa.

Subió sus ojos vidriosos celestes hacia mí. Brillaban por las lágrimas no derramadas. Estaba impotente, con una rabia que se mezclaba con la vergüenza y la tristeza.

—Y todo lo que hemos hecho fue echarte la culpa a ti —añadió—, cuando en realidad nosotros siempre hemos sido los responsables.

Me quedé sin aliento. Por fin, mi padre cayó en la cuenta de la presencia de Jonny y Jesse, pero su expresión no cambió. Se limitó a quedarse en silencio y fijar su mirada al vacío.

—Hola —mi madre saludó a Jesse con la mano—. ¿Y tú eres...?

—Hola, señora  —carraspeó—. Yo soy Jesse.

—Oh, Jesse —mi madre reconoció su nombre y agudizó sus ojos—. Es un placer conocerte, Jesse.

—Igualmente —respondió él con timidez.

—Estamos saliendo —me animé a decir con seguridad—. Él y yo estamos saliendo.

Mi madre parpadeó, sorprendida. Sonrió con los labios, pero no con los ojos. Mi padre me lanzó una mirada inquisitiva.

—Es una gran noticia —dijo ella, pero las palabras no sonaron verdaderas—. Me alegro mucho por ustedes.

—Seguro que sí —murmuró Jonny irónicamente para sus adentros.

—Gracias —murmuró Jesse. Yo no dije nada.

Mi madre entornó los ojos, como si supiera que nos habíamos dado cuenta de que ella no lo decía en serio.

—Lamento mucho que esto no haya ocurrido de otra manera —confesó por fin—. Ahora realmente no puedo alegrarme de nada, así que te pido mil disculpas, Jesse. Y a ti también, Brenda.


Tenía una imagen fugaz de cómo mi madre hubiera deseado la escena de mí presentando a Jesse. Estaríamos en casa, sonriendo como una familia perfecta. Ellos se abrazarían, llorarían de felicidad y mamá presentaría su fantástico pavo al limón relleno. La carne sería jugosa y no tendría ese color oscuro a quemado. Comeríamos hasta hartarnos y jugaríamos a las cartas en la mesa mientras tomamos un excelente té con galletas.

Todo aquello sonaba tan informal, tan falso aún. No podía creer que mi propia madre me estuviese hablando como si fuese una clase de desconocida. Me limité a asentir, sin verla realmente.


Y así fue cómo todos nos quedamos en silencio hasta que amaneció.

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