Jimin mira a su novio con preocupación y vuelve a debatirse por qué dejó que éste le acompañara en aquella ocasión al médico.
JungKook le había visto —luego de que Jimin se negara a capa y espada durante esos últimos dos meses a mostrarle el avance de su infección— en su cuerpo, cómo las venas negras se extendían ahora por todo su brazo y toda la parte izquierda de su espalda. Incluso su cuello ya tenía aquellas visibles líneas negras.
Todo gracias a que debía ponerse la bata.
Incluso allí, en el consultorio, al pelinegro le había entrado un dolor punzante que se extendió por todo su cuerpo que le hizo gritar y tirarse al suelo al no poder mantenerse de pie.
Las neuralgias le habían comenzado hacía al menos tres días y tenía alrededor de dos o tres al día.
Él se había esforzado para que JungKook no viera aquellos ataques de dolor y lo estaba logrando, hasta aquel día.
Y cuando salieron del consultorio, el castaño ni siquiera le miraba y sólo caminaba frente a él mientras se abrazaba a sí mismo.
Y Jimin sabía que tenía que decirle algo, pero nada se le venía a la mente que pudiese ayudar a su novio de salir de ese trance histérico que había creado.