Su cabello ya había comenzado a crecer blanco. A penas se notaba. Sus ojos estaban grises ahora, eran de un color gris claro, casi blanco. Y su piel estaba pálida cómo una hoja de papel, incluso podía verse las venas que aún estaban normales, sin una coloración negra enfermiza.
Jimin se veía más como un zombie con el pasar de los días.
Había tenido otras dos lagunas mentales que le habían puesto los pelos de punta. Una de ellas lo llevó a la casa de NamJoon y JungKook a altas horas de la noche, justo cuando todos dormían; y al momento de espabilar de la otra, se encontraba en la entrada de su instituto cuando todos estaban saliendo para dirigirse a sus hogares, con un profesor apuntándole en la cabeza con un arma calibre 32.
Así de exagerados.
Le habían mirado con muchísimo asco y miedo aquel día. Le habían gritado cosas horribles y por poco recibe un tiro en la cabeza de parte de quién fue su profesor de matemáticas alguna vez.
Jimin, aquel día, no volvió a casa. No fue capaz. No quiso aparecer por la puerta y hacer como si nada hubiese sucedido.
Tenía miedo. Sin embargo, en esa ocasión, no tenía miedo de lo que él pudiese hacerle a las personas que amaba; sino que temía de lo que las personas a su alrededor pudieran hacerle.
Aquellas que decían ser mucho más humanas de lo que él ahora era.
Y pensó, con dolor, que personas habían, sí. Pero el mundo, tristemente, carecía de humanidad.