—Has estado aquí tres días —Jimin observa al médico frente a él y le enferma la forma en la que éste le mira. Tenía aquella mirada de lástima hipócrita que te dice casi gritando que vas a morir, y de la manera más horrible y dolorosa.
—¿Y cuándo me podré ir? —pregunta. La voz le suena bastante ronca y su mirada se dirige hacia su antebrazo.
Se siente asqueado, muchísimo. Sabe lo que le ocurrirá a su cuerpo en los próximos seis meses y el sólo hecho de pensarlo hace que su estómago se contraiga y sienta ganas de vomitar hasta sus intestinos.
—Cuándo nos des el número de algún familiar —el pelinegro se humedece los labios, fastidiado, suponiendo de ante mano que aunque lo evitara, al final tendría que darle al médico un número de contacto.
Y lo peor, es que todo aquello había sucedido porque él había querido escapar de la ciudad y así, de su familia.
Así que todo esto sería en vano.