Cuando los ángeles merecen mo...

By tormentadelluvia

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Mi único propósito es informar sobre el trastorno bipolar, las pérdidas de personas muy cercanas y la depresi... More

Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
El final

Capítulo 25

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By tormentadelluvia

Viernes 19 de Abril, 2013


Siempre hay un momento en que la vida descarrila. Todos tienen un día como ese.

El mío había sido cuando Clementine murió.



Sentía como si todo mi cuerpo fuese a derretirse como mantequilla en cualquier momento. Decidí darme un baño y dejar que el agua me cubriese la cara. El agua me escoció los ojos cuando los abrí, envolviendo mi cuerpo por completo. Me imaginé una imagen de mí misma, desde arriba; una chica debajo del agua con cabello blanquecino rodeándola como haces de luz.

Me imaginé lo que Clementine podría haber sentido ese día, debajo del agua, resistiéndose a subir unos pocos centímetros fuera.

Los pulmones comenzaron a quemarme por falta del aire. Salí con brusquedad hacia afuera, jadeando por bocanadas de aire. «Tranquila, tranquila», me consolé. «Todo va a estar bien

Volteé mi cabeza hacia el teléfono celular apoyado en el lavamanos del baño. Me quedé en aquella posición por minutos, tal vez horas, con el agua tibia enfriándose hasta que el celular vibró.

Alargué mi brazo bruscamente y un chorro de agua salió volando. Vi la pantalla del móvil y aguanté la respiración. Estuvo a punto de resbalarse de mis manos hasta que caí en la cuenta de que Jonny estaba llamándome.

—¿Qué pasa? —dije intentando sonar tranquila. No pude.

Exhaló, enviando una ráfaga de estática a través del teléfono.

—Escucha —repuso Jonny entre jadeos, se me puso la piel de gallina—. No tengo tiempo, necesito que me confirmes algo.

—Dime.

—¿Tienes alguna idea de que Jake o alguno de sus secuaces sepan dónde se encuentra tu casa? —Jadeó.

Fruncí el ceño, en silencio. Analicé todos mis pensamientos y recuerdos. Apreté los dedos contra el borde de la bañera.

—Vamos, muñeca —insistió—. Tienes que pensar, no es muy difícil. Piensa, piensa.

—No creo...

—Esto es peligroso, de verdad. Clementine está en tu casa, ¿cierto?

—Cierto...

—Entonces, ¡piensa, por favor!

—¿Por qué me preguntas esto? —espeté—. No me estás diciendo algo. ¿Quieres decir que alguien está dirigiéndose hacia mi casa en este mismo momento?

—¡Puede que sí! —Se lo escuchaba tenso.

—¿Por qué alguien querría hacerle daño a Clementine, ahora? —escupí incrédula.

—¡Oh por dios, puede que Jake, maldita seas, Brenda! ¿Te estás escuchando?

Todo lo que necesitaba para comenzar a entrar en pánico fueron esas palabras y la tensa voz de Jonny. No podía hablar, porque oí con atención los sonidos desde el otro lado. Alguien estaba murmurando en el oído de Jonny.

—Acaban de decirme algo —dijo, todavía jadeante—. ¿Hay alguna posibilidad de que hayas conocido a alguien bastante atractivo?

—¡Detalles! —chillé histérica.

Y hmmm... —Se oyeron murmullos—. ¿Y por casualidad un sujeto con ojos grises, cabello castaño, sonrisa socarrona?

Se me paró el corazón.

—¿Con converse cubiertas de barro y cabello crispado? —prácticamente grité.

Mierda —soltamos al mismo tiempo.

Estuve a punto de correr hacia la calle desnuda y mojada.


***

«¿Tan pronto?», sonidos retumbaron en mis oídos. «¿Es aquí?».

Una anciana desdentada cayó de bruces al suelo cuando la empujé por accidente. Me negué a detenerme y mantuve un ritmo desesperante, pero rápido. Corría a toda velocidad, con los pulmones ardiéndome sin aire. La gente volteaba a verme y gritaba cosas que yo no escuchaba.

«Bueno, espero que recuerdes llevar un paraguas antes de salir».

Golpeé con fuerza el capó de un auto que se detuvo en seco cuando crucé la calle. El conductor me gritó cosas, y la mujer a su lado preguntó si estaba bien. Sacudí la cabeza y solté un gemido lastimoso.

No por el dolor en mi cadera por el impacto del auto. Si no, porque Clementine estaba en peligro.

«¿Y se puede saber dónde se encuentra tu casa?».

Trampa. Engaño. Un perro echó a correrme unas cuantas cuadras hasta que se cansó.

«¿Hacia dónde te diriges?»

Me detuve en seco, a punto de caer al suelo. La puerta de mi casa estaba abierta, al igual que la del portón hacia el jardín.

Jamás sentí el corazón tan desbocado como en aquel momento.

Murmuraba cosas para mis adentros.

«No, no, no, no, no, no tú, no tú por favor».


Llevé todas las cosas por delante, sin importar nada. Fue entonces cuando terminé de abrir la puerta de la entrada. Estaba entreabierta, así que no perdí tiempo corriendo el cerrojo. Había unas cuantas cosas tiradas en el suelo, como un camino lleno de evidencias. «Hubo un forcejeo aquí», pensé estúpidamente.

Corrí hacia la cocina. Los cajones y despensas estaban revueltos, como si alguien hubiera rebuscado algo que yo no tenía idea. Miré en el cajón de cuchillos, y supe que faltaba uno de ellos.

Me encaminé hacia la habitación de mis padres, patinando sobre el suelo. Allí todo estaba calmado, oscuro y sin presencia humana. Me apresuré a subir las escaleras de dos en dos, porque ya no había tiempo. No oía ningún sonido, pero sabía que algo estaba ocurriendo.

Caí de bruces al suelo en un escalón, raspándome el borde de las manos. Sentía que mi cuerpo parecía entumecido por la adrenalina y el miedo que estaba sintiendo, no podía siquiera coordinar mis movimientos. Me arrastré a gatas hasta que pude estabilizarme y colocarme de pie, empujando la puerta de la habitación de Clementine con fuerza.

La puerta golpeó la pared. Una grieta se asomó por el impacto. La habitación de Clementine, era un desastre. Siempre era un desastre. Pero en aquel momento era como si un huracán hubiera pasado por allí, barriendo las cosas preciadas de Clementine por todas partes.

Alcé la vista.

Clementine estaba de pie, con las piernas y brazos temblando. Estaba cubierta de sangre, sí, la mayoría era su sangre porque tenía unos rasguños extraños en los brazos y en el cuello. Pero luego caí en la cuenta de que no toda la sangre era de ella. Sostenía un cuchillo en su mano, goteante de sustancia caliente.

—Brenda —sollozó.

La brisa fría entró por la ventana abierta, con las cortinas arrancadas. Soltó el cuchillo. Cayó al suelo en un ruido sordo, rebotando un par de veces. Avancé hacia ella y caímos de rodillas al suelo. Mi espalda golpeó contra la pared, mientras acurrucaba a Clementine contra mi cuerpo. Traté de sostenerla más cerca contra mí, como una niña pequeña. Me incliné sobre ella instintivamente, protegiendo su cuerpo con el mío. Presioné mi mejilla contra su frente.

Presioné un beso en su nariz.

Y luego se rompió.

Temblando con violencia, haciéndose pedazos en mis brazos, sollozó con fuerza y ahogándose con sus lágrimas. Acaricié su cabello como la seda, sostuve sus lágrimas con mi dedo pulgar. Besé sus mejillas, su frente, sus ojos húmedos.

—Estoy aquí —es lo único que dije.

Luego allí, me prometí a mí misma que la sostendría contra mis brazos para siempre. Hasta que el dolor y la tortura que padecía cada maldito minuto se hubieran ido, hasta que ella pudiera tener la oportunidad de vivir una vida donde nadie amenazara con herirla tan profundamente, nunca más.

Ella me observaba. Me observaba solo a mí. Le sonreí, le sonreí acogedoramente. El cabello me tapó la mitad del rostro, pero no quité mis manos de ella, no la privé de mis caricias. Su rostro se contraía, del miedo, del dolor, de todo.

Entonces canté. Mi voz apenas era un susurro. Canté en voz baja. «Otherside.» Me incliné más a ella, para que me escuchara con claridad. Sus ojos se cerraron por instinto, todavía temblando su cuerpo con violencia.

Ruidos de pisadas fuertes fueron acercándose hacia donde estábamos. Gritos de urgencia, buscándonos. Supuse que era Jonny, pero aquellos gritos se oían ahogados, como debajo del agua. La puerta se abrió, vi sombras, sombras entrando en la habitación y observando la sangre del suelo, el cuchillo manchado de rojo y la posición de nuestros cuerpos. No aparté mi vista de ella, no iba a hacerlo más, nunca más.

Continué acariciando su cabello, como si fuese una clase de tesoro brillante. Y lo era. Ella era aún más que un tesoro brillante, valioso. Mi voz se incrementó cada vez más, hasta que el tono de mi voz se hizo estable, donde sólo se podía oír dentro de la estancia.

Era mi hermana. Mi tesoro valioso.


Aún más que eso.


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