Los tonos del cielo

By Marisol711

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Novela sobre ascensión espiritual. A sus diecisiete años Cielo no ha hecho más que sumergirse en un mundo lle... More

Rojo
Naranja
Amarillo
Verde
Azul
Índigo
Violeta
Epílogo

Prólogo

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By Marisol711

Ya son diez personas las que desaparecen en aquel lugar al que llaman «El Triángulo». Se le puso ese nombre haciendo referencia al Triángulo de las Bermudas, pues en realidad nadie sabe con certeza a dónde van a parar los desaparecidos. El lugar es un callejón que se encuentra en el centro, al lado de un restaurante japonés que ahora es poco frecuentado debido a los recientes acontecimientos.

Las desapariciones iniciaron hace aproximadamente medio año. Se sabe que sucedieron en el callejón porque allí se encontró algo que coincidió con todas las víctimas: una pequeña canica color arcoíris, que solo podía ser recogida por las personas cercanas a los involucrados. Si alguien más intentaba tomarla, la canica adquiría un peso descomunal que nadie ni nada podía levantar; además, si se permanecía mucho tiempo cerca de ella, a los extraños los invadía un malestar que los forzaba a alejarse. Por ello, el destino de las canicas de los desaparecidos que no tuvieran allegados se limitaba a permanecer en el callejón.

Los casos cuatro, siete y nueve, cabe remarcar, se encontraban acompañados. Las personas que iban con ellos aseguran haber visto a sus compañeros literalmente desaparecer, dejando en su lugar una canica. No habían escuchado el rumor de las anteriores desapariciones o simplemente no creían en él, por lo que no temieron pasar por el sitio. Ahora, sin embargo, no paran de decirles a los demás que no pasen por ahí.

Algo que se descubrió con la quinta víctima fue que al parecer todos los perjudicados compartían una carencia total de objetivos: una indiferencia absoluta hacia la vida. Incluso, se llegó a pensar que algunos habían ido al callejón con la finalidad de suicidarse.

El gobierno intentó hacer algo al respecto, pero al querer mandar agentes a aquella supuesta otra dimensión a donde fueron las víctimas, no lo consiguieron, pues ellos tenían el objetivo de solucionar el problema. También intentaron examinar las canicas, pero como no eran personas cercanas a los desaparecidos, ni siquiera fueron capaces de observarlas detalladamente por más de cinco segundos. Resignados, lo único que han podido hacer es colocar cintas de seguridad en las entradas del callejón porque son bastantes los que se niegan a que se cierren completamente por si los desaparecidos vuelven a aparecer allí.

Solo quedaba esperar que nadie con nulos deseos de vivir quisiera pasar por el Triángulo, lo cual era poco probable, ya que ahora la mayoría de la ciudad estaba enterada de la situación y el lugar se encontraba restringido.

Sin embargo, una chica de diecisiete años sería la representante de aquella baja probabilidad; una chica que, más que sentirse perdida y deprimida, se sentía inclinada a cumplir sus deseos, los cuales eran prueba clara de una indiferencia peculiar, ya que tenía objetivos que en realidad no lo eran, pues no la llevarían a ningún lado. Deseaba herir a los demás, ser la más atractiva, jugar con sus amantes, tomar, drogarse y vivir en el ocio. No hacía el esfuerzo por adquirir conocimiento alguno, por desempeñarse en alguna disciplina, ni por tener relaciones significativas. Deseaba ser libre y vivir a su antojo, una vida que más bien parecía muerte.

*

Cielo abrió su libro de literatura, lo hojeó durante unos segundos, hizo una mueca y lo aventó contra la pared.

—Mierda. No, no, no estudiaré hoy. ¡No estudiaré nunca!

Su mamá entró de inmediato a la habitación.

—Y ahora ¿qué escándalo haces? —Observó el libro tirado en el piso y frunció el entrecejo—. En serio te gusta desperdiciar lo que invertimos en ti, ¿verdad? Recógelo. Y cambia esa actitud, que es irritante.

—¡Mamá, se toca antes de pasar!

—Recógelo ahora mismo, Cielo.

La chica se puso de pie a regañadientes y agarró el libro.

—Mañana tienes examen, ¿no? Ponte a estudiar. No me voy a ir hasta que vea que te pongas a estudiar.

Su madre cruzó los brazos. Cielo tuvo que fingir que estudiaba durante un minuto.

—No puede ser —masculló.

—Bien. Tienes prohibido salir. Si me entero de que saliste, le diré a tu padre.

Cuando se rio con desdén, su madre procuró no gritarle.

—¿Perdón?

—Sí, mamá. Me pondré a estudiar y no saldré. Lo siento.

Ambas se sostuvieron la mirada, desafiantes.

—Bueno, ya me tengo que ir. Regreso en la noche. No hagas tonterías.

La puerta se cerró bruscamente tras su espalda. Cielo se dejó caer boca abajo sobre la cama y extendió el brazo para agarrar su celular. Definitivamente saldría esa tarde, solo dudaba si sería con sus amigos de la secundaria o los de la preparatoria. Decidió mandar un mensaje al grupo de los primeros.

Hola, chicos, ¿quieren salir hoy?

¡Hola! —respondió Miguel—. Yo no puedo, ando en la quinceañera de una prima. Pero a ver si se arma algo el próximo fin, ¿va?

Yo tampoco puedo, es día familiar —contestó Fernanda junto con una carita triste—. Sííí, a ver si el próximo sábado salimos.

Yo ya tengo otra salida —informó Alejandro—. Ya te dijimos que es mejor cuando planeamos las salidas con tiempo. Así de la nada es difícil que se pueda.

Cielo ocultó su cara en la almohada, molesta. «Seguro que los de la prepa sí pueden, debí haberles preguntado primero».

Bueno, está bien. Adiós.

No te enojes, Cielo —dijo Miguel—. Luego salimos, ¿sí? Te cuidas.

«"Luego salimos". Sí, claro, cada cuatro meses».

Abrió el chat de su amiga Lucía y le preguntó:

Oye, ¿estás libre al rato? ¿Salimos?

Claro. Si quieres a las seis, ya que acabe de estudiar.

Y tú ¿para qué estudias, si ya te lo sabes todo? —replicó Cielo, un tanto envidiosa—. Ya no estudies. Hay que salir ahorita.

Ya te dije que hasta las seis. En lugar de intentar ser mala influencia deberías de ponerte a estudiar también.

Se dio media vuelta para quedar boca arriba mientras escribía:

Pero ¡es aburrido! Y no me interesa. De todas formas, ¿de qué sirve la literatura?

Oye, a mí me gusta...

Okey, okey. Bueno, nos vemos a las seis en la plaza. Veré si pueden ir los demás.

Cielo les mandó mensaje a Roberto e Isabel, sus otros dos amigos cercanos del salón. Ambos se anotaron a la salida con entusiasmo. Contenta, se puso un pantalón entubado de mezclilla, una blusa carmesí y una chaqueta negra; también peinó su negro y corto cabello y delineó sus cautivadores ojos azules.

Puntualmente se encontraron a las afueras de la plaza y entraron a un bar. Pidieron cervezas y unos nachos. A Cielo se le subió el alcohol primero, lo que provocó el aumento de su indescresión al voltear a ver a los chicos y chicas que le llamaban la atención.

—Oh, sí, hay mucho de donde escoger —celebró, sonriente y sonrojada.

—Oye, pero ¿no estabas saliendo con un tal Francisco? —preguntó Roberto entre risas.

A Cielo casi se le cae un nacho.

—Sí, y ¿eso qué?

—Pues que no parece...

—No es nada formal, hombre. No es que seamos novios. Da igual.

Isabel bebió un trago.

—Uy, Cielo —exclamó—, pero la verdad sí parece que Francisco está clavadito contigo. No creo que solo quiera divertirse un rato y ya.

—Aaay, cállense. No somos novios, ¿sí? Si él se clava, es su problema. Yo no estoy haciendo nada malo. Es más, hasta le estoy dando la oportunidad de salir conmigo.

Lucía negó con la cabeza.

—Sí, Cielo, pero por lo menos ten cuidado de no ilusionarlo.

—Eso hago. Tampoco es como que lo trate de maravilla.

Sus amigos se miraron entre sí, resignados. Isabel fue quien animó el ambiente al recordárles:

—Bueno, ya, ya, si estamos aquí es para desestresarnos. ¿Apostamos un rato jugando a las cartas?

—Ay, pero si siempre hacemos eso —se quejó Roberto—. Mejor les cuento cómo me ha estado yendo con Paulina.

Los chicos estuvieron platicando en el bar durante dos horas y después entraron a un antro. Se pusieron a bailar y a competir para ver quién se podía tomar más shots en un minuto. Esta vez ganó Lucía, lo que sorprendió a todos porque nunca antes había ganado. Cielo de repente se perdió de vista, hasta que por fin la encontraron en un sillón besándose con una chica de cabello teñido de verde. Así se pasaron las horas hasta que dieron las once y Lucía les dijo a todos que era mejor regresar a casa ya.

Salieron del lugar. Roberto estaba a punto de pedir un Uber cuando Cielo dijo que quería comer algo.

—¡Allí, allí! —Señaló un letrero que brillaba a lo lejos, al otro lado de la calle—. En el Mochi. Denme ramen, ¿sííí?

—A mí también se me antojó un ramen —murmuró Isabel.

—Bueno, pues —dijo Lucía, que en realidad también quería ir—, comemos rápido y luego nos vamos.

Cielo soltó una exclamación de alegría, abrazándose juguetonamente a Roberto.

A unos pasos de llegar al establecimiento, Isabel se detuvo.

—Ay, oigan, pero ¿qué no es al lado de donde según está el Triángulo?

—¿A poco crees en eso, Isa? —inquirió Roberto, burlón—. No nos va a pasar nada.

Pero Isabel se rehusó a moverse.

—Mmm... Escuché que solo una persona ha regresado del Triángulo... y que cambió por completo por el trauma que le causó ver lo que había allí...

Al escuchar eso, Lucía recobró su sobriedad.

—De acuerdo, creo que será mejor que ya nos vayamos a casa. Se me había olvidado ese asunto del Triángulo.

—Pero ¡yo quiero comer! —gritó Cielo—. No creí que fueran tan cobardes. Vamos, Roberto, aunque sea tú y yo vamos por ramen.

Lo tomó del brazo y caminaron firmemente hasta la entrada del restaurante. Lucía e Isabel los miraron sin saber qué hacer. Antes de entrar al local, Cielo soltó a Roberto y se asomó al callejón. En ese instante, hasta a él le pareció inquietante la situación.

—Cielo, ven. Vamos a comer.

La chica tomó una piedra y la lanzó al interior del callejón completamente oscuro. Se escuchó su impacto contra el piso.

—Quiero demostrarles a esas miedosas que no pasa nada. Tú también piensas que no pasa nada, ¿verdad?

Entonces, haciendo caso omiso de la cinta de seguridad, dio un paso hacia el interior del callejón.

—¡Cielo, no lo hagas!—alertó Lucía, invadida por el pánico—. ¡Esto no es divertido!

—¡No entres, Cielo! —gritó Isabel—. ¡Ya ven! ¡Ya tráetela, Roberto!

El chico intentó tomarla del brazo, pero ella se escabulló y se adentró totalmente al callejón.

—Uno, dos, tres, cuatro —contó sus pasos, plenamente despreocupada—. Me pregunto cuántos pasos serán necesarios para demostrarles que no pasa nada. Y aunque pasara algo, ¿qué más da? Ya mejor que se acabe esta mierda.

Sus amigas corrieron hacia ella.

—Cinco, seis...

Los tres quisieron entrar para sacarla, pero el miedo los paralizó.

—¡Cielo, no lo hagas!

—¡Detente!

—Siete...

Y la onceava canica rebotó en el suelo.

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