Cuando los ángeles merecen mo...

By tormentadelluvia

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Mi único propósito es informar sobre el trastorno bipolar, las pérdidas de personas muy cercanas y la depresi... More

Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
El final

Capítulo 19

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By tormentadelluvia

Jueves 4 de Abril, 2013


Debí de haber dormido en algún momento hacia la madrugada, porque el amanecer ya brillaba en las ventanas. Tenía dolor de cuello y todas las articulaciones crujieron irritadas por haber pasado la noche sentada. Alcé la cabeza para observar. Había estado apoyada en el hombro de Jesse, inclinada hacia la camilla toda la noche. Por los movimientos que hacía supuse que él estaba despierto.

—Hola —susurré con la voz adormilada.

—La bella durmiente acaba de despertar.

Bostecé.

—¿Cómo sabes que la «bella durmiente» es bella? No puedes verla.

—Claro que no puedo verla, para eso están las palabras. Si le dicen que es bella, entonces lo es.

—Si «bella» en realidad significara «fea»...

—Entonces, ¡qué grato es estar ciego!

—No seas tonto —lo empujé suavemente entre risas.

—Ouch. —Se detuvo de reír y masajeó su antebrazo como si lo hubiera herido.

—¿Qué hora es? —pregunté con desorientación.

—Yo te lo diré, cariño —respondió levantando su brazo y mirando hacia su muñeca desnuda—. Son las... nada y nada.

—Entonces es muy tarde —respondí en torno burlón.

Tuve que reprimir un suspiro de alivio. Jesse volvía a ser el mismo de antes.

Pero detuve todos los pensamientos que se arremolinaban en mi mente. ¿Qué sabía yo de él? Hacía poco lo había conocido, ya lo había besado y me encontraba con él a solas en un hospital.

—¿Cómo te sientes? —pregunté suavemente.

—Como si la chica más linda en el mundo me hubiera besado toda la noche.

—Oh dios...

—Es que lo sé, sé que no te pudiste resistir a mis encantos...

—Cállate. —Volví a golpearle el brazo—. La pregunta va en serio. ¿Te duele el rostro?

—Un poco —respondió haciendo una mueca—. A excepción... —Señaló su entrepierna con una sonrisa burlona.

—¡Para!

—Lo siento —dijo entre risas.

—Eres asqueroso, apenas te he besado y ya dices esas cosas.

—Imagínate si hacemos algo más —añadió, moviendo sus cejas frenéticamente.

Mis labios temblaron por la fuerza con la que reprimía las carcajadas. Sentí cómo mis mejillas se ruborizaban ligeramente.

—Te estás ruborizando.

—No, no lo estoy.

—Te dije que no estoy tan ciego.

—Basta.

—Todo me funciona, a excepción de los ojos, tenlo en cuenta.

—¡Ya lo sé!

—Entonces bésame.

—En un millón de años.

—Entonces esperaremos un millón de años en este hospital.

—Ni de broma.

—De broma, sí.

—Estás loco.

—Tú también.

—Pero tú más.

—No, tú más.

—¿Qué es lo que te dio esa enfermera?

—¡Me dio crack, éxtasis, y muchas cosas más!

—Bueno —dije en tono serio—. Acabo de despertarme. Ni creas que voy a tener el humor que tú tienes ahora mismo.

—Es porque soy genial.

—Ya, me voy a tomar un café.

—¿Me traes uno? —dijo en tono inocente.

—Sí, para arrojártela en la entrepierna, así ya no te funcionará más.

—¡Nooo! —gritó, fingiendo desesperación—. ¡Enfermera, auxilio! ¡Ella me quiere esterilizar! ¡Como a un perro!

Eché la cabeza hacia atrás entre risas.

—Sí, así ya podrás decir; «estoy ciego y estéril, pero ten en cuenta que todo lo demás me funciona perfectamente».


***

Entramos a una cafetería nueva que había abierto hace unos pocos días. «Coffe Day». No lo conocía en lo absoluto, pero lo que sí sabía, era que el dueño tenía el apellido Day. Los precios eran accesibles para el momento, así que no dudé en ingresar dentro. Cuando salía para ir a buscar por algo de café, la enfermera se tropezó conmigo en la puerta y dijo que Jesse ya estaba bien para irse del hospital, por lo que le habían dado de alta. Me preguntaba por qué nadie de su familia había venido por él, pero sospechaba que Jesse había suplicado para que la enfermera no llamara a ninguno de ellos.

El perro de Jesse, Marley, se irguió cuando salimos del hospital. Estaba feliz de volver a ver a Jesse. Lo saludó con tantos ánimos y lametones que se me encogió el corazón. Él era su perro de guía. Jesse decía que con él no hacía falta un bastón.

—Lo llamé Marley, como el perro labrador de la película «Marley y yo» —dijo.

Todos en la cafetería voltearon a vernos. Yo era un desastre. En aquel momento pensaba que estaba mucho peor que Jesse, porque tenía el cabello revuelto y el maquillaje corrido. No había tenido tiempo de arreglarme un poco desde que lo había encontrado en la calle, así que seguía tal cual estaba. Si mi madre hubiera estado allí presente, me mandaría corriendo hacia el tocador para que me arreglara el cabello y dejase de aparentar ser una vagabunda de la calle.

Tenía en mente perfectamente lo que nosotros aparentábamos a la vista de todos; un chico ciego y magullado junto a una chica desalineada con pelo platinado.

Elegimos sentarnos en una de las mesas en el exterior. Marley se negaba a quedarse atado nuevamente en soledad, así que cuando nos ubicamos, se apresuró para echarse bajo los pies de Jesse. Un camarero se encaminó a atendernos. Echó un vistazo a Marley, pero no dijo nada.

—Entonces... —dijo Jesse con la voz baja, jugando con la servilleta de la mesa— ¿esto es, oficialmente, una cita?

—No —respondí—. No lo es. Sólo estamos desayunando. Me muero de hambre.

—Oh —contestó, haciéndose el desilusionado—. ¿Eso quiere decir que yo tengo que pagar? —Chasqueó la lengua—. Acabo de enterarme de que me robaron todo lo que llevaba en los bolsillos.

—No tengo problema en pagar los gastos —respondí, suavizada—. No tienes que preocuparte, Jesse.

—Bien —dijo luego, poniéndose serio, revolviendo la servilleta en sus manos—. Sabes... no sé si ya te he agradecido por todo esto. Pero gracias. Realmente te doy las gracias por haber hecho todo... esto, tú sabes.

—No tienes por qué —respondí con una sonrisa—. Tus encantos influenciaron mucho en mí, lo sabes.

Lanzó una carcajada.

—No, de verdad, hablando en serio. No sabes lo agradecido que estoy. Pensé que iba a morir allí, cuando me asaltaron. Se llevaron todo el dinero que había sacado del banco, fue horrible. Pero tú llegaste a salvarme, como si fueras mi ángel guardián.

—Yo no... —dije, fingiendo estar nerviosa—. Se suponía que tú no tenías que averiguarlo.

Soltamos risitas por lo bajo. Parecíamos dos niñas colegialas cotilleando sobre chicos.

—Jesse.

Lo miré fijamente.

—¿Sí?

Me quedé un rato en silencio, saboreando el sabor del café en mis labios.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Adelante. —Hizo una seña con sus manos.

—Hay... —dudé—. Yo... ¿Por qué no vino nadie de tu familia a buscarte?

Jesse se quedó inmóvil. Todos los movimientos que él había hecho, se paralizaron. Me mordí el labio. Automáticamente me arrepentí de haber preguntado. Sabía que no era mi asunto, pero no pude evitar sentirme entrometida respecto a ese tema. Además, no tenía nada de malo lo que había dicho, ¿cierto? Él no estaba obligado a darme explicaciones.

Marley levantó la cabeza cuando un caniche blanco pasó en brazos de una mujer empedernida. Soltó un ladrido estruendoso.

—Porque... —Se rascó la parte posterior de su cabeza— No vivo con mis padres. Yo solo... vivo con mi hermana.

Tragó saliva. Entorné los ojos por los rayos del sol amaneciente. Se me hizo un nudo en la garganta.

—¿Ellos...?

—No —me cortó—. Ellos no están muertos. Ellos están más vivos que cualquier persona. La cuestión es que tienen mucho dinero y una reputación que temían perder. Cuando esto se fue a la mierda —se señaló los ojos, los lentes de sol que acababa de comprarse hace un momento—, ellos no podían soportar la idea de tener un hijo ciego. La reputación que tenían era mucho más importante que permanecer junto a ellos. Así que me echaron de casa.

Sorbió un poco de café, con una normalidad que me puso tensa. Se encogió de hombros. Sospechaba que lo estaba fingiendo, la naturalidad sobre cómo contaba todo aquello, como si no fuese nada en realidad. Hizo una mueca irónica.

—Mi hermana no soportó la idea de que me echaran de casa, así que luchó por mantenerme dentro. Y así terminamos. —Abrió los brazos y los agitó—. Los dos en la calle. Por suerte nos conseguimos una casa rápido y estamos viviendo como si nada malo hubiera ocurrido.

—¿Y por qué ella no ha venido?

—Porque está trabajando.

«Es hora de que cierre la boca», pensé.

—Lo siento, yo no debí entrometerme en tus asuntos.

—No, está bien —dijo y parecía que lo decía en serio—. Me alegra que hayas preguntado. Tenía que reprimir las ganas de soltarlo en cualquier momento, porque temía que tú pensaras que lo único que quería hablar era sobre mí.

—De acuerdo —respondí, jamás me sentí tan sonrojada y avergonzada en mi vida—. Bien, eso está bien.

—Sabes —dijo, luego de un rato en silencio—, en realidad mis padres no son tan malos como parecen. Nos envían bastante dinero de vez en cuando desde Manhattan.

—Pero el dinero no reemplaza lo que ellos podrían haberte dado —susurré en voz baja.

Sentía un poco de rabia. Era como si me sintiese identificada, sólo un poco. La situación no era la misma, pero tenían varias similitudes. Mis padres centraban toda la atención en Clementine, yo sólo era una niña de la que no tenían que ocuparse tanto. No podía evitar sentirme así, no lo hacía con intención.

De repente, Jesse se echó a reír.

Fruncí el ceño, confundida. Él giraba su cabeza hacia todas las direcciones, riéndose con ganas. Miré a nuestro alrededor, varias personas posando sus ojos encima de nosotros con curiosidad.

—¿De qué te ríes?

—Acabo de imaginarme la escena.

—¿Qué escena?

—Cuando tú me besaste.

Fruncí aún más el ceño. Estaba confundida.

—¿Qué quieres decir?

—Es que —dijo entre risas—, ¿lo has pensado por un momento? Esto es demasiado loco para ser verdad. Seguro que me veo como un desastre. Además, estoy ciego. No puedo ver nada. Nunca voy a poder ver tus labios, tus ojos, averiguar cómo es tu cabello platinado bajo la luz del sol. Viste mis ojos ciegos. Tengo el rostro deformado por los golpes. Y aún así te inclinaste a besarme. ¿Qué es lo que pretendes de mí, Brenda? ¿Qué es lo que quieres de mí?

Estaba atónita. Sorprendida. Allí me di cuenta de que su risa tenía un toque sarcástico, así, de repente. Sentí rabia, rabia por lo que él estaba diciendo.

—Parezco un maldito bipolar —dijo.

Cerré los ojos con fuerza. Estaba pálida. El corazón se me detuvo. Tragué saliva, pero no pude lograrlo. Parecía que el mundo se derrumbaba de repente. Todo lo que podía sentir era la sensación de un vacío abriéndose delante de mí.

—Brenda, dime. Yo pude verme en un momento. No soy tan atractivo que digamos. Me imagino que mi apariencia ahora tampoco lo es. ¿Por qué me besaste? ¿O esto es sólo para pasar el rato?

Yo no podía abrir la boca. Un agujero negro estaba luchando por consumirme. Me temblaban los labios.

—¿Brenda?

Se me contrajeron todos los músculos de la cara. Solté un gemido. Aparté la vista. No podía verlo, no podía creer lo que había dicho.

—¿Brenda? —preguntó, sonando preocupado.

—Retráctate.

Las palabras surgieron de mis labios sin pedir permiso. La ira hablaba en mi nombre.

Jesse se quedó de piedra.

—¿Cómo? —preguntó con un hilo de voz.

—Quiero que retires lo que acabas de decir.

—¿Qué...?

—Que eres un maldito bipolar —escupí entre dientes, alzando la voz—. ¿Sabes de lo que estás hablando?

Jesse abrió la boca, dubitativo. Se veía asustado, indefenso, arrepentido. Pero yo no podía olvidar sus palabras. Resonaban en mi mente, cada vez con más fuerza.

—No juegues con eso. Jamás juegues con eso —espeté—. Tú no sabes nada, no sabes nada de lo que padecen las personas con el trastorno bipolar. Y tú estás burlándote de ello, te estás malditamente burlando.

—No, Brenda, yo...

Cerré los ojos, cuando me puse de pie. Los flashes del pasado comenzaron a arrollarme, embistiéndome como la furia de un ciclón. Bajo mis párpados miles de imágenes comenzaron a reproducirse.

Clementine cortándose las venas.

Clementine llorando en el suelo.

Clementine riendo con fuerzas.

Clementine luchando por apartarse lejos de mí.

Clementine rasgando su ropa.

Clementine arrancando su cabello.

Clementine insultando a mis padres.

Clementine... siendo violada.

Se me escapó un gemido, porque estaba agonizando. Apreté los labios y los puños hasta que sentí la sangre correr por las palmas de mis manos. Jesse sabía que me había puesto de pie, y que me había dado la media vuelta.

No escuchaba lo que me gritaba mientras me apartaba lejos de él, porque lo único que había dentro de mí era la ira y la angustia que habían vuelto a despertar para apoderarse de mi cuerpo.


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