Cuando los ángeles merecen mo...

By tormentadelluvia

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Mi único propósito es informar sobre el trastorno bipolar, las pérdidas de personas muy cercanas y la depresi... More

Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
El final

Capítulo 17

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By tormentadelluvia

Miércoles 3 de Abril, 2013

 

Estaba caminando con las manos en los bolsillos. Llevaba puestas mis botas altas y un gorro negro que me protegía del frío del invierno. Exhalé un largo suspiro que se convirtió en un humo blanquecino. La mujer que caminaba a mi lado exhaló también, pero su aliento estaba lleno de humo. Sentí el escozor del humo del cigarrillo llegar a mi nariz y tocar mi garganta, dañando mis pulmones. Tosí con fuerza, aunque no tenía intenciones de hacerlo tan fuerte. La mujer se volteó, lanzándome una mirada de irritación.

Le lancé una mueca de desprecio cuando ella fijó su vista hacia adelante. La noche se estaba acercando rápidamente. No había transeúntes en la calle. Había estado toda la tarde caminando por la ciudad, merodeando por cualquier parte para despejar mi mente. Necesitaba respirar, estar sola, dejar de pasar tanto tiempo en un lugar encerrado que parecía que en cualquier momento se iba a hacer pedazos. Podía notar cómo mi vida volvía a ser vacía y rutinaria, igual que antes. Y de algún modo, no hacía nada para impedirlo. Jonny me había dejado en claro que no debía salir a la calle en aquellos tiempos, porque había una posibilidad de que la policía nos buscaba, aunque todavía no nos habíamos enterado nada de Jake y de sus acompañantes.

No quería pensar nada de todo aquello y de lo ridícula que había sido.


Me encaminé con pasos rápidos. Y de repente, algo ocurrió.

Yo estaba pasando por un barrio medio abandonado. En nuestra ciudad había muchos callejones, donde grupos de jóvenes de mi edad se juntaban para fumarse un porro o para hacer cosas innombrables. Teníamos decenas de altos edificios y departamentos que muchas veces no dejaban que los rayos del sol nos tocara la piel, aunque muy grande no era nuestra ciudad, ya que estaba rodeada de campos y bosques helados que hacían que las temperaturas fueran más frías en los inviernos y más calurosas en los veranos. Estábamos a kilómetros de distancia de la ciudad central, así que sí, éramos como un lugar parecido a Springfield.

Un aullido rompió el silencio irreal que envolvía la ciudad. Era el gañido desgarrador de un perro al que probablemente estaban dañando. Pero luego los ladridos se mezclaron con gruñidos amenazantes de personas. Presté atención. Se oyó un grito de protesta, luego insultos, y luego golpes. Comencé a correr, persiguiendo el sonido. El corazón se me aceleró tan rápidamente que me sacaba el aliento. No había nadie en la calle, nadie que pudiera escuchar todo aquello. La mujer que había caminado hace un momento a mi lado ya no estaba, había desaparecido entre las casas lejanas.

Alguien estaba en peligro.

Y lo vi todo.

Había retomado la mitad de la calle que conducía al callejón cuando quedé frente a frente en la situación. Me detuve en seco, casi cayéndome encima de un charco de agua estancada.

Había un muchacho tirado en el suelo, cubriéndose el rostro. Dos hombres estaban parados rodeándolo, lanzando estocadas de puños. Uno de ellos sostenía el arma, apuntándole directamente al chico en el suelo, que intentaba hacerse un ovillo para amortiguar los golpes que recibía del otro hombre. Los hombres le gritaban cosas.

—¡Dame todo lo que tienes, dije, ciego de mierda!

Luego vi un lobo. Pero no, no era un loboen realidad. Mi mente estaba tan asustada y alterada que lo había confundido por uno. Era un siberiano, lucía como husky siberiano de color marrón. Estaba gruñendo, ladrando y aullando hacia los hombres. Lanzaba mordiscones con sus grandes colmillos en los puños que aterrizaban en el muchacho en el suelo, lastimando a uno de ellos. No lograba más que tajos en la piel, pero los estaba hiriendo. El sujeto que sostenía la pistola apuntó al perro, pero hice acopio de todo el valor que pude obtener para encarar la situación. No podía dejar todo aquello así como estaba, sentía el coraje colarse por mis venas.

—¡Hey! —grité tan fuerte que se me quebró la voz por la rabia—. ¡Hijo de puta!

Corrí hacia ellos. No sabía bien lo que estaba haciendo en aquel momento. ¿En qué estaba pensando? Sabía perfectamente que no podría detener un robo como aquel, más si uno de ellos sostenía un arma.

Pero mi mente decía; «¿y si el arma es de mentira?».

Tenía la esperanza de que fuese así. Los sujetos levantaron la mirada en cuanto grité. Sus rostros estaban sorprendidos, como si en realidad no se esperaran a alguien correr hacia ellos e insultarlos de aquella manera. Tenían en cuenta actuar cuando nadie se encontraba en la calle. Ninguno de los dos me esperaba allí.

Mierda —escupió uno.

Echaron a correr como alma que lleva el diablo. Nunca alcancé a ver lo que se habían logrado llevar. Mi mente memorizó sus rostros y sus vestimentas, como si yo fuese una clase de heroína que los recordaría para luego hacer justicia. Tenía en cuenta de que Jonny me ayudaría a hacerme cargo de esos tipos luego.

Yo era rápida. Podía alcanzarlos. Ellos estaban cerca, muy a mi alcance. Pero no los seguí. Los dejé huir, mientras me arrodillaba junto al chico tirado en el suelo.

Porque tenía la sospecha de saber quién era.

Las manos me temblaban como si estuviera teniendo convulsiones. El perro siberiano había perseguido a los hombres varias cuadras, hasta que se percató de mi presencia, y corrió hacia mí para proteger a su dueño. Pensaba que yo iba a herirlo, estaba muy alterado.

Me quedé paralizada. El siberiano me mostró los dientes, produciendo un gruñido bajo con su garganta. Me desafió. Tuve que tragar saliva para poder tranquilizarme.

—Tranquilo —dije con la voz más calmada que pude lograr—. Chist, tranquilo.

Era la única forma que se me ocurría para que no se me echara encima en cualquier momento. Posé las manos en el chico en el suelo, que estaba sollozando por los golpes. Bajé mi vista hacia él.

Jadeé tan fuerte que el perro ladró-medio-gruñó, pero no pude centrarme en él, porque yo sólo estaba viendo el rostro magullado de Jesse.

Sollocé sin echar ninguna lágrima por los ojos.

—Oh dios mío, ¿te encuentras bien, Jesse? —pregunté con la voz temblorosa—.Dios... ¿estás bien?

Jesse apretó los lentes negros fuertemente contra sus ojos. Estaban rotos.

—Voy a llamar a la ambulancia —pronuncié en voz alta—. Vas a estar bien, vas a estar bien.

Con las manos temblándome sin control, marqué el número de emergencias. Aquel momento me resultaba tan repetitivo, como si yo estuviese sola en casa y llamara a la ambulancia para que llevaran a Clementine al hospital porque se había hecho daño. El perro siberiano se inclinó a su dueño, ya resignándose a seguir gruñéndome. Le lamió el rostro y las heridas. Jesse se quejaba por lo bajo, suspirando con fuerza. Él murmuraba cosas, me decía algo, pero yo no podía escucharlo.

El zumbido en mis oídos me atontaba.

La ambulancia tardó quince minutos en llegar.


 ***

Estaba cansada de estar allí, esperando por tanto tiempo a la vez que veía cómo las personas iban y venían de los pasillos del hospital. Todavía un gran nudo se atestaba en mi garganta. Persistía, nunca se iba. Mi madre me había llamado y le conté lo sucedido. Tuve que guardar silencio para que dejara de preguntar tantas cosas al mismo tiempo.

Yo no podía dejar de pensar en Jesse.

Me puse de pie unos segundos para ir hacia la salida del hospital. Cuando abrí las puertas, me encontré con la calle congestionada de tráfico y gente apresurada. El perro de Jesse estaba amarrado en un poste de luz, sujeto con su correa. Tuve que atarlo allí y dejarlo afuera, porque no me dejaban entrarlo al hospital. Sus aullidos se habían oído por horas hasta que logró calmarse y se tendió en el suelo, resignado. Tenía la lengua afuera, con la respiración agitada típica de los perros. Le compré un poco de comida y le dejé un recipiente con agua al lado para que pudiera alimentarse por la noche.

Las enfermeras nunca me decían nada. Sospechaba que era porque estaban cansadas, o porque mi desesperación las obligaba a mantenerme desinformada. Nunca supe por qué hacían eso, era mucho peor no saber nada.

No había podido conciliar el sueño en ningún momento. Me gasté todo el dinero que llevaba encima para comprar cinco tazas de café.

Cuando pensé que nunca me dirían cómo estaba Jesse, una de las enfermeras se me acercó con cautela.

—Hola, disculpe, ¿usted es la muchacha que trajo a Jesse Monroe?

En cuanto me habló, alcé la vista de repente. La enfermera se sobresaltó pero me sonrió con dulzura.

—Oh... sí, claro —respondí dubitativa, intentando mantener mi voz firme.

«Monroe. Su apellido es Monroe», pensé en silencio.

—¿Usted es su novia, verdad? —preguntó.

Me quedé de piedra. Observé fijamente los ojos cristalinos de la enfermera. Tenía aquella dulce sonrisa que les ponía a todas las personas, utilizando su voz calmada y su expresión serena. Se me aceleró el corazón, con tan sólo imaginarme lo que aquellas palabras significaban.

—Sí, soy su novia. —Me sorprendí por la firmeza de mi voz—. ¿Él se encuentra bien?

—Él está fuera de peligro. —Me sonrió—. Y ya puede recibir visitas.

Cuando entré a la habitación, cerré la puerta detrás de mí. El televisor que se ubicaba en la pared, estaba prendida, pero con el sonido mudo. Un olor a desinfectante persistía en el ambiente en el hospital. Las luces neón en el techo hacían que todo fuese irritante.

Jesse estaba acostado en la camilla, con la cabeza a un lado. Cuando cerré la puerta, carraspeé, pero él no volteó a verme.

—Hola —dije en voz alta.

Me acerqué lentamente hasta él, para sentarme a un lado de su camilla con una de las sillas que estaba contra la pared. Aquel transcurso era repetitivo para mí, ya lo había hecho muchas veces junto a Clementine. Parecía como si el hospital fuese otro hogar de Clementine.

Pero ahora yo estaba allí por Jesse.

El silencio que había en aquella estancia me resultaba incómodo. Me revolví las manos con nerviosismo.

—¿Cómo te sientes?

Noté cómo se me encendían las mejillas por mi impertinencia. Apreté los labios. Él seguía sin voltear su vista en mi dirección. Pasaron largos minutos.

—Un poco mejor —contestó por fin, con la voz ronca.

Escondí el rostro entre mis manos.

—Estaba muy preocupada —afirmé con la voz amortiguada.

—No tienes por qué —dijo.

Él sonaba tan frío, tan...

—¿Te han lastimado mucho? —pregunté, alzando la vista.

Su cabeza continuaba a un lado contrario de donde estaba. Sólo podía divisar el contorno de su mandíbula. Tragó saliva.

—¿Qué te pasa? —pregunté angustiada—. ¿Qué tienes?

Pasaron unos minutos, unos minutos que fueron interminables para mí. El corazón me golpeaba fuerte. No sabía por qué Jesse estaba actuando así, si le había pasado algo, si él se había enojado conmigo. No sabía qué pensar ni qué decir al respecto. Jamás me había metido en una situación como aquella.

—Marley... —graznó.

—¿Marley? ¿Te refieres a tu perro siberiano?

—¿Dónde está? —Sonó angustiado.

—Lo tuve que amarrar en un poste de luz afuera —contesté—. Le di comida y agua. No me dejaron entrarlo, lo siento mucho.

—Gracias —murmuró—. Gracias por cuidarlo.

—¿Dónde están tus lentes? —pregunté con un tono de burla en mi voz. Me esforcé por sonar divertida, pero mis esfuerzos fueron en vano, porque se notó que estaba fingiendo.

—Están rotos.

Lo examiné con cuidado. Llevaba puesta una bata de papel que los hospitales les daban a sus pacientes. Tenía los brazos a sus costados, con algunos moratones rodeando sus antebrazos. Miré hacia abajo. Toqué el dorso de su mano con cautela, pero él la apartó de golpe. Me eché hacia atrás con el corazón desbocado.

—Jesse —jadeé sorprendida.

—Tengo que pedirte que te vayas.

Cuando dijo esas palabras, era como si toda la angustia y el terror que había sentido se mezclaran con aquellos sentimientos de remordimiento y esperanzas de que él pudiera encontrarse bien. Aquel chico triste pero con buen sentido del humor que había conocido hace unas semanas ya no existía. Sólo había un chico ciego que estaba lleno de aflicción y me pedía que me apartara lejos como si yo le inspirara repugnancia.

—Jesse... —dudé—, no...

—¡Mírame! —gritó.

Volteó su cabeza en mi dirección. Me quedé inmóvil.

Su rostro estaba magullado, una de sus mejillas estaba cortada por los golpes, al igual que una parte de su labio inferior. Un morado oscuro rodeaba uno de sus ojos y el párpado, pero yo sólo veía el interior de sus ojos.

En ciertas ocasiones, cuando ves a una persona ciega, lo que encuentras en sus ojos es neblina. Como si una neblina, clara pero densa, persistiera en sus ojos. Pero los de Jesse eran diferentes. Tenía el párpado derecho un poco inclinado, como si le pesara. Parpadeaba con lentitud, pero aquella vez tenía la respiración acelerada, como si estuviera furioso. Tenía la mirada tan perdida.

Era como si mi corazón se hubiera detenido por un momento. El aspecto de Jesse era terrible, porque él estaba herido, aunque ya le habían curado varias de sus heridas, no estaba recuperado totalmente. Yo ya había visto a muchas personas ciegas, pero jamás las vi tan cerca de mí, tan cerca de mi rostro. Sus ojos parecían que me veían, que me buscaban a mí, que me miraban fijamente. Al principio me eché hacia atrás, porque estaba atónita, sorprendida.

Estaba sorprendida por sus ojos, por sus heridas, pero más que nada por la furia y su rostro rojo. Su pecho subía y bajaba con violencia.

—¿Lo ves, Brenda? Mírame. Así soy yo. Así de feo. Soy un asco. Sin los lentes todos tienen que alejarse de mí y apartar la vista para dejar de verme, yo lo sé, yo lo siento, no estoy tan ciego como ellos imaginan. Todavía tengo mis cuatro sentidos, yo sólo perdí la vista, pero no lo demás.

No podía quitar mi vista de sus ojos. Tenía la boca entreabierta.

—Quiero que te vayas, porque no soy el chico que tiene los lentes negros. Soy este chico, el chico con ceguera que jamás va a poder verte. Y no soy tu tipo, sé que no lo soy. No tienes que permanecer aquí porque me tienes lástima, no te preocupes, ya van a venir por mí y podré irme a casa.

Se me aceleró la respiración. Comencé a imaginarme todas aquellas cosas que Jesse habría tenido que soportar en su vida. Al principio me pregunté desde cuándo él estaba ciego, si él había tenido oportunidad de ver el sol, de ver una pradera inmensa, las montañas y la forma de las nubes. Luego me pregunté si él habría visto algún color, qué cosa le habría causado aquella ceguera.

Pero después me imaginé cuántas veces habría sido rechazado, por las personas, por sus amigos, por las chicas...

Todo aquello lo comprendía. Lo comprendía totalmente, aunque nuestras situaciones no fuesen las mismas.

Me incliné hacia él. Jesse se quedó de piedra. Nuestras respiraciones se entremezclaron, su aliento me provocó cosquillas en la mejilla.

—Quiero besarte —le susurré a dos palmos de su rostro.

Tenía otras cosas que decirle en realidad, pero todo lo que salió de mi boca fueron aquellas palabras. Siempre pensé que yo le había dicho eso porque lo que me había imaginado me había dado lástima. Pero no fue así. Yo no sentía lástima por él. Yo quería besarlo. Yo obtenía unos deseos extraños de querer acercarme a él y no alejarme jamás.

Sostuve su rostro con mis dos manos. Jesse jadeó. Y lo besé.

La boca de él era suave en mis labios y sabía dulce, mantuve mis manos en su rostro y acaricié su mejilla sana con el pulgar, mientras presionaba mis labios con los suyos. Me acerqué más a Jesse, deseando sentir el latido de su corazón.

Él se echó un poco hacia atrás, abriendo la boca por un jadeo. Bajé una de mis manos hacia su pecho, a la tela de papel del hospital que cubría su cuerpo. Los latidos de su corazón eran tan fuertes y rápidos que me habían provocado una gran sonrisa en mis labios.

—Tú estás ciega, tú estás tan cie...

Envolví mis brazos alrededor de su cuello, mi boca encontrando la suya en un segundo beso que hizo que el mundo temblara bajo nuestros pies.


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