Compañeros | Completa

By NonoHache

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Tras sobrevivir a su propia ejecución y al ataque de un dragón, Ahrin descubre un emocionante secreto sobre s... More

~ Nota de la autora ~
Capítulo 1: Carrera Blanca
Capítulo 2: Jorrvaskr
Capítulo 3: Sangre de Dragón
~ Paréntesis #1 ~
Capítulo 4: Cachorro
Capítulo 5: Túmulo del Hombre Polvoriento
Capítulo 6: La Forja Inferior
~ Paréntesis #2 ~
Capítulo 7: La Mano de Plata
Capítulo 8: La maldición de Hircine
~ Paréntesis #3 ~
Capítulo 10: Venganza
Capítulo 11: La tumba de Ysgramor
Capítulo 12: Compañeros
~ Impresiones y comentarios ~

Capítulo 9: Las brujas de Glenmoril

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By NonoHache


Los bosques de Falkreath son preciosos. No los veía desde que vine de Cauce Boscoso hace ya más de un año. Llegar hasta la frontera con la Cuenca me toma casi dos días, y encontrar la cueva del Aquelarre, casi medio día más. Sé que está oculta en la montaña, y debo moverme con cuidado para no alertar a ningún oso ni a ninguna de las brujas menores que allí moran. Por fin, cuando el sol está ya muy bajo, distingo la cueva al final de un sendero, pero llegar hasta allí se me hace una auténtica pesadilla. Hay calaveras de ciervos a ambos lados del camino, velas, cabezas de spriggans, raíces nudosas colgando en redes de las ramas de los árboles y manchas de sangre por todas partes. Lo cierto es que el ambiente asusta un poco, pero inspiro profundamente, saco el arco, cargo una flecha y entro con cuidado en la cueva.

Ya me he enfrentado antes a una bruja cuervo, pero era solo una, y aquí no sé con cuántas me voy a encontrar. Me pregunto si estas serán iguales o más poderosas, y si, al tratarse de un aquelarre, atacarán en grupo. Avanzo con cuidado por la caverna hasta llegar a una cavidad amplia, de altos techos y con columnas. Y entonces, escucho los pasos. Me escondo detrás de uno de los pilares y pego la espalda a la roca, con el arco preparado y tratando de no jadear. Escucho la respiración de la bruja, es inconfundible. Una respiración anciana, costosa y nasal. Sé que está al otro lado de la columna, acechante. Espero, ya sea a que se aparte o a que se asome, pero estoy preparada para ambas opciones.

Al cabo de casi un minuto, escucho cómo se aleja. Asomo unos centímetros la cabeza y la veo, rondando por la zona como un ente errante. Es realmente repulsiva. Delgada y encorvada, con la piel arrugada, vestida con harapos decorados con sucias plumas. El pelo sucio, largo, lacio y canoso que le crece desde muy atrás de la cabeza, una nariz tan larga como el pico de un cuervo y, lo peor, sus garras. Las brujas cuervo no tienen manos, tienen garras. Largas garras afiladas, capaces de arrancarte los ojos con solo una caricia.

Tomo aliento un par de veces para darme ánimos, me separo de la columna y avanzo un par de pasos con el arco tensado, apuntando a mi objetivo, que no deja de moverse. No puedo fallar. Si fallo, sabrá que estoy aquí y mis posibilidades de salir viva se verán reducidas casi a cero. Tomo aire una última vez y lo contengo al tiempo que suelto la cuerda. La flecha hiende el aire de la cueva en dirección a la bruja. Pero no llega a impactar en ella. Lo único que hace es rozarle un brazo, alertarla y obligarme a esconderme de nuevo para que no me vea.

La escucho quejarse, con sus gritos de cuervo, y correr en mi dirección. Dudo que me haya visto, pero me está buscando. Y no deja de gritar. Tengo que acabar con ella deprisa antes de que alerte a las demás. Guardo el arco y preparo mi mandoble de Forja de Cielo. Debo atraerla a una trampa, acabar con ella antes de que me vea. Pateo una piedra un poco lejos de mí, haciendo ruido, para que se acerque al lado derecho del pilar. Parece que surte efecto, porque la escucho acercándose. Aprieto con fuerza el mango de mi arma y vuelvo a coger aliento. Y, en el preciso momento que la bruja se asoma, descargo el mandoble con fuerza sobre ella, cortándole la cabeza de un solo golpe. El cuerpo se desploma sin vida, salpicando sangre, y la cabeza rueda hasta el centro de la caverna, acallando los gritos. Suelto el aire que he guardado, envaino el mandoble y me apresuro a coger la cabeza y guardarla en la bolsa.

Pero justo cuando estoy en medio de la sala, desprotegida, a la vista de todos, aparecen las demás. Las preceden sus pisadas, seguidas de sus respiraciones y, por fin, las veo. Cuatro brujas más aparecen de unos pequeños túneles bajos excavados en la roca. Al verme, y al ver la cabeza de su compañera en mis manos, rugen de furia y sus gritos se me clavan en los oídos. Cierro la bolsa rápidamente, con la cabeza ya dentro, me levanto y echo a correr hacia la salida. Pero, de repente, un proyectil de fuego impacta contra el pasillo justo enfrente de mí. La explosión me empuja hacia atrás con fuerza, y caigo al suelo. Siento el calor en el cuerpo, aunque, por suerte, no me han alcanzado las llamas. Me levanto rápidamente y me giro. Una de las brujas porta un bastón que brilla con un color rojo intenso. Es la que ha disparado, y está a punto de volver a hacerlo. Las otras tres brujas se acercan hacia mí. No son muy veloces, pero si la cuarta sigue disparando, no podré salir sin pelear.

Tal y como pensaba, la bruja del bastón dispara de nuevo, más cerca, obligándome a acercarme a sus compañeras. Sus respiraciones se hacen cada vez más intensas. No quiero que ese asqueroso sonido sea lo último que escuche. Desenvaino el mandoble y giro sobre mí misma, mientras las brujas me van rodeando. De repente, una de ellas da un salto hacia mí y me lanza un zarpazo. Logro apartarme a tiempo de evitar que me acuchille la cara, aunque sí que logra alcanzarme a la altura de la mandíbula izquierda. No puedo permitirme llevarme la mano a la herida, pero noto la carne abierta, el dolor palpitante y la sangre que mana de ella. Sangre de lobo.

<<Acaba con ellas como la guerrera salvaje en la que te han convertido>> - la voz de Kodlak resuena en mi cabeza.

Entonces lo entiendo. Aunque nunca lo he hecho, sé que puedo. Es como cuando maté a aquel dragón. Es una fuerza extraña la que me mueve, como si me controlara un titiritero. Hago acopio de toda mi energía y la concentro en mi interior. Noto calor, y siento como si la sangre me hirviera por dentro. Doy un fuerte grito, que a mitad de camino se convierte en un rugido. Mis sentidos se agudizan: mi visión se vuelve más nítida; la caverna ya no está oscura, sino que puedo ver perfectamente. Puedo oler a las brujas cuervo, un olor nauseabundo que se cuela por mis fosas nasales. Puedo oler su sangre, y sentir cómo fluye por sus venas. Incluso escuchar sus corazones podridos latir cada vez más rápido. El dolor de la herida de la barbilla desaparece. Y, lo mejor de todo, ya no tengo miedo.

Las brujas chillan, pero yo rujo mucho más fuerte, acallándolas. Las tres brujas que me rodeaban se lanzan hacia mí, pero yo doy un amplio salto y me escapo de su encierro. Con una velocidad tan rápida que casi no soy consciente, me abalanzo sobre la primera de ellas y, de un poderoso zarpazo, la corto por la mitad. Huelo la sangre, la siento, y me gusta. Otra bruja me ataca con sus garras, pero es como si me hiciera cosquillas. Me giro y la embisto, y con otro zarpazo le arranco la vida. Un proyectil ígneo impacta a pocos centímetros de mí, obligándome a retroceder un par de pasos. La tercera bruja que me rodeaba también se lanza a por mí, pero no me cuesta nada matarla con dos cuchilladas de mis garras. Justo entonces, otro proyectil de fuego impacta de golpe en mi cuerpo y me lanza por los aires. Noto el dolor, aunque no me hace más que debilitar un poco. De haber tenido mi forma humana, sé que hubiera muerto.

Al ver que sigo de pie y con vida, la bruja cuervo chilla de rabia. Alza el bastón, que brilla con el fuego del siguiente proyectil, pero antes de que lo lance, salto a un lado y lo esquivo. Doy otro salto, esquivando el siguiente proyectil, y así dos veces más, hasta que aterrizo encima de la bruja y la tiro al suelo con todo mi peso de licántropo. Bajo mi cuerpo, la bruja no trata de liberarse. Solamente chilla con fuerza, retándome a matarla. Sé que significa eso. Es una bestia, igual que yo, y por eso la entiendo. Abro las fauces y, de un poderoso mordisco, le arranco la cabeza. La escupo aparte y me incorporo.

La caverna ha quedado en silencio. Ya no se escuchan pisadas, ni explosiones, ni chillidos. Solamente escucho mi propia respiración. Es pesada y ronca, con algún que otro resoplido. Es diferente a la respiración de las brujas, pero tiene algo en común con la suya. No es humana. Es la respiración de un animal. Contemplo los cadáveres de las brujas, completamente destrozados, decapitados, mutilados y ensangrentados, esparcidos por el suelo de la cueva. Lo he hecho yo.

Poco a poco, noto cómo voy cambiando a mi forma humana y, al mismo tiempo, mi sed de sangre se desvanece. Cuando desaparece el último pelo de lobo de mi piel, me dejo caer de rodillas al suelo. El dolor de la herida en la barbilla vuelve, y me la palpo con la mano. La sangre gotea y me mancha los dedos. Me los chupo, pero me siento mal. Aela afirmaba que lo que sientes en las tranformaciones, lo que sientes siendo un hombre lobo, es algo realmente intenso y maravilloso. Pero no me ha gustado. Mientras estaba transformada, no tenía el control de mi cuerpo. No era más que un animal sediento de carne y de sangre, un infinito instinto de cazador. Pero ahora, al ver lo que he hecho, me siento incapaz de sentirme bien. A pesar de que se trate de las brujas de Glenmoril, las que nos convirtieron en lo que somos, no puedo evitarlo. Kodlak quería que matara a las brujas siendo mujer lobo para que viera lo que se sentía. Quería que lo probara con enemigos por los que no iba a sentir ninguna lástima. Y tiene razón. El don de Hircine es una maldición.

Cruzo las puertas de Carrera Blanca dos días después. El día está nublado y amenaza con llover, como si fuera un reflejo de lo que siento en mi interior. Camino despacio por el sendero, pero al subir a la plaza del Verdeoro, me quedo de piedra. Un montón de gente está agrupada en las escaleras de Jorrvaskr. Entre ellas veo a varios miembros de los clanes Batallador y Melena Gris, Irileth y muchos guardias. Aprieto el paso hasta llegar a ellos, y me abro paso a empujones. Al cruzar la muralla de gente, me topo con Torvar, sentado en uno de los escalones. A su lado, Aela le venda una herida en el brazo que no deja de sangrar. A los pies de ambos, hay un par de guerreros muertos con una espada de plata en la mano. Abro los ojos.

- La Mano de Plata – confirma Torvar. - Al fin se han atrevido a atacar Jorrvaskr.

Hace una mueca de dolor. Miro a Aela. Ella me mantiene la mirada un momento, pero luego la aparta. Trago saliva. Algo me dice que este ataque ha sido por nuestra culpa. Más arriba, junto a la puerta, hay otro cadáver. Corro hacia el edificio y entro de golpe, con el corazón en un puño.

Me topo de bruces con Vilkas.

- ¿Dónde estabas?

Su voz suena acusadora y su rostro está crispado, enfadado.

- Estaba cumpliendo órdenes de Kodlak – respondo.

La mirada de Vilkas se oscurece y cuando habla, su voz suena tenebrosa:

- Espero que fuera importante, porque eso significa que no estabas aquí para protegerlo.

- ¿Para... protegerlo? - repito, temiéndome lo peor.

Vilkas se aparta, y entonces lo veo, y es peor de lo que me hubiera podido imaginar. En medio del salón, tirado en el suelo, sin su armadura, sin sus armas, completamente saqueado, con una herida en el pecho, muerto, yace Kodlak.

Siento como si el mundo se detuviera. Dejo de escuchar los murmullos de la gente. Noto las miradas de todos clavadas en mí, pero yo solamente puedo mirar a Kodlak. No puedo creerlo. No puedo. Me tiemblan las piernas, los brazos, y noto una poderosa fuerza en el pecho, previa al llanto. Kodlak está muerto. Y no he podido hacer nada por evitarlo.

Farkas está sentado junto al cuerpo sin vida de nuestro Heraldo, abatido, triste. Nunca le había visto así. Más atrás, Njada abraza el cuerpo de Athis. Al principio me temo también lo peor, pero luego veo que Athis, a pesar de tener los ojos cerrados, mueve los labios, por lo que no está muerto. Ría esta echa un ovillo en una esquina, llorando donde no pueden verla.

Vilkas me clava la mano en el hombro y me lleva aparte. Su actitud es brusca, casi hostil. Prácticamente me arrastra fuera de Jorrvaskr, al patio de entrenamiento. No aparto la vista de Kodlak hasta que desaparece tras las puertas de madera. Una vez fuera, me suelta. Camina un poco por el patio, bufando y resoplando, furioso.

- Tranquilízate – le pido. 

Me está poniendo nervioso.

- ¡¿Qué me tranquilice?! - repite él, casi gritando. - Sí, mejor que me tranquilice – añade, irónico – porque me están entrando unas ganas enormes de partirte por la mitad.

Abro los ojos. ¿Tan enfadado está conmigo?

- Yo no tengo la culpa de que...

- ¿De que mataran a Kodlak? - termina él, por mí.

No le dejo que siga hablando.

- Kodlak me encargó una misión personal – me defiendo. - Lo siento si no te dijo nada, pero fue su decisión.

- ¡Y fue decisión tuya matar a todos esos guerreros de La Mano de Plata con Aela! - contraataca Vilkas. - ¡Eso los hizo reorganizarse y venir a por nosotros con todas sus fuerzas! - Me mira, con la rabia fluyendo en sus ojos grises - ¡Kodlak está muerto por tu culpa!

Siento como si me apuñalaran el corazón. No puedo creer que Vilkas me haya dicho eso. Ha sido demasiado cruel. Lo miro, con los ojos cargados de tristeza. Sé que tiene razón, sé que la muerte de Kodlak ha sido por mi culpa. Sé que Aela también siente lo mismo. Pero escucharlo salir de los labios de Vilkas, esas palabras cargadas de tanto odio, rabia y acusación, duelen más que cualquier puñalada, estocada o mandoblazo. Nos quedamos mirando. Asiento despacio, aceptando sus palabras y comprendiendo que las cosas han llegado a un punto de no retorno. Voy a darme la vuelta, pero la voz de Vilkas me lo impide.

- ¿Adónde crees que vas?

Me giro y le miro, sin entender. No es necesario que pregunte, mi mirada lo hace por mí.

- Vamos a ir tras ellos.

- ¿Qué?

- Esos desgraciados han robado todos los fragmentos de Wuuthrad. Los recuperaremos, y les mataremos a todos. ¡Los erradicaremos para siempre!

Le miro. Y tengo un pequeño flashback, en el que veo a Aela cegada por la sed de venganza tras la muerte de Skjor. Y me vienen a la mente la palabras de Kodlak: "la espirad de venganza se está haciendo ya interminable".

- Vilkas... - empiezo. - No creo que...

- ¡Tú no crees nada! ¡Limítate a obedecer! - me grita.

Frunzo el ceño.

- Ya no soy tu cachorro. Soy un miembro del Círculo, igual que tú – espeto, con la misma dureza que él está mostrando conmigo.

- ¡Desmuéstralo, entonces! ¡Ven conmigo! ¡Acabaremos con todos ellos!

Me muerdo el labio.

- La muerte de Kodlak me entristece tanto como a ti...

Vilkas levanta un dedo en señal de advertencia, pero le ignoro y sigo hablando.

- ... pero sé que Kodlak no querría que la venganza nos cegara.

Vilkas me mira. Por un instante, siento que he logrado convencerlo. Pero su mirada se oscurece y, cuando habla, su voz suena grave y aterradora.

- Yo voy a ir. Tú haz lo que quieras.

Y se da la vuelta.

- Vilkas – llamo.

Él me ignora.

- ¡Vilkas! - exclamo de nuevo.

Pero él sigue andando hacia las escaleras que salen del patio hacia el Distrito del Viento. Me muerdo el labio. Vilkas está cegado por la venganza. No hay nada que pueda decir para convencerle de que ese no es el camino, aunque una parte de mí misma también desee acabar con los asesinos de Kodlak. Pero no quiero que se enfrente solo a La Mano de Plata. No quiero ser responsable también de su muerte. No quiero dejarle solo.




Próximamente... Capítulo 10: Venganza

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